martes, 24 de julio de 2012

7322.- RICARDO LLOPESA




Ricardo Llopesa nació en 1948, en Masaya (Nicaragua).  En 1965 llegó a España y en 1967 a Valencia, donde vive. Residió temporadas en París, Grenoble y Lille.

En Valencia escribió su primer cuento que figura en la antología “Narradores hispanoamericanos“, publicada por el Instituto Nacional del Libro Español para conmemorar el Año Internacional del Libro (Colección “Novelas y Cuentos“, Madrid, 1972). Ese mismo año publicó sus primeros poemas en la revista “Poesía Hispánica“ que dirigió el poeta y académico García Nieto.
Realizó estudios de Filología Hispánica y Periodismo. Ha publicado centenares de artículos en periódicos y revistas de reconocido prestigio de España y América, como las históricas “Insula“ o “La estafeta literaria“, de Madrid; “Cuadernos americanos“,  de la UNAM de México o “Revista Hispánica Moderna“, de Columbia University de Nueva York.

A los cuarenta años, en 1988, publicó unas  “Poesías inéditas“ de Rubén Darío (Madrid, Visor). Desde entonces investiga la obra del gran poeta de la modernidad en lenguas hispánicas. Ha dado conferencias y participado en numerosos congresos internacionales.
Luego editó “Treatros“ (1993, 2002) donde reúne artículos desconocidos de Darío sobre Sarah Bernhardt en Chile; “Poesías desconocidas completas“ (1994), en colaboración con José Jirón Terán y Jorge Eduardo Arellano ; “Prosas profanas“ (Col. Austral, 1998, 2002, 2008) segundo gran libro del poeta nicaragüense. Una “Biblioteca Rubén Darío“ (8 vols., Valencia, 1996), y muchos títulos más.

Es autor de cinco breviarios de poesía de carácter ácrata dedicados a los placeres de la vida y sus consecuencias.
Es fundador  de la Asociación (1993) y  Editorial Instituto de Estudios Modernistas (1999) y la revista “Ojuebuey“ (1984-2003). Durante más de diez años ha sido Presidente (1996-97) y luego Vicepresidente (1998-2008) de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE).
Es Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua, desde el año 1997. Nicasio Urbina, Catedrático de Cincinati University, en su libro “Miradas críticas sobre Rubén Darío“, (2005), dijo: “Ricardo Llopesa ha hecho un trabajo excelente de recopilación y estudio de la obra dariana (...) Llopesa, Jirón Terán y el polígrafo nicaragüense Jorge Eduardo Arellano, representan un trío poderoso en la investigación de los textos darianos.“

También es autor de “El canto errante“ de Rubén Darío (Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 2006),  primera edición anotada y estudiada.
En  2000, la Academia Nicaragüense de la Lengua le otorgó Diploma de Honor: “En reconocimiento a su excelente labor (...) quien se ha distinguido como fundador del Instituto de Estudios Modernistas en Valencia, España, editor e investigador de la obra de Rubén Darío“.
En 2008 participó en la Trilogia de Rubén Darío, editada por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua  (León, Nicaragua) y en España por la Universidad de Alcalá, donde tuvo a su cargo la edición crítica de “Azul...“ Ese mismo año publicó con María Ángeles Chavarría el libro de poemas “Navegando por la madrugada“.

DISTINCIONES:

“Galardón de Oro“ concedido por la Alcaldía  de su ciudad natal, Masaya,
      1973
“Miembro de Honor“ del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica,
      Managua,1993
“Orden Centario de Azul... Rubén Darío“  en el grado de “Gran Cruz“, Santiago
      de Chile, 1996.
“Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua“, 
      Managua, 1997
“Doploma de Honor“ de la Academia Nicaragüense de la Lengua en 
      reconocimiento a la labor cultural y editorial del “Instituto de Estudios
      Modernistas en Valencia“, Managua, 2000.
“Diploma de Reconocimiento“ del Gobierno Municipal de Masaya, “por su labor incansable en la investigación y difusión de la obra de Rubén Darío“.



