domingo, 17 de junio de 2012

BELKIS CUZA MALÉ [7.035]


Belkis Cuza Malé

Belkis Cuza Malé (Guantánamo, Cuba, 1942) es una poeta, escritora, periodista y pintora cubana.

Realizó estudios de Letras en la Universidad de Oriente y en la Universidad de La Habana, Cuba.

En 1967 se casó con el poeta cubano Heberto Padilla.

Aunque Belkis inicialmente apoyó la Revolución llevada a cabo por Fidel Castro, posteriormente se convirtió en un crítico censor de la misma. Fue encarcelada al mismo tiempo que Padilla en 1971 acusada de "escritura subversiva", en lo que posteriormente se conoció como "el caso Padilla".

Ella y su hijo pequeño se exilaron en los Estados Unidos en 1979. Posteriormente el gobierno cubano autorizó la salida de su esposo.

Vida en Estados Unidos

Ya en Estados Unidos, y tras lograr la salida de Cuba de su esposo, Belkis fundó en 1982, en colaboración con Padilla, Linden Lane Magazine. En 1986, fundó La Casa Azul (www.lacasaazul.org) centro cultural y galería de arte cubano, en Fort Worth, Texas y que tras la muerte de Heberto, en el 2000, lleva su nombre como homenaje a su memoria.

Actualmente reside en Fort Worth, Texas.

OBRA

Poesía
El viento en la pared (1962)
Los alucinados (1962)
Tiempos de sol (1963)
Cartas a Ana Frank (1966).
Woman on the Front Lines. (Incluye Juego de damas y El patio de mi casa) (1987)
En busca de Selena (1997)
Juego de damas (2002)
La otra mejilla (2007)
" Los poemas de la mujer de Lot" (2011)

Biografía

El clavel y la rosa: biografía de Juana Borrero (1984)



Mujer brava que casó con Dios

                                    A Sor Juana Inés de la Cruz

Me la imagino toda de blanco,
pintando las paredes del convento con malas palabras,
abrumada por el calor, por los mosquitos,
y el desierto que era su celda.
Supongo que mucho antes, había cometido un desliz
con un caballero que por aquel tiempo
ya era casado, pero que reconstruía su vida de soltero
cada vez que la besaba.
Estoy segura de que cuando él la abandonó,
ella quiso entregar su cuerpo al diablo,
hacerse una mujer práctica e indigna,
y que compró dos o tres trapos femeninos,
lloró un poco
y luego se dijo: “toda la maldad del mundo son los
hombres”.
Creo, es más,
que no procuró olvidarlo,
que llevó un record de las batallas que ganaba,
y que solamente cuando lo mataron
en aquel lío de mujeres
ella puso sus ojos en otro,
y que casó con Dios, el impotente.



La canción de Sylvia Plath

Con mucho amor,
con miedo a borrarte del mapa de los vivos,
he limpiado tu libro de poemas,
como una enfermera que curase una profunda herida.
Te he recuperado de aquel hùmedo y viejo sótano,
¿te acuerdas?,
donde te dejé al cuidado de una amiga,
antes de nuestro viaje a España.
No podía llevarte conmigo:
estaba toda esa carga de seres muertos y vivos
que uno arrastra de un sitio a otro del cuarto, en las maletas,
de una desdicha a otra felicidad incumplida.
Te quedaste allí, junto a los demonios de la casa,
en aquel frío, viejo y húmedo sótano,
vociferando tu amenaza de siempre:
“I am only thirty.
And like the cat I have nine times to die”.
Te recuperé llena de moho, con grandes manchas
en el rostro,
un tulipán en cada cuenca de los ojos,
una muñeca cosida a tu vientre,
pero tenías el corazón radiante.
Nada te alegra más que ver la luz,
y el sótano de mi amiga es una cueva,
un cementerio de voces arrancadas de cuajo como las lilas,
y tú, llena de ideas geniales sobre la muerte,
sòlo quieres disputarle la sombra
a las pequeñas llamas del infierno.

