Diego Dublé Urrutia (Angol, 8 de julio de 1877 - 13 de noviembre de 1967), fue un poeta, pintor y embajador chileno. Hijo de Teodorinda Urrutia Anguita y Baldomero Dublé Almeida, ingeniero y teniente coronel del Ejército. Recibió en 1958 el Premio Nacional de Literatura de Chile.
Realizó sus primeros estudios en varios colegios privados de Angol, para luego viajar a Santiago a terminar sus estudios en el Instituto Nacional. En 1895, con 18 años de edad, recibió una mención honrosa en el Certamen Varela de Valparaíso, por su libro de poemas Pensamientos en la tarde. Sus estudios universitarios los realizó en la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile. Durante este periodo colaboró en los diarios La Ley de Santiago y El Sur de Concepción. Su carrera de Leyes se vio interrumpida por su nombramiento en el Servicio Diplomático Chileno.
Su producción literaria comenzó en 1898, con la publicación de su libro de poemas llamado Veinte años que incluyó poemas de Pensamientos de la tarde (1895-1896), de Reminiscencias (1897-1898) y de Melancolía, de 1898. Más tarde publicó Profesión de fe (1928) y Memoria genealógica de la familia Dublé (1942), únicos libros publicados que no correspondían al género lírico. En 1953 publicó Fontana cándida, una antología de toda su producción poética.
En 1903 fue destinado en misión diplomática a Francia. Desde ese entonces, su carrera diplomática lo llevó por 17 países distintos, entre ellos, Austria, Brasil y Ecuador, donde se le otorgó el cargo de Ministro Plenipotenciario de Chile.
Fue miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.
Por su destacada trayectoria, en 1958 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura.
EN EL FONDO DEL LAGO
Diego Dublé Urrutia
Chile. 1877-1968
Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado, el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando.
La noche estaba fría y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía...
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena
que sollozaban las olas al morir en la arena
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio, los vapores perdidos.
Nosotros, los chiquillos, oíamos el cuento
sentados junto al fuego, y como entrara el viento
por unos vidrios rotos, la frente medio cana,
la vieja se cubría con su charlón de lana.
Era un cuento muy bello:
Tres príncipes hermanos que se fueron por mares y países lejanos tras
la bella princesa que la mano de una hada en un lago sin fondo
mantenía encantada. El mayor, que fue al norte, no regresó en su
vida el otro, que era un loco, pereció en la partida; y el menor,
que era un ángel por lo adorable y bello llegó al fondo del lago sin
perder un cabello... Allá abajo, en el fondo, vio paisajes divinos,
castillos encantados de muros cristalinos y en un palacio inmenso,
de infinita belleza, encerrada y llorando, vio a la pobre princesa.
Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto y lo demás fue cosa
de poquísimo asunto, pues al verlos tan bellos como el sol y la
aurora, el hada, que era buena, los casó sin demora.
Así acabó la historia de aquella noche... El gato se despertó
gruñendo, desperezóse un rato y se durmió de nuevo.
Zumbó la ventolina en el cañón, ya frío, de la vieja cocina...
Se levantó un chicuelo y sin hacer ruido
enhollinó la cara de otro chico dormido...
Yo, me quedé soñando con el príncipe amado por la bella
princesa, con el lago encantado y también con los tristes y apartados
desiertos donde duermen los huesos de los príncipes muertos.
Fontana Cándida
Para mí, nada pido,
dadme una rama de árbol, una roca,
y las tendré por nido.
Mi nombre, pronunciado
con ánimo gentil por vuestra boca,
me hará creerme amado.
Evocad mi memoria
al ver una luciérnaga, una estrella,
y me daréis la Gloria.
Pobre es mi celda, pero
a veces canta o se lamenta en ella
el universo entero.
¡Mi Ideal!… lo harta un perfume
de yerba fresca; en la oblación
de un beso su mole se consume.
Llama que al cielo amaga
es mi ambición… que un niño
cruza ileso, y una lágrima apaga.
Todo lo tengo; y, breve,
cabe en un verso mi caudal:
más grave
es un copo de nieve.
Detesto el mal, y amigo
del malo soy, -mi carne bien lo sabe,-
pero a mis jueces digo:
Dolor me apacentara.
Soy el loto que sorbe en agua impura.
Su aroma y su miel clara.