VERLAINE 

  Divino maestro de vicio y perversión, 
hermano lascivo de Pan y Dioniso el borracho, 
hijo de Apolo, ruiseñor del Olimpo; 
Villón, ¡oh maestro Verlaine!, 
hubiese compartido 
tu mugriento cuarto de la rue Moreau, 
viejo, sucio, ruinoso, 
barrio Cour Saint-François, 
muy siglo XVIII en el XIX; 
hubiese compartido el verde ajenjo, 
noches de baile en el prostíbulo 
con tu novia la pringosa Princesa Pelirroja, 
puta pobre, barata, 
que te amaba. 

  Un día te visitaron René Ghil y Mallarmé 
para salir de putas por mierdosos bistroc, 
mientras tú callejeabas con tus zapatos sucios 
sin un céntimo, solo, arrastrando 
la miseria por las calles de París, 
y esa borrachera espantosa rompió tu pata gotosa. 

  Tu pobre madre llevó del pueblo sus mimos 
para cuidarte con devota alegría de madre, 
pero no cabía en tu miserable cuartucho 
y subió al piso de arriba, a casa de los vecinos, 
donde murió tiritando de frío. 
Los vecinos intentaron en vano 
ayudarte para que la vieses morir 
a ella que se moría de pena. 
Fue imposible. 
La escalera de madera vieja, estrecha, lo impidió, 
y también tu puta pata rota 
y tu eterna ebriedad. 
Parecías Sileno en brazos de los sátiros 
bebiendo uva que fecunda el alma. 

  El féretro de tu madre, oh divino poeta, 
príncipe borracho del vicio, 
de carpas y vagabundos, 
tampoco pudo bajar. 
Tuvieron que sacarla con cuerdas por la ventana 
como un enorme mueble inservible. 

  En aquel cuarto inmundo 
donde todo olía mal, a miseria, 
a soledad, allí, oh divino maestro, 
bajaba el ángel de la inspiración 
y también el dios perverso de la lujuria 
y cubría tu cuerpo de bestia con su velo. 
Subías a las alturas y escribías los versos 
exquisitos, sublimes, de Fiestas galantes, 
Liturgias íntimas, Sagesse 
y los inmortales Poemas saturnianos. 

  Ahora que miro tu retrato, 
amarillo, barbudo, solo, 
marcado por la tragedia y el genio, 
tu cabeza alborotada de Sócrates antiguo 
me recuerda al terrenal Epicuro 
y te veo como a un sagrado dios, 
perverso y libidinoso, 
que algunas veces se convertía en Verlaine 
para alcanzar el corazón humano





NERÓN 


  En su inmenso palacio de mármol, 
tumbado sobre su trono de marfil 
entre cojines de seda lisa, 
Nerón pulsa su lira de oro 
y canta una canción desafinada y triste 
que es serpiente de inspiración divina. 

  El emperador detiene su canto de urraca, 
descansa su lira sobre la regia alfombra persa 
y contempla entristecido 
lenguas de fuego y llamas 
que arrasan los arrabales de Roma. 
Postrada a sus pies una esclava siria 
pule las uñas divinas con barnices 
y laca de Oriente; 
una muchacha gala abanica la cabeza soberana 
espantando las moscas del oro de los laureles. 
Otra esclava nubia, rubia y bella, 
con bolas de ámbar en las manos blancas 
apura el masaje sobre la espalda desnuda 
del sagrado emperador. 

  Roma arde 
y la urbe purifica su mal, 
desangrándose. 
El canto del emperador es cada vez 
más lánguido 
y torpe, 
lúgubre 
como el espanto del espectáculo. 

  Séneca y Petronio callan a su lado. 
Sólo se oye la voz ronca del divino Nerón, 
el chasquido de las llamas carbonizando 
los cuerpos, 
el crujir de la madera 
y el grito de los moribundos. 