Abril de 1989

 

La heredera

Los herederos de Miss Holland,
de Pyne St.,
se han desecho de sus pertenencias:
una gran tetera de terracota,
una lámpara de aceite,
una huevera ligeramente desportillada,
un salero de porcelana amarilla, sin tapón,
una cajita de metal con un paisaje
que imita a Watteau y a la felicidad,
una bandeja pequeña de plata
donde alguien grabó con sus uñas
(y sospecho que con su sangre)
el nombre Scotland;
un cazo para calentar la salsa del pudding,
un tazón hondo de porcelana china
pintado con flores del Inferno;
una muñequita verde, en cera, reminiscencia
del tulipán,
que se salvó de alguna quema de brujas.
Una cajita de rapé Helme, el mejor.

Yo soy ahora la única heredera de Miss Holland,
pues del latón de la basura
rescaté su precioso legado.

Princeton, mayo 13, 1985

 

Maniquí

La envidio,
ella usa un vestido de dos piezas de Chanel,
una cartera de Gucci,
unos zapatos de Ferragamo.
La boca ríe con rojo de Estée Lauder
y Elizabeth Arden le delinea los ojos desafiantes.
De Ralph Lauren es el tatuaje de la piel,
y de Geoffrey Beene, las piernas.
Huela a Paloma Picasso, a agua de coco y a verbena,
no usa sostén,
pero el bikini es un diseño de Valentino.
Para el sol, cristales oscuros de la Loren.
Y a la hora de la verdad
nada como su Rolex con brillantes.
Ah, el alma le fue cortada y cosida en la casa Dior
sobre hermosos brocados persas.
Si no me quisiera tanto a mí misma
me gustaría ser ella,
la dama fea del perrito.

Abril de 1991




DE SU POEMARIO "JUEGO DE DAMAS".

LOS FOTOGÉNICOS

Por las esquinas amarillentas de la hoja de papel,
se les ve caminar, desaparecer al doblar la pagina.
Habitan una isla en el trópico de la guerra,
una isla donde todos los vasos están rotos,
una isla a caballo.
Entran en los suburbios de la tarde
y en los hoteles de paso,
navegan en una cama de velas blancas,
mientras él canta y ella es un ruido más,
una ola debajo de la cama.
Mejor callarse y dejarlos que duerman
                     y dejarlos que vivan
                     y dejarlos que mueran.
Al pie de la foto unas cuantas líneas
atestiguan el hecho:
ninguno está seguro del otro,
pero navegan,
navegan por la isla por todos los mares del mundo.



LAS CENICIENTAS

Somos las cenicientas.
El señor Boticelli pintó para nosotras
las tres hadas madrinas.
No somos inocentes.
El Prínicipe nunca nos ha besado.
No hemos pisado su recámara,
ni lamido su vientre.
Vivimos en la cocina,
nuestra luna es el fuego.
Nuestros pies son enormes;
un baño largo no nos vendría mal.
Andamos en sayas rotas,
con las greñas al aire
y comemos pan duro.
No somos inocentes.
Por negritas por feas y por putas
fuimos chifladas en el certamen de Miss Universo.
Pero gritamos (las deslenguadas)
¡merde! al culo del rey
y ¡merde! a sus ministros,
aunque ellos rabien con nuestra peste.



BIOGRAFÍA DEL POETA

Para la biografía del poeta,
olviden el verdadero tono con que hablaba,
sus amores de guerra,
los rasgos físicos
(ojos café, naríz sin suerte),
la vida en familia,
su fórmula para conseguir enemigos,
su asombro, su pereza, su virtud.
Olviden quién lo trajo al mundo,
en qué mes y en qué año se produjo la cosa.
Tengan en cuenta solamente
las ciudades que no amó ,
el tipo de mujer que despreciaba
y la influencia de William Blake en su persona.



OH, MI RIMBAUD

He aquí que Rimabaud y yo nos hacemos a la mar
en un gran elefante blanco,
nos perdemos en la bruma inconsolable de unos ojos
y como colegiales reincidimos de pronto
en el amor.
Él me toma de la mano y la rechaza con un grito.
Luego,
abandona a las aguas
y atraviesa otros mares y otros ojos
y se queda sin mí,
me regala la cabellera roja de sus sueños,
el pálido color de sus mejillas,
un espejo.

Cuando aminore la tormenta y su caballo
descubra el camino,
volverá dueño y señor del vellocino de oro,
jovial y para entonces harto ya de mí.



ESTÁN HACIENDO UNA MUCHACHA 
PARA LA ÉPOCA

Están haciendo una muchacha para la época,
con mucha cal y unas pocas herramientas,
alambres, cabelleras postizas,
senos de algodón y armazón de madera.
El rostro tendrá la inocencia de Ofelia
y las manos, el rito de una Helena de Troya.
Hablará tres idiomas
y será diestra en el arco, en el tiro y en la flecha.
Están haciendo una muchacha para la época,
entendida en política
y casi en filosofía,
alguien que no tartamudee,
ni tenga necesidad de espejuelos,
que llene los requisitos de una aeromoza,
lea a diario la prensa
y, por supuesto, libere su sexo
sin dar un mal paso con un hombre.

En fin si no hay nuevas disposiciones,
así saldrá del horno
esta muchacha hecha para la época.


Para que la muerte no te toque

                               A la dulce Elena en su tránsito

Para que la muerte no te toque
con su lapis lazulí
hemos preparado los instrumentos de alabanza,
el salterio, el arpa, los címbalos,
y añadido el clavicordio y el trombón,
pero la trompeta se la dejamos
a Dios.
Sólo él puede rugir desde lo alto del monte
y apedrear con su voz a los cernícaros,
y trozar las espadas del Maligno
para que no desollen tu cuerpo,
ni hagan pasto de tus ojos.
El veneno ha sido puesto a buen recaudo
al igual que los enseres del doctor.
Sométete, dulce presencia,
a sus designios,
y dibujemos, para protegerte, el círculo de fuego
donde yazgas como piedra preciosa
escondida en el polvo.
Agarrados de las manos,
--árbol de mil ramas--,
entonemos cantos de alabanza a Dios,
por habernos regalado tu presencia,
por compartir con nosotros los días y las noches
del exilio, sus nardos, sus tiernas azucenas,
la fina capa de hielo conque amuralla la ciudad
para que no escapes todavía.




de "Los Poemas de la Mujer de Lot"


Summertime in Princeton

Bienvenida la mañana
y la música casi vulgar de los pájaros
recién nacidos,
mientras el niño
bebe su jugo de frutas
sentado como un jefe indio frente a la TV.
El verano quiebra la paz de esta casa,
y andamos por ahí todo el tiempo,
empujando la puerta de tela metálica,
dando vueltas con la sangre ardiendo,
dispuestos a olvidar,
aunque luego no recordemos qué,
ni a quién, pues
el olvido llega de tarde en tarde
como el verano,
y llena de pulgas al perro
y de telarañas al árbol,
ese tilo que crece en el patio,
olvidado,
a la intemperie,
a ratos delirando,
deshojándose, crucificado,
y convertido luego en espantapájaros.
Hasta que una tarde cualquiera
lo arrancan de cuajo,
como el que arranca un ojo al enemigo,
ese vecino que no habla nuestra lengua.
Ten paciencia, me digo sin éxito,
es el verano:
abre las ventanas de esta casa,
y que la música de los pájaros recién nacidos
picotee en tu alma.


La mujer de Lot
                   
I

la mujer de Lot
despertó esta mañana de su largo sueño,
pero sólo para ir y esconderse en el caracol
de los almendros.
Quiere que nadie la vea
y cantar a solas su dolor.
Vestida va a de negro,
el pelo suelto, la luna sobre los pechos..
Delgada y transparente como cristal
juega a estar muda, ciega y sorda.
Pobre mujer, grita la ceiba del patio,
que ya no guarda secretos para ella,
pues alguien se orinó en el caldero
de los hierros.
Así la exorcisaron para siempre
el tomeguín y la guadaña,
la marea y el sol,
los niños.
Pieza frágil y delicada de museo,
sobrevive a su propia leyenda.
No, no es cierto que miró al abismo
del pasado
ni que se enamorase
de ese par de ángeles que
anunciaron el fuego sobre la ciudad
y las almas.
En medio de la agitación neoyorquina,
—o fue en alguna calle de Sodoma—,
las mujeres del Barrio la recuerdan con nostalgia:
!Era tan bella,
tan sencilla, tan humana,
que nadie puede imitar su estilo,
ni siquiera Jackeline Kennedy!
!Dios mío, si fuera posible pasar inadvertida
soñar a solas sobre un banco del Parque Central
o del Retiro, o quizás aquel otro de la Avenida 31,
junto al Almendares,
nada de de esto le estaría pasando ahora
a la princesa de sal,
muda y triste, mientras la nieve la decora,
y la ventolera que llega del desierto
estropea su figura de muchacha de telenovela.
No dejes, Señor, que la envidia ajena
la convierta de nuevo en una estatua de sal.


