jueves, 22 de septiembre de 2011
4802.- PEDRO ALEJO GÓMEZ
Pedro Alejo Gómez (Bogotá, 1953). Escritor y abogado. Hizo estudios de filología y letras del ruso en Moscú, en la Universidad para la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba y de Derecho Administrativo en la Universidad de Paris. Es miembro del Cuerpo de Regentes de la Universidad de América. Ingresó en 2007 como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Es Director de la Casa de Poesía José Asunción Silva desde el 2003. Ha publicado La estructura política del cielo (1975), El mundo espejo de mi mano iba, (Ensayo sobre los cuentos de Pedro Gómez Valderrama, 1996), Retrato en el tiempo (2005), Catálogo de máscaras (2006) y Tratado de alas (2007).
En la puerta del aire
Fragmento del extenso poema de Pedro Alejo Gómez,
actual director de Casa de Poesía “José Asunción Silva”
de Colombia.
Iba yo en una esquina del aire
gastando recuerdos
en la esfera inmensa de la luz
asomado a la región entre las manos y el tiempo
Iba la luz diciendo sus cosas
en una hora del aire
que no habían gastado ciudades ni monedas
Iban los pájaros galopando cielos
praderas azules
en la puerta del aire
Y en las alturas nómadas de la cima del ala
se abría el tamaño de los colores
en el incendio de la luz
Un litoral de más grandes tintas
alumbraba el vuelo
desde los países vertiginosos del alba
hasta los reinos rojos de la tarde
Ardían de distancia todas las formas
Bosques y prados ardían en el verde
y campos maduros de espigas
y largas, desiertas arenas
se encendían en el más alto amarillo
En tanto una pálida luz
brillaba en el oro de los templos remotos
feroz como vidrios en el agua
y a sus puertas había huesos de luna y lenguas de polvo
tributos pagados en la moneda dura de los actos
arras expiadas en recuerdos ajenos
Y sobre los obeliscos
en la intemperie del tiempo
caía lenta la lluvia
Voces de grandes muertos decían
Eres un viaje si esa es tu mejor historia
Iba la luz apagando oscuridades
Fuego frío que prendía abismos
Y su esplendor regía las imágenes
y el otro errante espejo oscuro de la sombra
Iba yo mirándome en el espejo de las cosas
y era azul en el cielo
y veloz en los potros
Lentos árboles soñaban en los pájaros
amores a una distancia de alas
y sus ramas se hundían como raíces en el cielo
Verde espejo sonoro
Sibila en las silabas de las hojas
Voces de pájaros en los ojos decían
Busca el vuelo más antiguo en la mirada
Ala: espejo del cielo,
lámpara en la luz
Centelleos en el agua eran luciérnagas de día
relámpagos de recuerdos desconocidos
Ciervos
sin más nombre que verlos
veloces como espejos
rezagaban su recuerdo
Iba el agua lavando el tiempo
Arena en las riberas -piedra antigua-
Lento relato del agua
Oro del tiempo
Era la luz en las manos
y el viento era el tiempo
Iba la tarde trayendo las cosas de cerca
conejos azules,
sueños de ciervos dormidos en el lecho de la luna
y un súbito aleteo de recuerdos
que volvían de su largo viaje
Un rescoldo de luz en las palabras
alumbraba en la noche
remotas distancias
Y en la mañana oscura de las luciérnagas
media luna
sin saber si la luna que falta
es un recuerdo o un deseo
Y había una hendidura en el aire
Una linterna era el murmullo del agua
que alumbraba entre el sueño y la muerte.
Eran los rostros desnudos
Y la voz era un lugar en el aire:
Faro en la noche sea para ti mi voz más pura de mujer
Ciudad sea para ti mi rostro de extranjera
Sílabas de mí soy en tus manos:
dime.
Ríos atravesaban nuestro lecho
y había pájaros en sus manos
Iba yo en el espejo de sus manos
Traía la noche en los árboles
un sonido de velas
-alas verticales-
alertas a grandes vientos
Iba la gran proa del mundo
surcando abismos azules
Y en la más esbelta cintura de la luz
el labio asombrado del ojo
a una altura de silencios cintilantes
Una música más lejos se oía
La tierra es un cíclope, su ojo es el hombre
Iba la tierra como un barco en el universo
surcando los más altos azules
CATÁLOGO DE MÁSCARAS
I
Inquieta la referencia a un Catálogo en el cual todas las cosas eran figuradas con rigurosa diversidad por máscaras. Los innumerables objetos y lugares, los animales y los distintos tiempos, los elementos y los dioses, las personas, los planetas y los actos, los hechos y las plantas, inclusive las cosas imaginarias y sus atributos hacían parte de lel Catálogo con máscaras específicas. Indefinidas combinaciones permitían representar lo que carecía de máscara particular y dar noticia de la filigrana de los hechos y las situaciones más complejas con caleidoscópica precisión.
