Luis Feria (Nació en Santa Cruz de Tenerife, 1927 y murió en 1998), poeta español contemporáneo; en palabras de críticos como José Carlos Mainer o Jorge Rodríguez Padrón, una de las voces más altas y auténticas de la Generación del 50, junto a poetas como Claudio Rodríguez, Vicente Núñez o Antonio Gamoneda. Afincado en Madrid desde los años 60, regresó a Tenerife en 1978, llevando desde entonces una vida retraída y solitaria (tanto es así, que cuando falleció, en febrero de 1998, tardaron dos semanas en encontrar su cadáver).
Consiguió el premio Adonais en 1961 por su poemario Conciencia. Otras obras poéticas del autor son Fábulas de Octubre (1964, premio Boscán]]), El funeral (1965), Calendas (1981), Clepsidra (1983), Salutaciones (1985), Del amor (1988), Cuchillo casi flor (1989), Casa común (1991) y Arras (1996).
Una de sus obras más recordadas es "El Camarada", un microrelato incluido en el libro Dinde (1983), y que supone un acercamiento a los sentimientos de la infancia: la curiosidad, la libertad, la soledad... Más que el mar (1986) supone una nueva inmersión dentro de la prosa poética.
En 1993 le fue concedido el Premio Canarias de Literatura.
EL POEMA
Llamadlo sólo agua
libre
de todo inútil nombre pasajero.
Dejad luego que siga
su lento respirar ensimismado.
Conciencia, 1961.
LAS PALABRAS
Las palabras están vivas, y por lo
tanto traicionan; lo que expresan
hoy como verdadero y puro, ma-
ñana es falso y está muerto.
(L. CERNUDA.)
Acaso no debiéramos escribir nunca más
sobre una página
pues las palabras son
mayores que la vida
y como a ellas tendríamos
que sostenerlas con el brazo
hasta que llegue el día que el cansancio lo
doble.
Las palabras son siempre más anchas que los labios,
mayores que la ausencia y que la infamia.
Tal vez debamos siempre escribir en los aires,
que el sol en los caminos las incendie un momento
y las vuelva a la nada,
al silencio
y al polvo,
las integre a la noche
y a su germen,
intocables y puras como una antorcha viva.
Conciencia, 1961.
EL POEMA
Ramo de sangre, arpón en todo el pecho, lengua que propiciaba el corazón voraz. Su estirpe apasionada nos arrojó a la vida; no se someten ni el amor ni el mar.
Rosa fiel que el tiempo no ha secado, mayor que el celo, no menor que el vacío, sudor o sangre, o vida, o tierra, o muerte; nunca nos faltes; el hueco de tu ausencia huele a miedo.
No menor que el vacío, 1988.
POETA ANÓNIMO
No sé quién eras; puede que yo mismo;
fui plural una vez.
Al leerme me leo;
en la rueda del tiempo vuelvo a ser.
Cuchillo casi flor, 1989.
Ah de la vida.
Y una sed desmedida me apresura,
y un hondo amor, y un derredor urgente.
(Del libro Arras)
Grillo
Qué buen quehacer el tuyo: vivir para cantar.
¿Y qué mejor canción que tu vivir
soñando o transviviendo,
sentirte transcurrir y convivir?
Oigo sonar la vida que nos llama;
no te entretengo más; no me entretengas tú;
cada uno a su oficio.
Vozarrón, que compongas; a la noche nos vemos.
Tu música y mis versos: la alegría, a qué más.
(De Casa común)
Árbol
Qué bien estarse en ti; no quiero
andar desgemelado,
caedizo, sin tiento, la orfandad
merodeando en la esquina. Aquí me estoy
al socaire del trueno, me encamiso
con tu viva estameña, y si me acosan
la horca y la batalla, tanto da;
en ti me residencio
asentando mis huesos, abundando mi vida,
urgiendo al corazón si me echa.
Un bosque de rocío me amamanta la sed.
(Del libro Cuchillo casi flor)
La luz
Andaba cercándonos la casa, rompiendo cerraduras para hallarnos,
recorriendo las calles, derramando su don en nuestros cóncavos días
amarillos. Igual que un palomar, nos soltaba en el pecho su ráfaga y
su especie; sólo la luz, la luz y nada más.
Luz acérrima, adicta como sangre. Nos miraba a los ojos; creíamos. Nos
instaba; echábamos a andar. Nos tintaba de fósforo, de ámbar, de
topacio, éramos con la luz la voluntad de ser sólo luz, girando en el
espacio hacia más luz, más luz.
(De Más que el mar)
A una muchacha
Si alguien sabe qué puede destruir a la muerte,
qué puede cercenar su mano vengativa,
venga ahora y lo diga cuando estamos a tiempo
de rechazar su fuego que cada vez se aumenta.
Si alguien supiera detener al tiempo
lo diga en este instante.
Cuando toque tu piel el daño no hay remedio;
será como el aceite que se extiende
y no puede volver al vaso donde estuvo.
Donde vivió la rosa vivirá para siempre
una raíz callada.
Donde el rumor de guijas por el río
silbará sólo el aire llorando por los huesos.
Que nadie escuche el ruido de lo que se destruye
si nada puede hacer por evitar la ruina.
Mejor venga la muerte y te corte de un tajo
y te transplante así donde nadie te vea
que no este grano a grano deshacer tu hermosura.
A la lenta caída de la tarde
A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario