ALEXANDER AGUILAR LÓPEZ
(Guisa. Cuba. 1975)
Poeta y narrador. Graduado en la especialidad de Física y Electrónica; se desempeña como profesor de investigación. Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales y provinciales, entre los que se destacan: premio nacional de glosas (2008), mención en el concurso nacional Todo Décima (2008), el PREMIO ALA DÉCIMA 2010, así como varios premios en su provincia en los géneros de poesía, poesía para niños y cuento. Ha participado como jurado en concursos de poesía de su provincia. Tiene publicado el decimario Bajo el pretexto de los días. Su obra también aparece en revistas como Ventana Sur.
Los amagos de Dios
Y nos morimos sobre el musgo,
Lejos, solos entre la sombra dulce
Del bosque íntimo y murmurante.
PAUL VALÉRY
Padre ha vuelto al rincón donde la muerte espera su llegada. Nadie sabe si Dios sigue en su lecho, enfermo, grave, rezando por mi padre y por su suerte. Tal vez su corazón es quien revierte las horas de dolor. Quizá los trazos que marca en el papel son solo escasos minutos que Dios mismo desconoce. Pero padre resiste, padre tose un poco de esperanza. Escucho pasos. Todos duermen y padre en su desvelo busca un poco de luz, me mira, imploro que no llegue el final. No habrá decoro si se muere detrás de tanto cielo, si se muere en espera del consuelo divino, sin encontrar la Verdad Prometida. Quizás la eternidad nos contempla a los dos. Quizá seguir viaje sea algún modo de morir sin saber si existió la otra mitad.
Ya es la segunda vez que el ángel pasa pidiendo su limosna junto al lecho donde padre suspira contrahecho, bajo el miedo inconcluso de su raza. Padre sueña el silencio de la casa. Padre intenta encontrar alguna llave para hacer que por fin todo se acabe, padre busca una luz ante su suerte.
Padre ha vuelto al rincón donde la muerte espera su llegada.
Nadie sabe.
BREVE ESTACIÓN
Yo seré como el río, que se despeña y
choca, y salta y se retuerce... ¡Pero llega al mar!
Dulce María Loynaz
Y como pasa el tiempo, que de pronto son años y esa humilde sajadura que
dejan en mi voz no tiene cura. El tiempo a veces puede ser tan tonto que
pasa inadvertido y no remonto sus horas invernales, su letargo infinito, todo
el silencio amargo donde me miro otro, sin remedio: hijo bastardo unánime
del tedio, hijo de ese dolor brutal y largo. Y van quedando atrás todas las
horas perdidas y ganadas, como ausencias, como desorbitantes
abstinencias clavadas en el fondo: las demoras más íntimas, la suerte con
que lloras el hambre de los días. Nada tengo y nada tuve. Yo sólo sostengo
esta breve estación, nadie lo sabe, y vëo pasar el tiempo como un ave si
miro un poco afuera y me detengo.
NIÑA LEYENDO EL NUEVO TESTAMENTO
Y sin embargo, es mucho haber amado,
Haber sido feliz, haber tocado
El viviente jardín, siquiera un día.
Jorge Luis Borges
Hija, es que la eternidad
puede ser sólo una farsa,
mezcla de olivos y zarza,
de lujuria y sobriedad.
Imagínate otra edad
repetida en el futuro,
la gente sin el apuro
de los años, con la suerte
de no temerle a la muerte.
Que falso todo. Que duro.
Imagínate algún piso
con vista a la Tierra y con
libros de resurrección,
sin este ruido plomizo.
Imagínate un aviso
escrito en cada ventana,
sin una palabra llana,
anunciando: “los espero
en el punto 00.
Dios les hablará mañana”
Las calles sin rumbo Norte,
sin Sur, sin Este ni Oeste,
ya no habrá quien le proteste
a Dios por un pasaporte.
Ya no hará falta una corte
para condenar los mitos,
no harán falta viejos ritos.
Miraremos los recuerdos
como números izquierdos,
raros, torpemente escritos.
Todo puede ser confuso:
los parques pueden ser otros,
no seríamos nosotros,
las caras serían de uso.
Parecería algo obtuso
pensar en ordenadores
o hablar de otros pormenores
después de entrar al rebaño.
Puede ser todo un engaño.
Cierra ese libro. No llores.
ABDICACIÓN DEL HEREJE
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa.
Rubén Martínez Villena
Yo podría morir de cualquier cosa,
de convencionalismos y pretextos,
de los indescifrables metatextos,
de la falsa poesis, de una rosa.
Yo podría morir de cualquier cosa,
insisto, puede ser de una sonrisa.
Yo podría morir de tanta prisa,
sin advertir de dónde y qué misiles,
sin contemplar la cólera de Aquiles
ni el halo con que Dios nos circuncisa.
Y es que Dios no reparte sus bocados
en la dosis que el tiempo necesita.
Dios se anuncia de lejos, Dios gravita,
Dios, señores, jamás juega a los dados.
Pero yo, que recé por los ahogados,
llevo el miedo a escapar de mi raíz,
yo que siento en mi voz la cicatriz
de la espera infinita en que me pierdo,
bien pudiera morir sin el recuerdo,
cualquier día, en un barrio de parís.
Yo podría morir de alguna enzima
Judía, de tres clavos sobre el óleo,
de la bolsa, del precio del petróleo,
de una bomba lanzada en Hiroshima.
Yo podría morir de mi autoestima,
de una crónica absurda y despiadada,
yo podría morir de casi nada,
de un falso titular en los periódicos,
de una muerte vulgar que a precios módicos
en nombre de la muerte fue anunciada.
Yo podría morir, en fin, señores,
de la dura y letal melancolía,
de un dolor incurable de utopía,
de mentiras piadosas o de honores.
Duele un poco morir de los rencores,
pero al fin, es probable que suceda.
Yo podría morir de un tiempo en veda,
de rumores triviales del olvido.
Yo podría morir y no haber sido,
al final todo pasa y todo queda.
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