Jorge Rojas
(Santa Rosa de Viterbo, Colombia 20 de noviembre de 1911 - 1995). Escritor colombiano, abogado, fundador del grupo Piedra y Cielo (1935) y patrocinador de la revista del mismo nombre. Su primera obra poética "La Forma de su Huida" (1939) revela el culto a Juan Ramón Jiménez, que se extiende a Pablo Neruda. Su poesía se torna americanista, y adquiere un tono intimista y sensual en "La Ciudad Sumergida" (1939), "Rosa de Agua" (1941), "Soledades" (1948), "La Doncella de Agua" —drama teatral en verso— (1948), "Cárcel de Amor" (1976). En su último poemario "Huellas" (1993), demostró el conocimiento de la poesía clásica y romántica españolas y retomó con madurez sus tópicos favoritos: el transcurrir doloroso del tiempo, la muerte y el amor, con precisión admirable, en versos de acabada factura y en un ambiente poético de sueño. Fue el fundador, en 1969, y primer director del Instituto Colombiano de Cultura COLCULTURA, hoy Ministerio de la Cultura, e iniciador de la publicación de importantes obras de autores colombianos en ediciones de bolsillo a precios populares.
Entre las muchas cosas que hizo Jorge Rojas, podemos destacar la donación del terreno para la contrucción de la Iglesia y el Colegio de Quiba. Quiba es una hermosa población ubicada al sur de Bogotá en la parte rural de Ciudad Bolívar (Bogotá) de la cual el poeta se expresó así: "Quiba que en Chibcha significa “Bosque Hermoso” y también “Mirador”, permite ver algunos de los árboles nativos que han dado sombra a través de los siglos...".
El agua
Beso sin labio, novia en tu desvelo
Esperando una boca que te beba;
Y niña aún si un cántaro te lleva
Arrullada en los brazos bajo el cielo.
Llueve, y el mundo goza de tu vuelo;
Danza la espiga, ábrese la gleba
Y es más dulce cantar cuando se prueba
Tu líquido que sabe a nuestro suelo.
Saltando entre los juncos extraviada
En busca de la sed, corza ligera,
Has quedado en mi mano aprisionada.
No importa que quien te haga prisionera
Te dé su forma, corre alborozada
Persiguiendo tu forma verdadera.
El salmo de los árboles
Si quieres acercarte más a mi corazón
Rodea tu casa de árboles.
Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
Mientras menos lograda más lejos de la muerte.
Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
Cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.
El grillo que devana su pequeña madeja
De soledad y extiende su música en la hierba.
Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
La fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.
Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
El césped silencioso y el agua cantarina,
Y el quieto surtidor verde de los sauces
Para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.
El huso de los pinos donde la sombra crece
Que hile la blandura de los atardeceres.
Y cuando esté maduro el silencio del bosque
Pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.
Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
Con la misma dulzura con que se toca un arpa.
Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
Te entregue la delicia de las futuras pomas.
Y las redondas bayas -madurez y deseo-
Pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.
Y decoren de plata sus hojas las acacias
Como si amaneciera la luna entre las ramas.
Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
Un loto te recuerde bajo la luz tranquila.
Y la savia palpite si grabas en los robles
El contorno perfecto de nuestros corazones.
El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
A tus manos la ausente materia de mis sienes.
Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
Como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.
Despertarán entonces al vaivén de las ramas
Más pájaros que cantos caben en la mañana.
Y la luz será lira sostenida en el aire,
Iniciación del alba, límite de la tarde.
Acércate al rumor del viento entre los árboles,
Amada, y sentirás el rumor de mi sangre.
Lección del mundo
Este es el cielo de azulada altura
Y este el lucero y esta la mañana
Y esta la rosa y esta la manzana
Y esta la madre para la ternura.
Y esta la abeja para la dulzura
Y este el cordero de la tibia lana
Y estos: la nieve de blancura vana
Y el surtidor de líquida hermosura.
Y esta la espiga que nos da la harina
Y esta la luz para la mariposa
Y esta la tarde donde el ave trina.
Te pongo en posesión de cada cosa,
Callándote tal vez que está la espina
Más cerca del dolor que de la rosa.
Acción de gracias por el beso
Gracias, amor, de nuevo tu criatura
se inclina al vasallaje de tu peso.
Encadenado estoy, me tienes preso
entre la red sin par de tu hermosura.
Gracias, amor, por esta cosa pura
que a través de la carne te alza ileso.
poder la boca convertirse en beso
es ser el fruto sólo la dulzura.
No importa, amor, que el labio ante el abismo
del gozo haya quedado silencioso
si es casi el pasmo como el verso mismo.
