Luis Omar Cáceres
Luis Omar Cáceres Aravena1 (Cauquenes, Chile 5 de julio de 1904 -Renca, 6 de septiembre de 1943), más conocido como Omar Cáceres, fue un poeta chileno, cuyas vida y muerte misteriosas lo convirtieron en un paradigma de «poeta maldito».
Su único libro, Defensa del ídolo (1934), causó un gran impacto en su época, y contiene el único prólogo escrito por Vicente Huidobro. En 1996, la obra fue rescatada por Pedro Lastra, a partir de los escasos ejemplares que se conservaron de la primera edición. Esta reedición permitió un mayor acercamiento a su obra. Actualmente, Cáceres es considerado uno de los referentes del vanguardismo latinoamericano en Chile.
Cáceres nació en la comuna de Cauquenes, en la Región del Maule, zona central de Chile. Hijo de la profesora de educación básica Cecilia Rosa Aravena Aravena, y del profesor normalista José Antonio Cáceres Cáceres, fallecido en la misma localidad el 8 de febrero de 1904, unos meses antes del nacimiento de su hijo. Tuvo al menos un hermano, Raúl Cáceres Aravena, quien trabajó como profesor de Castellano en el Liceo de Viña del Mar.
Inició sus estudios de Derecho en 1922, los que finalmente dejó inconclusos. De personalidad más bien reservada, en general solitario y distante, comenzó a vincularse con el ambiente artístico y poético chileno en los años 1920. Compartió con poetas como Pablo de Rokha, Ángel Cruchaga Santa María5 y Miguel Serrano, y durante su vida se relacionó más indirectamente con otros escritores contemporáneos, como Volodia Teitelboim, Eduardo Anguita, Andrés Sabella o Gonzalo Rojas. Jorge Teillier solía recordarlo participando como violinista en una orquesta de ciegos, pese a que él no lo era.
Carrera literaria
Portada original de Defensa del ídolo (1934), único libro conocido y publicado de Cáceres.
A comienzos de los años 1920 comenzó a dedicarse a la crítica literaria, principalmente en El Diario Ilustrado. En 1925 se trasladó al puerto de San Antonio, donde trabajó como secretario del juez Eliodoro Astorquiza. Por esos años se comenzó a acercar al Partido Comunista, a través del cual llegó a ser precandidato a diputado. Sin embargo, producto de su militancia política, perdió su empleo en 1927, al asumir el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo.
En 1931, siendo aún un autor inédito, fueron incluidos tres poemas suyos en la antología La poesía chilena moderna, de Rubén Azócar. Su único libro publicado en vida fue Defensa del ídolo, dado a conocer en 1934 por la editorial Norma en Santiago de Chile, gracias al apoyo económico que recibió el autor por parte de los modestos ingresos de su hermano Raúl. El libro, calificado como un caso ejemplar de vanguardismo latinoamericano, incluye el único prólogo escrito por Vicente Huidobro, quien había regresado de Francia el año anterior. Cáceres, enfurecido por la gran cantidad de erratas que contenía, reunió todos los ejemplares que pudo y los quemó en una hoguera. De ellos, sólo unos pocos ejemplares se salvaron, entre los cuales se encuentran los que actualmente se conservan en la Biblioteca Nacional de Chile, que son los que permitieron las posteriores reediciones de la obra. Ese mismo año, fundó junto a Huidobro y Eduardo Anguita la revista Vital/Ombligo. Al año siguiente, en 1935, fue incluido en la polémica antología de Anguita y Teitelboim, Antología de poesía chilena nueva, en la que incorporó una breve presentación personal, titulada «Yo, viejas y nuevas palabras». Este es el único texto en prosa conocido que se conserva del autor, si bien se sabe que en algún momento trabajó en un libro de cuentos y en una biografía de su antiguo jefe, Eliodoro Astorquiza.
Fallecimiento
Durante sus últimos años, Cáceres dejó de verse con la mayoría de escritores que conoció en los años 1930. De manera póstuma, Anguita conjeturó que podría haber caído en la locura, mientras que Teitelboim sugirió que podría haberse sumergido en ambientes hostiles, despectivamente conocidos como «lumpen».
La primera semana de septiembre de 1943, en circunstancias aún confusas, su cuerpo fue encontrado en una zanja rural de la comuna de Renca, en el sector norponiente de Santiago, con la cabeza rota y los bolsillos vacíos. Su cadáver fue reconocido en el Instituto Médico Legal una semana después de su hallazgo. Algunos afirman que se trató de un asesinato, mientras otros opinan que Cáceres se suicidó, lanzándose al Canal San Carlos. La noticia de su muerte conmovió a varios escritores de la época. Andrés Sabella y Antonio Acevedo Hernández le dedicaron dos artículos publicados en Las Últimas Noticias a pocos días del descubrimiento de su muerte. Sabella iría más allá, y en 1955 le dedicaría íntegramente el quinto número de su revista Hacia, que estaba comenzando su segunda etapa de existencia, luego de veinte años de inactividad.
Rescate de su obra
En octubre de 1996 apareció la primera reedición de Defensa del ídolo, al cuidado del poeta Pedro Lastra, quien la preparó a partir de los pocos ejemplares que se salvaron de la hoguera y que fueron conservados por la Biblioteca Nacional de Chile. A esta primera reedición de LOM Ediciones le siguieron publicaciones consecutivas en México y Venezuela.
En 2011, la Biblioteca Nacional de Chile adquirió una valiosa colección de documentos adicionales, que incluye manuscritos inéditos, correspondencia personal y fotografías originales del autor. Su reducida obra ha motivado estudios y positivos comentarios de diversos críticos e investigadores literarios, tales como el chileno Andrés Sabella o el venezolano Miguel Gomes.
Estilo
Carl Gustav Jung, fundador de la psicología analítica. Miguel Gomes ha escrito extensamente sobre la búsqueda en los poemas de Cáceres del «sí-mismo», arquetipo central del inconsciente colectivo.
De acuerdo con la crítica general, su obra se corresponde con su propia personalidad: introspectiva y hermética, profunda, cuestionadora, lúcida, refinada, y en constante actitud de exploración.
Enmarcados dentro del vanguardismo latinoamericano, sus poemas contienen elementos esotéricos, freudianos y panteístas, de violencia, deshumanización y desintegración del «yo poético». En efecto, más que una búsqueda del «yo», asociado con el ego, Cáceres buscaba referirse al «sí-mismo», en un sentido jungeano, sobre el cual el primero está subordinado.
Obra
Poesía
1934: Defensa del ídolo
En antologías
1931: La poesía chilena moderna (Ed. Rubén Azócar)
1935: Antología de poesía chilena nueva (Ed. Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim)
En revistas
1955: Hacia (n.° 5, septiembre; Ed. Andrés Sabella)
Sobre el autor
Acevedo Hernández, Antonio (15 de septiembre de 1943). «Omar Cáceres se ha lanzado en el vuelo supremo». Las Últimas Noticias.
Anguita, Eduardo (13 de marzo de 1973). «Revelación de Omar Cáceres». Plan (Santiago de Chile) (94):
Más tarde incluido en: Anguita, Eduardo (2000). Zegers B., Pedro Pablo, ed. Páginas de la memoria. Ediciones DIBAM. OCLC 46658761.
Cabezas Corcione, María José (2014). Luis Omar Cáceres: El ídolo creacionista. Santiago de Chile: Ediciones Lastarria. OCLC 906807473.
Gomes, Miguel (1997). «El viaje interior de la vanguardia: Defensa del ídolo de Omar Cáceres». Mapocho (41).
Lasta, Pedro (octubre de 1996). «Regresos de Omar Cáceres». Defensa del ídolo: 61-64
Merino Reyes, Luis (1955). «Evocación de Omar Cáceres». Hacia (5).
Merino Reyes, Luis (25 de enero de 1998). «Un poeta trágico: Omar Cáceres». La Discusión:
Morales, Andrés; Cabezas Corcione, María José (2009). Omar Cáceres: el vanguardismo secreto y olvidado. Programa Cybertesis. OCLC 809893830.
Pellegrini, Marcelo (23 de marzo de 1997). «La dispersión del yo». El Mercurio de Valparaíso: C9.
Poo, Ximena (10 de octubre de 1996). «Reencuentro con un poeta perdido». La Época:
Pueyes Zúñiga, Víctor (20 de septiembre de 1995). «Rescate de un iluminado». La Nación:
Sabella, Andrés (6 de septiembre de 1943). «Luis Omas Cáceres, el poeta cuya muerte avergüenza a la justicia». Las Últimas Noticias.
Serrano, Miguel (1950). Ni por mar ni por tierra: Historia de una generación. Santiago de Chile: Nascimento. OCLC 13044673.
