Pedro Miguel Obligado
Pedro Miguel Obligado fue un poeta, profesor, ensayista, conferencista y guionista argentino que nació en Buenos Aires, Argentina, en 1892 y falleció en la misma ciudad en 1967.
Su poesía era de raíz hondamente romántica. En 1918 publicó el libro Gris y luego El ala de la sombra (1920) con el cual obtuvo en 1926 el Primer Premio Municipal de Poesía. En 1926 publicó El hilo de oro que fue galardonado con el Premio Nacional de Letras de 1926, premio que volvió a recibir en 1933 por La isla de los cantos. Fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía de los años 1946, 1947 y 1948 por su obra Melancolía (1945); publicó Los altares (1959) y en 1971, póstumo, El andén con sus últimos poemas. Leopoldo Lugones afirmó: “Podríamos definir la poesía de Pedro Miguel Obligado con esta expresión titular: Historia de una melancolía.”
También realizó traducciones y escribió poemas en prosa, reunidos en El canto perdido (1925), ensayos y guiones cinematográficos. Entre sus ensayos se cuentan La tristeza de Sancho (1927) y Qué es el verso (1957) y entre sus traducciones de textos teatrales se encuentran obras de Fernand Crommelynck y William Shakespeare.
Docencia y actividad gremial
Obligado obtuvo su diploma de abogado en 1916 y colaboró en periódicos de información general y en revistas literarias, entre ellas Martín Fierro, que inicia el movimiento de vanguardia en 1919. Se desempeñó además como profesor de psicología y, a partir de 1938, fue presidente de la Sociedad de Estudios Lingüísticos y en 1928 integró la primera comisión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores encabezada por Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga.
Premio
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina le otorgó el premio Cóndor Académico al mejor argumento originl de 1949 por Almafuerte que escribiera en colaboración con Belisario García Villar.
Filmografía como guionista
Argentina tierra pródiga (1963)
Surcos en el mar (1956)
El amor nunca muere (1955)
Pecadora (1955)
El grito sagrado (1954)
Nacha Regules (1950)
Almafuerte (1949)
Historia de una mala mujer (1948)
Albéniz (1947)
En el viejo Buenos Aires (1942)
Embrujo (1941)
La chismosa (1938)
Obras
Ausencia (1945)
A Gris (1918)
El ala de la sombra (1920)
El hilo de oro (1924)
El canto perdido (1925)
La tristeza de Sancho (1927)
La isla de los cantos (Poesía) (1932)
Melancolía (1943) o (1945)
Qué es el verso (1957)
Los altares (1959)
A una mujer lejana
Como un jazmín perfuma, porque nos da su esencia,
Tu belleza hace extraña música de tu ausencia.
Imposible y lejana, quizá no vuelva a verte,
Ni después de las noches glaciales de la muerte.
Y por mucho que vuelen con las alas del viento,
No subirán mis rimas hasta tu sentimiento.
Aunque eres un pasado que no llegó a existir,
Para mí, cual los sueños, eres del porvenir.
Nos unió un mismo viaje con diversos destinos,
Y fue como un arroyo que se abre en dos caminos.
Tu gracia era, de triste, cual una poesía,
Y tu pudor, de intenso, casi coquetería.
En tu boca ideal, como un beso muy ágil,
Florecía una vida que de tan pura es frágil.
Y tal como el espejo se ve a través de un monte,
Recorría tus ojos que eran un horizonte.
Y porque te adoraba con íntima vehemencia,
Si decía tu nombre, ya era una confidencia.
Me enseñaste el amor que soñaba mi anhelo,
Como revela un astro la grandeza del cielo.
¡Eran nuestras dos almas, las riberas obscuras
De un río azul que hacía más blandas las alturas!
Y ahora que te hallas lejos sé que la dicha existe;
Pero que siempre vuela, puesto que tú te fuiste.
¡Cuando se llevan alas es tan fácil volar!:
Y tú eras una vela desplegada en el mar.
Todo un jardín marchito de florecer, me agobia:
¿Si me habrás olvidado? ¿Si estarás ya de novia?
Por suerte la distancia suaviza lo imposible,
Y se puede esperar en lo que no es visible.
Y así como la vida no impide que te quiera,
Tal vez este cariño, con la muerte, no muera.
Ausencia
La rama de los astros se estremece en la altura,
Movida por el viento de la eterna armonía,
Y el silencio murmura
Su vaga poesía.
