domingo, 28 de agosto de 2011
4524.- PAULA JIMÉNEZ
Paula Jiménez (Argentina), es psicóloga y escritora. En poesía publicó "Ser feliz en Baltimore" (Nusud 2001), "Formas", libro y cd junto a la cantante Valeria Cini (Terraza 2002), y "la casa en la avenida" (Terraza 2004), con el que obtuvo en 2003 una mención del Fondo Nacional de las Artes. Sus libros "Espacios naturales" (poemas) y "Pollera pantalón" (narrativa) permanecen inéditos. Su cuento "Aventuras de Eva en el planeta" fue editado en Barcelona, España (Urdiales 2005). "La mala vida" (libro de poemas) está próximo a editarse por Bajo la luna. Textos suyos integran diversas antologías argentinas e hispanoamericanas. Es colaboradora de la revista "Hablar de poesía". Coordina talleres desde 2001.
POEMAS DEL LIBRO ESPACIOS NATURALES
"Estábamos hablando del amor. Una hoja, un puñado de simiente… empieza con eso, aprende un poco lo que es el amor. Primero una hoja, la caída de la lluvia, después alguien que pueda recibir lo que la hoja te enseñó, lo que maduró la lluvia. No es un proceso fácil, compréndelo: puede exigir toda una vida, como me ocurrió a mí, y aún no he logrado dominarlo, ni creo que lo haga nunca… Sólo sé esta verdad tan grande: que el amor es una cadena de amor, del mismo modo que la naturaleza es una cadena de vida."
Truman Capote
Lucas
III
voy a gritar cuanto sea necesario voy a pararme
en tu mesa de luz sobre tus libros voy a bailar
pisando tus papeles y a estirar mis brazos
como si estuviera en el mar pero hacia arriba
señalando la lámpara el ventilador de techo
la terraza el campanario de la iglesia las palomas
y más arriba, más, donde nos miran
los muertos convertidos en estrellas
V
yo quiero ir al mar y al espacio sideral
donde es de noche siempre
y el traje se infla y se desinfla
la cabeza escondida en su burbuja
mientras salto sobre un colchón de aire,
en plena elevación un astronauta
le da la mano a otro con blandura,
sin esta pesadez de unos ladrillos
tan firmes que podrían derrumbarse
VIII
arriba es todo igual pero me gusta,
si tengo sueño apago el velador
entra la luna en la cabina oscura
y clarea los contornos del volante
los botones del tablero las pantallas,
afuera los planetas siguen de largo
y se ven por la ventana
IX
toda la tierra es chica a comparar
con esta noche larga del espacio,
olas gigantes entran por los ojos
y el empujón voltea
en la parte profunda o en la orilla
si toco el suelo, el suelo
es siempre arena
X
infinita es la arena, no se gasta
aunque la usemos para hacer castillos
o el tiempo la convierta en piedra,
pedacito de estrella que se apaga
y mil años después cae a la tierra
Marcos Paz
A Fernando, Pepa, Lola, Vero,
Fernando Diego, Andresito, Antonio, Guata, Feliciana,
Angeles, Mafalda, Ida, Chola, Andrés y Nelly Cruz
II
Por el camino de lajas se entra al parque
y el paso mismo pide
andar en línea recta, más lejano
el trazado de un círculo atraviesa
el gomero, el tilo, los ciruelos.
Todos los árboles superan nuestra vida.
Longevos y abundantes no se cansan
de dar ni de seguir, tan generosos
creciendo hasta la muerte.
III
Hay un aljibe seco en el medio de todo,
de donde mire una
ve esa arcada
de piedra con su gancho, allí
juegan los niños a esconderse,
atrás la ligustrina que separa
la propiedad privada
de la calle.
Pero se abre una puerta porque el viento
empuja todo encierro.
¿Impedimentos?, no hay
aunque más tarde llueva y el aljibe
se inunde de esa agua polvorienta,
tan buena para el pelo y gire
el gallo de los puntos cardinales,
la vaca entra sin miedo y pace
el pasto de la vida
que es su pasto.
IV
Subite, cosa
dulce, al tobogán
mirá esta tarde desde el centro de un reloj:
las manecillas del tiempo son tus árboles
los pinos que compiten por la altura,
débiles, dóciles, pero no se quiebran.
