Luis Miguel Rabanal nace en Riello (León) en 1957. Especialista en deuda española a corto y medio plazo, prepara lo que será la primera gran enciclopedia sobre neocatecumenismo en las localidades de Majadahonda, Betanzos y Coín. Su obra poética publicada la forman los siguientes títulos: Variaciones, 1977; Obdulia azul, 1980; Labios de la locura, 1983 y 1985; Cuaderno de junio, 1984; Rená, a solas con nosotros, 1984; Palabras para Obdulia, 1985; (Técnicas) para abrazar un oscuro nombre, 1985; La memoria buscando sus disfraces, 1986; O podríamos amarnos sin que nadie se entere, 1989; Libro de citas, 1993; Cáncer de invierno, 1998; La última vez, 2000; Mortajas, 2009; Fantasía del cuerpo postrado, 2010 y, finalmente, Lugares, 2011. Asimismo es autor de la nouvelle Elogio del proxeneta, Ediciones Escalera, 2009 y del libro de "relatos" Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza, Ediciones Leteo, 2010.
IX
Ella pensaba que las provenientes
del Sardón eran las peores, arroyos
que bajan con furia hasta el comercio
de los de Miguel,
granizos como puños
en el huerto de habas verdes de Mimi.
Ella pensaba que no podrías marcharte.
Al atardecer, en Valdeluna,
se murmuran las lascivas palabras,
te arrancaré de cuajo si me dejas
los brazos.
Ella objetaba multitud de vaticinios
al amor, separarás mis muslos,
te adentrarás en mí y no estaré más
contigo, vas a multiplicar en mi cuerpo
la congoja,
el placer y el dislate.
Tempestades que envuelven
al alamar y al ñubero lloroso.
El castillo en ruinas
y su desconsolada princesa,
ninguno como tú para con nardos
lamer sus salivas y por fin extinguirse.
Sería una vicisitud minuciosa
o, de vuelta a casa, la enorme aparición.
Variaba el color de sus cabellos,
sin ropas
y quemando sin cesar.
Días y días tachados
de la agenda de un dios imbécil.
Dentro de su boca habitaba la lluvia,
serías el último en andar
y el fuego ardía en los pajares
o era en tu pecho y su pecho,
como embaucadores
que adoptan la inenarrable cintura
de lo comprensible para destruir
la irrealidad y hacerle pucheros.
Tempestades hermosas...
En la linde cocos de luz
para esclarecer la tiniebla.
XV
Serán aguas que reflejan sin cejar
la misma fábula: el río de Castro,
niñas que fueron ahogadas de mentira
por un galán excelente.
Tábanos, tortollos.
Al volver, sin que se supiese,
se enconaba contigo el desamor.
Mira por dónde, la senda ocupada
por el pusilánime mientras tú
maniobras con fervor
o laconismo.
Al deseo se suma el deseo
que no es tuyo, habrá, de hoy
en adelante, en sus labios
una frase maligna.
Si en su cintura el calor
mascullaba formidables delirios.
Si en su sexo latía el gnomo
que arañaba y arañaba
sumisamente a los tristes.
Son aguas que escuchas fluir
como fluyen los meses.
No cierres los ojos.
Toda la belleza cabe en un cuerpo
dormido igual que el de Obdulia,
como ahora que la despojas
con prontitud de la falda.
Toda la belleza
casi la has depuesto en el pupitre,
no podrías ser menos cauto,
dile que no...
Algún día volverás a merecer
similar duermevela,
lugares de paso que crees
haber visto y no son lugares felices
sino en tu corazón.
Más lejos todavía, en el extremo
más extremo de la tierra,
en Campolamoso, qué importa,
ya ha debido de hacerse de noche
con pies de hojalata.
De "Lugares", Ediciones Hontanar/Poesía, Ponferrada 2011 (de muy reciente aparición).
