viernes, 13 de abril de 2012

MANUEL PINILLOS [6.492]


MANUEL PINILLOS

Manuel Pinillos de Cruells
(ZARAGOZA, 1914 - ZARAGOZA 1989). Poeta, crítico literario, articulista. Cursa la carrera de Derecho y, tras un breve período de ejercicio profesional, se dedica enteramente a la poesía. Su primer libro de poemas, A la puerta del hombre, aparece publicado en 1948. Su último titulo, Cuando acorta el día, es de 1982. Entre ambos, veinte libros, y una frecuente colaboración en revistas poéticas nacionales y extranjeras, dan la medida de una de las más fecundas obras poéticas realizadas en Aragón a lo largo de nuestro siglo. En 1951 funda y dirige en Gerona la revista Ámbito (Literatura y Polémica) y en 1952 obtiene el premio «Ciudad de Barcelona».

La poesía de Manuel Pinillos representa, esencialmente, la búsqueda de un absoluto, el hombre enfrentado al significado último de sus existencia (la incógnita de la muerte, eje central de su poesía) en medio de una realidad que impone sus leyes, que alza muros al deseo del poeta de salvar las limitaciones de la condición humana, «sitiado en la orilla» en su persecución de un destino liberador. Poesía del «desarraigo existencial» (Frutos), metafísica y religiosa (Dios como depositario de la revelación salvadora), de duros y torturados acentos, la voz de Pinillos alcanza al mismo tiempo una cálida dimensión cotidiana centrada en el amor como superador del desasistimiento humano, y en la ternura y comprensión de las debilidades que derrotan al hombre y lo sitúan ante su desnudez total.

• Obra: A la puerta del hombre (Col. Verbo, Alicante, 1948); Sentado sobre el suelo (Col. Almenara, Zaragoza, 1951); Demasiados ángeles (Col. Ámbito, Gerona, 1951); Tierra de nadie (Col. Neblí, Madrid, 1952); De hombre a hombre (Col. Alisio, Las Palmas, 1952); La muerte o la vida (Col. Doña Endrina, Guadalajara, 1955); El octavo día (Tarragona, 1958); Débil tronco querido (Col. Dezir, Zaragoza, 1959); Debajo del cielo (Col. Orejudín, Zaragoza, 1960); En corral ajeno (Col. Alrededor de la mesa, Bilbao, 1962); Aún queda sol en los veranos (Col. La isla de los ratones, Santander, 1962); Esperar no es un sueño (Col. Rocamador, Palencia, 1962); Nada es del todo (Col. Poemas, Zaragoza, 1963); Atardece sin mí (Col. Adarce, Zaragoza, 1964); Lugar de origen (C.S.I.C., Zaragoza, 1965); Del menos al más (Cuadernos de María José, Publicaciones del Guadalhorce, Málaga, 1966); Viento y marea (Col. El toro de barro, Carboneras de Guadazaón, 1968); Hasta aquí del Edén (Zaragoza, 1970); Sitiado en la orilla (Col. Puyal, Zaragoza, 1976); Viajero interior (Bóveda, Borja, 1980); Apoyado en la luz de la sombra (Zaragoza, 1982), y Cuando acorta el día (Zaragoza, 1982).

La Institución «Fernando el Católico» editó en 1990 el libro Poesía (Manuel Pinillos), una recopilación de cinco de sus poemarios: Sentado sobre el suelo, La muerte o la vida, Débil tronco querido, Lugar de origen y Cuando acorta el día.

Caminar es ganar y es perder

Caminar es ganar y es perder porque está todo lejos
y a veces, deteniéndose, se domina el camino.
La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje
y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos,
mientras la luz se alarga dorando lo distante.

Por eso me detengo a recontar las horas,
igual que se vigila el volver del rebaño
en el anochecer pausado de los valles;
y al decir su recuerdo es como si lo diera,
emprendiendo la marcha más ligero, más solo,
más mío, más posible.

(Sentado sobre el suelo, 1951).


