sábado, 3 de septiembre de 2011
4553.- EUGENIO MAQUEDA CUENCA
Eugenio Maqueda Cuenca nació en Jaén en 1973, aunque ha vivido en ciudades como Granada, Córdoba, Madrid o Londres. Es Licenciado en Filosofía y Letras, Licenciado en Derecho, Doctor en Filología Hispánica y ha cursado también estudios de Traducción e Interpretación. Desde el curso 1999-2000 es profesor del Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Jaén. Ha publicado varias decenas de trabajos de investigación literaria, en revistas y editoriales como Visor, Península o Akal, entre los que destacan los dedicados a Jaime Gil de Biedma, poeta que estudió en su tesis doctoral.
Publicaciones
"La mirada secuestrada". Poesía. 2008.
"Universos paralelos". Poesía. 2006.
Premios
Ganador del VII Certamen Nacional de Poesía . 2007. Poesía. Ayuntamiento de Béjar (Salamanca).
Accésit del XXVII Premio Esquío de Poesía. 2008. Poesía. Sociedad de Cultura Valle-Inclán.
XV Premio de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén. 2005. Poesía. Diputación de Jaén.
Certamen. 2007. Narrativa. Ayuntamiento de Madrid.
III Certamen Interncional de Relato Corto. 2004. Narrativa. Consejería de Educación, Cultura y Mujer.
FUERA DEL CUADRO
Como en toda marina que se precie,
en tu cuadro se rompe el agua en sol
y en espuma –con trazos de luz blanca
en las rocas desnudas de la orilla–.
A lo lejos, un gran acantilado
nos llama a observar desde el silencio
la belleza del cielo y de las olas,
desde altura que invita al vacío.
Pero tú no deseas ser un cuadro
(aunque a veces intente dibujarte
con palabras, con manos de silueta)
sino música ritmo inspiración
de los días de sol y de cometas,
de llamadas y códigos de amor,
de las noches en tregua de la noche:
antimusa de cuadros de suicidio.
DESAPARECERTE
Hace tiempo que estoy eliminando
todo recuerdo puesto de tu parte.
Cada noche desvelo mi descanso
y atravieso la orgía de las sombras.
Me dirijo al objeto sentenciado
en mi interior, algunas horas antes.
Nadie lo encontrará ya en su lugar.
Un reloj que marcaba tu partida
y siempre se negó a marchar de nuevo.
Libros que se hacían pasar por míos
en el revuelo de una estantería.
Un papel con tu letra de algas rojas
escondido entre cartas y poemas.
Una caja de música que ataba
tu risa bailarina a sus canciones...
Nada que abrigue restos de tu tacto
verá la luz del día que amanece.
NADA QUEDA DE TI
Nada queda de ti.
Los amigos palmean mi espalda satisfechos
de ver la casa limpia de fotos y recuerdos,
de volver a llenarla de humo y risotadas.
No valía la pena,
me dicen, sin prisa por llegar a casa,
pues nadie los espera.
Nada queda de ti.
Pero yo sé que el aire tiembla como una llama
al pasar por tu ausencia.
Se estremece la luz ante los marcos vacíos,
entre mis brazos vacíos.
Nada queda de ti
a la vista de otros.
Pero he reconstruido el tiempo que fue nuestro
por medio de sustracciones alevosas,
nocturnas,
tu reloj de pulsera,
tu cajita de música,
tu letra de algas rojas,
tus libros preferidos,
tu canción de madera.
Todo está bajo llave para que nadie sepa
que atesoro lo tuyo,
que no logro olvidarte.
LA PEDRERA
Carlitos pica piedra
y golpea golpea
con su enorme martillo
provincia de Nauhala
hasta hacer pedazos
le pagan un quetzal
sus siete años de vida
Yanet Morales come
aunque perdió un dedo
del piedrín que consigue
mantiene a cinco hermanos
y golpea golpea
cinco menos un dedo
por un quetzal al día
distrito de Jutiapa
Wilson tiene los ojos
no sirve está cansado
tan grandes como piedras
siempre está muy cansado
y golpea golpea
no cumplirá los diez
sólo medio quetzal
Carlitos Yanet Wilson
podrían ser amigos
los tres suman veintiuno
pero solo trabajandos quetzales y medio
y golpean golpean
hasta vaciar de lógica
sublimado Kawak
esta ciudad esférica.
