ANTONIO FERNÁNDEZ SPENCER
Nació en Santo Domingo (República Dominicana), el 22 de junio de 1922. Publica por primera vez en La Poesía Sorprendida en 1944, y forma parte de su cuerpo de directores en junio de ese mismo año. Luego publica Vendaval interior, obra en la que ha dejado constancia de sus experiencias surrealistas iniciales. Esta obra fue desestimada por él, aunque en una revaloración tardía la incorporó después a sus poesías completas. Edita Entre las soledades en 1947, revista de poesía de vida efimera, que fue una prolongación de La Poesía Sorprendida en cuanto a contenido y formato. Parte a España a realizar estudios especializados. Allí reside durante seis años. Asiste acursos de filosofia y de estética acargo de José Ortega y Gasset, Julián Marias, Carlos Bousoño y Dámaso Alonso.
Funda ypreside La Tertulia Hispanoamericana, con el patrocinio del Ministerio de Educación Nacional y el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Su creación se incentiva dentro de la más estricta tradición española. Recibe el Premio «Adonais» 1952, por su libro Bajo la luz del día. Presidía el jurado el poeta Vicente Aleixandre. Luego, ya de regreso a Santo Domingo, y retomadas otras influencias, se le concede en España en 1969 el Premio «Leopoldo Panero» por su libro Diario del mundo, que en parte es una reelaboración de Los testigos, su más depurada producción en quince años de labor; este último poemario había sido publicado en uno de los cuadernos de la Colección Baluarte, dirigida por Aída Cartagena Portalatín. De Diario del mundo dice Guillermo Díaz Plaja: «Lo que este libro -denso y extenso- de poesía contiene es, nada menos, que una cosmovisión».
En tomo a Fernández Spencer, después de su regreso a Santo Domingo, se reúne un grupo de jóvenes al que orienta y da a conocer en la «Colección Arquero», cuyo primer volumen está dedicado a Marcio Veloz Maggiolo (El sol y las cosas), para el que escribe un sustancioso prólogo enjuiciando la joven poesía dominicana.
En este último aspecto, el de crítico, se halla una de las vetas más brillantes del talento literario de Antonio Fernández Spencer, avalado por una prosa de gran perfección formal. Las ideas que la sostienen son siempre vigorosas, tajantes, aunque teñidas por un apasionamiento que a veces le resta credibilidad. Ha publicado en el Instituto de Cultura Hispánica su Nueva poesía dominicana, antología limitada a nueve de sus nombres representativos, debido a que todavía no se producía la gran expansión de los poetas jóvenes aparecidos en La Poesía Sorprendida. En 1964publica Caminando por la literatura hispánica, que le merece el Premio de Literatura de ese año, así como en 1960 recoge en A orillas del filosofar sus experiencias en este campo del pensamiento.
Graduado de doctor en Filoso{fa por la Universidad de Santo Domingo y diplomado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En 1961 fue Sub-Secretario de Estado de Educación y Bellas Artes. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua, de la que fue secretario largos años, y Miembro de la Academia de Ciencias y Letras de Puerto Rico. Profesor de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Desempeñó funciones de Embajador en el Uruguay.
En 1995 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura, el que no llegó a recibir por haber coincidido su muerte con la fecha de entrega de este premio. Murió en Santo Domingo ella de marzo de 1995.
OBRAS PUBLICADAS:
Vendaval Interior (Ediciones La Poesía Sorprendida, 1944), Bajo la luz del día, Premio Adonais, 1952 (primera edición, Madrid, 1953, segunda edición, Colección Arquero, Santo Domingo, 1958), Nueva poesía dominicana, antología, (Ediciones Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1953), A orillas del filosofar, ensayos (Colección Arquero, Santo Domingo, 1960), Ensayos literarios, (Ediciones del Ateneo Dominicano, Santo Domingo, 1960), Los testigos (Colección Baluarte, 1962), Meditaciones en tomo a la Restauración, discurso (1963), Caminando por la literatura hispánica, Premio Nacional de Literatura (Colección Arquero, dos ediciones, 1964), Noche infinita (Santo Domingo, 1967), Diario del mundo, Premio Leopoldo Panero, 1969, (Ediciones Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1970), El regreso de Ulises (1985), Obras poéticas (1985), En la aurora (1986, Colección Orfeo, Biblioteca Nacional), Poemas sin misterio (1988), Cuando pasan los soles (1990), Abismos (1991).
