Henry Alexander Gómez
Bogotá, Colombia (1982). Profesional en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y estudiante de Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central. Es director del Festival de Literatura “Ojo en la tinta”. Su libro Cartografía de la luz ganó el XXVI Concurso Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia; con el libro Georg Trakl en el ocaso fue Segundo Premio del IX Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía; ganador del Concurso Nacional “La poesía de la vida cotidiana” - Casa de Poesía Silva.
Ha publicado los libros Memorial del árbol (2013), premiado en el IV Concurso Nacional de Poesía Obra Inédita, Diabolus in música (2014) Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía y Teoría de la gravedad (2014), publicado en Quito, Ecuador.
Hace parte del comité editorial de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com).
En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas
Eran las mañanas y las tardes. Solía acompañar a mi abuela Ana
a llevar y traer las vacas, del establo al potrero y del potrero al establo.
Íbamos por la mitad del pueblo arreando las vacas
que eran como dedos gordos de Dios.
Yo y mis cinco años y la rama de un árbol haciendo de fusta.
El sol trepaba por las manchas azules de las vacas y en su paso torpe
un aliento desconocido empozaba la sílaba del sueño.
Las piedras, las crestas de los árboles, un puñado de maderos y sus cercas.
Verlas pastar era echar boca adentro toda la paciencia del aire,
como hundir una luna en un enredo de hierba.
Y en los ojos de las vacas un vacío de luz, un misterio lerdo que latía en cenizas
sobre el corazón lento del día.
Mis cinco años, mi abuela Ana y las moscas abriendo huecos
en las primeras sombras de la tarde.
Entonces la vaca Golondrina se fue de bruces al río.
El hechizo del agua le llegó como una soga que halaba su carne
en una cadencia sin tiempo.
Era de ver su júbilo corriendo entre las formas del torrente. Mugía y su voz era un tambor que trenzaba mi garganta. Un fósil nacido en lo más hondo de la vocal del mundo.
Corría la vaca por el río y mi abuela la seguía desde la orilla,
entre los pastos largos y mojados,
llamando desesperadamente su bovino. Cuidado de no ahogarse la vaca loca.
Mis cinco años arreando el sueño de loco de mi abuela Ana. En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas.
Hará tiempo de aquello. El río arrastrando esqueletos húmedos de hojas y trastos vegetales, llevándose consigo mis cinco años y las alas invisibles de la vaca Golondrina,
en una ceremonia de bocas abiertas a los muslos de la nada. Navegaba ahora
hechizado el ocaso en una brisa de peces muertos.
Dicen que las vacas
se parecen a los sueños de los hombres tristes, no dejan de rumiar su soledad
en cualquier balcón desvencijado de la vida. En el mañana
o en el ayer, es floración la noche cerrada.
A la orilla, sobre la piedra bañada, boquea todavía la vaca Golondrina
tragando tajos de luz. Muge mientras puede.
Poema ganador del Concurso Nacional “La poesía de la vida cotidiana” - Casa de Poesía Silva, Bogotá 2013.
De libro Diabulus in música
Ian Curtis
Hoy tengo la mirada hecha de tierra para arrojar un puñado al vacío, el espíritu de papel para prenderle fuego y hacer con las cenizas música para sujetar mi destino.
Vengo de abrir una hendidura donde la luz se reconcilia con la muerte, de atar mi cuerpo hueso por hueso a la llama de mi voz, como la danza de Caín en la sonrisa oscura del miedo.
Hoy tengo la boca en la mitad del pecho con una paloma agrietada en la garganta.
El aire está roto en pedazos.
Johnny Cash
Enterré el puente de mi guitarra en el aire, sacudí las polillas de mi sombra y cultivé el vapor de la música sobre el heno de los días, a un lado de la carretera, donde los mundos se fecundan.
Janis Joplin
Inútil es viajar entre el olor de la ceniza, sepultar amapolas en las mandíbulas del ángel ciego.
Canción de la infancia: fumar el opio de la piel y beber la última gota de un blues de la botella más oscura de un bar de Louisiana. El pulmón amordazado mientras el gramófono suena a Bessie Smith o a Billie Holiday.
