Alfredo Zaldívar (Sojo tres, Holguín, Cuba, 1956) Poeta y editor. Reside en Matanzas desde los 17 años, ciudad donde ha desarrollado toda su obra como escritor, editor y promotor cultural, donde fundó en 1985 la editorial artesanal Vigía, que se distingue por sus libros artísticos de alta calidad literaria, de gran prestigio dentro y fuera de la Isla. Incursiona en la crítica literaria y de arte, la ensayística, la narrativa breve y la dramaturgia.
Ha publicado los libros de poesía Concilio e las aguas (1989); Con el cuidado del que pisa en falso (1994); La vida en ciernes (2002) y Papeles pobres, (2003); Tiene en proceso editorial Contra la emoción. Publicó en 1997 el ensayo sobre el poeta popular cubano Antonio Hernández Alemán, Seboruco: una estrella en un cartucho, ganador del Premio Medardo Vitier, 1988. Ha obtenido los premios nacionales de poesía José Jacinto Milanés, 2001 y Adelaida del mármol, 2004.
Poeta y editor. Fundador de las Ediciones Vigía. En su poesía se transparenta un afán de búsqueda ontológica incesante.
He pecado, Señor.
Esta mañana recité una alabanza
en los oídos de mi joven amante.
Llegué a rimar diez octosílabos
más de diez veces creo.
Lo hice con vehemencia.
El sonsonete de un antiguo italiano
me llevó hasta un soneto.
Intenté disuadirlo
mas salían en versos blancos
tan líricos
que decidí parar.
Y heme aquí, Señor mío,
atormentado.
No fui capaz de contenerme
y escribí un encendido elogio del paisaje
me arrobé ante los últimos reductos de la tarde
y lo peor
lo hice ante una ventana.
Este acto, Señor,
se ha repetido varias veces.
En las noches percibo el olor de un jazmín
y he corrido hacia él
lo he descrito con fruición.
Yo, bajo las estrellas del jazmín
espero que amanezca,
canto feliz de haber nacido
y al goce de los albos atributos del día
he compuesto mis salmos.
Salmos, Señor, he dicho.
A veces me he hecho acompañar de amigos
en estas deleitosas correrías.
Le he señalado los encantos del río que fluye hacia la mar
y he visto en sus miradas aguas enternecidas.
Los he inducido a la consternación.
Yo, Señor, lo confieso.
He usado en mis poemas las palabras
sublime, ensoñación, nostalgia, isla,
añoranza, criatura, pez, blanquísima...
Señor, el verbo amar
ha aparecido en todas sus conjugaciones,
en todos sus sinónimos.
A la vuelta, en el bosque, encontré
un cervatillo moribundo.
Y he llorado por él y por mí
y por todo.
He llorado, Señor,
Hoy he dispuesto mi arrepentimiento.
Debo autoflagelarme.
POETA QUE LEE A OTRO POETA
Cuando soy el poeta que lee a otro poeta
soy el subtexto
los espacios en blanco
los márgenes
las lindes.
Cuando soy el poeta leído por el otro poeta
soy la página en blanco
predispuesta.
Cuando me lee un poeta
se me olvida quien soy
pero jamás quién es.
Cuando leo a un poeta
se me olvida quién es
pero jamás quién soy.
Cuando no soy poeta
ni leo a nadie
debo ser el poema.
El poeta
debiera ser un mal lector.
Soy un tauro perdido
Pero no eran los perros el peligro,
pero no era el peligro ni era el miedo,
tan sólo la inclemencia,
una swástica sobre la sagrada escritura de mi casa.
Y el oráculo vino para ratificarlo;
no eran perros ni bestias ni figuras.
Los perros lamerían mis llagas
cuidarían los pastos
cuidarían.
No eran perros ni bestias ni hombres eran
los que abrirían mi pecho para saciarse
y no se saciarían.
Molestan las posturas de mis huesos:
acojo a mis hermanos,
buscamos pedazos de cristales a la orilla del mar
para alumbrar la casa;
pongo las hojas de la siempreviva en su pared de luna.
Soy un Tauro perdido.
No encontrarán mis cuernos,
no estuvieron jamás sobre mi frente
nunca se han extraviado.
Los que vieron mi estrella,
los que hallaron alguna luz entenderán cualquier pequeña alevosía,
tendrán el sacrificio de la res,
mas nunca en sus costillas
el dolor de los tarros escindiendo sus pechos.
Soy un Tauro perdido.
No escarbaré la tierra,
no cerraré los ojos para atacar al hombre,
no confundo la sangra con el banderín rojo del torero,
sé deslindar la guerra de los juegos,
no amaré la embestida.
Cuento los días en que me devoran
y no son más que los que me deslumbran.
Pretendo una muchacha en el sitio más alto del zodiaco.
Soy un Tauro perdido. Otro error del horóscopo.
El toro arisco de mi tiempo avanza;
suena el río, trae algo.
Yo estoy dentro del agua, arriesgo el cuello.
Sólo dentro del agua el tiempo pasa.
Sólo dentro del agua el tiempo es tiempo.
De Soy un tauro perdido y otros poemas
CAPUCHINOS DEL SÁBADO
variaciones sobre un mismo tema
oyendo un disco de Lien y Rey
I
La muchacha de Rubens
o quizás de Botero
habla de un filme
mientras cuela el café.
