Alberto García-Teresa
(Madrid, 1980) es doctor en Filología Hispánica con una investigación que, ampliada, se ha publicado como Poesía de la conciencia crítica (1987-2011) (Tierradenadie, 2013). Es autor de los poemarios Hay que comerse el mundo a dentelladas (Baile del Sol, 2008), Oxígeno en lata (Baile del Sol, 2010), Peripecias de la Brigada Poética en el reino de los autómatas (Umbrales, 2012) y Abrazando vértebras (Baile del Sol, 2013), así como de la plaqueta Las increíbles y suburbanas aventuras de la Brigada Poética (Umbrales, 2008). También del libro de microrrelatos Esa dulce sonrisa que te dejan los gusanos (Amargord, 2013). Sus poemas han sido traducidos al inglés, al francés, al serbio, al macedonio y al rumano.
De tanto pacer cómodamente en la pradera,
de tanto asumir gustosamente las herraduras,
los pegasos han olvidado cómo volar.
AMARGO SABOR EL que queda en la boca
cuando rasgas el sobre de la nómina.
Amargo el poso que se mantiene
mientras oyes discursos de tus jefes.
Amarga la mirada
que se queda en tu silla, en tu mesa, anclada.
Amargo es el deseo
de intentar comprender este absurdo acuerdo
por el que renuncias a la vida
para poder tratar de seguir viviendo.
HAY QUE COMERSE EL MUNDO A DENTELLADAS
Hay que comerse el mundo a dentelladas.
Hay que sacar los dientes, pulirlos,
clavarlos con ahínco y rabia.
Hay que comerse la vida a dentelladas;
con mordiscos secos, intensos,
de puro y reluciente hueso.
Con bocados de corazón hambriento.
Hay que defender el mundo a dentelladas.
Hay que danzar entre rechinar de espadas;
de espadas a pecho descubierto.
Hay que vivir en permanente guardia,
defendiendo la vida cuerpo a cuerpo,
defendiendo la vida cara a cara.
Hay que descubrir la vida a dentelladas.
Hay que desenterrar estrellas de la arena,
hay que dibujar trazos de arco iris con los dedos
machacados por la rutina, el trabajo y el tedio.
Hay que apartar niebla de las cabezas
con gritos de silencio y de conciencia.
Hay que sumergirse en el mundo a dentelladas.
Hay que escurrirse de las sombras sonoramente,
con estruendo de ideas y palabras.
Hay que escurrirse sonoramente
con redobles de actos y pasiones,
con puños de carcajadas.
Hay que atacar la vida a dentelladas;
caminar en la penumbra precaria,
caminar frente al poder y las pirañas.
No ceder terreno nunca al terror y la ignorancia.
Levantar la vista ácida hacia el mañana.
Hay que acariciar la vida a dentelladas;
arrebatarles el tiempo robado cada jornada,
esparcir abrazos entre timbres y pagas,
regalar ternura y devolver pedradas.
Hay que comerse el mundo a dentelladas.
Hay que comerse el mundo a dentelladas.
CAMINO PARA LLEGAR HASTA TI
Desde esta posesiva jaula de ruedas
auparse para abrazarte es rodear el sol,
zambullirse en una altura de esperanza,
en un horizonte donde medio metro es una cascada
por donde sólo bulle ruidosamente el amor.
Y se descubre allá arriba, se abalanza
una perspectiva a cielo luminoso y despejado
que revela los senderos y los pasos
con los que salvar arrolladoramente las montañas.
Qué fácil resulta caminar sobre tus brazos.
EL PRÓXIMO FIN de semana, la Brigada Poética organizará una
excursión a la sierra con el fin de plantar un centenar de poemarios.
De este modo, ayudarán a nutrirlos, alargarán su vida y favorecerán
su reproducción por esporas. El lema será: «Oxigena el mundo».
LA BRIGADA POÉTICA regaló palabras a la entrada del Metro. A
cada transeúnte se le donó una palabra en desuso: «amor»,
«fraternidad», «ajeno», «prójimo», «amigo».
CON UNA HÁBIL manipulación del mecanismo, la Brigada
Poética consiguió que el cajero automático de la esquina dispensara
endecasílabos.
Premio Ignotus 2009 de la AEFCFT (Asociación Española de Fan-
tasía, Ciencia Ficción y Terror) a la mejor obra poética de contenido
fantástico editada el año previo
UN ECONOMISTA
UN ECONOMISTA NO sabe qué hacer con un arco iris.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.
Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.
Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.
Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.
No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.
Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.
FRONTERA
HAY UN ABISMO entre mi cama y tu techado,
una sima entre mi cemento y tu adobe.
Un abismo de sólo unos centímetros de noche
y de unos brazos, en vez de extendidos, cerrados.
CALLA. EL MAR nos habla.
Escala su rumor sobre los arrecifes
de plástico, sobre las latas
y las manchas de aceite, gasolina,
que angustian las aguas.
Resuena el eco en las paredes
correosas de las lanchas,
sobre los megáfonos
y las cuchilladas de las fábricas.
Siento su sal palpitando
contra mi piel, contra tu brazo,
sobre los rayos de sol que queman
el centelleo de la mañana;
susurrando, bramando,
aunando sus sílabas
a la desecación de las navajas,
medusas, centollos y coquinas.
Calla. Calla.
Asciende ahora su olor en ráfagas,
superando los humos de los coches
y las casetas de fritanga.
Nos rodea apoyándose con suavidad
en el contoneo ingenuo de las plantas,
pero perfumes, líquidos artificiales,
separan nuestros cuerpos con capas
de apariencia, negación y frustración.
Se pierde en el aire como carta
de amor cruelmente extraviada.
Calla. Calla.
Pero no podemos oír nada.
Avanzan olas
de turistas
sobre la playa.
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