Tú ya no estás conmigo para hacerme dichoso,
Y te hallas tan lejana, que eres una tristeza;
Pero todo, esta noche, se vuelve más hermoso,
Tal como si estuviese pensando en tu belleza.
Un arroyito claro por la pradera, ondula,
El temblor de las plantas le descubre su anhelo,
Y la tierra se azula
Deseando ser un cielo…
Siento que te aproximas en esta noche tierna;
Pues aunque vives lejos, el ensueño nos une,
Como a dos estrellitas una misma cisterna,
Donde la fantasía del agua las reúne.
La belleza es misterio que tu amor profundiza,
Tu recuerdo en guiadora claridad se convierte;
Y la ausencia idealiza
La pena de quererte.
¡Si no sólo en mis versos, si en realidad vinieras!
¿No oyes la melodía que, de cariño, llora?
Se muestra el mundo bueno, como si me quisieras…
¿Dónde estarás ahora? ¿Dónde estarás ahora?
Íntima
¿Qué soledad, Dios mío, qué soledad es esta?
He derrochado en vano mi bondad y cariño,
Como quien echa flores a un arroyo que pasa;
He puesto el corazón ante todas mis cosas,
Como escudo, y lo han roto con violencia los golpes;
He querido tener una casa en las nubes,
Donde abrir una puerta fuese ver una estrella;
Y el viento se ha llevado las nubes y los astros…
Y sin embargo tengo, como todos, un alma.
¿Qué soledad, Dios mío, qué soledad es esta?
No encuentro quien me quiera; ¿no es cierto que parece
Una frase tan solo para la poesía?
Y es la verdad: no encuentro… Yo he visto la mirada
Celeste del cariño; pero la he visto siempre
Como se ve una estrella caer sobre la tierra
Y que nunca desciende donde estamos nosotros…
He observado caricias que extenuaban dos manos;
Y he oído palabras que eran besos con nombre,
Como unos pajaritos que iban para otra selva…
Y sin embargo tengo, como todos, un alma.
¿Qué soledad, Dios mío, qué soledad es esta?
Y la vida se vuela, y la paso diciendo
Lo que dicen: -¡Qué hueco!-. En silencio me marcho.
La maldad y el desprecio, las vilezas y el odio,
No han sido mis torturas; tú, sólo, Indiferencia,
Cual hija de la nada, me cerraste la vida
Con tu puerta de mármol, a donde tantas veces
Como una aldaba inquieta golpeó mi corazón…
Tú, sorda, no sabías lo que yo te decía,
Y te pusiste el dedo en los labios: -Silencio-
Te pedí: -Deja que entre a la vida. Yo busco
Quien me quiera-. No oías y cerraste la puerta.
Y me he quedado solo, así como esos perros
Que vagan por las calles, rogando con sus ojos
Humanos, que los lleven al calor de un hogar.
Y me he quedado solo, como una hoja mustia
Barrido por el viento, en una primavera.
Y sin embargo tengo, como todos, un alma.
Melancolía
Es otoño. Estoy solo. Pienso en ti. Caen las hojas…
Vaga la melancolía de una pena que ignoro.
El viento que estremece marchitas congojas,
Pasa como un recuerdo por el bosque sonoro.
Es otoño. Parece que un ensueño renuncia,
Que un desencanto esparce las efímeras galas…
Una dorada pompa que a la muerte denuncia,
Con el follaje mustio forma una lluvia de alas.
Estoy solo. Se siente que el otoño es un viaje…
Hay un alma que llora porque alguien se despide.
Este ocaso de plantas que enrojece el paisaje,
Con mi desalentada serenidad coincide.
Pienso en ti, oyendo un canto perdido en lontananza.
Cantan las cosas muertas, la música del vuelo.
Como mi amor caído conserva su esperanza,
La floresta marchita quiere subir al cielo.
Caen las hojas. La selva trágica se derrumba.
Desparrámase un sauce cual generosa fuente.
Las hojas más diversas tienen la misma tumba,
Y entremezcladas ruedan en un mismo torrente.
Tú eres como una brisa para mi huerto sonoro.
Mi vida es una rama, a tu paso, deshojas;
Y que tendrá a los vientos, un destino que ignoro.
Es otoño. Estoy solo. Pienso en ti. Caen las hojas.
Mi corazón
Mi corazón, temblando, con latidos me dice:
-¿Por qué, por qué me entregas al primero que pasa
Y dejas que una mano ciega me martirice,
O me suelte lo mismo que si fuera una brasa?
¿Cómo no ves que nadie quiere llevar mi peso,
Que nadie retribuye mi impávido cariño?
