Alejandro Oliveros
Ensayista, traductor, poeta y crítico literario, nacido en Valencia, Venezuela, el 1 de marzo de 1948. Fundador y director de Revista Poesía y "Zona Torrida". Sus "Diarios literarios" crean un arco biográfico, lírico y confesional que desde "Espacios", filtran y permean esta confesión literaria no directa, con sordina, como dijera él mismo de Hecht, Glück y Hall modelando su propia mitografía.
Oliveros no escapa a la tradición del paisaje, que es parte de la cultura del país. Lo diferencia el enfoque, pues para el autor valenciano se trata de una separación respecto al entorno, que presupone el destierro y la recreación mítica de la ciudad que es siempre el hogar. Su universo literario y crítico no parece divorciarse del desarrollo de un método tras la palabra que infunde a su obra un estilo delicado, cristalino y pasivo. "El sonido de la casa"(Monte Avila Editores, Colección Altazor, 1983) es una fusión lírica, pictórica y visual de las dos patrias del autor: Nueva York y Valencia. Su actitud visual parece tomar colores grises y diluirse en una emoción disolvente... "Las líneas del tren//no conducen a ninguna parte./El presente es diferente;/los cangrejos sueñan/y mueren sobre las piedras.///La corriente se devuelve./El ruido de las aguas/abraza la costa. La espuma/lava las puertas del cementerio." Así el ritornello es siempre secular, la vida siempre se repite y la emoción en su obra patenta una gravedad por aquello que propicia la muerte que es la decadencia y la vejez en dos planos ominosos, el existencial donde el poeta se asume como algo eterno e invariable y el otro donde se evidencia la realidad corporal y física.Así su tema de fondo es realmente "el tiempo".
Obras
Obra Poética
Espacios (Editora Central,1974,50 p.)
El sonido de la casa (1983)
Fragmentos I-XXV (1986)
Fragmentos XXVIII (1989)
Visiones (1991)
Famas (1991)
Preludios (1992)
Tristia (1996)
Magna Grecia (1999)
Poemas del cuerpo y otros (2005)
Ensayos
Imagen, objetividad y confesión. Ensayos sobre poesía norteamericana Contemporánea (1991)
Poetas de la Tierra Baldía (2000)
Otros géneros
Oliveros, Alejandro. El aire traspasado. Dirección de cultura, Universidad de Carabobo. ISBN 980-233-333-61998.
Oliveros, Alejandro. Variar vida y destino. Monte Ávila editores. ISBN 980-01-1462-92003.
Con los mismos pronombres y adjetivos
todos los poemas deben estar escritos
en alguna parte. Tal vez nuestra derrota
sea lo puramente aproximativo, la cercanía
máxima del ave a la rareza de los cuerpos fijos.
A menos que el círculo
cuadre y se encierre
en el techo convexo de su doble, que la palabra
resista y se reconozca en el horizonte.
Reconocer los confines del canto, su extensión,
no frente a la muerte en la rama del árbol
sino ante el centro mismo que nos evade.
El sonido de la casa, 1983.
SOBRE LA POESÍA
Siempre he creído que la poesía
es un don mezquino. No hay mayores razones
para sentirse orgulloso. No se trata
de los estigmas de San Francisco,
esa prueba irrefutable de la condición
de elegidos. Deberíamos ser humildes
pero nuestro castigo es la vanidad.
Una vez escribí que nuestro oficio
era sólo aproximativo y nunca alcanzaríamos
la fijeza de las estrellas. Quería decir,
me parece, que no llegamos a lo que sentimos.
Lo que sentimos es un círculo y el poema
es otro, más pequeño y hambriento.
La distancia entre ellos es el naufragio.
Treinta años más tarde, sigo pensando
que no es la poesía el mayor de los dones.
Pero, después de tantas líneas y borrones,
y las resmas de papel que han alimentado
mis cestos de basura, puedo decir
que ha servido para registrar las noches
y los días, Constanza y mi paisaje. No más.
Preludios (segundo libro), 2002.
Antaño
Ya no te acercas como antaño, cuando el azulejo
ahuyentaba la muerte de las ramas del sauce
y en silencio las vegas del río nos guardaban
de la noche despoblada y el espanto.
Tu hermosura aparece cada vez más breve
y tus voces no se oyen por el verde de los montes.