REVELACIONES
Miro el velero de marfil y sangre de astro
Remaré por las nubes con mi ser puesto en los remos del misterio
No importa que la nave de la vida tenga los días quietos
De todas las campanas las más blancas son tus senos
Bajo la fría lluvia sus metales se estremecen
De mar a mar un gallo rojo es el velero
En él viajará el canto de las castas doncellas
Y los monjes se vestirán de olas para verlas
Miro el pez que se mueve entre las brasas de los mares
No nada está dormido va suspirando tras la nave
Los anzuelos lo buscan para rescatarlo de ese fuego
El viaje es largo porque la vida es corta con su muerte
A los muertos no hay duda los inscriben en el libro del silencio.
MILAGRO
Salgo a buscar un canto y lo recojo
En aletas de peces que se marchan
Entonces oigo el gallo que no canta en el rojo crepúsculo
Diluido calla puro en el agua de mis ojos
Y en el oro de mi oído que lo escucha
Es un gallo en mi corazón y en mi sombrilla
Bajo la cual han temblado de frío los astros
El gallo en la lámpara muda de mis miradas
Canta como el viaje del violín que no cesa
El rojo de su cresta hace blancos los astros
Toco la penumbra de la noche y canta el gallo
Y todos los veleros blancos se despiertan
Y las azucenas del jardín parecen ovejas
Calla el gallo y el reloj se aprisiona y se aplaca
No corre más el tiempo en mi persona ni en la rosa
Yo me acuesto en el sol que reposa en el sendero.
Salgo a buscar un canto y lo recojo
En aletas de peces que se marchan
Entonces oigo el gallo que no canta en el rojo crepúsculo
Diluido calla puro en el agua de mis ojos
Y en el oro de mi oído que lo escucha
Es un gallo en mi corazón y en mi sombrilla
Bajo la cual han temblado de frío los astros
El gallo en la lámpara muda de mis miradas
Canta como el viaje del violín que no cesa
El rojo de su cresta hace blancos los astros
Toco la penumbra de la noche y canta el gallo
Y todos los veleros blancos se despiertan
Y las azucenas del jardín parecen ovejas
Calla el gallo y el reloj se aprisiona y se aplaca
No corre más el tiempo en mi persona ni en la rosa
Yo me acuesto en el sol que reposa en el sendero.
CANTA PÁJARO CANTA
No calles pájaro no cambies el tiempo del canto
Haz que las estrellas bajen a templar sus instrumentos
Que los veleros no sean tenores huecos
Que no se arrodille la canción en tus alas inquietas
No calles pájaro para que no muera el mar a orillas del silencio
No calles para que la lluvia no le entregue un espejo a la nada
Diez corderos como crepúsculos saldrán de tu canto
Vendrán a oírte en mi corazón todos los pájaros del mundo
La luz de pétalos finísimos se hará limpia en la flor afiebrada
Tu canción alargará el camino del viento
No calles pájaro no cambies el tiempo del canto
Haz que las estrellas bajen a templar sus instrumentos
Que los veleros no sean tenores huecos
Que no se arrodille la canción en tus alas inquietas
No calles pájaro para que no muera el mar a orillas del silencio
No calles para que la lluvia no le entregue un espejo a la nada
Diez corderos como crepúsculos saldrán de tu canto
Vendrán a oírte en mi corazón todos los pájaros del mundo
La luz de pétalos finísimos se hará limpia en la flor afiebrada
Tu canción alargará el camino del viento
LA MUERTE
La muerte viene, sí, con resplandores,
con el hueso del hombre de la esquina;
trae las discusiones del periódico, la política
y el nudo aquel del vino
que ahogaba, a voces, al gendarme.
La muerte viene, hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.
y las pobres mujeres, los soldados,
la vieron tercamente pararse en las esquinas
y decirles: «No hay paso para ustedes»,
enseñando su cuerpo de hojas secas,
sus huesos sin milagros, su alma seca.
