domingo, 13 de mayo de 2012

6825.- DAMIÁN RÍOS


DAMIÁN RÍOS
Nació en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, argentina en agosto de 1969.
Después de recibirse de Técnico Mecánico Electricista se dedicó a las letras. En 1991 se radicó en Buenos Aires.

Publicó los libros de poemas La pasión del novelista, De costado, El perro del poema, Como un zumbido, y también una novelita, Habrá que poner la luz.

Cofundó y dirigió el sello Interzona editora entre 2002 y 2006; en 2008, junto a Mariano Blatt creó la empresa Recursos editoriales, que además de proveer de servicios a sellos diversos, oficia como agencia de autores, hace antologías (Un grito de corazón, Vagón fumador) y diseña sellos y colecciones (Blatt & Ríos, Ediciones Dani, Título).

En 2010, Mansalva ordenó toda su producción narrativa bajo el título de Entrerrianos. Textos suyos han sido recogidos en varias antologías.



Soplo

El josé y el taco cruzaban la calle
en bajada azotados por el sol.
Acribillados por monedones
de luz, a la sombra de la parra,
con la humedad que se desparramaba
desde abajo de la pileta y
la muerte que ya jadeaba
entre nosotros -yo en tu falda-,
los mirábamos pasar.

Ahora la gata se sube despacio con un solo
movimiento a la mesa de vidrio.
Se queda quieta y empieza a masticar.
Tengo la piel de las manos arrugada después
de haber cortado la lechuga y el tomate,
rallado la zanahoria, lavado
y secado mis manos con un repasador.

De a ratos se cruza flameando
el trapo de la otra historia,
la que estoy aprendiendo a escribir
y que me dejó con los bolsillos
llenos de plata vieja y papeles mojados.

Afuera, todas las lámparas están encendidas,
cada una con su sombra encima.
Los patrulleros azules planean
sobre las avenidas naranjas.
Vengan todos y vean
las gotas de rocío que resbalan suaves
por las pendientes de los aleros.
La gata mira su reflejo en el vidrio de la mesa
y después me mira a mí. No va a llover, habrá que aguantar
esta cerrazón que apenas humedece las baldosas
flamantes del pasillo y desacomoda los huesos de los viejos.

Me arrimo a la pantalla y te nombro:
estás en la palma de mi mano ahora,
te paso a la otra mano con mucho cuidado,
y te soplo o quiero despeinarte, respirás.
De nuevo la novela de visitarte bajo la parra,
abrigados del solazo, del ripio de aquella tarde.
La conversación se atrasa entre viajes a la pileta para meter
la cabeza abajo de la canilla. Dan ganas de que sea
una mañana de invierno, la helada blanqueando
los pastos, hombres haciendo sonar las cadenas de las
bicicletas mientras encaran despacio cuesta arriba, las manos
enguantadas apretando los manubrios. Pero es verano
y el calor de la siesta embrutece, apena. Tenés un pañuelo,
un trapo con el que secás tu frente a cada rato.
Hay platos sin lavar y la ropa colgada gotea.
Olor a que ya comimos hace un rato.
No vamos a decirnos nada. Ahora acerco
la mano y soplo para quedarme solo de nuevo.




Una pelota cuesta abajo

Esa vez clavé la mirada
en el bajo envuelto en niebla
y me quedé un rato largo
colgado de eso verde y blanco
hasta que se me humedeció
el pelo. Después me di vuelta
para encarar la subida.

Ahora a veces me hago
el loco, pierdo el corazón,
me quedo callado con
la vista clavada en un punto sólido,
hasta que me saca una puteada:
se me cae el cigarrillo,
el cenicero, los pensamientos se desparraman
en el piso de tierra,
en la alfombra...
entonces vuelvo
para hacer un comentario,
para tranquilizar a mis queridos.