EN EL LABERINTO
I
Soy todo lo que no he mirado aún.
También lo que dejé un día aparte,
porque lo no mirado forma el límite
que traza lo que soy.
Mi mirada por otras secuestrada,
por otras que, a su vez, también lo fueron,
y dejan en la mía
sus propias cataratas,
herrumbre y sequedad,
y una tendencia estrábica
a mirar sólo aquello
que las voces pasadas aconsejan.
II
Otro peligro:
creer que sólo había
un lado que mirar,
una estela a seguir,
una sola ciudad para el descanso;
que no había después
ningún sendero que se bifurcara,
ningún matiz en el color del cielo.
Otro riesgo:
pensar que es transparente
lo que sólo es translúcido;
que se puede construir sobre la nada;
que las sombras no hospedan nunca luz.
III
Añadir la mirada de los otros
como si fuera nuestra.
Después, todo es sencillo.
Es como ver aquello
que no quedó fijado
en la fotografía,
a derecha e izquierda;
estar detrás de un falso espejo,
pero también delante,
hasta que son los ojos
plazas donde se cruzan
todas las avenidas,
torres donde confluyen
todas las migraciones.
VI
El naranja podría haber sido
el verde, y el rojo
el azul y
el azul…
cualquier cosa menos el azul.
EL MAL SUEÑO
Se despierta asustada, con sudor
frío, angustiada, sola.
El recuerdo del sueño, esa paliza.
Aún las manos tiemblan
y sus ojos atónitos
persiguen el inexistente rastro
de los insultos con que se anunciaban
los golpes. Espantada.
Poco a poco consigue serenar
los latidos del pecho.
Era sólo un mal sueño.
La calma vuelve, cálida, a sus sábanas.
La noche es un boceto inacabado.
Por fin le oye volver.
Impaciente, con deseo la toca,
como siempre borracho,
para mostrarle que a veces los sueños
se hacen realidad.
DOMINGO
Me gustan los domingos
aunque son inquietantes
como viejas princesas desdentadas
contratadas en cuentos para niños.
Además de inquietantes
son sórdidos e invitan a la nada.
Me gustan los domingos
porque me dejan solo: solo, solo
ante un eterno día por delante
con las tiendas cerradas,
y mi coartada abierta.
Y no puedo salir de la rutina,
no sé qué hacer sin prisas,
me desequilibro sin maletín
(ando como de lado).
Anoche fue distinto, sí,
pero ahora me acecha este domingo
de cuento malo absurdo,
Porque odio los domingos,
por sus hambres de lunes
su resaca de sábado
su tiempo indefinido
con mi yo por ahí
suelto y abandonado,
en sus horas perdido,
con el reloj parado,
pensando cosas raras.
MAÑANA TRAS PESADILLA
Es madrugada. Velo tus murmullos
agitados. Vigilo nubes negras
que están posadas, quietas, en tus ojos.
Te acaricio despacio sin que atiendas
a la paz de mis manos, ni al susurro
que entretengo calmado en tu oído.
Luego,
te levantas alegre, ajena cantas,
ríes, sin recordar mares de sombras.
Entre indiscretas nubes de vapor
el cristal miente el cuerpo con que asombras
a mi mirada espía tras la puerta.
Tu voz es el color de la mañana
y la luz ya recorta en la ventana
tu silueta de piel aún brillante,
que vas destruyendo ágil con la ropa.
Te mueves por la casa y yo procuro
ir guardando en las páginas de un libro
−como flores−
las sonrisas que vas dejando sueltas
por el suelo, los muebles, los espejos.
Y entonces,
divertida me miras, extrañada
de mis locas manías de poeta.
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