Nada los quebrará, ni los vecinos
talando el pueblo
y matando cada sombra,
no llegará el incendio ni se sepultará
tu perro al pie del limonero.
Subite, cosa
dulce, sos el ojo
del huracán que observa y guarda
en su pupila, entero
un corazón.
IX
Un estanque abandonado,
alrededor los renacuajos nos pellizcan
con sus boquitas sucias y seguimos
molestando por las ganas
de nadar esta mañana en agua cálida.
El estanque no es nuestro, es de los sapos,
las ranas, cada vaca que circunda
y bebe su quietud. Lluvia
que pasa por su esófago y salpica
un niño con brazada de perrito
o densa nube de quinta inhabitada
que en los veranos evapora el sol.
Este es mi mundo:
todas las cosas que puedan poseerse,
tarde o temprano, torcerán su rumbo.
Desencanto
1.
Donde quiera que vaya
tomo agua,
porque hay cosas
que son inalterables, más largas
que vos y yo
que nuestro tiempo.
A veces miro
un horizonte y me pregunto
cuántos atardeceres más veremos.
Otras sigo de largo, continúa
el agua circulando al lado mío
un hecho cotidiano o la creencia
de que igual al caudal
para mí
correrá la vida.
Nunca sé
más de lo que veo, soy
del mundo la experiencia sensitiva
la que no puede
imaginar lo disipado
lo disuelto,
la que peca
de no haber sido como el árbol
carente de voluntad.
Nada sucederá mañana, pienso
y siento
responsabilidad sobre mi muerte,
como si hubiésemos perdido en estos años
la oportunidad de dios.
3.
La seguridad para decir las cosas
titubea en tu boca,
primera sílaba repetida hasta encontrar
un tono o una idea perdida entre las voces.
Sin embargo,
yo sé que estás más cerca del silencio
que de nuestras palabras. ¿Qué será?,
me pregunto ¿qué atormenta
a este chico? ¿la entrada a una carrera
de la que sólo bajan los que sienten
que hay algo, al menos algo
sobre lo cuál no se vacila?
En el camino
dormís entre mis brazos,
las manos relajadas
y confiado a este mundo
que tanto te esperó y en el cuál
no querrías dejar de creer.
7.
Llegamos a los bordes de un río
y lo vimos desplegar
sus venas desde el muelle,
imaginamos
destinos diferentes para el barco.
Después, arrodillados
encorvamos las palmas y con ellas
fabricamos un cuenco de piel
y hueso que llevamos a la boca,
sobre las líneas de la mano las piedritas
brillaban refractando el sol.
Cuando el agua discurría
el brillo se apagaba:
no había oro allí sino reflejos,
un efecto o defecto de nuestra percepción.
Y entonces esa nimia
arena endurecida ya no tenía valor,
era arrojada
por nosotros mismos o ni siquiera eso,
la dejábamos caer con displicencia,
las manos relajadas, sin vigor
no retenían
nada entre los dedos.
9.
Algunas veces, pensar en el final
no nos condujo a nada
pero otras
fue bueno vislumbrar las consecuencias,
saber que estábamos
en pleno movimiento y éramos
pura órbita, un campo o una esfera,
en fin, la superficie
donde se desarrollaban,
en apariencia, ciertos hechos,
la sede
que un albur eligió para expresar
los detalles de una trama innecesaria.
Después
III
En el frío invernal
venía del corazón una pequeña llama
que se avivaba cada vez
y abierta la ventana dejábamos entrar
para amainarla un viento calmo
o una tempestad a la que el fuego
resistía heroico.
Sabiendo que nada se repite, nada es
dos veces, quisimos alargar
el sueño compartido,
volver hondo el agujero del amor
como si en nada fuera un agujero
sino la esfera de la risa,
el alimento, un hilo plateado
que ataba nuestras horas a la fisura eterna,
pequeñas grietas donde corrían los besos
por la cascada del sueño detenido
IV
Agotamiento era
que las gotas sonaran en la losa hasta acabar el agua
así los pensamientos y los músculos
llegaron hasta el fin,
flores marchitas que siempre sorprendían
porque algo más
había y algo más
en la cadena infinita donde el sueño
no bajaba los párpados, vigilia
del corazón empecinado
con el galope de una explosión solar o un viento liso
despeinando la arena de la playa,
era la fuerza al límite
y no como huracán sino el agotamiento
de la vista diluida en la luz o la palabra
que disolvió la voz.