El rapsoda del tres
tritura las canelas
mientras que la chelista
sube como la espuma de la leche en polvo
por una nota de un tango de Gardel
Y el pintor
dibuja en la pared una hormiga gigante
que corre pequeñísima sobre el azúcar.
Sólo falta el aroma de una flor tropical
llamada de vainilla
que voy desmenuzando
sobre la capucha
de un gordísimo fraile franciscano
desbordándose sobre el café molido con arvejas
descalzo
humeante
en esas tazas de cerámica virgen
regalo de mi hermana Tárcila
que ya no está.
Basta mover las cucharillas
sobre el ritmo de un jazz
o al compás de una conga
para que esté servida
como en el disco
la fusión.
II
La muchacha de Rubens
un francés
o quizás de Botero
un colombiano
como la guaracha que ahora suena en el disco
grabado en Bogotá
quemado en la Florida
habla de un filme
suizo
mientras cuela el café
de la Arabia
al estilo italiano
en una cafetera fundida en Sabanilla.
El rapsoda del tres
que es de Bayazo
tritura las canelas
de Ceilán
mientras que la chelista
del Versalles de Matanzas
sube como la espuma de la leche en polvo
canadiense
por una nota de un tango de Gardel
y el pintor
-sueña con Groenñandia-
dibuja en la pared una hormiga gigante
que corre pequeñísima sobre el azúcar
del Tinguaro
que vino de la caña de la India.
Sólo falta el aroma de una flor tropical
de América o de Asia
llamada de vainilla
que voy desmenuzando
sobre la capucha
blanca espuma italiana
de un gordísimo fraile franciscano
español
desbordándose sobre el café molido con arvejas
de Méjico
descalzo
humeante
en esas tazas de cerámica virgen
de Isla de Pinos
regalo de mi hermana Tárcila
que ya no está
y ahora está en todas partes.
Basta mover las cucharillas
rusas
sobre el ritmo de un jazz
americano
o al compás de una conga
oriental
para que esté servida
como en el disco
la fusión.
III
Iba a escribir de la amistad
y he terminado hablando de las mezclas
o es que quizás son una misma cosa.
NO DEBIERON VENIR LOS FORASTEROS
para Leymen Pérez García
No debieron subir las escaleras
nunca debí decir
esta es tu casa
aquí tienes el pan
aquí está el vino
en esta jarra siempre hay flores frescas
en este cofre guardo los cuchillos.
No debieron subir los forasteros.
Devoraron mi pan
se bebieron mi vino
las flores se secaron para siempre
todavía hay cuchillos en el aire.
septiembre de 2001.
LA VIDA EN CIERNES
I
Nunca creí en las despedidas.
Siempre viajé en la cáscara
me quedaba al partir
me iba de viaje sin saberlo
contra mi voluntad y contra todo.
El que se va de viaje guarda todos los libros
y empieza a escribir uno.
Apócrifos se vuelven los que viajan.
Mi última ausencia todavía dura.
Estoy de viaje aún
todavía estoy llegando
disimulando la caída
haciendo contorsiones que amortigüen el golpe.
(ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina
ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina.)
II
He sobrevivido más de cuarenta años.
Me enamoré a primera vista
y se me va a ir la vida esperando por ti
guarecido en tu indicio
dependiente del ron del dominó del béisbol.
(ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina
ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina.)
III
Aquí estuvimos a los veinte
en este mismo bar
aquí te espero cuando rindas viaje
cuando atardezca
cuando bajen los toldos.
(ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina
ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina.)
Estaremos
con tu camisa blanca de la buena suerte
con la manía de mi pie derecho
diciendo adiós
llegando.
(ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina
ponme la mano aquí, Macorina
pon pon pon, Macorina.)
Todo en un santiamén
en una sola fiebre
o dilatándose.
Ya sin preguntas.
Sin ninguna respuesta.
Toda la vida en ciernes.
AVIESOS MENESTERES
No es el papel, su humilde resistencia,
no el oro de la casa,
los estratos de luz que la sostienen,
no es el vuelo rapaz,
el pagano o el fiel,
nada de esto es la vida.
Doy mi espalda.
(y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué)
Yo soy mi padre.
Asumo tal percance.
Nada ordeno, sino mis poco humos,
los que a veces resultan de los raros incendios
/donde ardo,
imperceptibles ascuas que condeno al olvido,
pero van a los sitios fijos en la memoria
a esa arca que atada por cuerdas invisibles
no atraca, nunca parte
y ve desde su vicio
otras velas postizas enardecer sin flama.
Doy mi espalda.
(y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué)
Sorda enumeración de los días.
Calma cadena atada a la impaciencia.
Disciplinadamente doy mi espalda.
(y a mí qué,
Tripita en La habana,
y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué).
El devenir dará sus órdenes conclusas.
Yo, solo, y en voz alta
habré de repetirlas para creer en mí.
( y a mí qué,
Tripita en La habana,
y a mí qué,
Tripita en La Habana,
y a mí qué).
Aviesos menesteres parten el tiempo en dos.
Rostros velados que esconden su mirada del pretérito sesgo,
la esconden de los hombres que vendrán.
El presente es tan sólo esa línea que escinde.
el presente es tan sólo-
Tengo mi fe nadando en la fe de otros hombres.
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