La muerte se ha metido en los teatros,
en los taxis de agosto, en el invierno puro de diciembre,
en las relojerías donde fabrican el tiempo de las gentes,
en la Gran Vía. Allí comió muchachas ejemplares,
dejó un hueco, no notado por nadie.
Quemó un verso, purísimo, en el aire.
Se sentó en «California»; comió helado.
La muerte está de fiesta en la taberna,
donde quema gitanos, donde bebe un coñac extraño,
extraño,
donde se toca el beso y la palabra
y allí se abre los pómulos del amor,
la sangre, los ruiseñores tímidos, las hojas
y el cigarrillo ardiente como un beso.
La muerte está en pie, conversa con el hombre,
lo sostiene, le da el sentido de las cosas;
le dice: «recuerda que soy,
que soy tu amiga inolvidable,
intransferible, tuya, como tu sudor,
o la fuerza de tus ojos, o tu palabra.
Sufro, me bebo el vino que tú bebes.
Me bebo el llanto que tú bebes.
Que soy tan tuya como tú,
como tu carne o la podredumbre lenta de tus huesos».
y así habla la muerte todo el día,
y su palabra tumba hojas, llantos, besos,
deja el amor quemado en cada puerta de madera.
ROSA TRANSITORIA
Todo en lúcida forma te señala:
el sufrimiento, el alma sin noticia,
y tu forma de pájaro que escala
lo puro de ese cielo que se inicia.
Remota estás-¡oh rosa!-como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia.
Todo en el orbe sin ficción te agota:
el vivo mar que todo lo fecunda
el pájaro olvidado en alta rama;
pues caes por amor en lo que anota
la soledad, que al sueño te circunda,
¡y que te nombra soledad en llama!
La muerte viene, sí, con resplandores,
con el hueso del hombre de la esquina;
trae las discusiones del periódico, la política
y el nudo aquel del vino
que ahogaba, a voces, al gendarme.
La muerte viene, hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.
y las pobres mujeres, los soldados,
la vieron tercamente pararse en las esquinas
y decirles: «No hay paso para ustedes»,
enseñando su cuerpo de hojas secas,
sus huesos sin milagros, su alma seca.
La muerte se ha metido en los teatros,
en los taxis de agosto, en el invierno puro de diciembre,
en las relojerías donde fabrican el tiempo de las gentes,
en la Gran Vía. Allí comió muchachas ejemplares,
dejó un hueco, no notado por nadie.
Quemó un verso, purísimo, en el aire.
Se sentó en «California»; comió helado.
La muerte está de fiesta en la taberna,
donde quema gitanos, donde bebe un coñac extraño,
extraño,
donde se toca el beso y la palabra
y allí se abre los pómulos del amor,
la sangre, los ruiseñores tímidos, las hojas
y el cigarrillo ardiente como un beso.
La muerte está en pie, conversa con el hombre,
lo sostiene, le da el sentido de las cosas;
le dice: «recuerda que soy,
que soy tu amiga inolvidable,
intransferible, tuya, como tu sudor,
o la fuerza de tus ojos, o tu palabra.
Sufro, me bebo el vino que tú bebes.
Me bebo el llanto que tú bebes.
Que soy tan tuya como tú,
como tu carne o la podredumbre lenta de tus huesos».
y así habla la muerte todo el día,
y su palabra tumba hojas, llantos, besos,
deja el amor quemado en cada puerta de madera.
ROSA TRANSITORIA
Todo en lúcida forma te señala:
el sufrimiento, el alma sin noticia,
y tu forma de pájaro que escala
lo puro de ese cielo que se inicia.
Remota estás-¡oh rosa!-como una ala
en la muerte de póstuma caricia;
ya subes por el tiempo que señala
lo que duerme a tu ser en la delicia.
Todo en el orbe sin ficción te agota:
el vivo mar que todo lo fecunda
el pájaro olvidado en alta rama;
pues caes por amor en lo que anota
la soledad, que al sueño te circunda,
¡y que te nombra soledad en llama!
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