V
Tengo memoria
de aquél sol, quizá el más bello
que haya visto, de las piedras
molestas salpicando
los pasos de mi hija en el camino
y la neblina previa,
de cómo amaneció y de mi certeza:
ya no vería la noche ni la luna
en la fosforescencia de los pálidos
objetos de la casa
que al apagar las luces recortaban
la oscuridad como fantasmas
VII
Tan tremendas las tardes
cayendo sobre el tilo y el gomero, grisáceo
el peso de una sombra que volvía
opacos nuestros corazones
de chicos que sabían del ocaso por el rostro
rasgado de la abuela o por la pérdida
de brillo en los duraznos
al despuntar la noche
lentamente
infatigables piernas de criaturas
tropezaban en las lajas del camino
tomando cicatrices de una vida reciente,
era a la hora en que la tarde
empezaba a despeñarse
y todo lo quedo, lo varado
bramaba su callada resistencia a declinar
sin haber conocido
más libertad y plenitud, su fusión
con el sueño,
en esas parcas tardes las hojas del gomero
o el tilo estáticas se iban diluyendo,
liquidando la luz
que provenía de la tierra
donde nacían constantemente hormigas, orugas y raíces
a condición de que murieran siempre
VIII
La tarde se veía
morir desde la altura del gomero
frondoso, la carne de esas hojas
atadas a las ramas que se erguían
en delgado zigzag,
los fósiles de piñas ya resecas
desparramados en la tierra húmeda,
el césped que empezaba a cobrar fuerza
lejos de las raíces y crecía
bordeando los caminos,
y todos los detalles
que hacían a la vida y con la nuestra
a la vida de un mundo que no conoceríamos,
prolífico y remoto el devenir
como si fuera un dios de arcilla colorada
creaba paso a paso las más casuales formas,
sus grandes manos gozaban moldeando
otra apariencia de las mismas cosas
La mesura
II
Costean las vías los árboles de julio,
la curva de Díaz Vélez
es un río de hojarasca que se afina
hasta hacerse invisible entre los autos.
En la tarde brumosa el vapor sube,
un mismo vaho mezcla
perfume y pestilencia.
Toda mi vida
esperando esta ciudad que ahora
aplasta una nube densa
pero hermosa,
como el alivio de repetirme y olvidar
una acción personal y doméstica
más vasta que un país.
………………..
coda
El viento va hacia el agua y el día a la noche,
así todas las cosas que se miden, se siguen
mutuamente
sin encontrarse nunca.
Hacia el viento
A Serena
Aire irrepetible que llama al movimiento,
como pisar dos veces las arenas de un río.
Algo pende de la rama aquella, algo
idéntico al recuerdo
que barre la lluvia nuevamente.
En remolinos las hojas, la pinocha
las ramas que una acción desconocida ha vuelto trizas.
¿No existen responsables en el bosque?
quizá nosotras
por regresar a la frescura de los pinos, haber estado
en la humedad de la tierra,
volver, ¿quién sabe? Se oyen los pájaros,
se cuela como siempre entre los nidos
el mar sonoro.
Cerca, atravesando las casillas
la ruta gris nos arde en los pies, los pasos
que no haremos dos veces.
Con el atardecer, en bicicleta
por la ladera que rechaza la ascensión,
la gravedad repele nuestro esfuerzo
modesto de trepar
al llano oscuro. Veremos otra vez morir el día,
disolverse las horas, transformada
una cosa en su aparente opuesto.
Pero de este enfrentamiento nace el mundo
que multiplica y divide su camino.
Como los dos sentidos de la ruta,
así también nosotras
estamos avanzando hacia la noche,
extrañas que parecen
confiar más en la luna que en sí mismas.
Y cuando todo baja,
estrellas en las manos que resisten al sueño
buscando comprobar la realidad.
Andar a tientas,
pisando las raíces que se elevan
y se vuelven tramperas sobre el monte,
el ramerío seco
guardando en el arrullo de su empuje
el canto de las aves, el eco vibrante
de los grillos. En este bosque
la maldición separa a las personas
como un abrir de pétalos.
Un pimpollo abandona
su gesto ensimismado, el excesivo
cuidado de la luz y del oxígeno. El centro
estalla donde el bosque estalla
y es el amor humano
el resplandor
que los ojos refractan y convierten
en su punto de mayor oscuridad.
En la fuga del camino el sol nos ciega,
la tarde es plena, indeclinable
un recorrido
infinito nos atrapa, cierto oasis
de futuro continuo. Sucede así en la ruta,
porque al mirar hacia delante nada
parece tener fin,
si acaso fuese el mar que va y que viene
todo sería distinto.
La caída del sol sobre la playa
alarga las sombras de las cosas
que permanecen en el mismo sitio.
En cambio en el camino
nadie en el mundo,
ni vos ni yo, ni las casas están quietas
y en conjunto avanzamos
hacia el fondo variable.
Pero de pronto algo
cae compacto, parejo, sin errores,
no queda un resto fuera de este frío.
¿A dónde estás? Parece
que se pierde mi voz entre los árboles,
más gritan los pichones metidos en sus casas
o el mar que siempre vuelve. No,
el mar suena en la gente
como un clamor constante, en cambio
en esta voz que te pregunta
se escucha intermitencia, altisonancia,
la variación más débil. Las palabras ignoran
el curso inapelable, progresivo,
que si la lluvia cae, aún si gira
un huracán dentro del bosque,
su fuerza individual, devastadora
es condición también de una rutina
furtiva entre las rocas.
No es más que eso la vida.
¿A dónde estás? Pateo
las ramas desprolijas, el desparramo es obra
de los años y de la tenue brisa transformada.
La pelea de otros
decide el territorio y no aprendemos,
imposible parece rendirnos ante el bosque,
el viento, o lo que sea que nos lleva.
La inquietud
V
Dice
cuando rebalsa el corazón
también estallan
palabras en la boca.
Un corazón inquieto
busca siempre
allá donde no encuentra.
Que las pasiones
enturbian la razón y el corazón
se pierde en pensamientos.
Es uno
y no intentes amaestrarlo,
conformar su apariencia.
Afuera es como adentro.
Que no lo calmes, dice
ni lo ensucies
creyendo que es de otro.
Los pájaros
II
Vinimos
para remar a favor de la corriente,
sin embargo hay una agitación
en lo pasible de los días y las noches,
el variar de los climas, las estrellas
que titilan o se esconden.
No es todo igual,
ninguna noche se parece a la siguiente
y en todas siempre el sueño y el insomnio.
Como si hubiera paz en lo que se repite,
un movimiento sísmico, una pausa
y la vuelta del temblor.
Ya sé, no me lo digas
no puede mi intención
cambiar el devenir, lo sucedido.
Amenaza el azar, y la esperanza
repone la ilusión de un orden personal.
La casa es sacudida
por algo imperceptible y cuando extraño
tu voz, miro los árboles
quietos en su sitio.
Si vivo acá es por eso,
no tengo más razón que el verde idéntico,
los pájaros, el paso de los hombres
que van a trabajar y los que vuelven,
el ruido de los autos, los partidos de fútbol.
Toda la impermanencia se compensa
con esta especie de ritual, mirar
por la ventana y ver lo mismo.
Que sean, dice, las noches
y los días.
Y es esto el regocijo, descansar
donde mi corazón no lo imagina.
III
Si yo fuera el gorrión
que una noche calurosa de diciembre
se sentó en una rama junto a otro
y se puso a cantar.
Y yo quisiera serlo,
silbar el tiempo que dure la canción,
cosquilla en la garganta o nerviosismo
por el ritmo inevitable.
No cantar más que eso, ni volar
si el aire está tan quieto que no ayuda.
Quedarme junto a otro repitiendo
la intimidad, la forma del amor,
vivir con calma las pausas solitarias.
Quiero decir, si yo
tuviera esa sapiencia que indicara
una razón real para quedarme
o salir a buscar.
O si supiera dónde y cuándo
los momentos elevan su señal,
si mirara el azar con ojos plenos
sin estos torpes
fragmentos de memoria,
no quedaría nada en el camino
ni sentiría vergüenza del error
o del deseo
que a veces son lo mismo.
http://lainfanciadelprocedimiento.blogspot.com/
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