martes, 15 de noviembre de 2011
5172.- ANA SOFÍA PÉREZ-BUSTAMANTE
Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier (París, 1962), Dra. en Filología Hispánica, es Profesora de Literatura Española en la Universidad de Cádiz, donde obtuvo los premios Nacional de Terminación de Estudios, Extraordinario de Licenciatura y Extraordinario de Doctorado. Especialista en siglo XX, y miembro investigador del Grupo de Estudios de Literatura Española Contemporánea de la UCA, entre sus libros y ediciones destacan Las siete vidas de Álvaro Cunqueiro (1991), Don Juan Tenorio en la España del siglo XX (Cátedra, 1998), Los pasos perdidos de Luis Berenguer (Alfar, 1999), 24 cuentos de José María Pemán (Quorum, 1999), La poesía de José Luis Tejada (2002), Fernando Quiñones. Crónicas del cristal y la llama (2002), El placer de la escritura Nuevo retablo de Maese Pedro (2005), Revistas literarias españolas del siglo XX (1919-1975), vol. III (Ollero & Ramos, 2005), El baúl del pirata (Colaboraciones en “Diario de Cádiz”, 1951-1998) de Fernando Quiñones (2006), la “Biblioteca Pemán” (ocho volúmenes de obra escogida de J. Mª Pemán, 2006) y la edición crítica de El mundo de Juan Lobón (Cátedra, 2010). Durante seis años (2000-2006) dirigió la colección “Textos y Estudios de Mujeres” del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz. Como poeta es autora de Mercuriales (2003, premio Esquío de Poesía) y la plaquette Libro de los pájaros (2006), y está escribiendo Capilla sixtina (un anticipo del cual salió en RevistAtlántica de Poesía (Cádiz, Diputación), nº 29, 2006). Como articulista obtuvo en 1989 el premio “Ciudad de Cádiz”, en 1996 el accésit del premio nacional “José María Pemán” y en 2008 el XXV premio nacional “José María Pemán” de Unicaja, otorgado por un jurado presidido por Manuel Alcántara. Desde septiembre del 2004 es columnista de Diario de Cádiz, al principio con la semanal “Columna vertebral” y desde hace un año con la quincenal “Efecto Moleskine”, Edita un blog de divulgación literaria en relación con Cádiz (Cuaderno de Cádiz).
PSIQUE
Tarde o temprano, Eros,
yo tenía que verte. No sé si tú lo sabes.
Quizá yo sospechaba que entonces tú te irías.
Quién sabe si, en el fondo, no lo hice a propósito.
Eso lo pensé luego. Entonces
creí que no podría vivir sin ti. No es cierto.
Viví al principio en un despecho aireado. Más tarde,
una histriónica ira, una honda pena,
una tristeza mansa, un eco de costumbre
lejana de estar triste, y finalmente,
una sorpresa, casi,
si alguna vez pensaba aún en ti.
Lo siento. Hubiera sido,
no sé, más pedagógico,
un idilio sin término, o al menos más romántico
un final de tragedia, y no este desenlace.
Escúchame este otro, a ver qué te parece.
Tú vienes aún a mí, algunas noches,
fingiendo que es ayer. Yo finjo que se apagan
las luces de mis ojos. Puedes llamarme como
más te complazca (Dánae, Venus, Leda...).
Yo, pensando en quien quiera, mejor te llamo Eros.
Nos vale cualquier nombre. Digo
"tiniebla", y todo se oscurece. Digo "olvido",
y sólo quedan cuerpos sin memoria.
No me pondré los ojos. Si olvidara
dejarlos en la mesa, junto al vaso,
me coseré los párpados antes de que amanezca
y sabré estar dormida.
Qué lástima de amor. Con que sólo tuvieras
dos dedos de frente, todavía podríamos
ser la más ejemplar y ultramoderna
pareja esporádica de hecho.
Géminis ante el altar del Dios desconocido
"porque su nombre
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo."
Luis Cernuda
En el altar de mi silencio
te invoco, Dios, con la modestia de quien sabe
que nombra un simulacro.
