Pedro Xavier Solís Cuadra
Managua, Nicaragüa 1963. Poeta, crítico e investigador literario, ensayista. Miembro de Número de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Directivo del Festival Internacional de Poesía de Granada. Coordinó la publicación de las Obras Completas de Pablo Antonio Cuadra, su abuelo. Ex Director de redacción de la revista El pez y la serpiente. Entre sus publicaciones destacan: El Movimiento de Vanguardia de Nicaragua (análisis y antología 2001); Poemas del éxodo (1992); Palimpsestos (cuento 1995).
Enrique Peña-Hernández escribió sobre su poesía: “Cada poema es un rico conjunto de pensamientos trascendentales, sui géneris, sugerentes, que dejan en el espíritu una particular sensación de permanente interés en las cosas de la vida, en nuestras situaciones, inquietudes y perspectivas”. Y Álvaro Urtecho anotó: “Pedro Xavier Solís Cuadra y su vocación por el poema breve, conciso, cerrado, trabajado, elaborado con la paciencia del orfebre y el orden del escolástico”.
La caja de colores del corazón de mi hijo
Pintemos algo divertido, le digo a mi hijo.
Y él, lápiz en mano, traza unas líneas curvas para las olas
y unas líneas rectas para la casa del Lago.
Con un amarillo-limón colorea el círculo del sol en medio del índigo
y con unas rayas naranja sus rayos fúlgidos
sobre las aguas pardas.
Y en una esquina del papel pinta una nube negra para la tormenta
y pone un verde moteado en las líneas de los palos.
Ahora observo que dibuja algo así como una ardilla o un gato color cacao.
“Es mi perro Pirata”, me dice como quien sobra la explicación.
“Sos todo un artista”, alcanzo a decirle.
“Ahora voy a pintar la casa de mi mamá”, dice.
Y frunce el ceño mientras dibuja y hace florecer margaritas en el jardín.
“Mirá”, me señala, “esta es la casa.
Aquí está la terraza con vista al madroño de las flores amarillas.
Desde esa ventana de marco de madera se ve tu cuarto.
Allí están la cocina y la mesa poniéndose y tu silla.
¿Ves papá? Aquí estás leyendo.
Ahora doblo el papel y lo meto en mi bolsillo.
Es la llave para dejarte dentro”.
Tortuga
Todo parece inmóvil: el viento, la danza de las hojas.
El agua quieta como una losa. Un follaje de lama
vegeta en la pila antigua. Todo parece inanimado: la vida.
Dos ojos enajenados, tremebundos, se asoman casi de piedra.
Coraza convexa, granujienta, murmullo de un muro a cuestas.
Sus tardos muñones mueven un suave ocio eremita.
Todo parece nirvana: la muerte, la entraña.
Suspiro de provectos días: la casa, la cuna, la fosa.
Cocuyo -a dúotono
"Sálvame Díos mio, las aguas me acosan angustiosamente".
Tomas Transtromer. Bálticos (1974)
El amanecer, entre la verja de hierro, nace dividido
y el corazón, como una barra más, se torna claroscuro.
Redivivo tantas veces… tantas más desfallece…
como el cocuyo se enciende y apaga, se enciende y apaga.
Tras la baranda, el mar piafa y resopla espuma en la orilla.
Pero el corazón –aferrado a sí mismo como a una reja–
es un náufrago que se niega a morir, reverdecido de algas,
asido al vaivén de una tabla de luces y sombras
sin poder alcanzar la orilla borrosa, largamente
hundido en una realidad que no le pertenece.
EL ASPEREZA NOTADA
Mas solamente aquella
Fuerza de tu beldad sería cantada
Y alguna vez con ella
También sería notada
El aspereza de que estás armada
Gracilazo de la Vega
Tiene el don del jade y de la cosa soñada,
y a la vez reserva la dureza del guijarro.
Es deidad sorda para mi potro sin brida.
La entraña lúbrica me muerde en vano,
sin alcoba jalde en los pliegues del alba.
Y así entiendo que existo entre la vida y la muerte
(Variación sobre “Apolo persiguiendo a Dafne” de Van Eyck)
[MEJOR SERÍA QUE NO LA HUBIERA REQUERIDO AMORES]
Juro que esta mujer me ha partido los sesos.
Gonzalo Rojas
Mejor sería que no la hubiera requerido amores.
Me despojó la armadura sin mediar armisticio.
Le entregué greba, almete, coraza. Errores.
Ahora tienen sus armas dónde aplicar su filo.
[NO CEDIÓ]
He hallado que la mujer es más amarga que la muerte...
Qo 7, 26
No cedió. No se dio. No sé, dio
al fuego la levedad de la ceniza.
Y a mí que me movía sólo verle
así, quieta, en mi vida detenida,
no tenerla es así como la muerte.
[MIS BRAZOS DERROTADOS YA NO TENSAN LA BALLESTA]
Lo, I too come, chanting the chant of battles…
Wal Whitman
Mis brazos derrotados ya no tensan la ballesta.
Me trencé en combate y caí herido.