Cuando me despedí de mi tristeza

A Margarita

Cansado de vivir en mí, me eché a tu río.
Mi cadáver de pena bajaba por tus aguas
y salió a esta otra orilla mi corazón más vivo.
¡Oh, acabar donde era y nacer en tu alma!

He aprendido la vida más cercana y más bella
en tus días iguales, tan seguros y eternos.
Si me haces un plato de ensalada, me besas
con olores de campo, con los labios del cielo.

Si me hablas de cosas tan pequeñas, diarias,
como el precio del puerro o de las alcachofas,
sé la cifra secreta de las más altas ramas
y la fuerza sonora de las primeras rosas.

Cuando callas me habla el silencio del aire
de la cima de oro que alcanza mí alegría
y un silencio contigo es un silencio a mares
donde escucho la hermosa canción que no sabía.

Soy ya como las salas de un castillo encantado
donde todas las luces dicen palabras tuyas.
Hay letras de tu nombre por todo mi pasado
y te conozco hasta en la muerte que me suba.

Pero no digo esto por decir, extasiándome
en ese alrededor que me das ahora mismo.
Veo tu enorme forma antes de recordarte
y eres todo el futuro: Porque contigo, existo.

(Debajo del cielo, 1960).



Humilde historia de mi cuarto

Cuando te miro, humilde cuarto mío,
seguro y limpio, lleno de mi vida,
asomado a tus cales, a tu friso,
sentándome en tus sillas de madera,
me veo quietamente desvestido
del que soy en mis pasos, en mi rauda
consecución ajena a tu hondo espejo,
que en ti me configura. Tus arrugas,
tus grietas en los muros, se te han hecho
a través de mis años. ¡Ya las siento
pegadas a mi carne! Son el rostro
frontero que me dice lo que arrastro
de vejez, de tus horas ayudándome
con tu paz, con tus techos protectores;
con la luz que se filtra en tu ventana.

Cuando abro tus cristales y entra el día,
y viene el sol, benigno, hasta mis dedos,
como una paloma, con su pico
acariciando mi epidermis; cuando
me levanto del lecho y cojo un libro
y me hundo en sus márgenes calientes,
vuelvo la vista a tus paredes lisas
y sé que estoy mecido por tus brazos
que me contienen y me arropan. Salgo
-algo me llama, algo me empuja-,
me uno a la ría de los otros, pero
vuelvo, y me miras con tus ojos claros
y en seguida comprendes lo que tengo
dejando en las aceras, si estoy triste,
si me alegro, si canto por debajo,
indiferente a los raspazos de la lucha.
Pasan los meses, cava el tiempo encima
furiosamente duele;
pero tú permaneces a mi lado,
envolviéndome, atándome a las cosas
que me guardas solícito (ah tu armario
repleto de papeles, de recuerdos,
de pequeños detalles expresivos),
y pasa el tiempo en vida, pero duras
como mi cuerpo que me lleva y muestra
lo andado, lo sabido, lo que tengo si sufro.

Salgo afuera, me dejo atrás tu puerta
favorable, porque uno se hace al choque
de lo que enfrente a su frontera bulle;
pero tú aquí me aguardas, aquí pones
tu meta de partida y de llegada,
y como un perro noble me saludas
al retorno, lamiendo vas mi mano
cansada, me despojas de la ropa
aparatosa que me viste el hábito
social, y tiernamente me desahogas:
haces comodidad cada minuto,
te echas a mis pies en las alfombras,
me acoges en tu límite callado...

Un día, pasaré tu dintel último
y ya no habrá la vuelta de las noches,
el pitillo final de madrugada.
Pero en tu atroz silencio habrá algo íntimo,
como ese en que la esposa nos espera
cuando salimos y tardamos. Todo,
tus cuadros, tus visillos, la baldosa
donde me detenía escuchando tu calma,
tendrá conciencia de su soledad,
me aguardará sin abandono. Y luego,
cuando otro, no sé quién, me sustituya,
sé que tu siempre oirás mi paso entrando
en tu porche apretado, en tu paciente
refugio sin declive.