Dos insondables afirmaciones constaban en el Manual para su consulta: “Todas las cosas son máscaras del tiempo”, declaraba sin límites, y, luego, sin tregua: “Las máscaras son mapas de otras regiones”.
No se mencionaba ningún alfabeto que aliviara su examen. Y se prescindía con pormenor de toda referencia al uso de máscaras para edificar personajes (lo cual suscita un indefinible desasosiego).
No solo era dable explorar el mundo indagando las relaciones posibles entre las máscaras. Podían ser usadas para recordar y tenían el poder suficiente par trazar mapas que servían para variar el curso de las cosas. Hay noticia de quienes, sin haber abandonado su tierra natal, las utilizaron para realizar grandes expediciones, y de épocas enteras cuyo curso siguió el derrotero trazado por sus combinaciones.
Además permitían registrar los hallazgos en la exploración de la tierra y de las cosas bajo ella y sobre ella por el procedimiento de escoger y combinar la máscaras apropiadas en el orden equivalente. Inéditas máscaras eran elaboradas para dar noticia de las cosas nuevas y de las recién descubiertas.
También servían para indicar las cosas invisibles.
El conocimiento de las reglas para su uso permitía asomarse desde ellas al universo y, de vuelta, registrar las exploraciones disponiendo las máscaras adecuadas en órdenes que conservaran simetría con las cosas descubiertas.
Las series celestes que registraban los descubrimientos en el firmamento y las distintas teorías sobre el universo revelaban alcances de una amplitud siempre renovable.
Las distancias a todos los lugares, inclusive a los planetas, y los tamaños de todas las cosas podían ser representados por máscaras de exactitud irreprochable.
La perplejidad sobre la comprensión de las máscaras provenía de su elocuencia y por tanto de su simple vista o de claves inscritas en la memoria, perdura.
Los instrumentos (desde los berbiquíes hasta las plumas) eran considerados como especies de máscaras. “Nada distinto puede elaborar el hombre”, afirmaba el Manual. “Las máscaras como las cosas sirven para edificar la realidad”.
Eran usadas como observatorios: insospechables regiones y nuevos sentidos podían vislumbrarse por el procedimiento de indagar combinaciones distintas a las usuales. Insólitos y sugestivos resultados hacían constar las facultades del método para explorar las cosas del pasado y para asomarse a las del futuro.
“A las máscaras se llega: son otros lugares. Su diversidad es transitable: puede irse de una máscara a otra. También se puede permanecer en una cualquiera escrutando las otras u observar desde ellas el curso de las cosas. Quien regresa de las máscaras llega al mundo”, afirmaba el Manual.
Podían ser usadas como ventanas y como espejos.
“Las máscaras, según sean, transforman a sus portadores. Sus poderes —advierte — pueden adueñarse sin regreso de quien las usa”. Luego prevenía sobre el riesgo de confundirlas con las cosas.
Las plurales visiones del mundo eran consignadas en órdenes que se diferenciaban entre si por las máscaras omitidas, deliberada o inadvertidamente, en los otros. En ciertos casos, la ausencia de alguna alcanzaba elocuentes significados.
Las preguntas eran formuladas proponiendo series alternas o, bien, con la interrupción de una determinada secuencia en el comienzo de la perplejidad. Pero había una máscara para la duda cuyo gris era tan pálido que impedía saber si era el comienzo o el fin del color.
La secuencia de las máscaras tenía inequívocas implicaciones de sentido: la primera aludía al sujeto por su característica más prominente y el número de las siguientes correspondía a las particularidades necesarias para identificarlo sin dudas. Los temas eran enunciados en las máscaras iniciales y su tratamiento se abordaba en las ulteriores.
Las arduas formas de los rostros correspondían a mezclas de animales, incluidos los insectos. Insólitas combinaciones permitían retratos de fidelidad incomoda y testimoniaban los alcances del Catálogo: así la mezcla de cachalote y mariposa o la de dromedario y luciérnaga.
Pero su más desconcertante particularidad y, a la vez, la prueba de su poder extraordinario, consistía en que las diversas combinaciones de máscaras permitían dar cuenta no solo de hechos y cosas que no había sido vistos ni oídos, sino también de lo que sin haber ocurrido ni existir todavía, era verdad. Además podían emplearse para informar sobre asuntos falsos o deliberadamente inexactos y para formular hipótesis.
Se sabe que también servían como instrumentos para guiarse en los sueños y para dar en la vigilia noticia de sus ciertas y etéreas regiones y aún de sus alados sucesos.
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