  El omnipotente emperador del orbe 
camina, 
lentamente 
se dirige hacia la imperial ventana. 
De sus ojos brotan lágrimas de dolor 
y hasta él llega una esclava medio desnuda 
con un lacrimatorio en la mano 
y en los tobillos el chischil de cascabel. 
El emperador llora 
y deposita una lágrima 
para la posteridad, 
interpretado magníficamente por Peter Ustinov. 


II 

  Nerón tuvo una vida demasiado breve 
por donde escapó su genio, el arte 
de la nueva Roma de su inspiración. 

  Manos asesinas precipitaron su odio contra él, 
apretaron con saña la mano del suicidio, 
ignorantes de la edificación de una enorme urbe 
más bella que todo el lujo imperial. 

  El magnífico palacio de la discordia, 
todo él bruñido en oros y brocados 
es hoy gozo y placer para los sentidos 
desenterrado veinte siglos después. 

  Maldito sea el odio que lo sepultó, enterrándolo, 
ocultando el genio y la locura 
del todopoderoso emperador de la tierra. 

   ¡Dios lo tenga a su diestra! 






DARÍO 


  El magnífico Darío era todo él música. 
Un día el poeta Machado, preguntó al azur: 
“¿Dónde fue la armonía a buscar?” 

  Cuando su pluma escribía 
la pluma corría sola sobre el papel, 
sólo necesitaba de la mano, 
delizarse suavemente, 
para danzar entre la música de los versos. 

  A veces, la pluma cogía demasiado impulso, 
era como una locomotora loca, corre 
que te corre 
sobre la espalda blanca del papel, 
dejando una estela de garabatos 
como esas señales de humo 
en el cielo de los indios. 

  Fue él ángel terrenal 
iluminado por signos pitagóricos. 
Diríase, hijo de un dios griego 
nacido en Nicaragua. 
Zeus lo habría tenido al lado de Apolo, 
coronado de laureles 
y una lira en la mano 
entre montes llenos de ninfas. 

  Pero, resulta 
que este hermano de Apolo 
prefería ser hermano de Dioniso 
y el mismo Baco lo tomaba de la mano 
camino de las bacanales 
donde el poeta bebía 
en la propia copa de Baco, 
hasta caer al suelo, 
vencido por el vino, 
borracho de azul ebriedad.. 


II 

  Era ángel terrenal señalado con el dedo 
por los dioses; 
bondadoso como el mismísimo 
Francisco de Asis del poema, 
y era, a la vez, arcángel caído del cielo. 

  Cuando el poeta se enganchaba en la rueda 
de la embriaguez, no bajaba, 
el trayecto era infinito, 
perdía el sentido del regreso al pasado, 
hasta que caía hecho polvo, derrotado y borracho, 
sobre el lodo de la historia como un cerdo. 

  Más que humano era centauro 
ébrio y fornicador, 
ávido de placer epicúreo y terrenal, 
en la mesa el vino y en la cama la carne. 

  El poeta perdido, el inmoral, 
como los héroes de las grandes maratones 
sabía reposar la resaca sobre blandas plumas, 
enfermo y agónico, entre el sueño de una luz 
que poco a poco le devolvía a la luz terrenal. 

  El poeta cogía lápiz y papel 
y escribía versos angelicales, 
versos que tenían la suerte de volar 
entre alas de plumas 
hasta rozar los pies del Dios de los pecados. 

  Hubo un día, en Madrid, 
después de muchos días 
que escribió unos versos dedicados a Colón 
el navegante. 

  Los días se convirtieron en mármol 
y el poeta asió fuerte la piedra dura, 
hasta que, por fin, la luz llegó 
dentro de una botella de brandy español 
de la mano del joven Juan Ramón. 

  El poeta se encerró a soñar. 
Bebió. Subió a lo alto y voló. 
Cuando abrió la puerta 
soltó un vómito de palabras extrañas: 
“Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, 
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!”...