Cuarto casi mi voz, casi mi temple,
aquí me quedaré por siempre retratado,
pintado de costumbres que me dieron
mi forma inconfundible. Cuando pasen los años
y si retocan tu tabique o quitan
estos modestos muebles que te sirven,
tendrás mi olor, mi libertad; tu carne
de paredes tranquilas, quietamente,
aguardará el regreso que ya nunca
podré mostrarte,
seguirás esperándome en minutos,
a que encienda la luz sobre la madrugada,
y yo, en la muerte,
te miraré como a la voz tranquila
del alentar donde me he hecho
un hombre, aquí, a tu lado,
pisándote y sabiendo que jamás
te he perdido del todo,
pues eres tiempo mío y suelo de mis ansias.

(Viento y marea, 1968).




Parado aquí, en la paz de la llanura,
contemplando la efigie de los robles,
la quietud cristalina del remanso,
el último perfil de la montaña
silenciado entre nieblas augurales,
veo pasar mi vida como un cauce
-mediado y transparente-
que refleja la espuma de las cosas.
Largo camino dejo ya la espalda
y mucha es la palabra por decir,
en voz que me atosiga entre los labios,
fruto incierto, perdido, inconvertible,
que evaporado queda en silenciosa,
estática mesura del recuerdo.

Los años se me fueron, se me irán,
mirando al vasto mundo tan cercano,
evidente a los ojos, ya táctil,
para vestirlo en oro de los sueños.

Allí el fluir del viento y de la rosa,
aquí la levedad suelta del agua,
más allá el vaho intenso de las pinos,
en torno al musical ahogo de Dios.

Todo tan sorprendente y nuevo ahora
como cuando de niño lo aprendía,
tendido sobre el suelo, atento, inmóvil,
adorando el respiro creado,
trascendido en celeste paraíso.

Me bastaba observar, pensar, sentir,
soñar acaso, en cautelosa espera,
saberme rodeado de aire y luz
-de horizonte desnudo y de milagro-
para mi soledad irremediable
sin decir en voz alta
el grito comedido de mi pecho.

Pero quise sentarme y, sosegado,
sobre la blanda hierba y junto al río
iros contando, hablando a mi manera,
fluyente con mi verso
-como el agua a raudal por la ladera
lleva su agreste linfa eco del monte-,
la heredada armonía del pasado,
que ya es ser, ser de mí, ser de mis venas,
diluido en palabras o en clamores
que enumeren, desnudamente, mi alma
cargada con su duda y con su olvido.



Manuel Pinillos (1914-1989): la poética del desarraigo existencial

Por José Ángel Monteagudo


El 19 de mayo de este año 2014 se ha cumplido el Centenario del nacimiento de Manuel Pinillos de Cruells (Zaragoza 1914-1989), uno de los poetas zaragozanos más prolíficos pero, a la par, más desconocidos en el ámbito de las letras aragonesas. Mientras otros nombres coetáneos suyos de la poesía aragonesa (Miguel Labordeta,  Luciano Gracia, Julio Antonio Gómez, Ildefonso Manuel Gil…) conseguían reconocimiento a través del paso del tiempo, la obra de Manuel Pinillos había quedado dispersa en periódicos y diarios en forma de críticas literarias y apenas se podían encontrar una pequeña parte de sus obras poéticas publicadas. Tuvieron que pasar las décadas para que el trabajo de otra escritora e investigadora, Mª Pilar Martínez Barca, nos ofreciese el libro definitivo sobre la vida y obra completa de Pinillos, Manuel Pinillos: Poesía Completa (1948−1982). Prensas Universitarias de Zaragoza, colección Larumbe de textos aragoneses, 2008; un trabajo de investigación riguroso e imprescindible para trazar los puntos cardinales en la poética del autor y comprender su universo literario-poético en el que ronda la muerte, lo existencial y lo telúrico como formas sustanciales para afrontar la profundidad de sus versos. Sin duda, este libro es el referente para todo poeta que se interese por la obra de Pinillos. Este breve artículo-ensayo persigue que se conozca un poco más la figura de uno de nuestros poetas más ignotos a nivel popular pero, sin embargo, portador de una voz personal y ubérrima en el panorama de las letras aragonesas.