Mi cuerpo, con sus lodos,
dejádmelo, que es mío; con su albura,
mi espíritu es de todos…
Y así, aspirando al cielo,
y aspirando a la tierra, y aspirando
a la quietud y al vuelo,
en este inquieto viaje
me siento derribar de cuando en
cuando por el contrario oleaje.
Y duermo… y en el sueño
me pregunto: ¿quién soy?…
¿quién me conoce?…
¿Estoy despierto o sueño?…
¿Es crimen, es mentira
el placer que me aflige?… ¿santo goce
el dolor que me inspira?…
Y alguien responde: acaso
el ángel bueno que me guarda;
el malo que me perturba el paso;
Dios mismo: acaso Cristo,
por la boca del lodo en que resbalo
o el lirio que conquisto…
Y el dictamen obscuro,
bajo el aire celeste, en la vigilia,
deformo o transfiguro,
en dádiva secreta;
en salmo de esperanza a la familia,
al amigo, al poeta;
En hieles del despecho;
en áspid que amenaza por la espalda
y me emponzoña el pecho:
En un meditar solo;
o en hoja y flor que en ática
guirnalda tiendo a los pies de Apolo…
Ya aletazo aquilino
toca mi ciega fuente, y va a los vientos
el chorro cristalino:
Milagroso fantasma
que enloquece a los pájaros sedientos,
y a los árboles pasma.
Ya mi ala a Dios exalto,
y mi pluma se inflama como loca
en su fanal más alto.
Ya mi bordón requiero,
y no aquieta mi labio hasta que toca
la sandalia de Homero…
¡Tu cielo azul, tus lares!
¡Patria! Nevado monte! Casa vieja!
roble de mis cantares!
Que tu amor me apacigüe.
Quiero ser en tu rama dulce abeja,
solitario copigüe…
Y, tú que el agua acreces
del mar en que me esperas, con tu
llanto ¡Madre!…¿no fui mil veces
golondrina en tu alero;
Rey Mago en tu Pesebre; en tu
quebranto serenador lucero?…
¡Oh, Amor!…Para invocarte
unjo de aromas finos mi piel ruda,
mírome en tu agua, aparte…
Para ablandar tu reja
pido al hambre su súplica más muda:
a la torcaz, su queja…
Y si me das oído
y me entrega su miel tu labio joven,
en tu más hondo nido
vuelo a asilar mi aurora,
para que las alondras no me roben
la eternidad de tu hora!…
Mas, ¡ay! cuán poco dura…
Murciélago me ve la tarde triste,
candil, la noche obscura.
Cabe la turbia poza
gime la rana humilde: por su alpiste
mi ruiseñor solloza…
Dios, patria, amor, ensueño,
se me apartan… Embriágame el
Olvido con su fatal beleño;
y me entrego a mi suerte,
frágil alga que azota enfurecido
un aquilón de muerte…
Y al vendaval, el alga:
¡Muévate, oh Dios, mi
lóbrego destino! ¡Mi confesión me valga!…
Y al alga, el vendaval:
flota y canta; serás
carbón divino: te mudaré en cristal.
Piedad
¿Qué es ingrata la tierra? ¿Qué es ingrata
y es cruel la humanidad en que te agitas?
¿qué no acoge tus ansias infinitas
ni se angustia el duelo que te mata?
¿Qué no hay vuelo de tu alma que no abata
su maldad?…¡di, más bien, que son malditas
tus ansias infecundas y tus cuitas
y esa loca ambición que te arrebata!
¡No maldigas del hombre, que es tu hermano,
y, acaso, como tú, su angustia loca
ve perderse, sin eco, en el abismo;
Mírate en él extiéndele tu mano
y, anegado en piedad, besa en su boca
la triste humanidad, que eres tú mismo!
Tienen Las Capuchinas
Tienen las capuchinas
una campana,
colgada de una viga
desvencijada;
laúd de mal agüero,
que sólo tañe
cuando las capuchinas
se mueren de hambre.
Cuando a la media noche
su voz resuena,
la misteriosa esquila
no pide, ruega…
Ruega, y con tanto acierto,
que al otro día
ya no se mueren de hambre
las Capuchinas…
¡Cuántas almas hambrientas,
abandonadas,
cruzan por nuestras calles
sin ser notadas!…
Es que nunca han tenido
las pobres almas,
como las Capuchinas
una campana;
un esquilón de hierro
que al mundo advierta
que ya se mueren de hambre!
que ya están muertas!…
¡Almas que por la tierra
cruzáis calladas:
la caridad del mundo
quiere campanas!…
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