Teitelboim, Volodia (octubre de 1996). «Un poeta fantasmal». Defensa del ídolo: 65-68.
Contra la noche
Con sus rápidos ojos que cortan el viento,
los tranvías halan, copian la ciudad;
las frías nubes despliegan, intensifican la vida...
Mi pensamiento rueda y se alarga hasta mi casa,
derramando sus lunas de sed en la tormenta;
burgueses y mendigos y vehículos, todo lo que a mi encuentro viene,
se agranda a su contacto, resplandece,
y anula su existencia, acábase, en mí mismo.
Entonces canto mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.
Mansión de espuma
Con mi corazón, golpeándote, oh sombra ilimitada,
Apacienta los bríos absolutos de estas estampas perdurables;
Huyendo de su vida, pienso, el que parte limpia el mundo,
Y así le es dado reflejar su imagen dulcemente terrestre.
Un pueblo (azul), trabajosamente inundado
Va a pasar la dura estación equilibrando sus paisajes
Tiempo caído de los árboles, cualquier cielo podría ver mi cielo
El blanco camino cruza su inmóvil tempestad.
Muda voz que habita debajo de mis sueños,
Mi amiga me instruye en el acento desnudo de sus brazos,
Junto al balcón de luz disciplinado, tumultuosa,
y desde donde se advierte la aún no soñada desventura.
Revestido de distancias, entre hombre a hombre–magro,
Todo naufraga, “bajo el pendón de su postrer adiós“;
Dejé de existir, caí de pronto, desamparado de mi mismo,
Porque el hombre ama su propia y obscura vida solamente.
Ídolo ignoto ¿Qué he de hacer para besarlo?
Legislador del tiempo urbano, desdoblado, caudaloso,
Confieso mi autocrimen porque quiero comprenderlo,
Y en los rompientes de su soledad de piedra despliego mis palabras.
Ángel del silencio (fragmentos)
1
Recordaré su grande historia,
su angustiado jadeo que desmenuza ciudades.
Pasan los días sin mirar, como sonámbulos,
como grandes hélices embriagadas de propósitos,
pero canta el tiempo en una gota de agua, y entonces...
sé que está aún lejos como yo la quiero mía.
Saltó, pues, la velocidad más allá del horizonte oculto de las cosas,
su uniforme distancia
en los trapecios de mi grito.
Para no llorar, recuerdo, lluvia, tu mensaje,
tu gran libro que yo leía sin abrirlo,
junto a la ventana que cae a latigazos
y que crucifica mis ojos en sus negras cicatrices.
Pasa el viento a estirones con el mar, desarrugándolo;
ráfaga de músculos azules, recoge sus cenizas perfumadas.
Ahí la espero, solo
como los inútiles retratos,
aumentando las olas de la sombra,
y, ya no se irá su canción de mi ventana.
5
Paisaje infinito,
mi soledad flor desesperada,
asciende hasta el sonido más alto.
Desnudo,
una atmósfera encendida, moneda que no entrego,
se sacuden las noches asombradas
y recojo los astros en mis ojos como frutos
instantáneas.
Arriba el beso sangrante en las llamaradas del viento.
Ah, los horizontes,
anillos imposibles.
Amanecer de caminos sonoros que se cruzan,
su nombre aún golpea el duro rostro del silencio.
Contengo, no obstante, las palabras,
el salto estrellado de sus mundos,
hasta que un día se clavó en mi sueño
os-ci-lan-do
como una espada!
Anclas opuestas
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
arrancando bruscamente la venda de sueño
de las súbitas, esdrújulas moradas,
hollando el helado camino de las ánimas,
enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo,
con su paso acostado;
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo,
Oh, amigos infinitos.
(100, 200, 300,
miles de kilómetros, tal vez).
El motor se aísla.
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
recoge el abanico que del nuevo aire le regala nuestra marcha;
en tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos;
he ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos espejos;
mas, junto a ellos, también resiéntense,
los rostros de nuestros amigos,
los de nuestros enemigos,
y los de todos los hombres desaparecidos;
nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
atestiguan las súbitas, esdrújulas viviendas golpeándose entre sí...
Ahora que el camino ha muerto,
y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
con su lengua atónita,
como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
cada uno de nosotros se siente solo, indescriptiblemente solo,
¡oh amigos infinitos!
