viernes, 12 de agosto de 2011
4419.- JUAN LOZANO Y LOZANO
JUAN LOZANO Y LOZANO
Poeta y periodista colombiano nacido en Ibagué en 1902.
Perteneciente a una aristocrática familia, creció en medio del gran ambiente académico infundido por sus padres.
Cursó sus estudios superiores en las Universidades de Cambridge y de Roma, convirtiéndose en un gran humanista,
diplomático y aguerrido político.
Perteneció al grupo de los Poetas nuevos, y fue fundador de varias revistas importantes dirigiendo por muchos años
la famosa columna El jardín de Cándido, cuyo estilo fue catalogado como "suelto y armonioso, endiabladamente
agradable, rizado por un suave viento de ironía y cruzado por las venas del más fino y desparpajado humor inglés".
Sus más bellos poemas y sonetos fueron publicados en su obra «Joyería».
Falleció en Bogotá en 1980.
Amanecer
Rosa ha tenido un vértigo, un incierto
malestar, un temblor desconocido,
y ella, para explicar, se ha referido
a un hartazgo de frutas en el huerto.
Pero algo siente en su anterior despierto
que trece abriles pareció dormido,
y nebulosamente ha colegido
que algo nace en su ser, y que algo ha muerto.
Cierra a llave la alcoba confidente,
y temerosa y deleitosamente
delante del espejo se desnuda.
Luego siente rubor, y, remordida,
en la noche más bella de su vida,
rompe a llorar, inconsolable y muda.
El secreto
En la tibia quietud de nuestra sala
sentiré que te acercas a mi lado,
conteniendo el aliento fatigado
y en puntillas, como una colegiala.
Un secreto. Y tu mano, que resbala
por tus cabellos me tendrá vendado,
y en tu voz habrá un tono inusitado:
arrullará como si fuera un ala.
Luego, en silencio, en la penumbra densa,
saborearemos la fruición intensa
de un doble amor que se transmuta en uno.
Tanta ventura nos infunde miedo.
Mas, por instinto, lloraremos quedo,
como temiendo despertar a alguno.
Emociones
Cuando espiaba su gira vespertina,
sentí una facultad maravillosa
para hallar al través de cada cosa
un asomo de gracia femenina.
cuando sentí que su pisada fina
resonaba en la senda silenciosa,
tembló mi corazón como una rosa
cuando siente que el viento se avecina.
Cuando su vista se fijó en la mía
algo en mi frente se detuvo como
la luciérnaga azul de la alegría.
Cuando besé su cuello de gaviota
el universo parecióme un pomo
de esencia, y lo aspiré gota por gota.
Es el alba que avanza
Ingenua colegiala de ojazos taciturnos
que a través de la reja de tu alcoba
indagas el misterio de los astros nocturnos.
Adivino que sueñas...
(Los ojos se prolongan
en las ojeras lánguidas, y los senos turgescen,
y las manos se afiebran, y los labios florecen...)
En tu carne virgínea ya la mujer se inicia,
y en tus horas inquietas
entrevés el coloquio , presientes la caricia.
La romántica espera te ha embellecido tanto,
como jamás lo sospechó mi canto.
Porque en los pechos núbiles el amor presentido,
es el Alba, que avanza sobre un campo florido.
Exhortación
Oyes, en medio de la selva, un trino,
ves en la noche cintilar tu estrella,
un alma de mujer cándida y bella
refulge a trechos en tu gris camino.
Tú sientes la emoción, el repentino
embrujamiento, la indeleble huella,
pero el éxtasis lírico te sella
en los labios el verso peregrino.
No importa. Tus momentos de Absoluto
hierven en ti, como la kiel en cubas,
y a cada germen corresponde un fruto:
a nubes de pasión, lluvias de llanto,
a viñedos en flor, cosecha de uvas,
y a siembras de emoción, siegas de canto.
Imposible
Mientras tu sien se tiñe de amapola
y enamorada sobre mí se inclina,
por tu traje de glauca muselina
cruza un marino fruncimiento de ola.
Tu austera doncellez, que no se inmola,
en vano bajo el peplo se adivina;
en vano ante la sombra que camina
te miro junto, palpitante y sola.
Amor, ni tú te das, ni yo te tomo.
Lejos estamos, mientras miro cómo
tiembla al vaivén del corazón, tu velo.
Es a veces así, sobre la playa,
una raya de mar, solo una raya,
lo que nos finge separar del cielo.
La entrega
Llegará para ti la suspirada
derrota, y una tarde florecida
la pasión morderá la pulpa henchida
de tus senos, como una llamarada.
Un velo cruzará por tu mirada
y sin memoria, contra mí ceñida,
sentirás el misterio de la vida
revelarse en tu carne desgonzada.
Ya vuelta al mundo me dirás: ¿Qué has hecho?
Restregarás los ojos, sobre el pecho
reanimarás tu deshojada rosa;
y, para más inenarrable encanto,
habrá un amago de temblor de llanto
en tu voz, casi, casi silenciosa.
Madre
Todo lo que hay de triste sobre el mundo
en tu espíritu, madre, resumiste,
porque no se dijera que lo triste
no es, además de místico, fecundo.
A tu inmenso mirar meditabundo
tal emoción de transparencia diste,
como para explicar por qué coexiste
lo diáfano, en el mar, con lo profundo.
Y hay tal valor en tu actitud sumisa,
tal decisión en tu palabra lenta,
Y tanta austeridad en tu sonrisa,
Porque la humanidad se diera cuenta
de por qué se estremece ante la brisa
el bambú que resiste a la tormenta.
Naturalmente
Ciñe mi cuello, pero más ceñido;
estrecha el nudo, pero más estrecho;
más cerca. Que el latido de mi pecho
forme un solo vaivén con tu latido.
Tu beso, alondra que retorna al nido,
en mi labio se aduerma satisfecho.
Y los sueños encuentren como un techo
protector, en tu párpado caído.
En nada pienses. Ni tu voz inquiera
la razón inefable de los lazos
que a mi ser te mantienen prisionera.
Cierra los ojos nada más, y siente
fluir tu juventud entre mis brazos,
como fluye en el cauce la corriente.
Sonata
Cuando escucho tu voz, tiene mi oído
una imposible sensación candente,
pues que fluyen tus labios sutilmente
el ritmo sideral, hecho sonido.
Rayo de sol caído sobre un lago
de miel, así tu cabellera bruna;
y cuando miras, tu mirar aúna
la emoción de lo intenso y de lo vago.
Y pienso al estrechar tus manos buenas,
que en mis manos impuras
se han transfundido todas las blancuras;
hostias, nieves, armiños y azucenas.
Un recuerdo
El tren paró bajo la noche oscura.
-¡Viareggio! Diez minutos! gritó alguno.
Y los dos nos mirábamos, en uno
como albor repentino de ternura.
Amistades de viaje... La dulzura
de una voz que nos dice: ¿Lo importuno?
Un palique trivial como ninguno.
Nada más... Y un recuerdo que perdura.
Descendió la gentil desconocida,
la despedí con algo de mi vida,
y porque la emoción fuese más pura,
sólo besé sus dedos en la yema,
pues el encaje de la manga crema
bajaba hasta cubrir la coyuntura.
Y nunca te canté...
¡Y nunca te canté! Con graves
palabras me dirás: «Yo no te inspiro».
No, no es que falte inspiración, tú sabes,
es que las cosas que a decirte aspiro
son de aquellas tan hondamente suaves
que, menos que una voz, son un suspiro.
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