Donde hubo abrazo, sábanas sin fechas.
Sombra en el butaco, en el catre y en la mesa
y un lápiz y una hoja desvalida donde abdico.
La historia de esta guerra la escriben los vencidos.
MIRANDO A EVA
¡Asombrosa es la pobreza de nuestras costillas!
Friedrich Nietzsche, aludiendo a Génesis 2, 21
Hueso de mis huesos, carne contigua.
Un ave que tiembla, quizás buitre leonada,
su mirada de miel untuosa al acecho
de los sabañones que me revientan.
Tal vez hiena humana, riente, hiriente,
manchando de hiel la jupa de la noche
y el vino en el hoyo de la garrafa fría.
Acaso cetáceo, digamos ballena,
dando zumbos en el oído de la marea.
Y hasta me parecen sus palabras
ranas que croan desde la ciénaga.
PREGUNTAS DESPUÉS DEL DIVORCIO
Eran unos ojos tan hondamente tristes,
que no me van a abandonar jamás.
Su fragilidad profunda la ceñí bien apretada a la mía.
Tenía su voz esa impronta del dolor
en busca de una palabra que le diera seguridad
en medio del mar océano de mi incertidumbre.
-Papi, ¿cómo es que nada nos va a separar
si todo lo llena tu ausencia y dejaste
sin aliñar mi maleta metida en el ropero?
-Papi, ¿cuál nueva ilusión me va a llevar
al lado de tu cama, si ya no estás en las mañanas
para abrazarte como antes?
-Papi, ¿cuándo vamos a volver a desayunar
como toda mi vida, con vos a distancia de mi mano
pasándome el pan o la mantequilla?
-¿Cómo hago para tenerte al alcance de mi voz:
papi, acércame el cereal,
papi, ayúdame con los cordones de los zapatos?
-Papi, tu bendición antes de irme al colegio
¿cómo hago para seguirla recibiendo
en mi frente recién bañada?
-Papi, y al regresar de clases,
¿cómo recupero la alegría de escuchar
el taconeo de tus pasos tras los ladridos de la Lisa
cuando llegabas a abrirme la puerta?
-Papi, cuando en la noche cierro mis ojos sin haberte visto,
me pregunto: ¿qué pasa que todo se me hizo mitades,
como mi corazón partido…?
DE CÓMO ACONTECIÓ UN BRILLO
EN LA OSCURIDAD
Ya sé hijo, que te estás reventando de dolor.
Ya sé que estás pensando en qué fallaste.
Vos no has fallado en nada. Vos no.
Ya sé que te decía: “No llore que está bien criado”.
Pero ahora no, ahora no. Soltá el llanto.
Que no te oprima lo que no está en vos resolver.
La vida a veces nos deja sin capacidad de maniobra.
Y entonces es humano preguntarse para qué esta vida,
este huracán de la ceniza, esta espesura de la noche
–la hora, la más oscura, es para amanecer–.
¿Ves?, así, ya está… hay luz en tus lágrimas.
Cerdo
Un ángel espurio hoza inmundicias,
sin sollozos de nieve, sin alas, caídas
las orejas en distraída belleza. Porcipelo
áspero y ralo, ángel de la estrella sucia,
ángel del sesteo de asco, sin ventura,
sin Dios en la noche cebada de cieno.
Y yo me dije
Y yo me dije: “Haré a Dios conforme a mi semejanza”.
Y me puse en el centro para hacerlo a mi manera.
Pero yo era un gran vacío; mi vida flotaba sobre
(la haz del abismo.
Y vi que yo era noche y que era noche para otros.
Y dije yo: “Haya luz”. Pero no se apartó la oscuridad.
Ni amaneció el día primero. Y sin pertrechos
–en medio de la nada– vi que mi caducidad era eterna.
La habitación de Proust
“Alrededor del lecho, mil círculos coloreados y concéntricos, caleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, como los que forma la linterna mágica, creaban una visión extraña y para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables, hípnicas distancias, y volvía a acercarse, y su ir y venir era para mí como un martillo inexplicable”.
Rubén Darío, Autobiografía.
Para Marcel Proust, su alcoba era
el punto céntrico, fijo y doloroso
de sus preocupaciones. Su madre,
para distraerlo de su melancolía,
mandó colocar una linterna mágica
que cambió la opacidad del cuarto
por irisaciones multicolores
como en los vitrales góticos.
Pero esta intrusión devastaba
el influjo anestésico de la costumbre,
y acrecía la incertidumbre y la tristeza.
Al morir su madre, quitó la linterna
y revistió de corcho las paredes,
para que sólo fluyera el misterio
indescifrable de ser uno. Recuerdo
a Proust, al verte al haz del quinqué,
pálida en la sumisa rutina en que
te reconoces y te desconoces.
Con dificultad abres tus ojos
aunque no me miras, y, en el fondo,
me parece confinada la niña que fuiste.
Quiero rescatarla, pero me atajas
y sólo una rayita de luz muy débil,
como la niña que cierras en tus ojos,
asoma apenas por la ranura de la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario