viernes, 16 de septiembre de 2011

URI ZVI GRINBERG [4.715] Poeta de Israel


Uri Zvi Greenberg




(hebreo: אורי צבי גרינברג‎‎) (22 de septiembre de 1896 - 8 de mayo de 1981) fue un poeta, periodista y político israelí.
Uri Tzvi Grinberg nació en Bialykamien, Galitzia. Fue educado en Lvov, donde recibió una formación tradicional jasídica. Desertó en 1917 de la armada austríaca luego de luchar en el frente serbio. Al regresar a Lvov fue testigo de los pogroms contra los judíos en 1918, hecho que marcó definitivamente su vida. Luego de la guerra comenzó a publicar poemas en hebreo e idisch, liderando las filas de los poetas expresionistas judíos. Emigró a Israel en 1924 donde comenzó a publicar exclusivamente en idioma hebreo. Desarrolló ideas y posturas ultranacionalistas, en contra del moderado socialismo del partido laborista imperante al cual atacaba a través de los artículos periodísticos y poemas que escribía. A su vez, advertía en su literatura sobre el peligro que se avecinaba para los judíos de Europa. Su poesía, de gran compromiso ideológico, es vehemente y apasionada. Obsesionado con la visión del horror, la temática de sus obras gira en derredor de la necesidad del establecimiento de una nación hebrea soberana en Sión y en vigorosas elegías a la destrucción de la comunidad judía europea. Su obra "Mi Amaquim" (De Profundis) es el grito de dolor ante el martirio y las torturas del pueblo judío. En 1937 escribe "El libro de la acusación y la creencia", pieza troncal que define su estilo y donde el autor expone sus puntos de vista políticos y poéticos. De carácter polémico es el poema titulado "Podredumbre en la casa de Israel", concebido contra ciertas orientaciones modernistas en Eretz Israel. Desde 1949 a 1951 fue miembro del Parlamento Israelí (Knéset). Recibió el Premio Bialik en 1948 y el Premio Israelí a la Literatura Hebrea en 1957. La Universidad de Tel Aviv le otorgó el Doctorado Honoris Causa en abril de 1976, y la Universidad de Bar Ilán hizo lo propio en junio de 1977. Fue nombrado Ciudadano Ilustre de las ciudades de Tel Aviv y Ramat Gan, y la Knéset sesionó en su honor el 1° de noviembre de 1977. En diciembre del mismo año recibió el Premio Bialik por tercera vez. Uri Tzvi Grinberg murió en 1981.


BAJO EL ARADO

Las nieves se han derretido nuevamente allá
y los asesinos se han transformado en labradores.
Han salido a cultivar el campo, ese campo
que es camposanto de mi gente.
Al paso del arado han quedado al descubierto
sobre el surco
los restos de uno de los míos.
El labrador continúa como si nada hubiera pasado,
ni se sobresalta.
Sonríe, lo ha reconocido...
ha visto las señales de su instrumento.

La primavera ha vuelto a resplandecer:
brotes, flores, el piar de las aves,
los rebaños, pastando junto al arroyo
de aguas claras y transparentes.

Ya no se pasean judíos con sus barbas y aladares,
no se los ve por las posadas con sus taledes
y los flecos fuera del pantalón,
ya no venden en sus baratillos ropa o comestibles,
ya no trabajan en sus talleres ni tampoco en los trenes,
ya no pasean por los mercados ni están en la sinagoga,
el arado del gentil está pasando sobre ellos.

El Señor con gran parsimonia visitó a los gentiles,
la primavera es primavera
y el verano después, ha de ser feraz.
Los árboles, a la vera del camino están frondosos,
como si estuvieran en un jardín.
La fruta nunca estuvo tan sabrosa como ahora
que no hay judíos.

Los judíos no tenían campanarios para invocar a Dios.
Benditos los gentiles, cuyos campanarios son altos.
Ahora, que es primavera,
su tañido se difunde por el llano,
solemne se diluye por el vasto paisaje
lleno de luz y de aromas,
con su ceremonial lo domina todo:
no hay lugar por el que no se escuche su eco
que como antaño pasaba
por sobre los tejados judíos...

Benditos sean los gentiles
que tienen campanarios altos
para glorificar a Dios
que vela por ellos todos...

Los judíos están bajo la reja del arado
o bajo el pasto de los prados
o enterrados en el bosque
o a la vera del camino,
en las riberas del arroyo
o en su seno.



DESCANSO

Profundamente cansado y antes de dormirme,
como un huérfano de hospicio
embutido en su delantal blanco,
sentado, escribo en el aire
como sobre una pizarra:
"No tiene importancia, no importa".

Que venga ya el gato negro a lamer
la leche que aún queda
en el jarro y lo vuelque,
yo cierro los ojos y me duermo profundamente:
"No tiene importancia, no importa".



COMO MUJER...

Como mujer que sabe de sus encantos
se burla Dios de mí: ¡huye si es tu deseo!
y no puedo huir.

Escapo de él lleno de furia
con la promesa a flor de labios,
como brasa ardiente:
¡no quiero volverlo a ver!

Sin embargo, regreso a él
y golpeo a su puerta
como novio prendado.

Como si me hubiera escrito
una carta de amor.


POESÍA HEBREA MODERNA
Antología
Compilada y traducida por Arie Comey
La Semana Publicaciones Ltda.
Jerusalem
Israel
1987







El reino de la cruz

(fragmento)

¡Un tan espeso bosque negro brota aquí de la llanura,
un valle tan profundo, pavor y pena, en Europa!
Los árboles tienen copas doloridas, salvajes tenebrosas, salvajes tenebrosas.
De las ramas penden cadáveres con heridas aún sangrantes.
(Todo muerto celestial tiene de plata el rostro
y las lunas vierten áureamente aceite en sus cráneos.)
Cuando se grita de dolor allí, la voz es una piedra al agua,
y el rezar de los cuerpos, una lágrima al abismo.

Yo soy la lechuza, el pájaro plañidero del dolor—bosque de Europa.
En los valles pavor y pena medianoches ciegas bajo cruces.
Yo levantaría una queja hermana al pueblo árabe en Asia:
—¡Venid, conducidnos al desierto, indigentes como somos!
Pero mis ovejas tienen miedo porque la media luna se tiende
como una hoz hacia mis cuellos.
Atravieso con mi llanto porque sí de miedo el corazón del mundo en Europa
y con cuellos tendidos yacen en el bosque—dolor las ovejas.
Escupo sangre sobre cruces llaga a través del mundo en Europa.
(¡Balancead ancianos, balancead muchachos
las cabezas agua en el bosque—dolor!)

Desde hace dos milenios arde aquí en el abismo bajo árboles un callar,
cierto veneno que se acumula en el abismo, e ignoro
qué hay de diferente: dos milenios dura ya la sangría, el mutismo,
y boca alguna arrojó aún del paladar el salivazo ponzoñoso.
Y en los libros está escrito "todas las muertes a mano de los gentiles"
pero la respuesta no figura; nuestra respuesta a las muertes. 

Ya es tan enorme el bosque—dolor y los árboles tienen las copas doloridas,
salvajes, tenebrosas: ¡qué pavor cuando viene la luna a echar una mirada!
Cuando se grita de dolor allí, la voz es una piedra al agua,
y el sangrar de cuerpos como rocío en el océano.
¡Gran Europa! ¡Reino de la cruz!

Un domingo quiero celebrar una fiesta negra en tu honor.
Quiero abrir el bosque—dolor y mostrarte cada árbol,
cómo penden allí mis muertos con sus cuerpos descompuestos.
¡Goza, reino de la cruz! Ven y observa en mis valles:
mis fuentes se hallan desoladas y en derredor los pastores;
pastores muertos con blancas cabezas de corderos sobre las rodillas.

Hace ya mucho que no hay agua en las fuentes. Sólo maldición.

1923




Mefisto

Ya no creen en Dios.

Ya no creen en Dios. La Providencia no se encuentra ya por los caminos,
y ya no existe un rincón siquiera donde ardan las lámparas:
ligereza de corazón y serenidad.

y de aquí ya no hay salida
puesto que no habrá de abrirse por milagro para nosotros una puerta
que conduzca
al otro lado,
caos afuera.

y resulta pesado respirar así en la claridad de los días,
y diez veces más arduo todavía resulta tenderse simplemente así
en el lecho
a medianoche.

¡Y el mundo es, parecería, mundo, así multicolor!
Una correntada marcha.
Una senda se tiende hacia todos los rincones del mundo
y aquel milenario alguien sostiene el látigo,
y azuza: ¡al galope! 

Un eterno forcejeo en el vientre de días y noches.
Sol que se levanta,
sol que se ausenta.
Cabeza y corazón quieren irse del cuerpo,
irse del cuerpo.




¿De quién habrá de aprender a olvidar.

¿De quién habrá de aprender a olvidar
el tesoro abandonado a las lejanías
y la suerte amor que brilla desde lejos?

el eco responde,
responde, y se burla:

¿Olvido? ¡Ja—ja!
¡No existe nada semejante!
Por lo visto, mi muchacho,
necesitas paz
y deseas respirar.
¿Y qué es acaso desesperación?
¿Y en qué consiste el arrepentimiento?
En la soledad has de parir dos criaturas
que han de llamarse:
desesperación y arrepentimiento.
el corazón habrá de ser la cuna
para ambas,
para ambas.

Pero entretanto, muchacho, tienes uñas, clávatelas
y aúlla a las tinieblas.

No existe retroceso,
el puente ha sido arrancado. 

Un eterno forcejeo en el vientre de días y noches.
Sol que se levanta,
sol que se ausenta.
Cabeza y corazón quieren irse del cuerpo,
irse del cuerpo.




¿De quién habrá de aprender a olvidar.

¿De quién habrá de aprender a olvidar
el tesoro abandonado a las lejanías
y la suerte amor que brilla desde lejos?

Y el eco responde,
responde, y se burla:

¿Olvido? ¡Ja—ja!
¡No existe nada semejante!
Por lo visto, mi muchacho,
necesitas paz
y deseas respirar.
¿Y qué es acaso desesperación?
¿Y en qué consiste el arrepentimiento?
En la soledad has de parir dos criaturas
que han de llamarse:
desesperación y arrepentimiento.
Y el corazón habrá de ser la cuna
para ambas,
para ambas.

Pero entretanto, muchacho, tienes uñas, clávatelas
y aúlla a las tinieblas.

No existe retroceso,
el puente ha sido arrancado. 




Vida mía, que con mis años.

Vida mía, que con mis años vas barranca abajo
pese a que yo tiendo las alas de mis sueños cuesta arriba.
Ay de mi cuerpo, consumido de días salvajes,
cuando a medianoche la fiebre asalta mi sangre
y yo descubro mi silueta: imagen de la orfandad;
una visión aterradora: un laberinto despojado, de par en par,
con aullantes días errabundos y noches de terror:
no es día ni noche sino una mezcla de ambos
que llaman: cielo del pasado en la cabeza.
Y en el valle abajo, al pie de altas montañas muertas,
descansa el mar helado junto a las ruinas de una ciudad,
y por todas sus calles, oro polvoriento,
rotos instrumentos musicales, trozos de piedra de cristal
y se nota que existió aquí una ciudad de torres.
Y entre los antiguos palacios del espíritu
vivió y se engrandeció mi vida en esa ciudad.
¡Hey, hey! Me corre un calofrío por las venas:
—Ved, ojos, ved como en pleno corazón de esa ciudad
emerge un negro poste en cruz del porte de un gigante
y cuelga de él un hombre como yo,
mi misma imagen,
pero desnudo, con la desnudez vuelta hacia el mundo extraño.
Tiemblo y quiero vociferar mi gemido
pero no poseo siquiera la voz de los perros callejeros
y sólo pronuncio: —Eli, lama azavtani.
¡¡Dios, porqué me abandonaste en medio de la noche!!