Pero sé quien soy, lo sé, cierro
los puños, me revuelco,
me arrastro, rompo un plato, un libro.
No puedo parar el llanto de una mujer,
no puedo parar de llorar,
nunca tuve huevos,
estoy triste ¿Cómo anda la cosa
por ahí? ¿Estás bien? Te quiero mucho.

Quisiera quedarme tranquilo, preparar
el mate, llamar por teléfono, no pensar,
no despabilarme, son órdenes:

levanto la vista
miro el cielorraso
cuento los pisos de los edificios las ventanas
la cantidad de gente en una esquina
en un piquete
en un colectivo
28 sentados
22 parados
el chofer.

Y me pica el cuero,
me molestan los mosquitos,
los bichitos colorados,
el zumbido de los semáforos
para ciegos,
el olor a pasto,

con el primer rocío
me dicen hola
feliz cumpleaños y me besan.
Entonces bajo la vista
para mirarme el café con leche,
el olor a ropa nueva.

Me gusta pensar que soy
una pelota cuesta
abajo en una calle de tierra
en una mañana fresca y clara.
Me cuesta pensar que soy un pensamiento.


Los poemas forman parte de Como un zumbido, colección de Gog y Magog 




Tanto tiempo

Hay un modo en que el sol cae, ¿no?
pegando en el ripio y en el zinc,
reflejos, la mano que hace de visera,
conocidos, pero no.

La forma en que una imagen
se despereza en la memoria,
una cama grande, la luz
que entra, la mañana,
el fresco de la mañana
acovachado en la pieza
y las caricias y las palabras
amorosas de la mujer que me va a criar,
su consuelo,
y todo lo que pienso, porque
no importa la edad ni lo impensable,
todo lo que pienso desaparece

no hay manera
de trabajar sobre lo que no está
sobre lo que estuvo
y fue tan imprescindible
aunque sea un movimiento
o una figura apenas entrevista
o el ritmo de una respiración
que se extraña

no es tolerable,
no hay cabeza que aguante,
¡Si éramos unos niños!

Incautos, seguimos manifestándonos
en el amor y en la piedad,
amorosamente.






Mi prima se hace Soldada

Ingresa al Ejército, en una víspera
música incesante, para tener
un mejor futuro o algo
así, para darle una estabilidad
a la pequeña Abril,
su hija, que para ser realistas
no tiene padre y no hay nadie
no hay nada

a qué viene este poema
con sus ripios, sus ruidos
sus robos
una estirpe de chorros
milicos, maestros y laburantes
adónde vamos a ir parar
nosotros,
mi prima, la hija de mi prima
la madre de Abril se hace Soldada
ingresa a la Fuerza y la Patria
no le demanda nada
porque nunca

y Dios tampoco manda
o manda fruta, enfermedades,
tragedias, pobreza
y la hija de mi prima
con la que pasé mi niñez
mi prima en definitiva
se hace Soldada
se calza el uniforme
se cuadra
y empieza la carrera desde abajo
desde más abajo

se hizo amiga de otras soldadas
salen juntas al balneario
miran chongos

ojalá que se salven
mi prima
la hija de mi prima
y la pequeña Abril
yo daría mi vida por ellas

ojalá que nos salvemos todos

Dios, su Patria
y su Santísima Democracia
se lo demanden.






Veinticuatro

En Entre Ríos se amontona el mismo sol
que pesa en las calles de ripio, se diría
que ése es su color, el color de las piedras
y no el de la vegetación

a las siete de la tarde bajan
los mosquitos y mi padre
los espanta con un trapo
y ya no hablamos
más que de los mosquitos
hay olor a asado
el primo se compró un auto
la prima bajó sesenta kilos
y me acuerdo y no me acuerdo
del pueblo: hay skaters
chicos en la esquina
y se habla de birra, faso:
o perdí el oído o cambió el tono,
igual está todo bien,
echale menos sal a la carne
y agregale limón al vino
que es todo más suave.






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