domingo, 2 de octubre de 2011
4845.- ALMA KARLA SANDOVAL
Fotos: Maríana Pessah
Alma Karla Sandoval (Zacatepec, México, 1975)
Egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y de la Escuela de Escritores de la Sogem. Especialista en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera por la Universidad Complutense de Madrid y Maestra en Literatura Latinoamericana por la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Actualmente es Profesora de Cátedra del Instituto Tecnológico de Monterrey además de colaboradora de La Jornada de Morelos y articulista del semanario Maseual.
Libros publicados: Corredor de las antorchas 2000; Todo es edad 2003 y Estacionamiento de avestruces 2006. Sus poemas se encuentran en las antologías: Espiral de los latidos, poesía joven del centro, 2001; Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México, 2007; Adornos de papel, 2008 y Mujeres Poetas en el País de las Nubes, 2008.
La luna estaba en Cáncer
Para Javier Payeras
El viento era el odio de una rosa
apagando el ánimo
de inventar nuevas espinas.
Yo te miraba de noche
con la nota helada
de un lucero que cantará
el peligro de este devenir de letras
con tu silencio cuajado de altura
como si volar significara
mojar el día cayendo
sin que los demás
sospechen el signo
y el talismán minusválido
de este poema que no retiene
a los amantes
ni a tu amigo lejano
en un bar con su cadena creciendo
como un caballo joven,
manchado de lecturas
y tu voz y su voz
y mi frontera que no sabe masticar eternidades
ni inventar acuarios para que flote,
de nuevo, tu caída.
Nos precipitamos recordando,
acercándole más pan azul
al niño que vivió para morir
con un lápiz roto de tristeza
y la punta sofocada, indómita,
con un planeta propio
donde sembrar un libro
para el inventario de nuestras derrotas.
Yo no pude amar la ruta de las cuatalatas
ni dejar de pensar en madrigueras,
mucho menos en la luna con un trampolín
en cada cráter donde inventar el salto,
la duda, la separación,
la cama con un cielo sombrío,
harto de soledades aladas,
de Venus dándole mercurio a la clepsidra
y Júpiter casándose con un vaso de ron,
con el bestiario del instante
y todos los perros ladrando la cobardía
del culo de Alfonso Reyes
porque aullarle a la luna sí es poesía
y el bastón de Mario Santiago
es el hambre de este mapa,
también la manecilla coqueta, delirante, nómada,
en la brújula de Dalton
y las huellas de nuestros detectives
que se volvieron criminales y seguimos.
Juegos de pólvora
No le gusta la sangre
ni el sonido de un revólver.
Jamás perdería su tiempo
diseñando alas para un gato.
Ella se casó con las cuentas
de un vestido para locas
y todo el mundo
aplaude su cordura.
Recoge miel contaminada
que a ti y a mí nos debilita.
Tú sabes esconderte en pecados inéditos;
comprar maquillajes, reputaciones,
meter al horno el orgullo
y luego de una hora
sacar de ahí el cadáver del enemigo.
Ella no destroza caracoles
con la mirada.
La expulsaste en febrero,
le hiciste ver el aire
y se cubrió los ojos.
Le hablabas de un flor invisible
y te pidió crayolas.
Nunca te inspiró un conjuro,
pero es mi hermana.
En su cabellera
nacen fuegos imposibles.
Versos para escribir en Jojutla
Para Juan Manuel Roca y Marco Antonio Campos
Sólo vine a dibujar luciérnagas,
a romper una sombra de amarillos desalmados,
a descubrir que no retoñan ciertas líneas.
La madrugada es este soplo,
esta decoloración de otro latido,
recuerdo sin niebla en la ventana rota,
en esa lámpara donde el panal resiste.
Vine a escuchar los cerros
y la lengua de mi madre en ayuno.
Acá la poesía es fuente taciturna.
Huele a gitanos en la esquina
y no saben que los vi
soñar dentro de un libro
y contar las rayas del tigre
que a veces cuida el universo,
animal de estrellas en la tarde,
felino protector de mariposas
aquí, donde la palabra inventa chispas.
Vine para ver los patios,
a ser la huérfana,
la que desteje hilos mojados de un capullo.
Llegué arrastrando estas visiones
y no se instalan por sí mismas,
son, en conjunto, un púrpura sin nombre,
cera de abejas invernales en mi boca
Maitines
Y no te olvides del maquilishuat,
del San Andrés Florecido
del viejo tronco de la ceiba,
de los veintisiete tonos de verde
en la mañana.
Claribel Alegría
No olvido, Claribel,
la mañana como animal de sangre fría
y el calor, su aire masturbando mariposas.
Aquí está, nada la hunde,
una piedra de agua y la nieve entre mis uñas
(roca o poema sin ardor en aquel huerto).
Volar era correr con un vestido libre.
Éramos una cinta de colores
en la transparencia de la lluvia
si la libélula volvía
o el temor también alado
de ya no cruzar el mismo puente.
Sin avión era nuestra la muralla,
los sorbos de té chino,
todas esas cosas de polvos mágicos con nombre.
Cómo renunciar al resplandor ahora.
Cómo decir “no, yo aquí me quedo”.
Acá, en el cuarto con panales.
Cómo despedirnos sin linternas.
Escapamos y perdemos por amor otros países.
Pero nadie troza espinas de cobre en las aduanas.
Una crece y juega a olvidar los veinticinco azules,
los treinta y dos rojos en la boca,
amaneceres del jardín con jaula
al que volvemos.
Muertos
En esta noche, porque vienen,
el aire es una risa de fuego queda frío.
La tierra se deja humedecer por memoriosa,
por el maíz blando del perfume
y todo aquello que esta noche crece
a la sombra de un latido de sal,
del trago de tequila dándole luz al fotorama.
Vienen y el esqueleto danza en el paisaje,
en la bruma que nada sabe del volcán ni de los ríos.
Qué viva es la eternidad y la escalera al cielo.
Qué amor por la nave de la noche brilla en su cuerpo de fantasmas.
Qué corona de espinas y amuletos que no pueden tocar, ya no.
No con su purgatorio ennegreciendo el útero
y las cadenas y el orgasmo de la muerte
que es caminar sobre los mares.
No más esta noche con chocolate y canela,
con lengua dulce y besos amargos, no más.
La muerte nos creció donde se acaban las pestañas
y el barro que fuimos se quiebra en el incesto.
Hermanos todos, todos entrampados,
todos persiguiendo la carne del otro que es la nuestra,
el sabor a cempasúchil, esa piel de la agonía,
el anís en el pan que nos consume.
El universo boxea
La fruta cae del sábado.
Tiene sabor a que nos salvas
aunque no existe esa semilla.
“Nadie salva a nadie”,
dijo un poeta clandestino.
Nadie encuentra la esperanza
de un arcángel detective,
sólo tú con gafas de mago
puedes mirar que nos acechan,
que florece el árbol viejo
de este lado de la sombra,
de este lado del arroyo
cuya frontera canta el mundo
y cae el mundo,
pero da la vuelta y suelta un gancho.
El universo boxea.
Sale invicto.
“Estás pensando, no sintiendo”, dirás.
No. Huelo la fruta de los días
como quien reconoce cada historia
con ojos hartos de lágrimas en la banqueta,
con su sexo libre
y el otoño esquizofrénico.
Después de todo venimos a salvarnos.
Lo cierto es que nunca me he sentido
tan perdida y eso que mirar el fondo
y encontrar un reino de palabras
es un don carnívoro.
Ya caminé ciudades de todos los aromas.
Miré desnuda el amor en París.
Me dieron un abrigo de leopardo.
Probé la nieve. Me intoxiqué.
Por eso el retorno a este domingo.
Del sábado se cae la fruta
y para eso, como sea,
antes brillaron las corolas.
Eran púrpuras
¿Qué haré en Islandia
cuando vengas
y todo sea oscuro
como la carne misma
hundiéndose en un barco?,
¿dónde vivirá
el naufragio y los gritos
de la mujer
con sus pócimas saladas?