NERVAL 

  Tú eres el Tenebroso, el Desdichado, 
Príncipe de Aquitania en la Torre abolida, 
descendiente del patricio Nerva, 
rey de la patria vagabunda, 
derrotado, destruido, aniquilado en París. 

  Sueño de una pesadilla, eso fue tu vida. 
Fuiste el loco, deambulando 
por las calles tétricas y sucias 
junto al Sena, 
entre alcantarillas nauseabundas, 
vagabundos y bistroc miserables. 

  Fuiste arcángel o demonio caído 
entre chisteras negras del Cenáculo, 
a un lado Hugo, al otro Balzac 
y en medio Gautier. 

  En ti el espíritu de la cábala y la alquimia 
surcó los caminos de la pesadilla, 
alejándote de la realidad, 
deprimido, melancólico, abatido, sin un céntimo, 
indiferente al mundo moderno 
que levantaba la piqueta 
entre el verde ajenjo y los alucinógenos. 

  Tu cuerpo regordete y feo 
fue testigo de la más triste bohemia pobre 
deambulando harapienta por las calles 
miserables. 

  Naciste con la espina del mal 
clavada en tu destino. 
La locura te llevó al asilo del buen 
doctor Blanche, 
para quien los pacientes eran enfermos
y no bestias humanas,
donde se aprendía a ser uno mismo 
y convivir con los demás 
en el trabajo diario, 
sin cadenas ni camisa de fuerza.

  La espina trágica creció en tu corazón 
convirtiéndose en clavo venenoso. 
A los 47 años no pudiste soportar más 
ese clavo clavado dentro de tu alma 
y la noche del 25 de enero fuiste detenido 
por la ronda noctura de la policía 
junto a otros vagabundos, nifados y borrachos 
en las orillas del mercado Les Halles, 
donde dormiste en la bartolina entre barrotes 
y sobre el granito frío del piso, 
cuartelillo de Chatelet, entre putas y chulos. 

  Saliste a la calle por la mañana. 
Vagabundeaste entre el olor pestilente 
de las alcantarillas y las cloacas. 
Llegó la noche. El frío bajó de cero 
entre callejuelas de Les Halles 
frente a la soledad, 
cenas en una fonda de mala muerte, 
recorres prostíbulos, sórdidos cafés 
llenos de humo, 
la musiquilla, el ir y venir de putas y chulos. 

  Entras por la oscura plaza Baudoyer, 
te diriges a la calle Vieille Linterne, 
sucia, asquerosa, entre casas semiderruidas, 
desatas de tu pantalón una cuerda de seda 
—regalo de Madame de Maintenon—, 
la cruzas por la viga del alero de una vieja casa 
en ruinas, 
subes a una piedra, le das una patada seca, 
y tus pies cuelgan. 

  A la mañana siguiente, 
con 15 grados bajo cero, 
un hombre vestido de negro, 
regordete y feo, 
medio calvo, 
sin abrigo, 
cuelga de una viga 
en la calle Vieille Linterne,
junto a las aguas negras 
que corren hacia el Sena. 
Lleva en los bolsillos 
unos papeles manuscritos, 
unas pruebas de imprenta 
y un pasaporte. 
Se llama Gérard de Nerval. 





TÁRBENA




Bajo el cielo siempre azul de Tárbena,
tras subir y subir
a lo más alto de la montaña,
acostado junto a la puerta del Ayuntamiento
ví las nubes caleidoscópicas
deshacerse en ángulos y figuras
que son todo, menos realidad.

La realidad es otra.
La Feria de Tárbena,
donde se come de todo,
todo lo que hace el pueblo,
y se bebe vino y cerveza,
y hasta té pakistaní,
en lugar de orquesta
tocan el tambor y la dulzaina
con la manta al coll.

La noche del sábado
con música y mucho alcohol
los hombres desatan pasiones,
y al día siguiente
las señoras oyen
la misa del domingo.


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