Gracias, pues tu lenguaje me ha enseñado
que en el silencio todo es más hermoso
y lo callado es más que lo cantado.
Aire de entonces
El aire de un abrazo de ríos sin deseo.
Los árboles, un aire vegetal de palomas.
La tarde era un ligero movimiento del párpado,
y la escarcha, la espuma fácil de tu sonrisa.
La veleta era el viento clavado en una espina.
Tu niñez, la distancia que había entre los lirios.
Orilla de tu sueño y pestañas de música
era entonces el ojo limpio de la mañana.
Venías de más lejos que un hombre de un olvido.
En tu lejana sangre había brumas y mástiles.
Entonces yo era triste y miraba el silencio
creyendo que el silencio era la oscuridad.
Todo mi afán de viajes ancló sobre tu piel
que iba bajo el sol sosteniendo la luz;
proa, el pecho hendía dulcemente los días
y el corazón sabía cómo es de azul el mar.
Por cada rosa un sitio en el aire tus hombros
dejaban redondeado por dónde tú pasabas,
y el viento en tus cabellos era sólo un pañuelo
estampado de aromas y soplos de colores.
Tus ojos no tenían color que yo pudiera
decir como palabras: «saúz» o «golondrina».
corrías como el agua y el agua de tu risa
subía a los tejados a hacer la tarde clara.
Hoy que ni los espejos saben cómo mirabas
cuando tu edad de lino te daba a las rodillas;
yo te recuerdo y digo simplemente las cosas
como si las sacara de una gota de agua.
Era entonces el tiempo dulce de nuestro encuentro.
La saeta era un rumbo sin ¡ay! en la llegada.
El jazmín, un recuerdo de olor en tu memoria.
Y el bronce era una brisa con olor de campana.
Angustia del amor
Bajo mi piel, ¡qué viento enloquecido,
por valles de la sangre y sus colinas,
estremece un rosal, de más espinas
que de fragantes rosas florecido!
¡Qué agreste furia, qué hórrido sonido
de árbol cayendo y ciegas golondrinas
convoca su ulular entre las ruinas
de un efímero beso consumido!
¡Qué amargo mar su desatado llanto
encrespa entre mi ser! ¡Qué tolvanera
de angustia envuelve el hálito del canto!
¡Amor, fugaz Amor! Sin ti no fuera,
dentro de mí, un vértice de espanto
la hora, en cada instante pasajera.
Confidencia
Somos el uno para el otro, ¡mujer!
Nuestros corazones se encuentran
en la misma palabra del libro que leemos,
va nuestra mano trémula,
en busca de una misma rosa.
A veces no me atrevo a mirarte
pues tus ojos límpidos
no soportarían el resplandor que me ciega.
Y de repente nuestros labios se juntan
y no los separa ni el rayo.
Y nuestra propia muerte tiene que esperar
hasta que nuestros cuerpos
den paso a cualquier otro designio.
Crepúsculo
Intuyo tu presencia.
Silencio de tu voz.
Vives en el paisaje.
Pura prolongación.
Nos llaman. Despertamos.
Van tus cabellos sueltos
-estandartes de sol-
comandando los vientos.
Los caballos galopan
y la tarde agoniza.
¿Brisa? Ciclón al frente
de rosas amarillas.
Cuerpo en la oscuridad
Te adivino tendida
bajo la leve túnica
de aroma que te cubre,
mientras el sueño mide
el espacio profundo
que hay del párpado al alma.
Respiración y nieve
hacen bajo el perfume
invisibles colinas;
la oscuridad me llena,
la ansiedad de tus formas:
montes de lilas pálidas,
desmayadas palomas.
Trino de amanecer,
sombra de arbusto fresco,
eres nueva en mis manos
sólo por el milagro
del mundo en las tinieblas.
¡Qué rosas de tu cuerpo
florecen al hallazgo
múltiple de mis dedos!
Te palpo y eres mía
y mis manos son cestas
para el fruto del tacto
maduro ya, en la rama
trémula del deseo.
Declaración de amor
¡Oh! mi enemiga,
a medida que me cuentas tu vida
cómo hierve dentro de mí un veneno dulce,
un humor amargo, una uva terrible.
No he debido saber ni de dónde venías.
¿Qué más daba, un remoto país
o un reciente amante?
Quiero exterminar todos los sitios
donde estuvo tu corazón o tu piel.
Mas, oh encadenado, sólo puedo volver añicos
este mapa de colores que pinté cuando niño.
¿Qué más debo destruir? ¿Nada más?
Sí, también, cada día, morderé en tus labios
todos los besos que ahí han quedado
junto a los nombres de las ciudades.
gracias
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