sábado, 3 de septiembre de 2011

4544.- VICTORIA MERA


Victoria Mera
(Cáceres, España, 1985)
Licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada. Ha sido publicada en Trece (rumorvisual, 2010) junto con otros doce poetas extremeños. Ha colaborado en la revista literaria madrileña Generación espontánea.
WEB DE LA AUTORA:http://vmera.blogspot.com/








Escribo para

Escribo para reconocerme en un futuro.

Saber que fui incertidumbre,
que maldecía la seguridad de la sintaxis
y que temía al mismo miedo.

Escribo, supongo, para el olvido.

Saber que cada palabra curaba una herida,
que no existía más ley
que la del temblor de mis manos.

Escribo y hablo quizás desde el futuro
y desde el olvido.

Escribo en presente porque el pasado
es un tiempo que se prolonga, inexorable,
en un futuro que no entiende
de sentimientos ya caducos.









De todos los mares de ginebra.

De todos los mares de ginebra
yo elegí el de la espuma brava,
el mar donde las caracolas gritan tu nombre
y caballos marinos organizan
clandestinas carreras en tu espalda.

Y en noches de marejada, cuando la luna llena
viste de nostalgia las horas perdidas
te envío constelaciones de versos
“sigo anclada al fondo de tus ojos”
y ejércitos de titilantes estrellas
traen tu respuesta a mi puerto
“mi faro aún son tus besos”.

De todos los mares de ginebra, tú,
el único mar donde el naufragio
es un bote salvavidas que conduce de nuevo al milagro.






And suddenly the rain.

Y de repente la lluvia,
mayo escapándose.
Ventiladores y paraguas girando al ritmo
de una batuta enferma.
De repente yo,
con ganas de salir a empaparme
y volver a secarme bajo el ventilador.
De repente la geosmina,
los dioses griegos entrando por mi ventana.
EL Olimpo concentrado en estas cuadro paredes.
Y yo Afrodita, más mujer que nunca,
danzando al son de un ritmo macabro
que me ofrece este casi,
de repente,
verano.







La costumbre de anidar en poetas.

Yo quisiera invitar a un coñac a Ángel González
y sacar a pasear con él sus versos más allá de mis caderas.

Orquestar canciones de aniversario junto a Gil de Biedma
en todos las personas y tiempos del verbo.

Llorar insomnios de alegría con Girondo
lamentando el aterrizaje de los corazones que no vuelan
y sólo saben hacernos perder el tiempo.

Quiero reunir todas las flores del mundo,
un poco porque aquí, un poco por botánica
y ofrecerle un ramo a Julio que le sirva de escalera
hasta el cielo de esa rayuela que con palabras dibuja.

Quisiera robarle a Neruda la gorra en un despiste
y besarle la frente con suma dulzura,
mientras a lo lejos, tiritan astros que confirman
que el amor en la poesía tan sólo existe
porque él escribió su significado sobre la piel de Matilde.

Prestarle mis alas a Pizarnik, bichito,
para que la soledad en las estrellas ya nunca le duela.

Me gustaría contarle a Luis García Montero
que siempre viajo en primera clase a borde de sus versos.

Quiero que Luis Alberto de Cuenca me dé las recetas
de los mejores desayunos para cocinar entre sábanas,
que me hable de tonterías, de esto, de aquello.

Fumarme cinco paquetes de tabaco junto a Roger Wolfe
en la barra de un bar vacío y mugriento
mientras decidimos si la vida es realmente una mierda
o merece la pena extirparle la felicidad al tedio.

Yo si que quiero besarte la noble calavera,
querido Miguel Hernández,
y resucitarte a golpe de honor y de justicia
para que sobre la maldita historia reescribas
los sonetos que nunca debieron irse contigo.






C'est le temps de vivre (l'oiseau est enfin libre)

Y qué si ahí fuera suena un pasadoble
y yo sólo pienso en esos pájaros
que vuelan directamente
a picotear mis versos
y anidan poemas en San Jorge.

Y qué si celebro las jaulas abiertas
en nombre del amor
y en mi pecho acuno hijos
que llevarán mi luto y nuestros nombres
como estandarte de esta tregua.

Ya nada importa
si no le tengo miedo a las alturas.

Ya nada importa
si con el tacto de tu cuerpo
escribes la palabra libertad en mis pupilas.








-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-.
El minotauro apenas se defendió.
Jorge Luis Borges.

Ariadna, desde la otra orilla del mundo
contempla, siempre a destiempo,
constelaciones de un viejo continente
y soñándose desnuda sobre sábanas blancas,
navega los catorce mares cerrados
que le separan del enigma de su redentor.

Pero ya no te echo de menos, Teseo.

El redentor, perdido en las atlántidas
sostiene un hilo dorado que no tiene fin
-si acaso el destino tejió un principio-
y recitando versos sobre noches blancas
acuna la memoria de a quien un día amó
hiriendo de eterna soledad al minotauro.

Ya no te echo de menos, Teseo.

El minotauro se ha armado de fuerzas
y ha escondido todos nuestros recuerdos
en los recovecos del laberinto de la memoria
donde ahora yacen las noches en que prometimos
conquistar los océanos de Asterión
e izar banderas con nuestros nombres.

Ya no, Teseo,
ya no se lamenta esta Ariadna.

Toda la mitología que entonces me ofreciste
la he olvidado ya en otros labios.






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