Manuel Pinillos procedía de una familia acomodada de la burguesía zaragozana. Hijo del abogado Manuel Pinillos Serrano y de su mujer Rosario de Cruells pasa su infancia y juventud en Zaragoza y en la finca de El Aspro que la familia poseía en la localidad de La Almunia. Se produce temprano el enfrentamiento con su padre que le exige que estudie la carrera de derecho, eso unido a unos puntos de vista totalmente enfrentados, irreconciliables, sobre la significación del porvenir y de la vida, deriva en un distanciamiento progresivo y en una relación baldía que se alargará en el tiempo. Ante tales circunstancias su madre se convierte en el apoyo necesario, en su tabla de salvación, en su necesario refugio; a ella, al ser y ternura de la madre, irán dirigidos muchos de sus versos y de sus temáticas en algunas de sus obras. Estos acontecimientos unidos a su experiencia como oficial de Regulares en Teruel durante la guerra civil, así como su posterior estancia en el protectorado de Marruecos, harán que parte de ese desarraigo familiar juvenil y de las experiencias vividas como militar, conlleven una parte importante en su posterior visión poética. Tal y como reseñó el poeta Pla y Beltrán; “Pinillos pertenece a esa generación de jóvenes encanecidos a los veinte años que mataron y derramaron sangre y ahora no saben por qué mataron y por qué derramaron sangre”. Ya en la década de los 40, Pinillos inicia sus creaciones y colaboraciones en periódicos y revistas de la época; dirige las páginas literarias del diario “Lucha” de Teruel (ciudad en la que trabajaba como funcionario de prisiones, trabajo que le llevaría también a las capitales de Gerona y Zaragoza)  en el que publica una serie de artículos que son galardonados con el Premio Nacional África 1947 de periodismo. A la puerta del hombre  (1948), publicado tras la muerte de su padre, da el paso inicial a una poesía de tono clásico y con resonancias garcilasianas. Pero su siguiente libro Sentado sobre el suelo (1951), es el que portará las verdaderas directrices en las que se moverá la obra de Pinillos; poemario de retorno al origen que consta de cuatro partes y que trata del origen de la vida, del bagaje vital, de la existencia y de la muerte, en una línea cercana al sentimiento existencial de Unamuno:

No sabré despedirme cuando llegue al silencio./ Esperaré en la caída penumbra a que me encuentre/ la nueva primavera. Y bajo los sauces/ donde quede extendido, pediré que me nombre/ vuestra muda memoria, paisaje de mi tiempo,/ amigos de fugaces veladas a desvelo,/ plenitud del estío que me llenó los pulsos/ de nervio y de palabras;/ huella mía en el polvo cansino de las sendas.

Demasiados ángeles (1951) será su tercera obra publicada.

