Ramón Iván Suárez Camaal. Nació en Calkiní, Campeche, MÉXICO en 1950. Radica en Quintana Roo desde 1973. Es profesor de lengua y literatura españolas.
Ha obtenido más de treinta reconocimientos por su trayectoria literaria, entre los cuales destacan dos premios de poesía en 1991: el "Olga Arias" de Durango y con el libro Pulir el jade el "Jaime Sabines" de Chiapas.
Algunos de sus textos han sido publicados en la revista de la Universidad Veracruzana La palabra y el Hombre y en antologías como Asamblea de poetas jóvenes de México de Gabriel Zaíd. Pavesas (poesía, 1979), Poemas para los pequeños (1983), En el insomnio escribo (poesía, 1987), Cuando te llamo selva (poesía, 1989), Pejeluna (poesía, 1996), Casa Distante (poesía, 1996), Otros mundos, otros sueños y otra vez otros mundos (poesía, 1996) son ejemplos de la obra de Suárez Caamal.
Coordina talleres literarios de poesía y cuento para niños y adolescentes. Como resultado de su práctica en dichos talleres publicó su libro Poesía en Acción en 1991.
Fue premio estatal de periodismo de Quintana Roo en 1987.
El cuervo y las alas de la metáfora
Ramón Iván Suárez Camaal
EDITORIAL LETRALIA
Una alegoría poética que maneja la metáfora como herramienta artística y a la vez como ámbito hacia el cual desplazar los sentimientos del hombre.
Mi tribu
Un árbol subterráneo nos sostiene,
el árbol de los nombres.
Miryan Moscona.
Tallé en un fémur
el retorno de la parvada
y lo hice instrumento de golpe.
Al tam-tam acudía mi tribu
nada silenciosa;
del árbol totémico
éramos frutos, ojos.
Pronto no se sabría quién cantaba,
si las aves
o los grillos bajo tierra.
Tordos, grajos, cuervos,
zanates, piches, cornejas
kaues, mirlos, urracas:
el árbol de los nombres crecía
al amparo de lo súbito, del silencio.
(Balanza, candelabro, cruz foliada)
en su rama derecha, sol;
en la siniestra, luna.
Madre, sueña con nosotros;
pródigo es el cielo en granos.
Moja la punta de tus alas
en las cenizas de la Vía Láctea;
escucha al viento boreal
y al del oriente;
nos quiebran, nos deshojan.
Pronto será lavado el cielo
y habremos de buscar la ruta
para enterrar a los vencidos.
En un hueso de toro
tallo el éxodo de la parvada
y su percusión
sigue el ritmo de mi sangre.
Nada silenciosa mi tribu,
deshoja la rosa de los vientos.
Con carretes de hilos nos ataron
y es tanto el peso de la noche,
tanto plomo en nuestras alas
que habremos de negar
tres veces a la luz.
Instrumentos (lo viví antes)
el fémur y el hueso de un toro
golpean la piel de la luna,
el gong de la luna roja
que mantiene en pie
el árbol de los nombres.
Pronto no sabría quién cantaba.
Por eso nos quiebran, nos deshojan.
Grajo frente al espejo
Mirándose en el espejo un grajo
a nadie veía,
tal era su pluma.
Con estas cavilaciones
buscaba en la telaraña
a quien siempre estuvo a salvo.
Los demás sólo sintieron
el golpe del ala oscura.
Detrás de nuestros actos, nadie.
¿Y si nos hiciéramos presentes
en versos cacofónicos al estilo
de la corneja en la rama?
Amplificaríamos nuestra presencia
con la bocina a dos manos,
el mundo es chirrido de gozne
entre beatitud e infierno.
Nunca el cuerno de caza
avisó a la jauría
la presencia de la raposa
ni el grajo frente al espejo
supo que estaba ante la noche.
Tal era su pluma, secreto y llave.
(El grajo entró al espejo).
Escribí: grieta,
corona de ajos, diente,
luna también.
Cuando el huevo del hueso
que guarda mi tumba eclosione,
el grajo de los cuentos graznará.
Salutación del tordo a su hembra
Si me ven solo
no es
que ame el silencio.
Si piensan
que no canto,
se equivocan.
Poseo mil voces.
Mas enmudezco
porque soy el clavo doliente.
Cuando tracé tu ausencia
remé
contra el olvido.
Un ciprés junto al otro
se mecen y acarician.
El viento es débil.
Intentan
alcanzar las nubes.
Nos congregan
sombras y clamores.
Y ya pertenezco a la parvada,
pero no estás.
O estás y no me sientes.
Tal vez la noche seas,
seas el viento o el bosque
o la silueta de perfil eterno
en el horizonte,
tal vez.
Una larga metáfora
De pantalones cortos,
un niño languirucho
corre por los renglones
de su cuaderno.
Torvo su paraíso,
subió a la cruz
con una esponja
de amarga hiel
y la acercó a los labios
del Nazareno.
Corvo, amó la hilacha
de sus días de oro
y los fue desenredando
del sueño a la palabra.
Una mano es un pico,
un pico es una pluma.
Y los renglones donde el niño
languirucho salta,
vibran con los versos
o las huellas furtivas
de su agria memoria.
La anterior es una metáfora,
una larga metáfora
para llamarme cuervo.
Descubrimiento del tótem
Cuando vino el tordo
y rozó mi nuca
temblé. Descubrí en el escalofrío
de la página manuscrita, mi tótem.
Mis ojos fueron innecesarios
y sólo el roce de sus plumas bastaba
para descifrar lo que oculta el alma.
Vi, desde los suyos, la certeza del estío.
Mas no era una hoja la que se abalanzaba al fondo.
En don de lenguas.
Había pasado muchos siglos
en la búsqueda de mi protector.
Interrogué a las estatuas,
no sólo con un cíngulo hice vibrar la oreja de las flores
o leí en las estrías de los troncos caídos
el último de los cantos,
si no que puse una gota de rabia
en el pico de la alondra,
en el ojo izquierdo del relámpago
y en las plumas del arco iris.
No había visto el oro de los dioses
perderse en el patio como un graznido
ni bajo la piedra,
al voltear la tortuga,
su húmedo vientre.
Esperé que la indefensa manotease
para hundir la daga en su cuello
y beber su sangre tibia.
El mar habitaría otra vez mis venas,
el velamen de la noche surcaría el Zodíaco
y un tambor igual que las pisadas de un ejército
apisonaría la arena
con la luna menguante de sus herraduras
hasta poner a ras las calaveras y los peces muertos
—hojas también su huesa honda—
hojas también la playa
a donde me llevó la imagen de este vuelo
cuando el tótem llegó con el grajo.
¿Cómo cantan las tinieblas?
La sangre de su graznido sabe a muerte.
Ojos de mediodía, perfil agudo,
puntas de pluma los dedos de las manos;
zanate la voz, irónica mueca.
Coleccionar joyas, versos brillantes,
el vidrio de las lágrimas.
Desde la rama seca observo los afanes de los hombres.
Sé que el silencio es la pócima de los elegidos.
Vuelo. Alguien se acerca.
La rama es ahora una cruz del camposanto,
una cruz sobre mi tumba:
los-ojos-yesca-ardiendo,
los-de-mirada-dura,
los-sin-rastro,
los-sin-rostro.
De hambre me alimento.
Desde que supe de mi doble
es más oscura mi palabra
en la claridad de sus ojos.
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