Aquella mirada de caminos de tierra y calles
sin asfalto, no reconoce los temores de este cuerpo.
Vives la distancia que se desplaza hacia el olvido,
el instante en duermevela, la disolución de todo anhelo.
Donde era claridad que no perece, se estrecha
la confusión dilatada y el llanto.
Ya no te acercas y, a oscuras en la niebla,
sentimos la mudanza insensible de tu paso.
Metamorfosis
Has cambiado de apariencia tantas veces
que sólo te reconozco entre las sombras,
cuando regresan del norte las lechuzas
y el sapo extiende sus redes bajo el agua.
Hace treinta años tu perfil deslumbrante
se insinuó en la corteza del sauce
y en la llama desprendida de la acacia,
me consolaba tu recuerdo, la esperanza de tus besos.
Ahora padezco la piel de tus metamorfosis.
Verde o negro, tu rostro sin reflejos
anuncia los meses helados de melancolía,
la neblina que no aclara, el fulgor que no estremece.
Sólo entre sombras te conozco. Apariencia
temible, luz necesaria, esplendor de los días.
Territorios (fragmento 1)
Es mil novecientos sesenta y nueve, y caminas
por la avenida Bolívar de Valencia
con un libro de poemas en el bolsillo. Las aceras
angostas y los cedros ajenos
a la blanca voracidad del acero.
El viento del este sacudía, por ultima vez, las ramas
de estos árboles. Te detienes
bajo una luz y lees: Venías
desde el fondo de la noche
con flores en las manos.
Eran noches buenas, las de octubre,
para la poesía. Frescas
y con una transparencia
de estrellas. Se repetían,
una tras otra, un río inagotable
de noches, todas esperando tu visita.
Territorios (fragmento 2)
Caminas entre nubes de vapor
por una calle que desconoces.
El silencio es oscuro en esta ciudad.
Sus voces te confunden,
mientras el viento llega
a tu cara con el silbido
plateado de una hoja. La noche
ya no es un ángel con amplios
patios y ventanas, sino
el lomo delgado de un tronco
que cruzan tus miedos y ansiedades.
Más cerca de la nada que de la mano
que se extiende en el instante
de más húmedo vacío. La calle
treinta y cuatro de Nueva York se alargaba
como un túnel, entre tu casa
de Valencia y los muelles
de un país desconocido.
Proemio
No concedas demasiado relieve a la repetición
de tus rasgos en el lienzo, mármol o fotografía.
A esos instantes breves y robados de la gloria,
seguirán para ti la largura de la calumnia y el olvido.
De los celestiales y héroes son los monumentos.
A nosotros corresponde lo efímero.
Fuimos hechos de lo que se escapa.
Frente al anchuroso río, por instantes,
percibiste el rostro de lo eterno.
¿Dónde está ahora su imagen?
Sustituída, prescindible.
Tus rasgos se han extraviado en el manto de la noche.
Noche calcinada
Oscurece.
Por anchas colinas de silencio
la vida huye y los pájaros.
El fuego consume las praderas
y los cansados valles sin espacio.
El aire se enrojece con luz
no sonada. Tiempo grave y tardío
de formas y fantasmas.
La noche calcinada se abre al sueño
Es estío. Su ciego misterio
en la soledad de los campos.
Plaza
Abril.
Veranean los sauces y eucaliptos.
La grama reposa entre las piedras.
Por el aire del estanque
la frágil percepción
de formas ausentes. Surtidor sin vida.
Elipse invisible bajo los árboles.
Seguros en la penumbra,
los bancos de madera
reflejan una fisonomía
de destrozos. Nadie se sienta
ni descansa de largas caminatas.
Es abril. En la plaza desierta
espejean sombras y recuerdos.
Viaje
A estas provincias sólo llegan los desesperados,
los excluidos del sueno, los muertos de una vida
sin huellas ni paisajes. El hambre de las noches,
la guerra al amanecer y la peste en el viento,
animan las calderas de los transatlánticos.
Nadie se somete a la selva inundada,
a la sabana estéril sin una historia
oscurecida y un horizonte de migajas.
Se llega a estas costas para sobrevivir
en lo humedo, el mediodía infinito,
la noche de alimañas. Atrás quedan
encinas y olivares, cipreses y trigales.
Nadie cambia de cielo sin el sol negro a las espaldas.
A estas provincias sólo llegan los desesperados.
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