Manuel Pinillos pertenecería promocionalmente a la Generación del 36, aquella que integraban nombres como Juan Panero, Luis Rosales, IldefonsoPinillos-Introducción Calvo Carilla Manuel Gil, Miguel Hernández, Carmen Conde, L.F. Vivanco, Gabriel Celaya, G. Bleiberg, D. Ridruejo…,  pero situemos al autor en el panorama de las letras aragonesas, más cercano y definitorio. En plena posguerra, años 40, el panorama cultural en Aragón era desolador; las precarias condiciones de vida hacían olvidar las “veleidades” culturales y esa intelectualidad estaba centrada en ámbitos muy concretos: La Institución “Fernando el Católico” (1943) y los Institutos de Estudios Turolenses y Darocenses (1948/9)  -ambos dependientes de la Diputación Provincial- así como la Universidad, serían parte de esa intelectualidad en los organismos públicos. Y aunque desde otros ámbitos sociales se intentaba impulsar la cultura en sus más diversas manifestaciones (cine clubs, teatro, acceso a ciertas lecturas de calidad…), serían las tertulias -que ese extenderán hacia la década de los 50- una de las partes esenciales de ese dinamismo cultural ante la pasividad de una mayoría social más preocupada por salir adelante en el día a día. Muchos son los nombres destacables de las tertulias, agrupaciones culturales y otras entidades en esa época: Joven Academia, La Agrupación Artística Aragonesa, La Cadiera, Pórtico (dedicado esencialmente a las artes plásticas), Salduba, Tertulia Teatral, la peña “Psique” con sede en el café Baviera (que hacia el año 1950 se integrará en la Agrupación Artística Aragonesa), El Noticiero, Ambos Mundos y una de las que sin duda iba a ser la más significativa con el tiempo: el Café Niké. Manuel Pinillos y Miguel Labordeta serían los principales impulsores de esa Tertulia de la que formaron parte otros grandes poetas aragoneses: Ignacio Ciordia, J.A. Gómez, Fernando Ferreró, Luciano Gracia, Guillermo Gúdel, Bendicto Lorenzo de Blancas, Miguel Luesma, Rosendo Tello, Raimundo Salas, Emilio Gastón y José Antonio Rey del Corral  -además de los citados Miguel y Manuel-. Estos serían sin duda los nombres más significativos en la poesía del Café Niké aunque hubo otros muchos y también en otras ramas de la cultura (cine, teatro, artes plásticas…).



Porque callar no basta cuando habla cada instante;
porque el silencio tiene un poso de la muerte;
porque no es mudo el aire, vertido, de los ojos;
porque la sangre es grito cuando lude en la frente.
He de entregaros algo que es mío y que ya es vuestro,
pues que todos llevamos vivo un mundo que es de otros.
Basta que la palabra nos retenga un momento
para quedarse nuestra, aun siendo de otros logro.

(“Porque callar no basta”, Sentado sobre el suelo, 1951)


Manuel Pinillos, dibujo de BarbosaLa década de los 50 será el punto de inflexión en la poética de Manuel Pinillos. Crea la revista Ámbito en la que colaboraran los autores más conocidos de las letras españolas y con los que Pinillos se relacionará, en muchos casos, de forma directa (Carmen Conde, Blas de Otero, José Hierro, Leopoldo de Luis, Gabriel Celaya, José Luis Hidalgo, Mercedes Chamorro, Bartolomé Llorens…). Aquí surgen dos de los poemarios, de tono existencial cercano a la llamada poesía social de la época, imprescindibles de nuestro autor: De hombre a hombre (1952) y  La muerte o la vida (1955). El primero, Premio Ciudad de Barcelona 1951,  es prologado por Gabriel Celaya que con un tono incendiario cita: “Así Manuel Pinillos, hombre difícil pero poeta directísimo que con sus nuevos versos me ha agarrado por las solapas sin perdones y me ha dado una buena sacudida de tú a tú […] Así nos habla, canta, insulta y reza Manuel Pinillos en este libro, desnudándose dolorosa y peligrosamente de ese traje convencional con el que vivimos socialmente […] “De hombre a hombre” me parece un típico ejemplo de esa poesía que, más allá de cualquier distinción entre lo bueno y lo malo, canta claro las siempre socialmente verdades del barquero”. Reseña  este poemario Eugenio Frutos: “De hombre a hombre no vale solo por su postura, sino, naturalmente, por sus realizaciones, […] por las profundas intuiciones vitales y poéticas, de la realidad que teje la vida diaria, y sobre todo, acaso, por su penetración en los muertos y en la muerte como revelación de las mismas situaciones vitales”.




Era un muerto pequeño, silencioso.
Un buen muerto, pacífico, educado,
con aquella  sonrisa del que no espera nada.
Lo enterraron deprisa,
sin ningún miramiento, le salía una bota
por la tierra apretada.
Y el pequeño miraba suavemente
dentro de aquellas tablas,
detrás de aquellos palos retorcidos,
en cruz, que lo signaban.

(“Sin sitio”, De hombre a hombre, 1951)


En La muerte o la vida, Pinillos sigue ahondando en el desarraigo, en la meditación sobre la vida y la muerte, en la visión crítica, e incluso amarga, del mundo que rodea al hombre, abarcando la temática social… variedad de direcciones y perspectivas centradas en ese tono existencial. Manuel Pinillos es considerado como una de las voces sociales del momento, en la revista Rocamador (Velasco, 1955) se reseña: “A nosotros, vamos a decirlo ya, nos gusta Pinillos, como nos gustan también Celaya, Hierro y otros pocos, nos gusta ese aire de hombre preocupadamente triste, nos gusta esa sinceridad y esa fuerza excesivamente poéticas que Manolo da a sus poemas.[…] Pinillos sabe mezclar esta preocupación metafísica con la angustia social”. En lo personal, será “ese aire de hombre triste” al que se hace referencia (“hombre difícil” tal y como lo cita Celaya en su prólogo), unido a un carácter individualista y en ocasiones poco afable, el que marque a Pinillos como una persona excesivamente introvertida y de difícil relación directa en el trato. Incluidas las gentes cercanas a él, como los compañeros del Niké, comentan su carácter esquivo e incluso, en algunas ocasiones, hosco, tal y como cita Benedicto Lorenzo de Blancas en el libro Poetas aragoneses. El grupo del Niké, (IFC, 1989), pag.84: “Tampoco ha contribuido mucho él a crearse una atractiva imagen. Su carácter independiente y hosco nos ha mantenido respetuosamente alejados, incluso a los que más inclinados estábamos a ofrecerle nuestra amistad y nuestro afecto”. Quizá sea ese carácter el que influya para que las antologías no hayan sido muy “generosas” con él, si bien es cierto que en 1958 la revista Acento en un extenso estudio de Ramón de Garciasol sobre la poesía aragonesa lo cita,  así como en la Antología de Poesía Contemporánea, de José Mª Aguirre, la Historia y Antología de la Poesía española, de Federico-Carlos Sainz de Robles o en Poesía Cotidiana de Antonio Molina. También la escritora Ana Mª Navales lo incluye en su Antología de la poesía aragonesa contemporánea (1978) y se refleja su importancia en la Antología OPI-NIKÉ, Cultura y arte independientes en una época difícil (1984) editado por el Ayuntamiento de Zaragoza.

 Quizá ayude a comprender su particular visión y personalidad unas “Nuevas notas para una mediopoética” sobre su “Exploración-yo”, reseñadas en la Revista de Letras de Mayagüeez (Puerto Rico, 1972) en un artículo sobre “Manuel Pinillos, ocho poemas y una poética”, en el que el mismo autor expresa: “¿Lo que propongo con mi poesía? Oídlo: espantar al gran corro de los muertos (casi todo el censo planetario), a sus espectrales fluencias, y acercar, en torno a mí, a cinco o seis desventurados que creemos en que no creemos…, pero creeríamos si “se nos diese una oportunidad”.


Mi canto está sembrado de un bancal de lágrimas,
bajo la antorcha partida, bajo los salmos funerales.
Pero también desde mi voz se levanta la denuncia,
desde mis labios se levanta una promesa,
desde mi mano un cuchillo o una condenación
para el maldito homicida, para los reos del incendio.

(La muerte o la vida, 1955)



Pinillos con su mujer Margarita Sanjuán en su última lectura públicaEn 1954 conoce a la que sería poco después su esposa, Margarita Sanjuán, que alargará el universo femenino que Pinillos había creado con la imagen de su madre. Y ahí es donde retorna el poeta a la meditación de lo existencial con tres poemarios que, sin serlo explícitamente, forman una unidad común, una trilogía encubierta: El octavo día (1958), Débil tronco querido (1959) y Debajo del cielo (1960). El primero ahonda en la ternura femenina, el concepto madre-mujer como fecundador y vivificador. Leopoldo de Luis comenta sobre el mismo; “Es esa profunda ternura femenina lo que puede salvar al ser humano de su desarraigo y aniquilamiento” (Insula, nº146). En su poema “Mujer sembrada” condensa gran parte del sentimiento de este poemario: “Siempre hay una mujer (la misma y otra,/ amante o madre) donde despertamos/ sorprendidos de ser cielo en el suelo,/ niño en el corazón, pequeña estrella/ oculta por el polvo aunque luciente,/ camino abierto en la maleza diaria;/ siempre hay una mujer”. Débil tronco querido recrea lo telúrico, la alegoría a los seres queridos, la infancia y presencia materna como árbol protector alimentando el tronco que forma la familia pero también reseñando la presencia paterna como certifican algunos de sus versos: “¡Oh, madre, vuelo ligero,/ avecita que cruzas sobre vastas regiones! […] ¡Ah!, el tronco era mayor, tú te mecías/en la más recia sombra, la del padre,/ y juntos alentabais/ esta rama rebelde,/ la delicada forma de las hijas,/ los aleteos a veces algo inútiles/ que mi corazón húmedo, y el sueño,/ lanzaban a la sombra vuestra erguida”. Como reseñará de él la escritora Mª Pilar Martínez Barca: “Versos esticomíticos que van relacionando uno a uno cada miembro real con el metafórico”.  Por último Debajo del cielo se recrea en los componentes anteriores (paraíso de la infancia, concepto femenino dedicando incluso algún poema a Margarita, su mujer) aportando valor a las pequeñas cosas cotidianas como valor emergente.



Cansado de vivir en mí, me eché a tu río.
Mi cadáver de pena bajaba por tus aguas
y salió a esta otra orilla mi corazón más vivo.
¡Oh, acabar donde era y nacer en tu alma

(Cuando me despedí de mi tristeza -dedicado a Margarita-, 1960)


La década de los sesenta se considerará como una etapa de leve apertura tanto socio-económica como cultural. Esta década va a suponer la etapa más prolífica de Manuel Pinillos como autor editando hasta ocho poemarios y ya convertido en una persona reconocida en el ámbito de las letras aragonesas y españolas. Es junto con Miguel Labordeta el más reconocido de los poetas aragoneses de posguerra y así lo señala Ramón de Garciasol en un extenso estudio en la revista Acento.  Es reclamado por todas las tribunas culturales aragonesas; participa en conferencias en el Ateneo, en la Universidad, en la Institución Fernando el Católico, en la Agrupación Artística Aragonesa, en el círculo “Medina”… En el año 1964 es galardonado con el premio “San Jorge” de poesía que otorga la Diputación  Provincial, en 1965 es el encargado de la sección de poesía del Ateneo y en 1966 la Institución Fernando el Católico le encomienda un ciclo dedicado a la poesía española en el que Pinillos desglosa en cinco sesiones el devenir de la poesía española (Poesía española: Aragón, La última poesía castellana, El Norte y su poesía, La poesía andaluza y Por una nueva poesía española, fueron las sesiones realizadas).

 Volviendo a su obra diremos que en 1962 publica  tres poemarios, de corte existencial, En corral ajeno (Comunicación poética, Bilbao), Aún queda sol en los veranos (Santander) y Esperar no es un sueño (Palencia). Estos dos últimos adquieren un tono vitalista siendo, quizá, Aún queda sol en los veranos  la poesía más placentera de la que el poeta Félix Grande llegó a reseñar: “Pinillos ha escrito un libro de amor al campo […] Pocas veces Manuel Pinillos ha alcanzado en su poesía un tono coloquial tan puro. Es evidente que este poeta no podía describir el campo de modo objetivo, frío, estético. Más bien, a la vista de este libro, parece como si el poeta viniera al campo con todo un fardo de ciudad, de desorden, de insatisfacción, de pena, de años; y el campo es entonces un abrevadero, un rincón, un poco de sol, un poco de calma y confianza clarificadoras”. Y los versos dicen: “Tierra sembrada, tierra firme,/donde mis pasos son más míos,/ porque en su calma me detengo/ a desatar frutos y espinos,/ a sostener el verde avance/ de los nogales, tan conmigo;/ y en ella estoy pisando fuerte/ y tan del mundo donde piso/ que me conoce cada aurora/ y la efusión pura del trigo,/ y allí soy yo, yo solamente,/ ese que sabe hablarles íntimo”.

