Carlos Patiño Millán. Es un poeta, cuentista, periodista y profesor universitario nacido en Cali, Colombia en 1961. Es profesor asociado de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle desde 1997. Dirige la revista Entreartes de la Facultad de Artes Integradas de la misma universidad. Fue, además, director de la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia desde 1991 a 1995; allí organizó en 1993, con Mauricio Naranjo, el I Concurso Nacional de Radio-Arte. Trabajó en el diario El Mundo de Medellín y en la emisora El Mundo Diners en dicha ciudad. Codirigió la revista El Ciudadano Caín y la revista de poesía Deriva. Ha dirigido los documentales Frankie ha muerto (con Jorge Valencia), Cali Sanguinis (mención especial en el Concurso Alfonso Bonilla Aragón del año 2000 en la categoría televisión) y Cali luna, Cali sol.
Libros publicados
Canciones de los días líquidos (Poesía, 1992)
Tocando las puertas del cielo (Cuentos, 1996)
El jardín de los niños muertos (Poesía, 1998)
La tierra vista desde la luna (Poesía, 1999)
Más canciones sobre amor, odio y perros (Poesía, 2000)
El día en que le volé un dedo a David Gilmour (Prosas, 2001)
Estaba en llamas cuando me acosté (Poesía, 2002)
Inclínate ante la madera y la piedra (Cuentos, 2006)
Hotel Amén (Poesía, 2008).
Premios
Primer premio, III Concurso de Cuento, Secretaría de Educación, Cultura y Recreación, Medellín, 1990
Primer premio, Concurso Nacional de Cuento Fernando González, 1994
Finalista, Premio Nacional de Poesía de Colcultura, 1994
Primer premio, Concurso de Poesía Jorge Isaacs, Cali, 1998
Primer premio, Concurso Nacional de Poesía José Manuel Arango, 2004.
Antologías
Antología de la Poesía Colombiana, Ministerio de Cultura de Colombia; Antología del Magazín Dominical de El Espectador
Inventario a contraluz, Nueva Poesía Colombiana de Arango Editores
Boca que busca la boca, Antología de la poesía erótica colombiana del siglo XX, Taller de Edición
Segunda Antología del cuento corto colombiano, Universidad Pedagógica Nacional.
Sus textos críticos y literarios han aparecido además, en diferentes periódicos y revistas del país y del exterior.
BAILANDO, DESCALZO
Esta cama: lienzo para tratar casos como el tuyo de los que se presentan cerca de tres cada cien años.Esta ciudad: no es necesario nombrarla a cada instante.Artista imaginario, compatriota de nadie, cuerpo silente.Esta casa: sus cimientos serán destruidos y reconstruidos por legiones romanas.Un hombre desnudo baila en plena plaza. En el suelo, la toga viril y la cordura.
VESTIGIOS DE FIESTAS DE FIN DE AÑO
VESTIGIOS DE FIESTAS DE FIN DE AÑO
Me siento tentado a hacerlo: señalar el camino a la cabaña con mi orina.Te cuidas de no pisar las estrellas de mar, las botellas, las conchas afiladas, mis comentarios.Hay una hoguera de risas y Juan y Claudia y Mauricio y Liliana corren a bañarse desnudos en la helada bandeja del agua.Son casi las doce de la noche; recibiré enero tumbado en una hamaca, de espaldas a los movimientos de la arena.
BESOS DE DESPEDIDA A UNA MUERTA DE MI PROPIA SANGRE
Me dejó cantando: ayer, viva; hoy, bajo metros de tierra. Estuvimos juntos el verano, hasta ayer. La desgracia no la dejó cruzar la calle.Puedo decir que el avión cayó en algún lugar del campo. Decir que son de plomo las alas de los ángeles que la sacan del sitio. Que su bicicleta escupía felicidad cada tarde. Puedo decir que el fulgor de su risa no se desvanecerá. Decir que aun el co- razón más hostil acoge amor humano. Que su voz no se perderá entre las otras.O que murió. Y que no hay más.
LA RUINA DE UNA PROMESA
Enderezar la vida, tanto como a un árbol. Lo que iba a ser, torcido. Una luz brillante, oscura.Pronto vendrán las vacaciones, te veré. ¿Me enseñarás a volar? No seas malo, di que sí.Lenta marcha hacia el suplicio. Quienes lo conocieron, voltean el rostro. Lo que iba a ser, árbol oscuro.
