Alfredo Silva Estrada (Caracas, 14 de mayo de 1933 - 15 de octubre de 2009) fue un poeta y traductor venezolano. Silva Estrada cursó filosofía en la Universidad Central de Venezuela, con profesores como Juan David García Bacca, Juan Nuño y Ernesto Mayz Vallenilla. Graduado en 1957, viaja a Europa para continuar estudios de posgrado en La Sorbona (París, Francia), y en esa época se inicia como traductor. En 1960 se casa con Sonia Sanoja. A su regreso a Venezuela ingresaría nuevamente a la Universidad Central de Venezuela, esta vez como profesor. De 1965 a 1982 condujo en Radio Nacional de Venezuela el programa Homenajes.
Su obra no se nota influenciada por una corriente determinada, Silva Estrada no perteneció a ningún grupo literario. Su poesía se centra en el lenguaje, ya que cree en la escritura como un mundo, que se crea y explica con palabras. Su obra es poesía, a excepción de la obra de 1989 La palabra trasmutada, que es un ensayo.
1953 De la casa arraigada.
1954 Cercos.
1962 Del traspaso.
1962 Integraciones. De la unidad en fuga.
1963 Literales.
1963 Lo nunca proyectado.
1967 Transverbales I.
1969 Acercamientos.
1972 Transverbales II.
1972 Transverbales III.
1975 Los moradores.
1978 Los quintetos del círculo.
1979 Contra el espacio hostil.
1986 Dedicación y ofrendas.
1989 La palabra trasmutada.
2002 Al través.
Premios
1981 Premio Municipal de Poesía, por Contra el espacio hostil.
2001 Gran Premio Internacional de Poesía de la Bienal de Lieja (Bélgica)
En los umbrales
En los umbrales
Ante puertas erectas
No hay desgaste
apenas plenitud
Ni barniz cuarteado ni leño carcomido
Ni rostro oculto tras el rostro
Serenidad apenas
Nadie insinúa en la noche
Los relieves del día no vivido
Nadie graba en lo oscuro
Borrosos frutos
Estás allí erguido como nunca
Bajo las vetustas arcadas
Y los puentes de un antes que se esfuma
Estás allí
En todos los lugares comunes rezumantes
Los sexos
En recios extravíos y entre los surcos suavizados
¿Quién lo afirma junto al ciprés más hendido
y tanta hierba inquebrantable?
Frente a frente posible
Por este día en vislumbres que se arriesga en el júbilo.
Frente a frente posible
Por este día en vislumbres que se arriesga en el júbilo.
Va libre de mí mismo
Va libre de mí mismo y de sí mismo
Y me ilumina y canta
Juntos sobrevivimos
Sobre el tropel de la ciudad ahogada en su inmundicia
Entre andrajos el tiempo es aire libre
Descubriendo la inocencia de un rostro
Y el instante
Cuarteado de estampidos
Es la huella continua
La pisada desnuda que se afirma junto a los sumideros de la nada
Los tajos del olvido
Las fracturas de ausencia
En mi insomnio respira su escritura
Desde ruinas de sueños hacia futuros horizontes olvidados
En la erguida constancia de la sangre
Sostenido feliz a flor de horario
Horas hechas de humus
De estrellas que se hunden con la rueda atascada
Y vuelven con el eje el diamamte y el ajo
Horno a plena intemperie su latencia de fuego
Vertiente y lactescencia de un ritmo constelado
Cuerpo
Transpiración de la página
El ser en su comienzo sin nombre sin imagen
Y la meditación
Un halo apenas sobre las mieses
Las sienes en las cumbres
Las voces subterráneas.
Va libre de mí mismo y de sí mismo
Y me ilumina y canta
Juntos sobrevivimos
Sobre el tropel de la ciudad ahogada en su inmundicia
Entre andrajos el tiempo es aire libre
Descubriendo la inocencia de un rostro
Y el instante
Cuarteado de estampidos
Es la huella continua
La pisada desnuda que se afirma junto a los sumideros de la nada
Los tajos del olvido
Las fracturas de ausencia
En mi insomnio respira su escritura
Desde ruinas de sueños hacia futuros horizontes olvidados
En la erguida constancia de la sangre
Sostenido feliz a flor de horario
Horas hechas de humus
De estrellas que se hunden con la rueda atascada
Y vuelven con el eje el diamamte y el ajo
Horno a plena intemperie su latencia de fuego
Vertiente y lactescencia de un ritmo constelado
Cuerpo
Transpiración de la página
El ser en su comienzo sin nombre sin imagen
Y la meditación
Un halo apenas sobre las mieses
Las sienes en las cumbres
Las voces subterráneas.
DEL RESGUARDO
1.
Al calor de la llana y deshecha vislumbre,
en la desnudez suma del resguardo,
nos aguarda, nos acerca
lo que nunca podremos compartir.