No hay lugar
ni harina para el pan
de lo vivido
en aquel puente.
No encuentro
la longitud del verso
ni la constelación
de la que hablaba
el otro hombre.
Está oscuro,
no hay canto
de cigarras ni árboles
con mangos rojos
en la mente seca,
en el colapso
de su noche albina
y la muerte con furia
en cada brillo
de cada lágrima,
en cada tos
de un ser sin cabello
y la cama sola
donde escurrieron
litros de milagro
para no olvidar
que aprendiste el
ritmo de tu odio
una tarde como hoy
con ánimo de noche
y alba confusa
por la fosforescencia.
También escurre la voz,
todo el sonido
temblando, con dolores
de parto para nadie.
Prohibido enloquecer y decir
porque callar es duro,
es la condena
de comerte el látigo
hervido en la olla,
en lo más verde del arrozal
y el cerro lila.
No quiero ese paisaje
pero es lo único que tengo
y no estás con la ternura
del que ignora
el nombre del diablo
que defiendo
en la comunidad
de los pingüinos,
en la lumbre de Islandia
para escapar,
para decir que quise
y amanecí mirando
sin dolor las bugambilias.
Poema en autobús
No dormiré ya nunca
y seré el alma de la nieve
sin talismán para un aullido.
Si no rompes los hilos de saliva,
el traje de mi llanto,
si no se derrite el paisaje
de una vez por todas,
no dormiré.
Crecerá una cárcel
al sur de cada hora
sin columna vertebral
para la muerte.
Llama,
que no se pudra
la semilla,
que tu canto
también duerma.
Su te quiero va mutando
Su te quiero va mutando
como diminuto animal
que rompe lo que nunca
fue colmena.
Muta como si el cambio
fuera una danza
y la muerte en cada disco.
En un mundo pequeño
de color capullo
para el temor de la huérfana,
su te quiero tiembla con el aire
en ese minuto donde el vacío
y el animal ya no se arrastran.
Es un te quiero
para hundir promesas
en gladiolas y tú lejos,
esperando el corte
de la guadaña o la mutación
que llega en junio:
tu te quiero en una cuna
tan incómoda, pequeña.
Caníbal
Mastica pedazos de cascarón con el mundo quemándole los dedos y rompe lo que queda de luna,
cuanto no puede cantar con agua verde en la garganta. Cuanto no puede ver llover en un instante de añicos en el viento. Mastica lo que queda de sí cuando amanece y el poema es un alambre infectado que atraviesa las venas del futuro.
Todo es masticar para asumir el tiempo cuando nieva porque el frío es un estado gracia ahora,
ahora que la música se fue a convertirse en la nada de otro forastero.
Y la nada es el líquido viscoso del cascarón. El principio ardiente, la atracción aciaga.
Masticar, dejar en blanco. Asumir la ausencia de color en el vino, en la mancha de nubes que cabe en la pintura, en un refugio de luces y bugambilias sin rumbo. En la distancia del abrazo. En todo aquello que se rompe y resuena, mastica.
Nocturnos
En la noche jugábamos con besos a que ya no besaríamos.
En la muerte de la noche el polen nos hizo estornudar.
Para la vida arrancamos un capullo de septiembre
y algo dolió como mentira que el tiempo repite.
Nos rodeaba la luz, su brama dulce.
Mi boca mordía un collar caliente y el vestido sedoso por la luna.
Me le escapaba a la memoria,
al milagro que dijeron soy porque hablaron las luciérnagas.
Habíamos visto crisantemos en lo alto,
el ritmo de la pólvora y las llagas del silencio.
Habíamos reído para olvidar una metáfora.
Ya era la aurora con su poder de ave,
también el día de las constelaciones
y el alfabeto de verdad en los poemas.
Mis ojos dieron con un mapa de melancolías,
por ello recordé la balada del futuro.
Después los gallos cantando como siempre
la letra de la infancia donde renace lo perdido.
http://www.laotrarevista.com/2009/01/alma-karla-sandoval/
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