Cuanto más desciendo.

Cuanto más desciendo a los socavones del alma
con la lámpara roja del indagador
mayor se hace la hondura, y me pierdo en la marcha.

Por los oscuros caminos descendentes
yazgo de noche,
yazgo cansado,
y la lámpara de indagador agoniza.
¡Ay de mí, ay de mí!

¿Quién es el que me ordena evitar toda senda soleada
y todo sendero abierto donde florecen árboles y suenan campanas? 

¿Qué es, alma, lo que me empuja a seguirlo
sea por un pantano,
una hoguera
o un precipicio de alucinante profundidad?

¿Quién es aquel que ordena que yo desee horrores
e indague abismos donde, se supone, crecen perlas?

¡Ay de mí, ay de mí!
¡Pasan los años
y las raíces del cabello duelen todas las mañanas
hasta la locura!

Y mis ojos quieren saltar de las órbitas, pero se quedan,
siguen mirando hacia los cielos.
¿Cómo pueden mis hombros delicados, sorportar noche y día
la carga de sobrevivir?

¡Ay de mí, ay de mí!
¡¡Mefistófeles!!

¡Pasan años, años desiertos,
y no juegan sobre mis rodillas niños bendecidos por la gracia,
en cambio acuno mi cabeza endurecida!
Y mis pupilas no lloran imágenes frutecidas;
y mis hombros enfermos gimen.

¡¡Mefistófeles!!




Y sucede que alguna vez.

Y sucede que alguna vez abro violentamente una puerta
de mi mundo solitario, y tiendo mis manos,
mis angostas manos,
al señor del caos.

Y ando como un ciego conducido por una mano,
tembloroso el cuerpo, los labios incendiados
y la cabeza repleta de murmullos.

Y no pregunto a dónde, hacia dónde; sólo voy
como un ciego
hacia el mundo lejano;
y el corazón golpea. 

Y cuando baja el sol, arde en la cabeza afiebrada
la alegría de la soledad
como una lámpara callejera
en una ciudad muerta.

¡Y el ojo ve,
el ojo ve
lo perdido que estoy!




Una medianoche.

Una medianoche errando por la ciudad
y observando los autos en su carrera, y los faroles,
y rozando durante la marcha mil codos ciegos,
cubiertos brazos masculinos,
desnudos brazos femeninos.
Todos buscaban paz a medianoche en la ciudad.

La noche es profunda,
la noche es mar,
la noche recibe y atrae,

y empuja oscuros hombres—huérfanos con horror
hacia el río, que yace tendido
fuera de la ciudad
y gime.

Y otros, que de noche temen las aguas,
están sentados encorvados en la oscuridad de las casas
y piensan en harenes y en salvajes bailes orientales
y en aquellas partes
que las mujeres cubren.

Y yo mismo yazgo sobre mi lecho abrasado
así, en las doscientas cuarenta y ocho partes de mi cuerpo, en mi piel,
y mis nervios se tienden oscuridad adentro. 





Sobre el nirvana…

Sobre el nirvana cuelga la noche preñada
de luces muertas.
Y en las aguas detenidas hay barcos atascados, cuerpos atascados
cabeza abajo y pies arriba.
Pero sobre la orilla, que queda de este lado, hacia el día,
se yergue un árbol despeinado y loco,
acuna su cabeza,
quiere trasladarse a la noche y no puede.

Arde el sol.
Las ramas están desprovistas de savia.
El árbol no quiere crecer hacia el sol,
porque sus frutos yacen ya en el abismo
del nirvana.

Pero en las ramas está sentado algo
que grita: ¡yo quiero!

El árbol es árbol.

Arde el sol. 



Antología de la poesía
ídish del siglo XX
Selección y versión de
ELIAHU TOKER 















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