MUJER DESNUDA, DE PIE
BESOS DE DESPEDIDA A UNA MUERTA DE MI PROPIA SANGRE
Me dejó cantando: ayer, viva; hoy, bajo metros de tierra. Estuvimos juntos el verano, hasta ayer. La desgracia no la dejó cruzar la calle.Puedo decir que el avión cayó en algún lugar del campo. Decir que son de plomo las alas de los ángeles que la sacan del sitio. Que su bicicleta escupía felicidad cada tarde. Puedo decir que el fulgor de su risa no se desvanecerá. Decir que aun el co- razón más hostil acoge amor humano. Que su voz no se perderá entre las otras.O que murió. Y que no hay más.
LA RUINA DE UNA PROMESA
Enderezar la vida, tanto como a un árbol. Lo que iba a ser, torcido. Una luz brillante, oscura.Pronto vendrán las vacaciones, te veré. ¿Me enseñarás a volar? No seas malo, di que sí.Lenta marcha hacia el suplicio. Quienes lo conocieron, voltean el rostro. Lo que iba a ser, árbol oscuro.
MUJER DESNUDA, DE PIE
Madre trajo un cadáver a casa. ¿Qué haces?, preguntó Padre. Madre me señaló y dijo: que él lo diga.Hace unos años, esa mujer que yacía desnuda en la sala y yo fuimos amantes. Remonté ríos oscuros con ella; ahora su nombre ni siquiera era rasgo inquietante del pasado.No veo a nadie ahí, dije. Homero difícilmente pudo ser ciego, contestó Madre. Padre abandonó la casa.Salí al patio a cavar una tumba. No volvimos a mencionar el asunto.Sobre ella, un árbol erguido. En la rama más corta, la promesa de unos frutos que ya reventarán. Dentro de las semillas, el silencio que susurra el viento.
CONSUELOS VARIOS
Si me vas a violar, no me abras la boca. Si me vas a robar, no me dispares.
Si me vas a matar, no salpiques la camisa recién pintada.
Versos, canciones, endechas, redondillas, quintillas, décimas, jácaras,
sonetos.
Todo y ahora. El yo, hecho polvo. Allí donde era, nada. Miedo a morir,
a nacer de nuevo, a vivir la gloria eterna, a respirar si eso significa
paso de los días.
Sagrados, amorosos, satíricos, recordatorios.
Ninguna partida es triste. Soñé que todavía estabas viva.
Me retracto, a tiempo, de lo dicho y lo no dicho en esta vida.
Palabras, silencios, palabras.
Del libro Una infancia mejorada: Colección Escala de Jacob,
Universidad del Valle, Cali, 2010.
Un muerto, río Magdalena
Muerto. Aun respiro. Me abrazo a mí mismo pues soy lo único que me queda. Un río sí, pero las incesantes olas del mar golpean mi mano izquierda que flota y se entierra y flota.
Esto quizás no parezca tan exacto
Aunque sé que nadie me aguarda, apuro el paso para llegar a casa. Volver a la calle, ir al encuentro de nadie. ¡Buenos días!; ni Juan ni José. El agua se derrama a mediodía. Un hombre, a mi lado, retiene a una mujer con zalamerías; basta la lluvia.
¡El trabajo debe estar listo mañana! ¡Luz roja, detén el paso! ¡Suena, de nuevo, el teléfono!
La vida que presencio, la tarde que bosteza en cualquier parque. Dios elige bien a sus hijos: un hombre, robado cuando niño, lee el periódico del día mientras yo fumo un cigarrillo. La inmensa historia personal y el reloj de la plaza que dice que es hora de ir a casa.
Un ebrio irrumpe en un banquete de mujeres
Tenía el ojo derecho dormido. Al verlo, de nuevo el horror. Los dedos crispados. ¿Qué va a ser de mí? La había atado, alguna vez, a las patas de su cama. La tez, sin cicatrices. Él es, sí. ¿Qué hace aquí? Se arrastró por el piso del cuarto, como pudo. La pateó: ¿a dónde crees que vas? Petrificada. Sí, él es. El miedo está escrito en aguas negras.
Expiar la culpa. Pagarle el gallo a Asclepio. Humillarse. Dios consigue que todo padre enseñe a su hijo la virtud. Cuerpo irrelevante, herido. Pintarse el rostro de la moribunda, identificando al verdugo. La última vez que te vi: ¡escúchame ahora, maldito! El hombre abrió uno de los ojos, se dio vuelta y volvió a quedarse profundamente dormido.
El hombre que abrazaba su sombra
Ya que puedo gritar, lo haré. Y lo hizo en plena calle, tarde de julio, flores sobre su diminuta testa. Repetía nombres de familiares muertos, la suerte de aquella vecina que no había regresado a casa, las especies de los árboles dispersos en medio del verde. El hombre amaba su sombra y ésta parecía responderle; él sobre ella, amantes públicos.
Esa enfermedad, una nueva. Necesidad de gritar, a todo pulmón, títulos de canciones, números de lotería, rabias, noticias, quejas; gratuita diversión para la gente de a pie.
