viernes, 23 de septiembre de 2011
4808.- ARMANDO IBARRA RACINES
Armando Ibarra Racines. Cali, Colombia, 1956. Economista de la Universidad Autónoma de Occidente, M. A. en Economía de la Universidad de Texas en Austin, Especialista en traducción en ciencias literarias y humanas de la Universidad de Antioquia con la monografía La traducción semi indirecta como un viaje intertextual por la ruta de la Seda, hacia una versión de Sarada Kinenbi.
Ganador del IV Premio de Poesía José Manuel Arango del Carmen de Viboral con el libro Crónica de los Deshielos, Universidad del Valle, 2007. Colaborador y miembro del consejo editorial de la revista de poesía
INFRACCIÓN
Por la esquina dobla,
como una gacela
de las praderas del Asfalto,
cromada y rutilante,
la motocicleta.
En el entrepecho,
el parrillero,
sin disimularlo,
más vale con un dejo de desafío,
guarda el fierro, todavía caliente.
Culebreando sobre la cuneta,
un hilillo de sangre,
libre de la servidumbre del corazón,
se entrega sin reparos
a la ley de gravitación universal
y cruza la intersección
de Mala Esperanza con Patibularia
sin atender la señal de PARE.
FANTASMA EN LA ESTUFA
No he vuelto a cocinar.
Los calderos,
llenos de telarañas.
En el fogón,
el hollín envejece
en los peroles
oxidados y cesantes.
Mi sabor no interesa,
lo único notable
es el estragón de tu aderezo.
El paladar desabrido,
aún persigue,
entre los bordados de la coliflor
y las verdes nubosidades de los brócolis,
la tiranía de tus manos
sobre el aceite,
la parsimonia de tu lengua
sobre la sal de ajo,
el fermento de tus pasos
sobre lajas de ruin cerámica.
Ars poetica
El verso siguiente no estaba escrito.
Ya se escribió,
saltó hacia el próximo escalón.
La vida transcurre fluida,
casi transparente.
A veces me siento derrotado
porque no escribo el poema
que algún otro llame inmortal;
sin embargo, ahora trazo
estas líneas que nutren la muerte.
Como la cuchara
en la taza de café,
revuelvo el cuenco del cerebro.
Leve agitación de imágenes
antes que la oscuridad se asiente.
Al voltear la página
hay una extensa pradera
que se prolonga años luz.
Me habían dicho que estaba vacía,
la veo blanca.
Paso un día entero
sin poesía,
y advierto que me comienzan a faltar
el aire y la luz.
Asfixia. Apoeluxia. Apoetimia.
Cruzo frente a la iglesia de Santa Gertrudis.
Alguien lee un texto.
Al comienzo parecía un poema
pero era una oración.
¿Cuál es la diferencia?
Llegará el día en que la gente
no escriba con lápiz
sino que solamente teclee.
¿Cambiar el apacible deslizar
por el nerviosismo de dedos que saltan?
Cuando se logra un poema,
se escriben todos los poemas.
Tomar la posta
y correr endiabladamente,
para que la poesía siga en la cresta de la ola.
Miro mi mano
barnizada por el tiempo.
Todavía empuña el lápiz
con esa tensión que le quitó a la O
el fuero de sol en los dibujos.
Una palabra
que se sostenga por mucho tiempo,
que se mire de frente,
termina secándose
y llenando la lengua de aserrín.
Mi ego alborotado
vuelve a soñar con una ovación interminable.
Por la ventana del autobús
alcanzo a distinguir el tarro de la basura.
Cae la noche sobre los cuadernos
de los que escriben versos.
La oscuridad
se esconde en los garabatos,
espantada por el blanco del papel.
Las palabras se vacían de sentido.
¿Entonces qué queda? ¿El silencio?
O las palabras unánimes,
las que dicen más cuando callan
que cuando suenan.
El poema estaba ahí afuera
temblando de asombro.
Sus alas
me levantaban
y me llevaban al plateau del existir.