II

La mujer de Lot ha vuelto a bajar del pedestal,
esta mañana la devora un nuevo pensamiento,
una flor violeta sobre el pelo,
labios de nácar
y el viento que agita su corazón
como un pañuelo.
Esta mañana es otra y es la misma,
rubia hoy, coqueta y hermosa siempre,
se mordisquea las uñas
mientras camina a tientas las calles del Destino.


Oda para un conquistador de lo desconocido

Asumió la pasión de los hechizados, 
de los que tiemblan sin suerte 
en la agonía; 
prediciendo como el astrólogo 
su propia incapacidad de sobresalto 
cruzó el mar, 
no se supo nunca por qué, 
y en función de la eterna parábola, 
la que menos le gustaba 
-un destino o una vida por otra- 
hizo que todos los fuegos iluminaran 
el cielo, 
su gran mansedumbre, sus íntimos rincones, 
la gran antesala de lo histórico. 
Poco importaban el hombre y su ciega misión 
por conquistar la suerte, 
poco el sufrido antepasado del bosque, 
la vieja raíz peleando con los pájaros. 
Alguien, el menos indicado, 
le sobrevivió para contarnos 
que ni la vanidad ni el temor a lo desconocido 
lo apartaron del camino. 
Ya no habrá regreso, ni mar, 
ni sombra. 
La calumnia no perdona a sus victimas. 




De Tiempos de sol (1963)

I

¿Hacia dónde la mano se mueve
en virtud de señales
que le alarguen su sueño?
Hay cierta claridad insatisfecha
en las márgenes abiertas
de los ríos
pletóricos de gentes desvirtuadas
con la ropa
transparente de miserias,
y los labios apretados
haciendo muecas insolubles
de veneno.
Entre ellos estoy:
clavado en la pared invisible
del invierno,
sosteniendo a los que caen,
alterando la conjura del tiempo.
¡Dadme una mano!
Comprendan que la luna
tiene un solo ojo,
que hay raíces profundas
en mis ropas,
y manchas de colores
en las cimbras del planeta.

En este hoyo insondable
                                       del mundo,
la cara del viento está muy roja,
como avanzando
en una marcha sin camino,
y trotan mil caballos a la izquierda
y cien mil relinchan a la puerta
descompuesta de este infierno.
La mano que ha perdido el cuerpo
se recuesta a la altura
                           &nbspdel techo
y llegan a los ojos
y a la firmeza de los muertos
en combate,
contra esta saliva que nos cubre
y empapa el cerebro.

La tierra posee al hombre,
             y a todo lo que palpite
                           en un círculo de fuego
                                         espeso.

 
III

Lloverá la paz:
agua de mármol y de incienso toda,
que cubre el pecho de la tierra seca.

Sobre la cabeza del buey color de piedra,
sobre las raíces de las estrellas,
sobre la espina dorsal de la mesa,
sobre la onda y la grieta,
lloverá la paz,
y se ahogarán de frutos siderales
las cosechas,
y la espuma del mar
formará huracanes y gotearán palomas
de las cuevas.

Lloverá la paz:
el día durará
lo que el viento tarda en recorrer
el espejo.
La paz lloverá
sobre la cara cortada de la guerra.
Así sea.


IV

De quién es esta boca
que no dice nada?
De quién son estos ojos y estas manos?
Acaso las trajo el aire?
Estos ojos y esta boca y estas manos
pertenecen a la sombra del tiempo;
son producto de un árbol subterráneo;
son líneas verticales en la arena.
¡Y están heridas de un silencio húmedo y extraño!
Hacen falta
cien bocas,
cien ojos,
cien manos,
y romperemos el sonido en palabras.
Pido la semilla
para ir a sembrar en la doble curva del tiempo,
este silencio que hiere
la palabra.


