martes, 20 de diciembre de 2011
5484.- ANTÓN ARRUFAT
Antón Arrufat
Antón Arrufat Mrad (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935) es un dramaturgo, novelista, cuentista, poeta y ensayista, Premio Nacional de Literatura de Cuba 2000.
De origen catalán por el lado paterno y libanés por el materno, hizo sus primeros estudios en su ciudad natal, en el colegio de Dolores, de la Compañia de Jesús. A los once años, se mudó con sus padres a La Habana, donde continuó su enseñanza primaria en los Escolapios. La secundaria la hizo en Instituto de La Habana, en el de Marianao y en el del Vedado. Estudió Filología en la Universidad de La Habana, donde se graduó en 1979.
Su madre murió cuandoArrufat tenía 18 años; tres años más tarde su padre fallecía en un accidente de ferrocarril.
Cuenta Arrufat que su "vocación por la literatura comenzó a manifestarse muy pronto". "Desde muy niño, ya en Santiago de Cuba, escribía poemas y piececitas teatrales. En una libreta de clases redacté una novela, que en una de las múltiples mudadas de mi familia, se extravió", recuerda Arrufat.1 Comenzó a publicar en la revista Ciclón —que dirigía José Rodríguez Feo, el mismo que fue codirector de Orígenes— y en 1962 apareció su primer libro con sus poesías de adolescente.
En 1968 la polémica desatada en torno a su pieza Los siete contra Tebas, con la que ganó el premio José Antonio Ramos de la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC), lo condenó a unos catorce años de silencio en los que el escritor no pudo publicar. La obra se estrenó en Cuba en el 2007 bajo la dirección de Alberto Sarraín.
Vivió en Estados Unidos tras la muerte de su padre; visitó Canadá y regresó después del triunfo de Fidel Castro. Ha viajado por Europa y residido en Londres y París.
Fue amigo y albacea literario de Virgilio Piñera.
OBRAS
El caso se investiga, pieza estrenada en 1957
En claro, poesía, 1962
Mi antagonista y otras observaciones, cuentos, 1963
Repaso final, poesía, 1963
Teatro, colección de piezas, 1963
Todos los domingos, teatro, 1964
Escrito en las puertas, poesía, 1968
Los siete contra Tebas teatro, 1968
La caja está cerrada, novela, 1984
La huella en la arena, poesía, 1986
La tierra permanente, teatro, 1987
¿Qué harás después de mí?, cuentos, 1988
Las pequeñas cosas, prosas, 1988
Cámara de amor, teatro, 1994
Lirios sobre un fondo de espadas, poesía, 1995
La divina Fanny, teatro, 1995
Virgilio Piñera: entre él y yo, ensayo, 1995
Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud, cuentos, 1998
El viejo carpintero, poesía, 1999
La noche del Aguafiestas, novela, 2000
Las tres partes del criollo, teatro, 2003
El hombre discursivo, ensayos, ed Letras Cubanas, 2005
[editar]Premios y Distinciones
Mención de teatro del Premio Casa de las Américas 1961 por El vivo al pollo
Mención de poesía del Premio Casa de las Américas 1963 por Repaso final
Premio José Antonio Ramos por Los siete contra Tebas teatro, 1968
Premio de la Crítica 1985 por La caja está cerrada
Premio de la Crítica Literaria 1987 por La tierra permanente
Premio de la Crítica Literaria 1987 por Lirios sobre un fondo de espadas
Premio de la Crítica Literaria 2000 La noche del aguafiestas
Premio Nacional de Literatura de Cuba 2000
Premio Alejo Carpentier 2000 por la novela La noche del aguafiestas
Distinción por la Cultura Cubana
Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2005, que que concede el Instituto Cubano del Libro, por el relato El envés de la trama
HAY FUNCIÓN
La noche se abre sobre el cine.
Estamos juntos y te siento respirar.
Las oleadas últimas de sombra
corrompen las amarras ajenas.
Miramos aturdidos la pantalla,
sé que la miramos en busca del momento
en que la Bestia enseña sus dominios,
y agoniza en la yerba
para mostrar la forma de su amor.
Nos gustaba ese momento, esa frase.
Yo la repetía despacio en tu oído,
un poco inclinado sobre tu carne pálida.
Esa frase, la intensidad del gesto, la mirada
postrera del que sabe que pierde,
se unían a nuestro amor. Nos servíamos
de las cosas ajenas, de lo que otros soñaron,
tal vez, en la butaca de otro cine del mundo.
Te siento respirar, aletear levemente,
buscar en la sombra las pastillas del asma.
"Anoche dormí dos horas, con el pecho
oprimido."
Y tus manos fulguran y las acaricio calmado,
sin presión, para descubrir el nacimiento
del amor en mi pecho, en la sangre.
La aparición dolorosa del amor, el temeroso
amor, siempre jugando su partida,
siempre en el pavor de perderla.
Crece en mis venas. Parece
que tú entras en mí y yo salgo,
dejo reinar tu presencia oscura
y busco, en la penumbra de la sangre,
pasarme suavemente a tus venas.
El temeroso amor emprende el viaje,
y conoce, por su propia lucidez, el fin.
Tú quedarás indescifrable,
tu carne pálida por siempre ajena.
Yo quedaré en mi soledad, apartado,
en mi butaca sombría.
Pero no importa, el amor
juega su perenne partida.
Hablamos de tener ojos
en la punta de los dedos,
ojos que conocieran el color de tu carne,
el cambio de la luz en tu carne, fragmentos
del film, el resplandor de los candelabros
en la casa de la Bestia,
y no estos torpes dedos, que avanzan
sin mirar, percibiéndote apenas.
De pronto se encienden las luces
y queda blanca la pantalla.
Me pierdo solo en la calle.
REPASO FINAL
La Habana, 1963
1
Mi familia muerta está sentada en la sala
y conversa de las cosas del día.
Por esta calle arrastran muertos
—dice mi madre donde está ahora—
viendo pasar los muertos y las coronas.
Mi familia muerta está sentada en la sala.
Mi tía con sus largos brazos
y el pelo teñido, recordando.
Juan dijo que vendría a buscarla
y nunca volvió. Ella lo vio
con otra mujer y con el niño.
Juan dijo que vendría a buscarla
—repitió la familia.
La mesa con el búcaro y las flores
de papel, el radio viejo y el bastón.
Dios de la vida, exclama mi padre,
Y recoge los restos del día.
Quisimos hacer nuestra vida
a golpes, mientras sonaba
el reloj del comedor.
Mi familia muerta está sentada en la sala.
¿No irás al cine esta tarde
antes de la comida?
Al cine, mirando sus vidas,
sin que puedan cambiarlas,
con los ojos vacíos,
en la vigilia, cuando
crecen las uñas y el pelo de mi madre
es una cabellera sobre los huesos apagados.
Yo pienso en ella y no sé si llorar.
Si las imágenes alcanzaran la resurrección.
Sombras mías, ruinas que no podré rescatar,
manos sin huesos, pies que no caminan
y dejan olvidados los zapatos.
Sombras que no necesitan la oscuridad.
Aparecen bajo el sol, en las tardes,
sin que las invoque, cuando me levanto
despierto en medio de las luces.
Escucha, mi familia:
estoy aquí donde no hay nadie, viviendo
por ustedes, arrastrando los muertos,
y los miro entrar con las puertas cerradas.
Escuchen, sombras mías: en los sillones
que no encuentro, la noche viene
para apagar los trajes y las begonias.
2
Y dijeron:
"Vamos a pasear al Caney,
a ver la quinta."
En ella quisimos vivir,
pero era de otro. Sólo
pasábamos, y luego
su imagen nos acompañaba.