INSONMIO JUNTO AL ALBA
En vano imploro al sueño el frescor de sus aguas.
¡Auriga de la noche!... (¿Quién llora a los perdidos?)
Vuelca la luna sobre su piel el viento,
mientras que de la sombra emerge la claridad de un trino.
Tambalean las sombras como un carro mortuorio
que desgaja a la ruta el collar de sus piedras;
e inexplicablemente crujen todas las cosas,
flexibles, como un arco palpitante de flechas.
Amor de cien mujeres no bastará a la angustia
que destila en mi sangre su ardoroso zumbido;
y si de hallar hubiera sostén a esa esperanza,
piadosa me sería la voz de un precipicio.
Volcó la luna sobre su piel el viento.
Suave fulguración de nieve resbala en los balcones;
y al suplicarle al sueño me aniquile, los pájaros
dispersan un manojo de luz en sus acordes.
SEGUNDA FORMA
Delante de tu espejo no podrías suicidarte:
eres igual a mi porque me arnas
y en hábil mortaja de rabia te incorporas
a la exactitud creciente de mi espíritu.
Indócil a ese augusto y raudo desierto,
encuentras, padeces una muerte nueva;
al abandono de tu propia levedad asistes,
como un manantial riendo de su peña.
Entonces desciendo a tu exigua y extrema realidad, a tu fijeza,
desentendido de rencores y pasos de este mundo;
cruzando el pálido paisaje de los deseos olvidados,
sacudido de memorias, de indiferentes y efímeros despojos,
te enturbio de pasión.
Un ciego lucero hinca su diversidad en nuestro ser,
exactamente hasta su espejo sin trabas, alcanzándolo;
ondeando un sólo corazón de infinito a infinito, es decir,
hacia el día que se acostumbra a sus dos reyes de vidrio!
AZUL DESHABITADO
Y, ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo he habitado,
y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña nos sorprende
no es más que la evidencia que de la tristeza humana queda.
O, también, la luz de aquél que rompe su seguridad, su consecutiva atmósfera,
para sentir cómo, al retornar, todo su ser estalla dentro un gran número,
y saber que «aún» existe, que «aún» alienta y empobrece pasos en la tierra
pero que está ahí absorto, igual, sin dirección,
solitario como una montaña diciendo la palabra entonces:
de modo que ningún hombre puede consolar al que así sufre:
lo qu'el busca, aquéllos por quienes él ahora llora,
lo que ama, se ha ido también lejos, alcanzándose!
PALABRA A UN ESPEJO
Hermano, yo, jamás llegaré a comprenderte;
veo en ti un tan profundo y extraño fatalismo,
que bien puede que fueras un ojo del Abismo,
o una lágrima muerta que llorara la Muerte.
En mis manos te adueñas del mundo sin moverte,
con el mudo estupor de un hondo paroxismo;
e impasible me dices: «conócete a ti mismo»,
¡como si alguna vez dejara de creerte!...
De hondo como el cielo, cuán dulce es tu sentido;
nadie deja de amarte, todo rostro afligido
derrama su amargura dentro tu fuente clara.
Dime, tú, que en constante desvelo permaneces:
¿se ha acercado hasta ti, cuando el cuerpo perece,
algún alma desnuda, a conocer su cara?
DECORACIÓN DE LA LLUVIA
Revoloteos de hojas muertas. Primavera
que estalla entre los surcos de una honda fatiga;
largas trenzas de agua colgando de la lluvia,
que cae, y se hace trizas.
El agua!… ¿A quién busca el agua, numerosa?
Aprieta su contorsión nubes adentro;
en tanto, cual heraldos de la vida,
van los pasos de la lluvia—cantando,
despiertos en el sueño.
¿Y cómo recoger su movimiento,
solitario pensativo, solitario pensativo?
—Contempla cómo aviva su sopor la lluvia pálida,
y cómo, cual si acallase el dolor del rumbo fijo,
asciende en gorjeos de luz el polvo del camino!
Lumbre de altas vigilias, girasol de espejos invariables,
descorriendo el velo de sus profundas calcomanías,
ahuyenta el obscuro volumen de los árboles,
sin hallar dónde inclinarse, sin encontrar su mañana.
Revoloteos de hojas muertas. Primavera
que estalla entre los surcos de una honda fatiga,
humos de lentitud, claridades en calma,
y, en mi alma?
una onda de ardientes campanadas!
De Defensa del Ídolo, 1934.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario