sábado, 15 de octubre de 2011
4926.- CÉSAR TERRERO ESCALANTE
César Augusto Terrero Escalante
Nació en La Habana (Cuba), en 1966. Ha colaborado con poemas y reseñas de poemarios en las revistas y sitios literarios Deriva, Punto de partida, El otro mensual, Almiar, Imaginante, Niederngasse, Oxygen, Rampa y Paradoja. Actualmente reside en Brasil donde trabaja como investigador del Instituto de Física de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Poemas suyos se incluyeron en la monografía Poetas y narradores cubanos (Blanco Móvil 97, 2005), dedicada a la literatura cubana contemporánea. También participó en la II Antología de poesía erótica: Larghetto ma non tropo, publicada por la Asociación de Escritores de Mérida, Venezuela, 2006. Mi poemario Crónica verdadera de la increíble fuga del andrógino y otras historias para ser olvidadas cuando seamos felices fue aceptado para publicación por la editorial La Bohemia, de Buenos Aires, Argentina.
Suyo es el reino de Hastabajo,
suya es la boca del Hambre,
suyos son los ojos de la Droga,
suya es la piel de la Miseria,
suyos son los huesos del Frío,
suyo es el cuerpo de Nada,
suya es la sombra de Todo,
suyo es el nombre Soledad.
A sus quince años, la Aventura es la inercia de la Supervivencia. Sobrevivir para el hambre; para la droga, el frío y la miseria; para nada y para todo; para la soledad.
En el vaho de su reino de ultracalle, los espectros flotan imitando el estado básico de la felicidad. Discuten premisas para el desarrollo, con esa sangre de nopal fresa que mana de sus bolsillos como bocas expertas en la elegancia de los helipuertos. Intercambian recetas de asépticos manjares, dietas para el culto al ídolo del vientre plano. Proclaman el candor de la psicodelia y el estar el espíritu de su Raza como agua para chocolate frente el mercado de los sueños. Les indigna la fricción indígena en el sistema de la Cruz y la Espada, escudo con flores de zarzuela, idónea protección para mujeres y niños que son apaleados en náhuatl. Condenan la violencia terrorista contra Sión y, al margen, declaman el chiste del judío que se suicidó de hambre para abaratar el precio de su muerte. Se alarman por la jungla negra que cubre, bestial quiste, el seno de la urbe y aplauden la excelencia barroca en la vigésimo-novena parte de «Masacre en la ciudad sangrienta». Románticas de tetas anoréxicas, tal vez desean el anónimo abrazo de músculos sudorosos; galanes Summa Cum Laude en mercadeo, quizás cazadores furtivos de cetáceos del mar negro. Espectros, nobles espectros, para rogarles el don de un milagro, de la misericordia. Espectros, pinches espectros, para robarles el numérico crédito, la engarzada autoestima.
Pero, no ahora.
Allí, oscuro, arrimado a la pared, no está al acecho. No devoran sus ojos la cena de los comensales de piedra. Solo (hipocorístico y modo) busca un ángulo propicio, con todo el cuidado para no ofender las blandas lentes hipnotizadas también por la sierpe electrónica.
Así está, con una gota más de dolor flagelando su vientre, con una angustia adicional que no repara en su hambre y su droga, en su miseria y su frío, en su nada y su todo, en su soledad.
Ahí y así, porque hay colores (colores que ignoran su existencia: su rostro y sus ojos, su piel y sus huesos, su cuerpo con su sombra, su nombre) que hoy resuenan con la vibración de neuronas sobrevivientes cuando parece extinguirse, para ellos, el fuego del Mundial.
Por un instante serán los colores de su reino.
Suyo es el reino...
Demasiada poesía
Quizás porque Penélope tenía un hijo
y existía aquel Ulises,
ella aprendió a tejer el tiempo.
Lo más probable es que,
después de todo,
la Poesía existe
y hace milagros.
O dime si no ves
cómo las agujas del reloj
se te clavan en los senos.
Así que desnúdate,
abre la puerta,
todas las puertas,
que nadie está llegando
y ya va siendo hora...
Postal
Que tras las cortinas la nieve acaricie la sierpe en el viento...
Que sobre el librero dilaten su orgía la piedra y el signo...
Que allá en la cocina reviente su espacio el guisado barroco...
Que dentro de un vaso boletos de viaje compilen memorias...
Que allende el ropero gravite en su reino la opción replicada...
Que sobre la cama la dueña desnude ese sueño no antiguo...
Que el hombre del sábado grande contemple jugar a su imagen...
Que desde la cuna variando resuma la acción del regreso...
El mundo azul
(Viendo oscilar
la Torre Latinoamericana)
Hoy ha sido un día
impertinente,
de dar vueltas y vueltas
en las calles
y volver a la casa
sin tener nada en mano,
nada más que tu mano.
Después de andar
toda la mañana
con ese monstruo terrible
mordisqueando
las plantas de tus pies
hasta las carcajadas;
después del mediodía,
cuando al instante preciso
alzaste tu vara con la foto
digna para el pasaporte
de bella durmiente;
después de esta tarde,
cuando el mago de la risa
lo mismo acarició en la rubia,
mientras cobraba recaro
ese tren descarrilado en tu boca;
después de esta noche
agitada en la médula de asfalto,
cuando oscilaron las lámparas
y las respiraciones;
después de un día así vivido:
sólo nos queda
toda esta madrugada
para sudar amores
y creer que comienzas
a ver el mundo azul.
Causa del sueño
Abrazada la causa del héroe del hígado tierno
sobre la roca encendida, piedra egoísta y propicia,
en las puertas de la noche vociferan los guerreros.
Portando el fuego de todos asedian al ojo insomne,
nuevo padre, vieja esposa, dura razón del desquicio
regresando lastimero, destrozada turbulencia.
Les contempla paternal y comprensivo pero vierte
diestro el vino en las gargantas aletargadas y secas,
colmando el hoyo del juicio con leche falsificada.
Dormirán en las cazuelas, en el fondo de los pozos
donde el hereje diluye sombras de gritos silentes
y en la próxima fase lunar buscará el desconcierto.
Certidumbre
Hoy lo único cierto es la arrancada,
el tiempo con lumínico andar escapando del juego.
Todo es matas de plátanos, sol desbocado y mosquitos
y castillos nevados en lo alto de Sajonia.
Alguien dice que vale la pena
explorar el interior de los volcanes
y comienza la búsqueda del último minuto.
Sonó el disparo, es posible
que se pierdan los pasos
remedando un bongó en la Novena Avenida,
o en la novena posesión del Amazonas.
Tanto mejor si se perdieran en la Novena Sinfonía,
Ahogados en madera de oboe.
Vuelve la náusea a pasear por públicos, bellos jardines.
Vuelve a estar de más, como todos:
todos los versos arañados por los soles,
la lluvia, la ventisca y las soledades
de veinte años, casi nada
más que el regrese de pájaros
disímiles al mismo nido.
Así, la aristocracia de una fuente hermosa
regresa en porcelana para té mentolado.
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