V

No puede el mar tragarse todo el cielo:
la niebla ruborosa
entume la arena,
y no le quedan al hombre
más que sus brazos
y un puñado de anhelos
             con que comprar ventosas de hierro.
Esta lengua
también forma parte de la ciudadela.
Yo regreso de
un lugar a donde no llega
el olor seco de una rata.
Confieso
que el futuro está muy cerca
para adentrarse en mis ropas
como un muerto.
Mis cabellos
son lo único que tengo:
mis cabellos
y una cruel inocencia
en la mirada;
que a veces me turba y acongoja.
Es que el tiempo
no transcurre de este lado?


VI

Tengo tanto que decir
que empezaré relatando
la simetría roja de mi cara
que a veces quiere asesinar
mi frente
y trasponer los límites del alba.

El hombre sostuvo
la guerra:
yo fui a recoger mi cuerpo
tendido en la parte alta del tiempo.
Luego el siglo
(que no tenía cien años, sino mil muertos)
compuso a su manera
una nueva figura equilibrada
a la época.
De ahí surgieron sombras blanca
en mis dedos
y mi techo se llenó de goteras
hasta inundar el aire
de recetas amargas.

El hombre no zozobra
porque no tiene tiempo para ello.


VIII

No toquen cornetas a estas horas:
dos pies andan, andan por el mundo
dos pies sin intestinos,
dos pies,
dos pies,
y un árbol gigante
en una mano.

No llamen al hombre a hacer la guerra:
dejemos que mañana
(mañana no es futuro)
se tumbe a descansar el río
en el agua.

No convoquen al sueño en asamblea:
el vaso de cristal rompe el nido de aves.
Este no es mi pueblo
(a él vine en un huracán de madrugada);
y este sol es el mismo
que quemó mi voz derramada
en la ventana.

No toquen cornetas a estas horas.
No llamen al hombre a hacer la guerra.
No convoquen al sueño en asamblea:
y todo porque el perro
no muerda la campana.


XIV

La retina del agua en mis zapatos
oxidando al toro en su forma más humana,
me lanza en la vertiente norte del
espacio.
Llueven siniestras soledades
en mi mano.
Todo no es igual,
ni el invierno enquistado en los ojos,
ni la lucha del insecto por ser hombre.
Ya nada puede, ni debe tener
la solvencia amarga del ciclón
aplastando al cuerpo
junto al banco verde del parque.
Has de ser distinto,
distinto,
porque afuera crujen ramas
y no hay árboles;
hasta yo misma he cambiado
y hay una súplica de pájaros sangrantes
             y desposeídos de sus alas.

A tientas recorro la parte oscura
del agua,
y doy vueltas alrededor
de esta calle que no conduce a ningún lado.
Ya cesa la lluvia
Y me voy a liar con esta voz
                         el dulce canto del gallo.


XV

Fue ayer,
manchas de sol asolaban la hierba del océano,
la calvicie incipiente de la piedra
entre la rugosa piel del valle
latía, como un pulso intermitente
de dos bocas.
El mar dormía entre los brazos
duros del hombre,
y una sonrisa azul bañaba la costa.
Vino el huracán de otro mar
hecho de raíces y hombres
comidos por el fuego,
y lentamente como hace siglos
la tierra se descongelara,
el mar se sumió en la guerra
contra el hombre:
le arrebató el sueño y fue a tenderlo
en una oscura sabana,
a donde solo llegaba el abismo
como una telaraña eléctrica,
le ahogó en su geografía aventada,
le sumió en la soledad del tiempo,
(el hombre no conocía entonces la tristeza),
le echó del edén y adoptó la serpiente como escudo,
(crecían allí manzanas como bocas incendiadas),
y ahora el hombre
construye un océano con sus brazos
hinchados de trabajo.
(Ya el hombre no tiene
por qué regresar al mar).