Para mi pensamiento eres
la fina piel que cubre (con que cubro)
mi frágil soledad, mi enorme desamparo.
Yo sé que lo primero,
y último, es el miedo, mi miedo.
Y cómo necesita mi corazón un doble
bueno, capaz de perdonarme
lo que no me perdono. Lleno
tu nombre de todo lo que no soy,
lo que no seré nunca.
(...Amor, no sé si existes. Tuyo, te amo).
Oh, Dios mío, desconocido
¿interlocutor? ¿oyente? cotidiano, acoge
esta ofrenda de sombras y de espejos
de un animal confuso, sentimental y débil,
que no te pide (sólo) felicidad eterna, sino
un báculo a diario que soporte
el peso de su azar y su destino.
CABELLERA DE BERENICE
Pude yo haber escrito
los anuncios por palabras más tontos
cualquier noche: “Mujer desesperada,
aburridísima,
ruega a extraterrestre piadoso
se sirva abducirla verdaderamente lejos”.
Luego me lo pensé mejor. Yo no podría
vivir sin vertical azul celeste
en un vértigo negro de fugitivas luces,
sin días y sin noches, sin ventanas
al aire o con ventanas
virtuales, Windows-equis.
No soy más que un mamífero
que sin mesura sueña entre los límites
de su propio planeta. Lejos, pero no mucho
en términos siderales:
París en primavera, o una balsa
para bajar sin prisa el río Colorado.
Otoño canadiense, y en invierno
África, quizá. Ejemplos, sólo.
Ni muy lejos ni siempre.
Dependo de las cosas de mi ignota
guarida: mi café, mi tabaco, mis trayectos
rituales, esas gentes amables que dicen
“Buenos días”,
y el olor que mi madre se deja en los pañuelos.
Ahora que recrudecen los indicios
de vidas alienígenas, conviene
ser precisos: “Homínida terrestre insatisfecha
de la antinomia entre su ser tan leve
y su vida de plomo, quiere, para variar,
un poco de turismo planetario.
Y aunque preferiría deber su desahogo
al éxito profesional, realmente se conforma
con una generosa lotería”.
Sí. Conviene precisar, no sea
que hubiera por ahí algún extraterrestre
igual de aburridísimo o piadoso
con ganas de abducir
erráticas criaturas sublunares.
Posdata algo más lírica:
“Amable extraterrestre: tú que pasas, detente
en esta risueña estela de palabras que
viajan por el espacio: son también estrellas,
cartas de luz que acaso lleguen tarde
tendiendo sus deseos imposibles
contra el blanco del tiempo, como acaso
alguna vez podrías hacer tú”.
Mercuriales (2003)
PERSÉFONE Y LAS ROSAS
I
Heroico es el dormir. Se duerme a solas,
y a solas se despliegan los catálogos
de viejas existencias de los sueños.
Una niña perdida, un laberinto
en gris: pasillos y escaleras
de caracol resumen el colegio. Soldados,
caníbales, gamberros, nos persiguen.
Buscábamos tesoros. Los tesoros
no se pueden coger. Sangre, sudor (no hay tiempo
para las lágrimas). Bombas bombas bombas bombas
del corazón. Garajes, galerías,
tráqueas, túneles. ¿Qué demonios haces
por el jardín otra vez desnuda? Me muero
de vergüenza. Inmóvil -Píííííí.....-
me va a arrollar el tren. Se abre la puerta
de Satán: ¡Ven! ¡¡Ven!! ¡¡¡Vennnnn!!!! El mar
se me echa encima. Chapoteo
en un fangal inmundo. Entre las olas
calientes como pis, y con el miedo,
es intenso el placer de amar a un cocodrilo.
¡Vuelo por la cocina! Cuánto duele
la raíz de los hombros
de tanto batir los brazos. Desde las azoteas
caigo a oscuras. Ellos están abajo.
(-Mira, Eloy, los zapatitos
del niño Jesús son estas flores). Ay.
¿Qué voy a hacer sin ti?
Voy por el aire frío. Muerta. Sola.
