VIVIANA PALETTA
Poeta y editora argentina que reside en Madris desde 1991. En 1986 recibió el primer premio de Poesía en el I Certamen Literario para la Mujer Argentina y, en 1989, fue seleccionada en cuento y poesía en la Primera Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 integró la antología Estruendomudo y publicó su libro de poemas El patrimonio del aire. Sus relatos y poemas han aparecido en publicaciones de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos, Guatemala, México y Perú. Ha participado en Di algo para romper este silencio, libro-homenaje a Raymond Carver, coordinado por G. Samperio (México, 2005), en Antología de seres de la noche, selección de S. Luis, C. Eudave y C. Bustos (México-Florida, 2006), en El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos, de C. Eudave y S. Luis (Santiago de Chile-Lima, 2007), en Por favor, sea breve 2 (Madrid, 2009), antología preparada por C. Obligado, y en 2011, compilación de J. J. Donayre y D. Roas (Lima, 2014). También está incluida en la antología Los poetas interiores. Una muestra de la nueva poesía argentina, seleccionada por R. Galarza (Madrid, 2005) y en Poemas y poetas argentinos, edición de N. Benegas (Madrid, 2013). En 2010 ha publicado su segundo poemario, Las naciones hechizadas (Mérida [Venezuela]), y también su edición de los Cuentos completos de Rodolfo Walsh (Madrid). Con posterioridad, en 2013 ha prologado de Agustina Roca, El escenario, XI Premio Internacional de Poesía «León Felipe» y preparado la edición y el prólogo de Los peligros de Paulina y otros cuentos selectos, de Salvador Garmendia (Madrid, 2014).
VII
Es menester
tu cuerpo
apresurado en su sombra
atiborrado de luz.
Me roba
de la mano
el puntal gemido
el temblor hueco.
AIRE
[…] no entiendo la repugnancia sobre el uso del gas.
Estoy muy a favor del uso del gas contra tribus incivilizadas.
Winston Churchill
No tenemos ninguna convicción
salvo la respiración enardecida.
Y el aire que sigue su riguroso quehacer.
Bate una multitud cuando se agita.
Está azorado. Desencajado.
Y de tanto girar se desmadeja.
Irrumpe una algarada de viento:
no trae legiones, no trae timbales
ni estandartes ni ojivas.
Se vale de sí
de su propio aliento desfigurado
aire de aire.
Lleva una riada mostaza
que el viento mueve, esparce y desordena.
Nos envuelve en su marisma de niebla
bajo su manto nos calcina
como la nieve entretejida
como el retumbo del agua.
No tiene esqueleto.
Ni mecánica. Ni superficie.
Es un silbido
amarillo de Siena.
Un ardor que carda los cuerpos.
Pero me han dado
una copa de viento:
¿no la he de apurar?
El enemigo sentimental
Temo el frío del hombre, el ancho río,
la aurora gélida, mi cuerpo en hambre.
Devástame de mí. Soy el calambre
que roe el candil donde me ciño.
Calienta en el fragor la tumba helada.
Inúndame de él. Un cuerpo nimio
se escarcha en la sombra que me agarra.
Helándome de mí soy mi enemigo.
Librecambio
No se puede medir
esta extensión
con una lengua raquítica.
Hemos alcanzado el principio
de la igualdad
del dinero.
De más está decir que llueve
y un párpado aterido
concede la licencia
para dispararle.
Es un cuerpo vano. Se enreda entre las hojas.
La tarde ni se asombra.
Cambio es dinero.
Quietud es dinero.
Al cuerpo no le atañe lo que es.
No presiente su parcelación,
éxtasis de las mercancías.
Su don nadie en las guerras ajenas.
No va más allá de la fosa común
y su arpón sin rezo.
Sólo su cabeza vacila
entre la quietud y la escasez.
Fanfarria del arlequín
“Nuestra vida está colgada como de un hillico de su sola voluntad”.