EN OLLEIR LAS LLAMAS
Escucha, encontrarás a quien una tarde quiso robarte la niñez sin nada ofrecerte a cambio, pero existe el perdón y contemplas su rostro envejecido, y crees haber regresado a los días de júbilo enorme y de tenaz pesadumbre, ya sabes.
Como él, también tú pronuncias esas palabras terribles que significan daño y pereza, te ata las manos la memoria y sueles confiar aún en la vida, pues si no qué ligaduras habrías de romper, qué conocimiento podrías ofrecer a tus contrarios para salvarte, o qué amores llevarte a la boca como si fuese un veneno más dulce este propósito tuyo de contar el tiempo, y de excluirlo.
No debes volver, te dices a ti mismo cuando sufres el mal incurable del desánimo, ya las llamas se llevaron tu ropa de muchacho enfermo y las cenizas las guarda un hombre triste que nada ya recuerda. No debes volver, y que los años que fueron la red donde caías sin mancarte te asombren ahora con su guiño horrendo, como hace la sacavera y el pájaro muy gris de Montecorral, y que la noche nos utilice para entorpecer todo cuanto amas.
De cualquier manera ya crece el espliego donde ayer jugabas a morir a manos de un atemorizado gladiador llamado Isi y te enfurecen sus gritos de socorro. Qué importa el cuenco donde su sangre se espesaba y parecía mentira.
ESCOBAS EN FLOR
Al despertarse se dio cuenta, con suma pereza, es cierto, de que no recordaba. Había pasado la noche cual tren fantasma que cruza el desierto sin jamás detenerse. El único era él, el único que distinguía la velocidad desde su ventanilla quieta, y se aferraba a las sombras porque creyó estar soñando un viaje angustioso.
Al despertarse comprueba los daños en su boca, el cabello erizado y las piernas arrancadas. Claro que era él, quién si no se atrevería a mirarlo desde el espejo alto de su madre, el de las pruebas de costura, a sonreírle con estúpida cara de muchacho con gripe.
Nada recordaba, pero, en cambio, el trayecto de la noche en ese tren en llamas era nítido. Su memoria flaqueaba en lo puntual y monocorde de cualquier recuerdo: unos labios de ayer, el juego de bolos con Luis, la casa ordenada y los libros prohibidos. ¿Qué es todo eso que si lo convocas, animal tan latoso y perturbado, no viene a socorrerte?
De pronto miraba sus manos y nada en ellas había que le perteneciera un poco, ni una simple caricia, ni un amigo, nada que llevase su endemoniada imagen de otro tiempo. Crecer debe de ser una cosa semejante, especulaba. Y pasó de largo, de puntillas.
De "Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza",
Ediciones Leteo, Col. Relojero de Banaguás, León 2010
A WYSTAN HUGH AUDEN LE PINGA LA NARIZ
Luego vienen los de silla de ruedas
W. H. A.
No sé si Lacan o Confucio, pero venía
a decir que menuda papeleta la ecuanimidad
del moderado y la ponderación del intrigante...
Por eso es que los poetas inflan el globo
de sus pulmones con temple y aflojan el nudo
de la corbata con labios amoratados
los pobres.
Por eso, y sólo por eso, los poetas no ofrecen
la más mínima confianza ni a la policía municipal
ni a las mamás de las floristas.
No en vano, a los poetas se les podrá ver
sufriendo como los fundidores sufren cuando
diluvia y cierran precipitadamente el tragaluz
de congojas y hay tranvías enormes tirados
por un poder que no se altera por nada.
No creo que los poetas, tal como se asegura
en documentos tortuosos, lloren sin que nadie
les tocara con saliva la oreja o sin que nadie
les hiciese comprender que el poema comienza
y concluye a la vez en otro que pisotea
el otoño más crudo y el amor que termina.
¿No serán los poetas los menos indicados
para arrojar al lago de los suspiros
cuartillas tachadas?
(Poema inédito, 2011)
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