Una huella descalza la delata, la delata su sombra transparente.
Hurga una grieta en la penumbra. Descúbrete impedida para contar la multiplicidad de las nubes de tus dedos.
Es bello vigilar desnuda al sol cuando anochece: la orgía de su voz baja cóncava al interior de la tierra.
John Bonham
En el grito del árbol encontrarás la semilla. Mi escritura viaja al galope del viento entre los cascos del caballo. Esta tierra se adelgaza ante el trueno del agua en el pecho de un pájaro.
He dejado al granizo sin aliento.
Pappo Napolitano
Me reconozco en el polvo del adiós, en las piedras errantes: con un hilo de viento me hice un collar de caminos.
Dejo el diapasón de mi guitarra bañado por un rumor de flores vestidas por la lluvia. Dejo mi amada Harley Davidson con la que probé el peso de la fe y la pulsación de la muerte. Hay una canción de espejos y lumbres al final de la autopista.
Nada vale más que un viejo blues cortejando las voces aromáticas del sueño.
De libro Memorial del árbol
El ángel negro de la isla de Kampa
Nadie lo vio entrar en su casa. Era una fría noche de Praga, era un poema tirado a la alacena.
Al principio, con el orgullo herido y las polillas sacudiéndole los trajes, se acostumbró a vivir con la noche colgando de su espalda.
Decidió el encierro porque los hombres sencillos mueren solos.
Con la pupila altamente dilatada, Vladimír Holan, entendió que las sombras viajan empedradas de palabras. La piedra oscura había regresado cargada de frutos.
En aquella casa había tanto ruido, tanta miga de pan en las esquinas.
Se dice que la luz de la ventana duraba encendida toda la noche, en el resplandor de la vela se diseminaba el diálogo del mundo.
La claridad no se hacía esperar. Nadie y todo había en él. La campana detenida por el lápiz, Hamlet conversando con las ruinas del espejo, la muerte escondida en las catedrales.
Pero los años no pasan en vano. En la pesada puerta crecía un caballo atado con alambres.
En el instante en que la voz del ángel deshizo los colores de las cosas, cuando la tierra de los cementerios colmó de cicatrices las estancias, pronunció estas palabras:
“Kateřina ha muerto. Hoy no ha venido nadie a preguntar. La casa ha ocultado, al fin, todos sus ruidos.”
Arenga del hogar
I
Él siempre permanece anclado
a un lebrillo de granizo.
Ella ha decidido perpetuarse
sobre las arenas movedizas
a orillas del sexo.
Pero también es él quien ríe más alto,
quien lleva entre la jaula una mosca de humo.
Ella sólo sobrevive
en la multiplicación de las cosas,
como la honda de una piedra
arrojada en aguas distintas.
II
Dejar atrás los viejos rincones,
la ropa sucia,
la música
apresada en hilos de tiniebla.
Cada acto que hacemos
es un barco hundido
por la mano de un niño.
Pero todo,
hasta lo que no conocemos,
lo circunda la soledad del árbol.
VELO DE NOCHE
Vivir la lentitud
de la hormiga,
confuso
en una ola de arena.
Entre el amor y mi sangre
hay un silencio de pájaros,
velos
como mareas de hielo
bordados
con filamentos de sal.
Alguien ha escrito mi nombre
en
una
roca
incendiada
con el carbón que tiñe
lentamente
la noche.
LA LENTITUD
En la profundidad
del río
brama
a veces
un árbol
que no para de crecer.
La mosca
siempre teje
el hilo de su araña.
Es el diablo
quien desliza
el cerrojo
tras girar quedo la puerta.
GEORG TRAKL EN EL OCASO
Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche.
El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas,
el grito moribundo de los guerreros otoñales,
cubren de opio el azulado cuerpo de espino.
Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña.
Se escucha un lamento crepuscular.
El niño Elis le besa la frente sangrante
y la hermana juega con mortíferos alcoholes,
deambulando entre los catres del centro hospitalario.