No volví a ver a ese hombre. Esa tarde ya no existe. Las sombras y los caminantes van cada uno por su lado.
6. 1, escala de Richter
Todavía no soy eso pero por aquí y por allá y por aquí y por allá...
Hija de mi madre le pregunta qué hace ella a todas horas con su padre.
Una reconstrucción de los hechos
Adentro de ella, nada vi en el comienzo, tan profunda la oscuridad. A pesar de mí, no parecía inquieta en modo alguno.
Los gritos de dolor del animal, los pecados cometidos; estoy vivo. La sangre, voluntad creadora; si pudiera verte otra vez...
Pague la hora completa, dijo la muchacha.
Así el sexo no tiene gracia
Eres el vestido que te esconde. Mis pocas primeras palabras caen todas al suelo. Tú y yo, nada todavía. Surgidas de lo oscuro, nuestras sombras van buscándose y aferrándose una a otra.
Ningún otro cielo, tu enorme cuerpo vacío se encarga de no dejarme ver la luz de la mañana.
Felices juntos
Matorral, no hay. Cortas y arrojas tus vellos a la ancha corriente del río. Pocos muebles en nuestro pequeño apartamento. Nada llama la atención del sol visitante. A veces el genio se oscurece e inventamos lo inventado: allá tus libros y discos; improvisado estante.
Día de limpieza, no pises el suelo; sírvete todo, aquí no hay perro.
Del ritual del baño regresa una adolescente. Tu capullo huele a jabón de tocador.
Poeta desnudo, sin máscara
Enloquece el poeta en su lengua o en cualquier otra. Donde hay un animal esquivo, él huele un rival. Donde cuelga un espejo, otro rival. Donde los demás mortales vemos una playa, él ve rivales, ridículamente ataviados. Tiene el poeta enemigos en todas partes; está solo y quién sabe si su Dios lo acompañe en esta última aventura.
Para el poeta, el idioma ha dejado de existir por más que remede demonios que vomitan signos. Tú que ya no puedes, quítate la máscara, deja de confundir incautos; así que me desnudo, para nadie más visible.
El verso que les quedo debiendo, la ropa que ojalá alguien luzca; el amor, entonces dime para qué; la razón, no me digas nada.
Aparece la dama de la sábana blanca
Los amantes: invención de una lengua. Es preciso huir a lugares solitarios, cerrados; metro y medio bastará para que se ejerciten en las inflexiones. Del despertar al sueño, las ocupaciones son una sola: suprimir toda posibilidad de luz exterior. El futuro aparece antes de que yo haya escrito la palabra presente; ¡descansar, no!; ya habrá tiempo.
No hubo tiempo. Pálida mano mía sobre tu corazón inerte. Entretanto hay hedor a... Basta, no lo escribas.
Mi dulce abuela llora por todos
Ha llegado el invierno. Los mustios huesos de Clemencia no parecen demasiado entusiasmados con la noticia: bajo el sol del verano, un pájaro viene a picotearla y a ella eso le gusta.
Una cicatriz en el muslo
Me doy vuelta, ebrios giramos. Tráeme agua, lávame los pies cansados de tanto baile. Con la mano derecha te impido hablar, con la otra te traigo hacia mí; no, la cama. Reímos.
Quién sabe dónde, vagando. Una taberna vecina, viejas canciones. Traes agua, fría y caliente. Con la mano izquierda te arrojo al lecho, con la otra te callo. No hablo. No ríes.
Consideremos la mañana siguiente. Es probable que uno de los dos, al levantarse, haya bebido un poco de agua; quizás, en su huída, haya cruzado un río. Destino del otro, aguas broncas de la inundación, furiosas de miembros arrancados de tajo.
Un falso Picasso
Bajo la tela, otra, distinta. No la calle de Málaga que pintó el niño que nació muerto: aquí unos gentiles inician extraña danza. La cabeza de una mujer rueda por el piso. Risas patean la mata de pelos hasta la esquina del salón.
Mañana, ella recordará, lejos: cuando comenzó mi vida adulta lo único que deseaba era ser amada, música de fiesta, manos de hombres invitándome a bailar.
Rara vez son mudos los ríos
Aquello se podía oír desde aquí. No pude dormir esa noche. Media hora o una, tal vez más. Distinguí voces de hombres, una mujer. Todas sus partes visibles. El perro se dio cuenta de que había cuerpos flotando.
El río espeso, no callado.
Sabanas de Córdoba
Ocultar el sexo de la mujer; ocultar el pene, flácido en éste, allá erecto. Cubrir senos; la tierra encima, vestido permanente. No son cuerpos, cosas, nada.
Enterrados, los muertos vivos estremecen la sabana aun horas después de la desbandada de los asesinos.
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