martes, 17 de abril de 2012

6541.- SILVIA MARINA CRESPO


SILVIA MARINA CRESPO Nació en Buenos Aires en 1960. Publicó en forma grupal el libro Hojas de roble hacia el azul en el año 2000, plaquetas en 2000, 2001,2003, y el Cuaderno Squeo Nº 24 Aquella cacería (2007). Participò en la antologìa Icosaedro del Grupo Literario La Luna Que.







MARCHA – 24 de marzo


Sabemos el paradero de la multitud del olvido
y el día que sacrifica sus pájaros
en la enramada de la negación


Sabemos de esa aldea sin territorio
en la que solo habitan los silencios,
de la belleza impávida del crepúsculo
cuando es acribillado
por las cifras en aumento de la nada


Sabemos las raíces que levantan nuestros pasos
y volver por las calles encendidas
como si dentro del estuche de la tristeza
nunca hubiésemos frotado las piedras del llanto.








EL DESTINO DE LA SANGRE


No hay sangre por aquí,
digo, aquí en las calles
en los parques, en los muros,
la sangre fuera del cuerpo
“los grandes charcos de sangre” que transitaba Prèvert
Pero a corta y desmesurada distancia
hacia adentro
hay calles sin salida en el recorrido de la sangre
hay muros que detienen su paso
hay parques que distraen su lámpara urgente
hay sueños secos que apenas tocan tierra
con la punta de los dedos recuperan su ingravidez
hay cara y ceca de antiguas nuevas monedas
que lavan nombres manchados de sangre,
hay Apollinaire
un golpe certero en la memoria, golpe sin gracia
donde se junta a morir la sangre
están los jardines internos
las delicias congeladas
y al cabo de tanta insistencia
hay océanos de sangre domesticados
donde la tempestad conmemora al instinto
ese flujo atronador
ya no sube en un instante
ni en el himno de los años
a desmentir el nombre de las calles,
la altura del muro,
no sube a confesar los gritos que ahogan los sueños
el verde que simulan los parques.






LA MENDIGA


Un pálido altar
desvencijado por las corrientes de olvido
La transparencia humana que late a la puerta de las
sumisiones


La mujer extiende su mano en un lenguaje de raíces
iniciado en la espesura del instinto
Su indolente anatomía, una sombra vegetal
en la penosa humedad de las estaciones.
Es tan ancho el país de su frente
besado por la arena de miserias tan antiguas
que cuando el tiempo va a pasar
gira en sí mismo y se detiene,
mientras ella se inclina sobre el niño
a la altura de su respiración
a escuchar el ronco concierto en que naufragan
[los ojos de los dioses
(lejanos a tanta distancia de su cuerpo tullido)
y darle a oler de su pecho
la oscura maravilla donde el mundo zumba al unísono
por los templos de la leche


Con la ropa desprendida
por la sangre que confiesa
se incorpora al ras de un sueño


sube y baja de los trenes ávidos de otros lugares
la intemperie acaricia sus brazos humeantes
fiebre de piedras exóticas en los tramos del amor
en las líneas de su mano otro destino:






una virgen de sal cubierta de espuma
encaramada en la cresta de las lágrimas
estrías del viento en sus pechos flotantes
es el clima compasivo a la orilla del milagro


y de pronto un ruido helado salpica sus entrañas
la moneda que cae
un solo movimiento
para volver a colgar de las muelas del infierno
a retroceder en la maleza del día en la borra de la noche
constelaciones trocadas por multitudes carnívoras


Iluminadas por el vértigo
las mariposas estallan en el refugio de los párpados


y el aullido del mar que se aleja


un tren en los rieles del aire.

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