Luis Serguilha Serguilha (Vila Nova de Famalicão, Portugal, 1966). Distinguiu-se em várias áreas, tendo atuado como coordenador de uma academia de motricidade-humana, colaborador em pesquisa arqueológica da época castreja, dinamizador de bibliotecas de jardim. Poeta, crítico e ensaísta, suas obras são: O périplo do cacho (1998), O outro (1999), Lorosa´e Boca de sândalo (2001), O externo tatuado da visão (2002), O murmúrio livre do pássaro (2003), Embarcações (2004), A singradura do capinador (2005), Hangares do vendaval (2007), As processionárias (2008), Roberto Piva e Francisco dos Santos: na sacralidade do deserto, na autofagia idiomática-pictórica, no êxtase místico e na violenta condição humana (2008), KORSO (2010), KOA'E(2011), Khamsin-Morteratsch( 2011) estes cinco últimos em edições brasileiras. Seu livro de prosa - Entre nós - é de 2000, ano em que recebeu o Prêmio de Literatura Poeta Júlio Brandão. Possui textos publicados em diversas revistas de literatura no Brasil, na Espanha e em Portugal. Alguns dos seus textos foram traduzidos para o espanhol, inglês, francês, italiano, alemão e catalão. Participou em vários encontros internacionais de arte e literatura. EXPERIMENTADOR das LEITURAS POÉTICAS-METAMÓRFICAS-LAHARS. É responsável por uma coleção de poesia contemporânea brasileira na Editora Cosmorama e Curador do Encontro Internacional de Literatura e Arte: Portuguesi.
Canario de mar
El alcohol de las fábulas hace palpitar el glande del navío donde las posesiones tejen el regreso de las ballenas coleccionadas por las válvulas mitológicas del horizonte.
Aquí las redes de los cerezos mecánicos expulsan las insostenibles sombras-alambiques que se burlan del fuego inspirador de las góndolas.
Furtivamente los pájaros embriagados se resguardan en las parejas somníferas de los pomares donde todas las equivalencias de las olas se destilan como las escuadras sazonadas de los pulmones que deslizan nuestros proyectos asimétricos de las crisálidas solares.
Los dedales de los astros devastan las trampas garabateadas en los higos rudimentarios de las meditaciones para exaltar el secreto de las raíces silbadoras entre las lajas aturdidoras del aluvión cinematográfico y las mandíbulas frenéticas respiran el cálculo tumefacto de la impetuosidad conducida centralmente por las fisonomías acuáticas de las guitarras.
Los ovillos persistentes de las aguas estrechan el riguroso invierno inmaculado de los locos relojes porque la explosión de la claridad asaeteaba sosegadamente los panales-bailarines de la memoria.
El músico está solemnemente encorvado en la indefinible epopeya ondeando en una inmersión distinta como un ser etéreo en la genealogía inquebrantable de un pueblo y sobre una quilla encrespada peina la suntuosidad del espacio sonoro con el sudor nómada de la púrpura melancolía que alinea la muralla reveladora de la conciencia con los regazos testamentarios de la esencia incendiaria.
El nenúfar arrebatador del patrimonio es la generalización excéntrica de un laberinto cadencioso en la transferencia objeto de milagro de las composiciones que injertan las secuencias melódicas de los espectros como si el alma fuese un tigre de esferas lucífugas y dulces los ecos jazzísticos del caballero noble ofrecen los pórticos constelados de las mariposas entre las crines preciosas de las atmósferas pulmonares.
Aquí los intersticios desatollados de las herencias persiguen los sueños rutilantes de la sangre que sucumben felicísimos en las invenciones químicas de la rebelde maestría.
Es en esta cuna incomparable de movimientos que las señales de las gaviotas descortinan la insubordinación de la música pura.
Las baladas de la transmutación engullen ardientemente las cuerdas transversales del poema donde los acantilados periféricos del corazón misionario balancean sobre los bandos accidentales del Tajo.
Las guitarras intermitentes de las aguas lanzan los telares luminiscentes en el tropel innumerable de las pulsaciones que atraviesan las biografías infusas de las catedrales que imaginan el escondrijo convulso de las azucenas en la invocación quirúrgica del relámpago.
El mantenimiento de los astros se sobresalta en los cepillos guturales de los alpendres porque las resonancias de los peces fotográficos llevan al Infante do Mondego hasta los astrolabios guerreros de los pájaros donde los cántaros de las transparencias desabrochan las estacas enjugadas de los mensajeros que remueven los paladares hendidos de los exilios.
El lirismo de los fósiles es conquistado en la inestabilidad de las gargantas del firmamento donde la reconstitución marítima es un recorrido de vórtices por los zodíacos de las poblaciones que no se descomponen.
Estos gestos perpetuos en la explosión del silencio cañonean los crepúsculos contemporáneos de las transitorias arterias como un grito de posibilidades sincopadas esparciendo el expolio unívoco de las alucinaciones.
Los maquillajes leoninos de las orquestas son abrochados en la circuncisión del paladar de los naufragios de los descubrimientos tempestuosos de las estrofas de las civilizaciones.
Los signos victoriosos de los cafés se entrechocan llenos de equilibrios indescriptibles para redoblar la vulnerabilidad ática de la geografía humana sobre los azulejos rayados de las aduanas y los árboles imprevistos del corazón son trepadoras polinizadas embutiendo las inmolaciones azules en las arcadas ignoradas del diluvio.
Las llamas clásicas de las arpas se acrecientan en los flecheros protectores de los ríos en la hibernación remolinante de las escarpas en los adobamientos bebedores de las teclas solares en balancín fragmentario de las especies de la seda y las antinomias de los talleres atlánticos se perfilan regularmente en el guardador efímero das metamorfosis circulares abotonadas precisamente por los olores imprecisos de los temporales cerámicos.
Los fuegos organizadores del verbo construyen la individualidad de los recuerdos de las trepadoras sobre el alimento sibilante de las primaveras septentrionales.
Las flores desmedidas de los innombrables cometas se asemejan al tendido bifurcado de las poleas anatómicas que concilian los maratones lunares de las luces autoritarias donde el cuervo que palpa las hemisféricas papayas ornamenta las transposiciones de los párpados perseguidos por los dédalos moleculares de los veneradores de ninfas.
Los cazadores de espejos enmarcan la arqueología de la locomoción en el desasosiego de las ánforas póstumas de los aluviones y en la celda eremita y rebelde del guitarrista donde el telar mutante del océano restaura la verdadera morada de los amantes.
Traducción de João Navarro
http://www.arquitrave.com/archivo_revista/arquitrave44.pdf
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