sábado, 27 de agosto de 2011

ENRIQUE CEBRIÁN ZAZURCA [4.508]




ENRIQUE CEBRIÁN ZAZURCA 


Zaragoza, 1978.
Es autor de los poemarios Amor y otros desórdenes (IAJ, 2006), Recaída (IAJ, 2008), Con la sola certeza (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2012), Tercera convocatoria (publicado parcialmente en el número 148-150 de Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, 2014) y La chica del verano (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014); así como de la colección de prosas Espuma en los zapatos (IAJ, 2008) y del dietario Estancia de investigación (Libros del(a) Imperdible, 2013).



TODAS AQUELLAS COSAS 

La ropa que te pones 
para quedarte en casa, con esos 
calcetines, tu piel desmaquillada. 
Esas gafas 
que no usas en la calle, 
tu pelo despeinado como un país 
sin leyes ni gobierno 
ni nombre. 
Restos de pasta de dientes 
que han quedado en el lavabo. 
Todas aquellas cosas que no cuentan 
los poemas de amor. 


OCTUBRE 

Leyendo un poema de Juan Antonio González-Iglesias 
comprendí muchas cosas de repente. 
Un poema mucho más bello que éste 
(y sólo aún conozco sus tres primeros versos). 
En él cuenta el poeta 
que octubre es, para los japoneses, el único mes 
en que, como descanso, no celebran a dioses. 
No hay ninguna presencia 
luciendo en esos días su testa coronada. 
Los hombres solos. Sólo los hombres 
sin ruego y sin excusa. 
Leyendo ese poema, comprendí tantas cosas de repente… 
Supe en ese momento por qué los dos llegamos 
a esta tierra desnuda en ese mes del año. 
Entendí aquellas tardes, alegres y absolutos, 
sobre las ruinas ásperas besándonos protagonistas 
de la historia, de nuestro absurdo paso por el mundo. 
La dulce iconoclasia. 
Comprendí nuestros cuerpos unidos en la noche 
como una afirmación de nuestra estirpe 
y también –¿por qué no decirlo?– 
como un signo de interrogación entre las sábanas 
lanzado hacia la nada o a nosotros 
o al cielo luz de octubre azul y limpio. 


SICILIA 

A Elena, que me contó cosas de la isla antes de visitarla yo, y me hablaba de cuando Sicilia era aragonesa 

Este sol de miles de años, las colinas abrasadas de esta Sicilia que hoy visito, un calor sagrado de humedad antigua subiendo del asfalto de las mal asfaltadas carreteras de esta isla –mientras conduzco y tú estás a mi lado– me recuerdan al viejo Salina camino de su recreo en Donnafugata. Últimas pompas ofrecidas, esforzadas complacencias para un príncipe de un tiempo que marchita. 

En la radio escuchamos los compactos que trajiste de España y éste que hemos comprado esta mañana al abandonar Palermo; es de canciones populares sicilianas. Folclore autóctono para turistas despistados. Acabará estallando este coche alquilado como sigas girando la rueda del aire acondicionado. Acabaremos cogiendo una pulmonía. En agosto y con las brisas insólitas que llegan de África tan cercana. 

Acabarán estallando los caballos exhaustos de este carruaje de Salina. Tendrías que cambiar para que pudiéramos seguir tan felices como siempre, me dices. Hemos programado este viaje porque creemos ingenuos que abandonar un país es rectificar un mundo. 

No vayamos al interior de la isla, es una hoguera. Cambia de dirección y marchemos a las playas aristocráticas de Taormina. 

Hoy encuentro esta vieja foto y te veo surgir de las aguas del Jónico –como un Etna de espuma– con la piel estallada de una diosa de sal. 



TERRAZA 

Habíamos llegado a la ciudad 
hacía apenas una hora. 
Atrás quedaba 
un viaje velocísimo en el AVE 
en el que, sin embargo, 
nos dio tiempo de divisar 
el mar, poderoso 
bajo el cielo de marzo, 
allá donde terminan los pinos 
que adornan 
el litoral de Tarragona. 
Con el rumor de fondo de la tele, 
sacamos nuestras cosas de las bolsas, 
colgué de una percha 
la camisa que llevaría aquella noche 
en la fiesta sorpresa 
que David le había preparado a Míriam. 
Daba la habitación 
a uno de los patios de manzanas de Cerdà, 
con una terraza soleada 
como un extraño oasis. 
Cogimos dos libros, unas sillas 
y algo del mueble-bar. 
Yo me quité la camiseta 
y me quedé descalzo, con sólo unos vaqueros. 
Versos de Margarit, una cerveza fría, 
tus piernas apoyadas en las mías 
y nada de misterio en ser feliz así. 


DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS 

Peor que la sensación 
de escribir siempre lo mismo, 
es la de no estar escribiendo nada. 
Siempre lo mismo y siempre nada. 
¿Pero qué otra cosa puedo hacer 
si no son estos cantos a la luna, 
este decirte que te espero en casa, 
a la hora convenida, 
la mesa puesta y estas ganas de amar, 
como si en ello nos fuera la vida? 

Los pocos hombres con los que peleé, 
son hoy mis mejores amigos. 
No esperes que te cuente excitantes 
batallas, grandiosos sucedidos. 
Acabé la EGB, 
bebí Martini etcétera. 
No esperes que te traiga la épica. 
Ni siquiera recuerdo 
dónde metí la lírica, 
de qué armario ha de salir. 
No olvides que ni siquiera hice la mili. 
Servicio militar obligatorio. 
Los liberales progresistas 
españoles lo trajeron, allá en el diecinueve, 
y Aznar se lo llevó. 
La vida es tan confusa… 
Te confieso 
que no sé qué os hago 
si hace sólo tres días 
me decís que meto a Aznar en un poema mío. 
Pero esto no es un poema, ni nada, es el vacío. 
Poemas, los que hacía Garcilaso. 
Yo sólo hago macarrones. 
Macarrones y pechugas a la plancha, 
mientras te espero en casa 
–la mesa puesta– 
a la hora convenida, 
y tú te retrasas, 
y mis tripas ya suenan, 
y estas ganas de amarnos 
que tengo y no se van, 
amar, 
como si en ello nos fuera la vida. 


GUÍA 

Compras, como antes de cada viaje, 
una guía de El País-Aguilar 
de nuestro destino. 

Marcamos los lugares que visitaremos, 
elegimos un restaurante para cenar un día, 
nos previene de los trucos 
de los rateros en el metro, la moneda 
del país nos dice. 

No cuenta, sin embargo 
(y eso es un descuido imperdonable), 
que te amaré de agua 
en las noches más limpias de la isla. 



MUSI 

Dieciséis versos durará este poema, 
dieciséis años –casi diecisiete– fue tu vida. 
Llegué tarde a ella, 
apenas hace cuatro. En la paz 
de tus días, 
cansado y algo enfermo. 
Escuché las historias que contaban 
tu juventud perdida, tus hazañas, terrazas 
en Salou y en Zaragoza. 
Y ahora que recuerdo 
tu calma entre dos sueños 
pienso que, a nuestro modo, 
nos entendimos. 

No olvidaré sus ojos y su pena 
la tarde de tu muerte. 
Menos mal que te quedan seis vidas. 


YO CONOCÍ 

Yo conocí tu época dorada 
José Mateos 
(del poema Julia Reis, musicado por Gabriel Sopeña 
e interpretado por José María Sanz Loquillo) 


Yo conocí tu época dorada 
cuando desafiante convocabas 
con tu nombre de espuma 
los humores más dulces de la noche. 

Rendidas a tus pies las capitales, 
alzados como faros 
de sol los adjetivos. 


BANDERAS BLANCAS 

A la memoria de Francisco Umbral 

Ordenando la casa 
el azar nos devuelve trozos de memoria 
que creímos perdidos. La carta 
de esa novia 
que se fue con el frío 
y con otro, 
la entrada de un concierto 
con la que entré también 
en una cama, las fotos 
de una noche. 

Inquietos aparecen, 
ordenando la casa, esperando su turno, 
los poemas antiguos que creímos perdidos, 
inquietantes, bilis como preguntas 
de una comisaría, marchados para siempre pensaste. 
Hacen muecas forzadas y tratan 
de parecer amables, mueven banderas blancas 
y has de admitir que a veces 
te causan la sonrisa. 

Encuentro, como un beso robado que provoca 
y huye, 
aquellos versos que decían la noche oscura 
y suave de dos cuerpos. 
Me asalta, niña rubia perdida 
en la noche del agua, 
aquel poema que se abría 
con una cita de Fernando Sanmartín 
y que hablaba 
de un siete de espadas clavadas en la arena. 
O aquella habitación en Santander, 
ascética y triste 
como la sopa de un convento. 

Encontrarme con ellos. Reconocer 
su aspecto 
como alguien presentado en una fiesta antigua, 
familiar e insólito, 
como el hombre que, 
con un plumero en la mano, 
y rodeado de cientos 
de libros y de trastos, 
se mira en el espejo. 



AGENDA 

¡Oh, sí! ¡Trazamos tantos planes…! 
Consumimos auroras a la espera 
de no sé qué festejos anhelados, 
focos y parusías 
se estrellaban al pie de la autopista 
rotos a doscientos kilómetros por hora. 
Aún no nadaban en mi semen los espermatozoides 
que te harían fecunda 
y ya habíamos escogido 
los nombres de toda nuestra tribu, la casa junto al mar 
en la que envejecer como dos sabios, 
la piedra de las lápidas. 

Mientras los días morían tibios y malgastados, 
tú y yo nos afanábamos à la recherche du temps futur. 



 COLLIOURE

A Manuel Contreras

 Quedaba atrás España agonizante
 y fuego…
 Yo, en cambio, sólo dejo esta playa
 de piedras y este mar transparente
 para trepar la roca de una torre
 nacida de las aguas.
 Sentado aquí, prisionero del sol,
 puedo ver la bahía –toallas
 y sombrillas, terrazas
 rebosantes de turistas–,
 el puerto y el castillo.
 No encontraste esta fiesta a tu llegada.
 La herida de una guerra
 hoy es solo una placa en la fachada,
 folletos de colores
 en la oficina de información turística
 –parlez-vous français?, le cimetière
 est à la fin de cette rue,
 al final de esta calle, caballero,
 número tres del plano–, solo un parque
 temático de la desolación.
 Sentado aquí, al pie de esta torre,
 puedo verte llegar –es tu último paseo–
 hasta las barcas de los pescadores,
 extasiado mirando el mar
 con tranquila impaciencia, abandonada un rato
 tu habitación en el hotel Bougnol-Quintana,
 que ayer por la noche,
 en la bruma salobre de agosto,
 me pareció una nave encallada y espectral.
 Y luego, más tarde,
 el visitar tu tumba
 y un gesto serio en las fotografías.
 La tricolor, las flores, las ofrendas,
 los poemas que buscaban tu nombre
 y este aire de zoco que no impide
 –bajo el fulgor barroco de la escena–
 hallar unas palabras silenciosas,
 sencillas como madres.

 (De Con la sola certeza)



 LOS HONRADOS CIUDADANOS

 Oí sus alaridos nada más
 subir al autobús.
 No lo vi al principio. Solo los gritos,
 la ira y las palabras cortadas me llegaban
 no sabía de dónde.
 Por fin lo pude ver. Allá tumbado
 en los últimos asientos,
 un mendigo lleno de suciedad
 y vino, con los ojos perdidos,
 increpaba a las sombras llenándose
 la boca con las palabras gruesas,
 los insultos,
 guardados durante años como pago
 de alguna vieja afrenta.

 Los ciudadanos honrados
 recién salidos del trabajo,
 tomada la licencia de aflojar levemente
 el nudo de corbata,
 tomado el autobús,
 pensando en llegar pronto a su casa,
 tortilla como cena,
 qué serie echaban los martes en la tele,
 los honrados ciudadanos nos mirábamos,
 los unos a los otros, nunca a él, nos mirábamos
 con rigidez en la sonrisa, embarazosos,
 restándole importancia sin embargo,
 como quien trata de disculpar a un niño
 o a un anciano que narra sus batallas.
 Nos mirábamos. Nunca a él.
 Yo podría concluir ahora este poema
 de algún modo romántico
 y sabido.
 Diciendo que aquel hombre
 que gritaba a las sombras era el sabio y nosotros
 los cretinos. Afirmando seguro
 que poseía una verdad antigua
 que los demás desconocíamos.
 Podría conceder un carácter sagrado
 al vino de su sangre, a su pelo
 de aceite y a sus uñas de barro.
 Hacer de aquel hombre vencido
 un elegido, un dios, un héroe.
 Creer que sus atropelladas frases sin sentido
 fundaban una lengua.

