miércoles, 10 de agosto de 2011
4410.- ISABEL ABAD
Isabel Abad (1947). Nació en Barcelona y se licenció en Filología clásica en la Universidad de Barcelona. Durante un tiempo fue ayudante del Departamento de Filología latina y más tarde se dedicó a la docencia del latín en escuelas e institutos de secundaria.
Si como profesora ha sabido transmitir a sus alumnos los más altos valores de la cultura y la sensibilidad hacia la Literatura, como poeta se sitúa entre los primeros puestos que merece la virtualidad de la palabra.
En 1980 aparece su primer libro, Motivos de isla, que merece una mención especial en el II Premio de Poesía “Ámbito Literario”, editorial en la que se publica. Desde este momento la actividad poética y creativa de la autora va ascendiendo hacia la cima en su búsqueda del sentido interno de la palabra, impregnada de misterio, belleza y música. De sus primeras obras destacan:
Tiene un paseo azul la llama que sostengo (Toledo, 1982)
El alma en la memoria (Barcelona, 1983)
Dios y otros sueños (Torremozas, Madrid, 1985)
Los hombros del oro (Torremozas/Prímula, 1988)
De espaldas a mis ojos (1993)
Me nombro Umbría (Torremozas, 1998)
La piel donde me quemo (Ediciones Torremozas)
Isabel ha recibido varios premios de poesía, entre los que destacan: Ciudad de Toledo, Ciudad de Pontferrada, Carmen Conde de poesía de mujeres, Vicente Aleixandre y Ciudad de Martorell.
Además colabora como crítica de Literatura en revistas nacionales y extranjeras. Gran parte de su obra ha sido traducida a otras lenguas y figura en varias Antologías de poesía.
Pedida Luz
Lenta, mordida torpemente inclino
la fresa violeta de mis sueños.
Salgo al dolor de abrirme a mi tormenta,
de regresarme al pozo de estos dedos
por donde vierto ciega tanta vida.
Me llama el viejo oficio de aturdirme
los delicados nudos de mi sangre,
la paz de hundirme tardes en la esquina
que tan tembladamente me ha crecido.
Llueve el reloj su prisa despiadada.
Mi corazón, en tanto,
me desvive la luz que anduve herida.
De nuevo está lloviendo mi locura:
será el sudor,
esa mojada mácula muriéndome,
esa señal de mar, esa respuesta
que altiva nazco a quien a amarme acuda;
Será mi entraña en bodas con el miedo,
mi compasión de mí
que quise en este templo
la boca de otra vida estremeciéndome.
Será que estoy entrada de cipreses
esta prieta ansiedad desarrimada
del roce estrecho del caudal henchido.
Estoy diciembre
desde que tiemblo el corazón tan hondo.
Mi nieve está en camino.
Será que curvo el alma a su sosiego,
será mi corazón arrodillado,
pedido de otra luz quien me despierta
la lava abierta de mi mar primero.
Me asusto en la cintura:
nunca otro anillo ató más turbulencia.
No hieras, si me nublas, la noticia
de fuego y tempestad que hay en mi carne.
Ardiendo di razón de mi ternura,
tan pálida robé, tan pecadora,
la escarcha toda de aquel mayo herido.
¡Qué júbilo doler dolor de plata!
No sepas en qué trozo de morirme
atesoré las frutas de mi nombre.
(Para que el mar no cese)
¿Qué soledad no muere al madrugarte,
noche tan escotada, rosa terca
placentera mitad de mi alto miedo?
¿Tañe junio, muriendo,
la aurora tropezada de mis manos?
Se me equivoca el mar, se me equivoca
el rojo herido de mi sangre antigua.
Mientras toda mi nada se resbala
por la mejilla escueta de la tarde.
(Morir o el agua).
Porque es de noche a mi pesar e intento
la azalea en mi piel.
Porque mordí la boca de la muerte
y ya no había labios, porque llueve
y apenas traigo fuego ni querencia,
la nada solamente.
Porque estreché la música en el llanto,
porque me duele Dios en mi pobreza,
la nada solamente.
Porque es la primavera tan despacio,
porque me peino con pedazos de alba,
porque me abrigan víspera y designio,
la nada solamente.
Es sábado en la miel y, por vivirme,
me estrecharé a la nada solamente.
(Letanía del frío)
Ayer, Una Corona De Agua
De una corona de agua, en la otra vida,
cuando era nieve despertar y plata
morirse poco a poco en cada mata
de la montaña del amor mordida.
Cuando llorar era una rosa hundida
en la total pasión que el mar desata
y, estrecha de esperar, fui catarata,
de una corona de agua fui encendida.
Y me quedé a la sombra de esa calma,
hasta que hendiste su dorado velo
y de aquel pozo te alejaste esquivo.
Ya herido el ruiseñor en que no vivo,
¿qué más me mientes, Dios, si en ese vuelo
perdí tormenta, azalería y alma?
SI HAY MUERTE ENAMORADA
Si hay muerte enamorada, si hay mortaja
capaz de cautivar con su tristeza,
es que yo soy el velo y la pureza
que, oculta en beso, abrigará tu caja.
Y, si hay aurora donde el polvo baja
a herir de sueño lo que fue belleza,
yo morderé en la nada la cereza,
boca de ti, ya para siempre alhaja.
Cuando la sombra gritará clemente
que desamparo le ha nacido al pecho
porqué no hay cauce para nuestra fuente,
Una la tierra en su cobijo estrecho
a una mujer y a un hombre y, aunque ausente,
hiera la luz su corazón deshecho.
( Me nombro Umbría, 1998.)
Memoria de tu mano
Tu mano y esa mía que le ofrece
por patria y por paloma residencia,
cascada que al compás de su cadencia
tu noche entre mi noche desvanece.
Tu mano que en mis ojos amanece
y al párpado promete su presencia,
¡desátala, amor mío, de la ausencia
clavada donde el muérdago florece!
Cuando la herida blanca del cabello
descienda, ya fraterna y vespertina,
a hilar sobre nosotros su destello,
Será que se habrá vuelto golondrina
en el zorzal de besos de mi cuello,
tu mano de mi mano peregrina.
TE LO DIRÉ MIRÁNDOTE A LOS OJOS
Para Inatxi y Jesús
Te lo diré mirándote a los ojos.
Hay un susurro parecido al alma
debajo de esta nieve,
debajo de esta nieve que agoniza,
convicta de su rango.
Mirándote a los ojos te diré,
final palpitación,
por qué la soledad ya no tirita,
qué música alimenta mi delito,
la almendra de qué fruto me es propicia.
Y la misericordia del crepúsculo
por el noble latido de tu sueño.
Mirándote a los ojos.
Mirándote a los ojos.
Te lo confirmo, vida, y no hay retorno:
eres la tentación más suicidable.
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