La quinta, la quinta del Caney.
Vivir por imagen, anhelantes,
es extender los dedos en el vacío,
jugar con cartas invisibles,
y tan resplandecientes sin embargo.
Es humo, el humo más verdadero:
siempre va con nosotros.
El nombre es un conjuro:
la quinta, la quinta del Caney.
Todo lo que uno quiere, ya es de otro.
Anhelantes, por imagen. Pasar.
En ella quisimos vivir,
con el árbol sagrado en el centro.
junto a esta puerta que se abre,
y entramos. Voy hasta el río
del fondo. En los traspatios
las flores permanecen encendidas.
Esperan las cosas que no tuvimos.
Siempre están, a veces nos saludan,
otras, suelen poner un ceño adusto.
O lanzar violentas carcajadas.
Siempre están, y nosotros pasamos.
Déjenme aquí. No quiero volver a casa.
Déjenme mirar esta dicha.
Confórmate con llevar una flor,
dice mi madre y me arrastra.
Pasa mi padre en una barca
por el río, con su maleta en la mano:
«¡Vendo telas baratas!»
Pasa mi padre otra vez
con la cabeza cortada en las manos.
«Vámonos, muchacho. Va a comenzar
la iniciación.»
El árbol cruje. Se oyen
las plegarias cerca de la potencia.
Recojo los pedazos de mi padre
dispersos en la tierra,
al pie de las escaleras remotas.
Entomiñán afomá sere ebión endafión
umbrillo atrogo boco macaire...
Entra desnudo, descalzo, con los ojos
vendados, entra en el tiempo del rito.
Escupe el mayordomo el aguardiente
de rodillas, invoca a los astros,
pide permiso al viento y golpea
el tronco y mi cara con el gajo de albahaca.
Traza en el árbol los signos simbólicos.
Oigo cantar el gallo, lo cuelgan
a mi cintura. De pie dibujan en mi frente
una cruz amarilla. Frotan mi cuerpo
con el yeso blanco de la muerte.
¿Quiénes marchan a mi lado?
Escucho pasos que crecen a mi espalda.
Brillan en esta luz los huesos
que no han podido enterrar.
¿Quiénes marchan a mi lado?
¿Quiénes, que no he visto al volverme,
empujan ese carro en la sombra?
Alguien al pasar me entrega la llave.
3
Él vio otra Isla en el destierro
cuando todas las cosas se han perdido.
Muertos sin nombre, cubiertos de cal,
que sus familias no pudieron velar.
Entierran los féretros vacíos.
No vieron más sus caras, no
les pusieron el último vestido,
Esclavos en los blancos portales
llevan las luces, empujan los carros,
edifican sus cárceles y torturas.
Ellos también hablan perdido su país natal.
(Los desterrados se entienden con un gesto.)
Con él soñaron un país
que no existe. Lo vieron
en sueños distintos, en camas
de hojas, en la tierra, en la nieve,
en el monte que es nuestro.
¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
digna por fin de recibir mi frente?
El litigo flagela, el verdugo prepara el patíbulo.
Ya es hora de empezar a morir.
No olvidaremos
el ronco sonido que devuelven sus pechos,
temblantes bajo el peso del verdugo.
Él vio otra Isla en el destierro.
Ellos la vieron empuñando las armas,
tocando las campanas, a caballo,
para hacerla en el tiempo real.
4
Eras tú el niño que golpeaban
en el parque. Llevas el pan
con mantequilla, el medio en el bolsillo.
¿Hasta cuándo?
¿Cuándo es el tiempo tuyo?
Sube esas escaleras y recuerda
altares encendidos, incienso.
Muy pálido y blanco, siempre
un poco alejado, avanzas por la senda.
El órgano a tus espaldas, a tus espaldas;
la mirada febril y conmovida de tu madre.
Los párpados bajos, siempre un poco alejado.