Mi ciudad se va haciendo más y más pequeña.
No lloro –no se puede-. Estoy muy triste,
sólo. No se puede
volver. Quiero llorar.
II
Heroico es el dormir. Pero también a veces
me visita Perséfone: catálogo de rosas
que nunca se repiten, que ya no volverán.
Doradamente muerta en el embozo
del estanque, de pronto, algo te llama.
Te llama dulcemente.
Te llama dulcemente el aura blanca
de una canción. Muy lentamente el cuerpo,
ala de musgo suave, sube, sube.
Muy dulcemente algo
definitivo espera
a flor del agua, sí, en la frontera
del aire con la luz. Más y más impaciente,
pero tan poco a poco, subo, subo...
La playa. Al mediodía
empiezan a llover sillares que, en silencio,
se posan en el mar. Del mar se eleva
-las doce en el reloj- un acueducto
en círculo perfecto. Celestes y oceánicos,
los ojos por los ojos de los arcos
van...
La luna de verano creció y creció, crecía
a la vez que bajaba, y a ras ya de la acera
me sorbió por la espalda: subimos en columpio,
escalando el perfume de las damas de noche,
por sobre las terrazas, más allá de los árboles.
Por dentro, contraluces añiles y esmeraldas:
los mares de acuarela de la luna,
llena de mí, bailando.
III
Es tarde. Se me cierran
los ojos. Se están cerrando solos. No, no quiero
soñar una vez más los turbios roles
de una niña perdida,
un laberinto en gris, pasillos y escaleras
nos persiguen las bombas bombas bombas
de caracol, cómo sangran los túneles
que duelen en el mar, cayendo a oscuras
qué voy a hacer sin ti, sin zapatitos,
ay,
a ver cómo te busco la noche de San Juan.
Apiádate de mí, Perséfone,
apiádate de mí,
que yo no voy, que yo soy el infierno.
Ya sé que los tesoros
no se pueden coger,
que aquí no hay primavera.
Pero mira mis ojos, mira
mis ojeras: tráeme flores.
Miénteme, por piedad, que hoy era abril
y el sol en el teatro de las rosas azules.
Mercuriales (2003)
JANO EN LAS PUERTAS
Oh, Jano, entre las puertas
de los años que pasan, abriéndose y cerrándose
como abanicos de aire en un teatro loco.
Déjamelas abiertas, que vea desplegadas,
en una única escena, las figuras del tiempo.
No pensabas volver, pero volviste
a los valles angostos, a los bosques primeros
de robles y de hayas,
a este mar hosco y gris de los acantilados,
y a la casa de piedra: el portón y el crujido
del grijo entre los pies, el saludo redondo
y azul de las hortensias, los tres arcos
velando el soportal,
el ojo y la gran llave, la penumbra
del vestíbulo oscuro, la escalera
que sigue rezumando, y ya no tengo frío
y ya no me dan miedo
los pasos en la noche, los Cristos que me miran,
el lóbrego recodo con la puerta cerrada.
Cómo van a asustarme, si yo soy ese espectro
que viene de visita a ver a sus fantasmas.
En la solana
cae la paz de la tarde sobre vivos y muertos.
Cualquiera de nosotros pudo –y puede- decir:
no soy lo que creía, ni soy lo que soñaba,
pero éste es mi sitio justo
en la exacta belleza de esta casa.
Si en amor, como en todo, es importante el tiempo,
cuánto, cuánto os amo,
familiares criaturas –sangre y niebla-,
en la costumbre altiva de mantenerse en pie,
soportando la rueda de fracaso y fortuna
como una elegante enfermedad muy larga.
Y hay algo más hermoso que la belleza misma
en esta herencia frágil de orgullo y soledad.
Oh, Jano, entre las puertas
abiertas de los años, me parece
que existe un horizonte mejor que la inocencia:
pues en este crepúsculo vendría a ser lo mismo
un ángel que descansa o un demonio que duerme.
Y entre los abanicos del tiempo, detenido
en una única escena, el aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada.
(Libro de los pájaros)
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