 
XX

Conocía su nombre de ocho letras sacras
formando hilos de rocas.
Conocía el meridiano del trueno sin el rayo
que a veces rozaba la cara de un cometa cristalino.
Conocía la figura pura
del niño muriéndose en el ojo mineral del juguete.
Conocía las puertas cerradas a empujones por el aire,
suelto en un rocío de veneno.
Conocía a la mujer
que ahuyentaba con su risa al huracán,
en la periferia del invierno.
Conocía la pala dorada del ave
abuchando entre sus alas el resplandor surgido
del eco.
Conocía todo lo que por razones gramaticales
ignoraba la curva cóncava del vaso roto del mantel.
Conocía lo que hubo escondido en el átomo
cuando era indivisible el tiempo.
Conocía lo que existe y lo que no existe,
lo palpable y lo impalpable,
esta forma y otra forma.
Conocía
la extensión del hombre sobre la Tierra.


XXI

El planeta a donde solo se conoce
la mancha rota de la nieve
sobre la frente del invierno,
ha dejado escapar la luna que nunca
estuvo prisionera.
En la muerte no existen testigos
que impidan su larga presencia disociadora.
En el letargo del arado,
el buey es un ancho pozo de semillas sin sembrar
en la arena de los ojos.
En el hombre recién nacido
la noche no produce el símbolo del miedo.
Yo le pido a la Tierra
que libere a la Luna.
Yo le pido al hombre
que libere a la tierra del ladrido
cimbrándole el rostro.


XXIV

El cañaveral se ha dormido
en los párpados de una serpiente blanca.
Silencio: que no trote tu corazón
caballo de plata.
Silencio: que el abuelo materno del otoño
no desprenda tus ramas, árbol clavado en mis venas.
Silencio: que el tigre no ofrezca
sus colores geométricos al rayo de metal.
Silencio: que la hierba no crezca
en las venas rojas de este año.
Silencio: que el huracán no desprenda
sus pestañas lumínicas.
Silencio: que el niño ahogue su llanto
de tres sílabas, en la ola dorada del alba.
Silencio: que los cuernos no se adelanten
en la carrera, al venado.
Silencio: que el invierno no recoja en su pala,
la cabeza rota del ganso.
Silencio: que el hombre no vague entre las laderas
escarpadas de la prehistoria.
Silencio,
que por una vez duerma el cañaveral,
y no el hombre.


XXIX

Hace tanto
que camino este siglo,
y oigo pasos en mi ropa
como muertos que se duermen
con el agua de este pueblo
todo fiera y todo valle.

La noche tiene olor a pan recién sembrado,
me escondo tras la escalera,
llamo
y no responden.
Un ciego roza la calle con sus ojos muertos
en este siglo en que yo ando.
No he vuelto a ver a mi prima.
Habrá crecido su llanto?

Hace tanto que
camino este siglo,
este minuto…


XXXI

Aquí llegué
cuando la serpiente tenía un olor a vino
agrio entre sus dientes.
Entonces en el pueblo había una casa vieja
cada año;
y teníamos que desenterrar a los perros,
muertos entre la cola blanca
de la luna.

Un pájaro verde posó sus alas
                          entre el fuego del rayo:
desde entonces el río se desangra
                          en mis brazos
como hilos de plata.


XL

Después
fue el fuego sanando las heridas del hombre;
             la              mejilla injertó en la nieve;
             y el cono blandió relinchos de agua
en los ancianos de todas las calles.
Yo,
(que era parte de mi ropa y mi sombrero negro)
y tenía guardado en mis bolsillos[5]
estrofas cortas de estos últimos años
de guerra,
             vistos entre el viento espeso de mi casa;
fui a sentarme
junto a todas las noches,
junto a todos los peces de cabellos blancos,
junto a un planeta marino:
junto a mi cara
desplazando raíces en las grietas del aire,
como un niño muerto
                          mientras contaba sus años.
Yo era entonces
el gemido plano del rayo.



XLIX

Por el rostro purulento del árbol
el río vierte
sus insensibles abrazos de agua,
trenzando
luciérnagas,
destrenzando
penínsulas blancas.
Al hombre lo encontraron
rompiendo con un hacha venenosa
problemas aritméticos,
en la línea recta de su cara.
El río es como un hombre
siempre inmerso en la tierra.
Siempre….?


 


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