Me destrozan mis alas amorosas, y en eso
Soy semejante a un pájaro que está en manos de un niño.
¡Si supieras!... Hay seres que me dan contra el suelo,
Hay otros que me hielan, y otros se divierten.
Como soy tan confiado, causo mucho recelo;
Quienes mejor me tratan son los que no me advierten.
¿No sabes que padezco? ¿No sufres mi tristeza
Desesperante y larga? ¡Si ya no puedo más!..
Aumenta mi infortunio, con mi delicadeza.
¿Por qué me das a todos, por qué, por qué me das?
Siento en mí, cual gotera, su honda palpitación;
Sus latidos son lágrimas que casi no contengo;
Y le digo muy bajo: -Corazón, corazón,
Yo te doy porque tú eres lo más bello que tengo.
Nada más
¿Nada más que tu amble disciplina merezco,
Y el cariño oportuno que dices que me das,
Y sonrisas piadosas para el mal que padezco?
¿Nada más, nada más?
Yo sé que no te he dado sino un alma sincera,
Y un amor que no buscas y que no buscarás,
Y los días opacos de una vida cualquiera.
Nada más, nada más…
Tal vez como un sonido que se pierde en la altura,
Vagamente en ti misma, mi ensueño sentirás;
Y será mi recuerdo, delicada amargura.
Nada más, nada más…
Pero cuesta volverla juiciosa, a la esperanza,
Mostrarle que su ensueño querido está de más,
Y sólo es una sombra que sobre el suelo danza.
Nada más, nada más…
No tiene importancia
Esta pena mía
No tiene importancia.
Sólo es la tristeza de una melodía,
Y el íntimo ensueño de alguna fragancia.
-Que todo se muere,
Que la vida es triste,
Que no vendrás nunca, por más que te espere,
Pues ya no me quieres como me quisiste-.
No tiene importancia…
Yo soy razonable;
No puedo pedirte ni amor ni constancia:
¡Si es mía la culpa de no ser variable!
¿Qué valen mis quejas
Si no las escuchas;
Y qué mis caricias desde que las dejas
Quizá despreciadas porque fueron muchas?
¡Si esta pena mía
No es más que el ensueño de alguna fragancia,
No es más que la sombra de una melodía!
Ya ves que no tiene ninguna importancia…
¿Para qué?
¿Para qué este deseo de un afecto profundo,
Y este afán de ser noble, y esta lucha por ser;
Si sólo viviremos un instante en el mundo,
Y la vida que aísla, no nos deja querer?
¿Para qué transformar el gemido en un canto,
Y aprender en las penas, a dar nuestros consuelos;
Si todos van huyendo, sordos por desencanto;
Y el hombre perseguido tiene horror de los cielos?
¿Para qué la bondad que provoca el abuso,
Cual los mimos que vuelven más caprichoso al niño;
Si aceptarán apenas, o le darán mal uso,
Al corazón que se hace pesado de cariño?
El esfuerzo destroza las alas del anhelo,
Y el bien con que soñamos es un ciego derroche.
¡Todas las flores no hacen jardín de este suelo,
Y todas las estrellas no pueden con la noche!
Y, ¿para qué, alma mía, vas a seguir tu empeño?
El camino se pierde: no se oye, no se ve…
Mejor es descansar en el lago del sueño:
¿Para qué? ¿Para qué?
Soledad
¡Soledad, soledad y siempre soledad!
Palabras, ruidos, ecos; almas, tristezas, nada:
Apenas un deseo de vivir y de amar.
Los días se deshacen como nubes ligeras;
Y como todo pasa, ¿dónde está la verdad?
Las ideas son chispas que descubren honduras,
Y el placer más seguro, descansar, descansar.
El alma es como un pozo que contempla a una estrella
Y que la siente dentro, sin tenerla jamás…
Las flores son tan bellas que duran un instante,
Y el amor cuando nace se alza a volar.
Y todo esto que digo, sólo son frases, humo
Que el soplo de una noche de lluvia apagará.
Hermano: estoy muy triste -¿me perdonas?- muy triste…
-¡Soledad, soledad y siempre soledad!
busco el poema mis errores de pedro miguel obligado
ResponderEliminarme gustaría que lo publiquen gracias
Héctor, tienes que entrar en esta página
ResponderEliminarhttp://www.amediavoz.com/mediavoz.htm
busca en la J Jaime Asprilla
y ahí está recitado el poema Mis Errores de Pedro Miguel Obligado
un abrazo