Qué luna más amarga. Qué triste es el último canto del mirlo.
Tierra negra amasa una música nocturna
y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas.
La tumba aguarda a los ángeles caídos;
un venado azul corre en delirio a la primavera.
Publicado por Ojo en la tinta
http://ojoenlatintafest.blogspot.com/2011/05/henry-alexander-gomez.html
El adiós
I
En la tarde,
las semillas del diente de león,
vulneradas por el viento,
se disipan
como limadura de espejo
en la memoria.
Atrás queda la página en blanco,
la mirada imposible, lo que ya no despierta.
II
Sin rumbo,
sin regreso,
en un vacío de huesos,
el crepúsculo devora los pies del caminante.
Traumbilder
…y yo, atónito, seguía y meditaba, meditaba y seguía.
Heinriich Heine
I
Extraña es la luz,
singulares las presencias.
La morfología inquietante
de unos labios
enhebrando un bosque,
traspasando
alcoholes,
esa tierra violenta que es el silencio
de los hombres.
II
La morada de ébano
donde se esconde
una nube.
Un lienzo
con el pigmento
de una lágrima.
III
El rastro
de una mirada
perdida en un instante
no conocido,
en el polvo
hilado por un pájaro
al lado del camino.
IV
Más sigo soñando,
simplemente sueño
con tu púbica infancia,
con tus angustias servidas en mi plato
a la hora de la cena.
V
Un tálamo
de barro
en el cuenco de mi mano.
Un
lacónico
poema
jamás
escrito.
Incandescencia
Escucho,
palpo,
a cada instante,
la voz
en la pupila extranjera.
He descifrado su desvelo,
el latigazo de una música antigua
que desorienta los rayos del sol.
¿Puedes escribir sobre la línea del árbol?
¿Puedes envenenar el trueno
que rodea
la luz del vigilante?
Jaguar
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?
William Blake
El enigma de sus pieles me sorprende una vez más
a la hora de la muerte.
Otra vez la madrugada socavando las angustias
y los temibles secretos; he soñado un jaguar ciego
pariendo los miles de espejos que lo preceden
desde el primer tigre de Adán en el paraíso:
un laberinto de perlas negras, de negros anillos de fuego,
de umbrosos trazos de jade negro,
en el marfil dorado que yace en la penumbra
de la indómita selva.
¿Qué visión inmortal? ¿Qué misterio esconde su carne?
Sus flameantes ojos ciegos aún me siguen
en la oscuridad de mis pasos hacia la tumba,
como una piedra de oro inconmovible
en las molicies del firmamento de Alá en el desierto.
Lo soñé una y mil noches en esta eterna madrugada.
Lo soñé en la forma del tigre, del lince, del leopardo;
en la forma del puma, del león y de la imponente pantera.
Lo soñé en el rostro infame del cazador
y en el sagrado rostro del hechicero.
Lo soñé en el altar de sangre de una raza
que veneró tu terrible simetría con el universo.
Lo soñé al asecho, en la tarde de un árbol muerto,
y devorando un hombre bajo el amazónico diluvio.
De la mano de Poe y Blake soñé también a Tzinacán
en su hemisférico encierro, descifrando la escritura de Dios
en sus indescifrables pieles.
Espíritu del cometa que le ruges mil veces al alba
despertándome en mis noches ciegas y blandas,
¿Qué portentosos e inmemoriales sigilos
le guardas a la espesura de los sueños?
No soy yo el que presume de tu esfinge,
ni la ligera aurora que me trae tu recuerdo.
Es la soledad que encierra mis días y mis libros
y el tiempo de otros tiempos que nos revela nuestros miedos.
Lejanía
Huesos
que aborrecen la tierra fértil,
vahído
o crujir del viento,
en el jardín de mis arterias.
El rostro de animal
adormecido
invocando las manos
tejiendo
una lira plateada,
codiciando un vino huérfano,
añorando los insondables ritmos
africanos
de la nodriza muerta
bajo el canto sosegado de la devastación.
El cementerio
está cerca,
su bruma
aletarga
la soledad
del muerto.
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