 Nada es del todo (1963) y Atardece sin mí (1964) siguen con esa poesía de tono existencial y son sus siguientes poemarios Lugar de origen (1965), Viento y marea (1968) y Hasta aquí el Edén (1970) los que se volverán a acercar a la realidad y lírica social. Lugar de origen es un poemario “nuevo” en su concepción y que consta de dos partes. Pinillos toma la ciudad de Zaragoza como inspiración, allí pasea por sus escenarios y realidades; su casa natal, los pinares de Venecia, el cementerio de Torrero, una tarde de toros, el río Ebro, la fiesta del día del Pilar, el fútbol en La Romareda, la tez de los barrios…  Será prologado por José Camón Aznar -que hace un excelente análisis de la obra editada del poeta- que loa la valentía del poeta a la hora de afrontar un poemario con la ciudad de Zaragoza como protagonista principal. Y sus versos denotarán también ese sentimiento de amor-odio, esa contradicción en su personalidad y ser, traspasada a su obra: “Ciudad, ciudad, cansadamente te amo.[…] ¡Oh, ciudad, si te quiero o no te quiero,/ tú eres tan mía como lo es mi muerte,/ y lo que me va haciendo cuando muero;/ en donde necesariamente he de tenerte!”.

Hasta aquí el Edén conlleva una innovación de estilo no exento de crítica social y será el poemario que cierra la década de los 60 e iniciará la de los setenta.Pinillos, Manuel-Hasta aquí del  edén El comentario de la solapa del libro original es bastante definitorio sobre sus versos y sobre el autor: “Escritor al margen de modas, cuya principal característica es la búsqueda de la verdad. O la sinceridad frente a todos los vientos que soplen en contra. Independiente en todos los terrenos, pero unido a la Humanidad “como el crucificado a su madero”, por decirlo con expresión del poeta”.

Pinillos, Manuel-Sitiado en la orillaCon esta publicación acaba esa etapa tan prolífica de Manuel Pinillos con 18 poemarios editados que abarcan desde 1948 hasta 1970. Su siguiente obra será Sitiado en la orilla (1976), que consta de tres partes y sigue los pasos de Hasta aquí el Edén  en la forma de concebir esas nuevas características de estilo y de conciencia social: “El reto del cósmico estallido,/la rugidora indiferencia de las aceras,/te llenan de sonidos dispares/aunque siempre ajenos a tu íntima disonancia,/y mueres un día, con gesto de gota llevada/por un vendaval que se pierde”. En el año 1980 ve la luz Viajero interior, del que se hizo una nimia tirada de cien ejemplares, por lo que dos años más tarde vuelve a ver la luz dentro de la obra Cuando acorta el día (1982), donde dicho poemario forma la primera parte y “Apoyado en la luz de la sombra” forma la segunda. Las ideas de la monotonía de la vida, la temporalidad, el suburbio como simbología de la penuria existencial, la recreación en los ejes amor, vida, muerte, incluso una crítica a los poetas engreídos, conforman esa primera parte. El ocaso de la vida, la frustración, lo femenino engarzado en lo telúrico, el camino, el retorno o la muerte formarán las imágenes de esta segunda parte. Como se ve, continúan los mismos referentes en su poética, voz personal que Manuel Pinillos  había utilizado durante toda su obra y que le acompañará hasta su muerte, en el año 1989, a la edad de 75 años.


Muerte, avanzas
cada vez más joven,
pájaro de invierno
que marchas
a encerrarte
entre la floración de huesos
u olvidos,
en un resplandor oscuro
sobre
el jardín último.

(Cuando acorta el día, 1982)

                                                            

 Pinillos, cumplido el último viaje










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