Fray Luis de Granada
el hombre vocifera se levanta mira arriba se ejercita miente camina bosteza manufactura se lo llevan los diablos se compromete delira se detiene trastoca jura y perjura reflexiona muerde olvida comprende se apaga regala se beneficia susurra confía se desgañita pierde cae rememora compra echa los títeres a rodar imagina se recuesta transgrede desconoce se relaja condena transita se enrosca sueña devora se esconde utiliza propaga observa la ley se desmorona gasta intuye descansa se arma hasta los dientes reza va y viene acumula sospecha se dobla pierde ignora recapacita sucumbe devora con la mirada permanece otorga concluye practica bosteza se cae y se levanta cree despilfarra enciende borra con el codo se enardece vende trasiega se deteriora mastica cae se asombra nada y guarda la ropa silba esconde enreda encandila difunde pierde se apaga arranca se desmorona dispara tiene los días contados concluye deletrea se amilana incendia las tardes rumia cosecha dictamina no pega ojo salta observa hace números abusa trasciende detona pierde el tiempo canta arraiga en otra tierra desfila promete se curte reposa se contagia desconfía se atrinchera niega baraja se extravía ofrece retoma se pone en lugar de otro ataca se distrae encuentra lleva la cuenta regresiva se devana entre los hilos del prestidigitador
(de “Las naciones hechizadas”, Ediciones El Otro El Mismo, Mérida, Venezuela, dirigida por Víctor Bravo)
"polvo enjaulado en la garganta"
[de Las naciones hechizadas, 2010]
vaya a mañanear la muerte es banal y las caballerizas hieden también el patio de la muerte sea capataz de su hacienda amurallada pastor alemán y doméstica bestia hasta de muerte se canse de ladrar trasiegue de esquina a esquina la fosa común el rondón de Europa la ninfa enviciada que lame sus aristas las abrillanta con el filo de su paladar trasunta el agua en sangre el cuerpo en arenisca impalpable diminuta de muerte se aburre increpa a los vigías su larga cerrazón de aliados la fanfarria de ebrios anodinos en sota caballo y rey pide su amor letal su salvajada aorta el deseo es el mismo pero quiere más trasiega su boca de espuma en la boca del puerto late en el bastión oliva de radares y redes asmáticas abre la tumba de playa para el torero hilarante cual hilandera que teje su red y la despinta para soldarla más recia espumarajo de alambre cansino y melena rubia electrizada a media res entre el trópico y el cielo nevado el deseo es tedioso pero liba en su boca de sangre muerde su red buscando presa se dilapida la carne en murallones de algas aguachirle de músculo alado que no sabe nadar en el néctar mortuorio de las aguas saladas gangrena su boca letal mastica el furgón moreno y la balsa encallada relame el fuego nocturno y su ronda embrujada tritura la pavura materna la palma de su lengua cercena el madero la astilla del ángel el pasaporte rajado raído
*
[de Arquitecturas fugaces, inédito]
El reverso del verano
como una construcción de arena y horas
luz en equilibrio sobre las antenas.
Todos los cambios cromáticos del día
ebrios de sí
en trapicheo con la oscuridad que aguarda
más rotunda que la memoria
obstinada en su maleza
sin hacer pie.
*
Ojalá me envolvieras en un atajo de tu corazón
lejos el pantano que es este país
y su impertinencia
contra todos nosotros.
Olvidarlo como arenisca
polvo enjaulado en la garganta.
*
«La patria de todo escritor es la selva espesa de lo real.»
Juan José Saer
La selva de todo escritor es la real patria espesa.
Todo escritor espeso es la selva de la patria real.
La patria toda es la espesa selva del escritor real.
La samaritana
Los sigo de cerca
por dondequiera que van:
con mi barraca,
mi cantina de frontera,
mi circo ambulante
y su murga fulana.
Con todas las demás.
Quiero estar con ellos
donde ellos estén:
rodear su territorio
de zarza y jaramillo,
en el dadivoso desierto,
en los cañaverales, en el crepitar
obsceno de las tormentas.
Bajo los toldos
entre luces, serpentinas
recito con ellos sus letanías de bourbon
y cigarrillos. Les desguazo el hígado.
Badajoz, 1936...
Acabo de presenciar un espectáculo de desolación
y de espanto que no se apagará de mis ojos.
Mario Neves, corresponsal de Diario de Lisboa
Blancuzca de alborada y palidez
amanece la última mañana
en las cañadas de la tierra.
No preguntes quiénes son
ni qué tinta negra
les atropella las entrañas.
Abanicando el capote
los empujan
los encajonan
los traen a la plaza
cuya arena
sin querencia
van a teñir.
No hay alamares ni caireles.
Apelotonados
aguardan debajo de las gradas
resoplan, rezan, se desviven.
Ojalá
se amasaran
en una sola figura de fauno
en un caballo que los guarde a todos
en un minotauro justiciero.
La claridad anémica
de la mañana
se cuela por las aspilleras.
No abriga. Acontece
como un rastrojo de frío
arañando la espalda.
Pero los cuerpos no se funden.
Son parvas trémulas
de carne.
Un cabo
pistola en mano
cuenta... dieciocho,
diecinueve, veinte
y los saca al ruedo.
Desde las contrabarreras
del toril
las ametralladoras
los avistan
se preparan.
De veinte en veinte
como a reses
los jalean, los apuntillan.
La camisa blanca,
la mirada cierta
ofuscan a las huestes
que en su pasmada quietud
clavan
al primer aviso
las balas
como estoques.
Se apaciguan
esas candelas
sobre su sangre anegada.
Las envuelve
la atronadora
serenata de aire
desde el sombrío aforo
que pide muerte
y muerte.
Arrastrarán los carreteros
un mudo jaleo de cuerpos
hasta la calle encendida y tiesa.
Luego
se lo tragarán
las hoyos famélicos
junto al cementerio
en el espeso trajín
de la tarde sin siesta.
El equinoccio
cuajará
sin tocar
esas majadas
esos hombres que no se evaporan
de los surcos de la tierra.
Tienen el pueblo a su suerte.
Le dejarán la estocada
la osamenta deshecha
el aire que respirar
crispado por la pólvora.
.
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