Escupe sobre esa piedad. Han dicho
que nunca podrás ganar la confianza.
¿No fueran para ti las cosas?
A tus espaldas, siempre a tus espaldas.
Mí familia muerta está sentada en la sala.
No hablamos de nada cruel. Quizá no
comprenden.
Quizá no te han mirado a los ojos turbios.
No han visto tu boca de disimulo, irritada.
No hablamos de nada cruel, ¿recuerdas?
Tú, a quien el cura señala, el de las manos
inútiles, el que su padre oculta.
Yo, el muñeco de trapo en el fondo
de la casa, profanando con la mirada.
¿No te dijeron?
¿Cuándo es el tiempo tuyo?
He llenado todos los expedientes,
esperé en todas las salas de consulta.
Esas manos, que nunca
de veras estrecharán las mías,
marcaron mi cuna con una señal de ceniza.
Sus bocas rompieron a reír.
Todo el que quiera puede detenerme
y dejarme en la cárcel.
¿No profanaste las cosas?
El cura abre tu estómago, hunde
sus dedos puros y pregunta: ¿dónde está tu
alma?
Qué infiernos presentiste en las sábanas.
Toda una noche: ¿dónde está tu alma?
Te obligaron a disfrazarte de impuro.
Desnudo, te arrastran en un coche de clavos.
Vestido, conocerás la vida a sus espaldas.
¿Cuándo es el tiempo tuyo?
Tienes sin embargo los ojos
para la vida,
tienes sin embargo la boca
para el beso,
y tienes la palabra.
Ese ciego que pasa, ¿no es más feliz?
Toquen las maracas y los tambores
que para mí no hay fiesta.
EL RÍO DE HERÁCLITO
La Habana, noviembre, 1969
Meditaba estas cosas en el ómnibus:
se ama una ciudad, se vive en ella
con la certeza de que nosotros nos vamos
un día cualquiera, pero esa casa, la reja
de esta puerta, el patio descubierto
en medio de la conversación, sé
que recibirán a otro y otros los verán.
Es el mor de quien se despide, sin darse
mucha cuenta mientras graba su nombre
en las paredes, o con el silencio que
deja en la boca la sabiduría, contempla la ciudad.
Sé que amamos a una persona como mortal.
Besamos el labio que va a ser tierra,
se promete y se jura. Pero la sábana
del amor es una mortaja entre las manos
agitadas, y el velador encendido,
abriendo la negrura para tener su cuerpo,
chisporrotea imperioso como un cirio.
Y no obstante en ciertos momentos
tenemos la ilusión de enredarla
en los brazos y hacerla inmortal.
Más tú, Habana, eres segura, edificada
como la eternidad para que nos recibas,
nos miras pasar, y creces con nuestro adiós.
Miré tranquilo. El ómnibus corría. Era
hermoso saber que todo perduraba.
Donde habías estado despidiéndote,
perduraba, piedra o hierro. Pensé
que el hombre, con su pequeña muerte
diaria en el costado, en el bolsillo
de su camisa de fiesta, hacía perenne
la ciudad, sacándosela de su costilla.
Pasó el horno llameante de la panadería,
las mesas largas de mármol, y regresó el sabor
de la madrugada en que los descubriste:
el panadero atizó el fuego con la vara.
Y viste al final del patio la cochera,
el coche sin caballo, con sus cueros azules,
lugares donde una vez alcanzaste el amor,
un poco aturdido y un poco cobarde,
pero con una dicha que todo avasallaba.
Te alegró que duraran el patio, el coche,
como si estuvieras amando todavía.
El ómnibus seguía. Estabas rodeado
de jardines, en aquel banco,
al pie de aquella estatua de encanto: cursi:
un rizo en el cuello, un dedo tocando
leve el pezón de su seno de piedra.
Nada se había movido. Las cosas, el
recuerdo, dejaban su rastro invulnerable.
Volví a mirar. Se movieron
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