Cada que esta fiebre me arrebata
y me levanto de la cama
a escribir un verso
desacomodo las sábanas
y el colchón vibra.
Presiono con firmeza
el lápiz sobre el papel
casi hasta rasgarlo;
tal vez así no se olvide
este lío de frases cortas y dispares.
Si me lees, entonces respiras.
Respiro, por eso puedo escribir.
Suena una guitarra
empujada por el mar.
¿Hasta cuándo el bordoneo?
El verso se perdió para siempre.
Lo busco en las chispas del sonido,
en las luces,
entre el paladeo del ron.
Se perdió irremediablemente. —Adiós.
Paleontología del humo
Ese hilo blanco que se eleva,
a lo lejos,
sería la fumarola
de la chimenea de un barco
si sobre el valle del Verde Esquilmado
todavía alguien navegara...
En el aire,
que se tenga noticia,
no prosperan los fósiles del humo.
Tal vez,
los caminos que la humareda inquietante
recorre en la atmósfera
sean el rastro perdido
del abominable Hombre de las Chimeneas.
Poética revisada
El equilibrista chino
se abre como una flor
de músculos, seda y luz.
Siglos y gentes,
en actos
de repetición incesante,
confluyen en
la breve figura
que como pompa de jabón
revienta sobre el escenario.
Al final,
el aplauso efímero
y las luces apagadas
en el teatro vacío.
¿Cuándo lograré
sostener el poema así,
por un instante,
entre multitud
de fuerzas que lo tensan?
Expedición al agujero
¿A dónde va tanto bípedo
moviendo el volante,
aferrándolo con fuerza?
¿Hacia dónde navega
el cardumen de ojos atentos,
girando de derecha a izquierda
como un ballet de medusas,
fijos a la cuerda de la autopista?
¿Cuántos de estos solitarios
desean romper en llanto
sobre la cabalgadura mecánica
y no hallan el momento?
Los expedicionarios de la caravana
de gargarismos explosivos
siguen la ruta de los Ojos Vendados
en su tránsito persistente y efimero.
Van sonrriendo porque escuchan
el canto del aceite en los rodamientos
y les regocija el murmullo
de los neumáticos sobre el asfalto.
¿Quién oficia los rituales del cardumen?
¿A quién sacrificarán hoy,
atravesado por un cuchillo de latón hechizo,
en el altar del Dios de los Fierros Retorcijados?
¿Cómo detenerlos?
Condescendientes,
todos se despeñan
—mirada afanosa,
fluir perfecto—
hacia los toboganes del Vacío.
apagón
no estoy prendido,
más bien:
desenchufado
para sonreír
tienen que forzarme
y para que no mire
con mirada extraviada
tienen que reconstruirme
nada me puede prender,
nadie me puede prender
como un televisor apagado
o un tiovivo sin corriente
—qué horriblemente cae el sol
empapado en esa luz anaranjada,
qué falso,
qué hipócrita este atardecer
que derrama sus colores autómaticos
en la pantalla hemisférica de siempre—
estoy más fuera de servicio
y cortado de cables,
sin potencia germinal
Hallazgo
Las agujas del dolor
hilvanan la carne inerme.
El estertor del último dinusaurio
todavía vaga por el éter.
¿Dije éter?
¿No te has enterado
de que el vacío despalzó al éter
en los solares del Silencio?
La muerte trabaja todos los días.
Quisiera bajar a la gruta oscura
donde habita el amo de los esqueletos
para detener a la bestia
comelectrones, comeojos,
arrancatuercas, exprimeseres.
La hierba que crece
en el aliento de las criaturas
es su merienda.
La busqué en sitios sórdidos
pero su madriguera
estaba en mi cuerpo.
Si es así,
¡Perdimos todas
las batallas!
Mientras tanto
—ave de paso—,
la caligrafía
sobrevuela el poema.
http://www.verseria.com/verseros/juancho/hallazgo.htm
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