 Y puede que todo eso sea cierto,
 pero también lo puede ser,
 probablemente,
 que la vida no sea sino volver
 a algún lugar tras el trabajo,
 esperando tus labios,
 montado en autobús, junto a otra gente
 que esperará otros labios,
 que volverá mañana a su oficina,
 que engañará a la muerte preparando
 las vacaciones del próximo verano,
 alguien que saldrá a cenar con los amigos,
 que leerá de vez en cuando un poema
 que le emocione un poco.
 ¿Qué piensas tú –que ahora lees
 estos versos–
 de lo que aquí está escrito?
 Quizás los que viajamos en silencio
 teníamos razón.
 Pero ello no hace menor la cobardía
 de no querer mirar aquellos ojos
 perdidos y lejanos.
 Las pocas veces en las que, por descuido,
 nos los cruzamos, acertamos a ver,
 al fondo del vacío,
 viajando en autobús,
 el fuego de la vida, el humo
 de la muerte,
 el oscuro temblor de una derrota.

 (De Con la sola certeza)


AURORA

 Como una fruta nueva,
 como el sol
 cuando estalla,
 como sabe la piña
 a claridad del día, a tus ojos
 que crean
 el mundo cuando miran.
 Así te miro yo,
 así,
 al mostrarse la aurora temprana de dedos de rosa
 y son rosas tus dedos,
 también,
 y es rosa este camino
 que ahora comenzamos.
 Trompetas que resuenan
 como un aullido que nunca se termina
 nos anuncian.
 Has venido a fundar el verano,
 a inaugurar la vida. Vienes
 a celebrar la fiesta
 de los cuerpos desnudos bajo el sol
 y de paganos ritos
 olvidados.
 Los marineros vuelven, al buscarte,
 sus ojos glaucos a las aguas.

 (De La chica del verano)



 CONTRA SUBERNA

 De cuando navegabas sin resaca
 conservaste el silencio de la noche,
 el valor, quizás, la palabra futuro:
 tarta de chocolate de una niña
 que camina del brazo de su madre
 y detiene el verano junto al mar.
 El mes de julio explota y este mar,
 dejado atrás el curso y su resaca,
 te susurra al oído como madre,
 sencillo y ya caliente en una noche,
 en ese tiempo eterno ante una niña
 que ya calibra el peso del futuro.
 También un vaso roto es el futuro,
 negra tormenta, incontenible mar,
 una chica que deja de ser niña,
 unas náuseas agudas de resaca
 de quien conoce el fondo de la noche,
 el adiós sin maletas de una madre.
 Muchas veces he pensado en mi madre
 antes de ser mi madre, en su futuro
 que será mi pasado, blanca noche,
 circunferencia exacta como el mar,
 agua que viene y va en su resaca.
 ¿Tras la frágil coraza hay una niña?
 Y luego la ilusión como una niña
 en el Día de Reyes y ser madre
 y la felicidad con su resaca
 y un campo de amapolas el futuro
 y una pradera plateada el mar
 y una fiesta en la playa por la noche.
 Después de tanta vida hubo más noche,
 hubo también un columpio de niña,
 al fin los días suaves en el mar.
 Hubo el amor que nos deja una madre
 como abrigo ante el frío del futuro.
 Ella nadaba contra la resaca.
 En la noche me acuerdo de mi madre
 como una niña sueña su futuro,
 como el mar guarda dentro su resaca.

 (De La chica del verano)



 GIRALUNA

 Que en este tiempo
 nazca la vida. Otoño cotidiano.
 Que des
 la vuelta al mundo y lo coloques
 con la cabeza abajo.
 Que le crezcan
 las hojas a los árboles, que crezca
 la alegría.
 Que demos todos vueltas
 a la luna,
 que se disuelva el miedo.
 Que traigas en tu boca la aventura.
 Que hoy se cumplan en ti nuestros deseos.
 Que hoy se cumplen en ti nuestros deseos.

 (De La chica del verano)





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