2.
Bienguardada hasta donde no somos,
corriente que estás poseyéndolo todo
y no eres todo en el quiebre,
en el contacto, en el halo indiferente
de las formas, hartándonos.
3.
¿Qué mueve a decir que nada espera,
ni se abre
sobre la tierra tan simplemente reticente,
con su cielo rupestre,
con sus horizontes sin arraigo?
La lengua torpe, negándose
y colmada en el olvido de su sed,
dice, no obstante, desde el resguardo,
la abierta, la esperada señal.
4.
Resguardo idéntico a la firmeza habitada.
No responde. Se hace el sonido
desnúdamente material. Y las voces gravitan
en el vacío de sus signos. Sentir, a destajo,
lo impenetrable propiciando la morada íntegra.
Y no responde la vigilia de estar siendo
sobre el apoyo inescrutable.
5.
Afirmar, como respiración,
la primera y la última vez.
Mientras alguien diga, mientras alguien escuche.
Y la conjetura, entonces,
tan sólo una demora de crepúsculo,
la insoslayable quimera excedida
sobre el rastro de los desprendimientos.
De Acercamientos. Antología poética. 1952-1991
8
Desde tu casa, morador
Prolongas horizontes y macizos
Brechas del día
Tubérculos del sueño
En tu desvelo y tu arrebato centras
Las escalas de arraigos y brillos sucesivos
Por ti la flora cotidiana insólita
—tan sobre y a lo largo—
Afirmada en los hilos secretos del amor
9
Con fragmentos de sueños,
Ásperos, como cactus,
Livianos, como esporas
Con excesos de realidad salvada
—La mujer en la puerta
Y hacia el fondo
Consagración del pan, templos de almiares
Con fragmentos y excesos
Unos y otros entre ríos y espejos
Trizando semejanzas
Lo fragmentario, morador, padeces
Consumes la aspereza y lo esporádico
Y prodigas la luz
Cuádrante de elementos cardinales
10
Nosotros que nombramos los lugares comunes
Nombrando apenas nacimientos y muertes
Desorientando abismos
Reiterando silencios
Hallamos los extremos rezumantes de voces
Y un sentido infinito en las manos abiertas
11
No me dejaron ningún legajo de sombras
Viven en mí, por ellos
Ellos, los del relámpago
Los libres desvelados
(Su resurgencia tierna, constelada de ausencias)
Y entonces, por ellos mismos
Duele el canto
Me duele celebrar los brotes que amanecen
Junto a un rio cualquiera cuando alguien agoniza
Pero el poema lleva su musgo
Y en su fluencia nos lleva
Hasta donde los bordes planetarios silvestres
En la memoria se hunden con sus flores que estallan
Del poema “Los moradores”, Acercamientos. Antología poética. 1952-1991
v
el poeta del norte canta del sur
el poeta del sur canta del norte
la canción de allá arriba
hace eco en la cruz del sur
el poema de la cruz del sur
resuena en la canción de allá arriba
los poetas mecen la tierra con su canto
despiertan a las mujeres bajo las luces de los puentes
las adormecen las acunan con la canción zodiacal
Del poema “Ofrendas”, Por los respiraderos del día. En un momento dado. 1998.
Tan fácilmente...
Fácilmente se escapan...
Horizontes
Pero regresan
Nos regresan a este umbral olvidado
Dejarlos que se vayan con la llama
Palparlos otra vez en el cuerpo que amamos
Y verlos abismarse
En el polvo que alborotan los pájaros
O entre los aros de los juegos
Volvemos al balbuceo de una sílaba apenas
Hasta el silencio de la luz
Arrebujados en el secreto de las raíces
De pie
Sobre horizontes de comienzo
¡Cómo es bello sentir entre el aire
Que no es tan última la ceniza!
De Por los respiraderos del día. En un momento dado. 1998.
De la casa arraigada
(selección)
Victoria
Cuando la casa corrió hacia los escombros, alguien
Junto al tablero vigilaba su castillo de naipes.
Cuando el porfiado rito sacudió las cenizas, la adolescen-
te con el bastón padecía el danzar ebrio de una mujer
descalza sobre el césped.
Cayeron secretas piedras de lo alto, aves asaeteadas por
la sed del verano, ventanas con geranios, campanarios
sobre potros perdidos donde los niños cabalgaron con
foetes de ramajes felices.
Oh aldea nuestra,
sucesión digna,
viste la prostituta huir de la embriaguez tras una ronda
infantil en el parque.
Hoy se levanta la antigua derrota, endereza cascos y
metrallas con espantosas suavidades de aceite, acomo-
da ágil y firme la carroña. Y la esquirla final en su
ficción de vástago remata el parapeto victorioso.
Ay el designio oscuro de la raíz jinete
y la entrega insegura que nos anda en la piedra.
En la casa donde el ausente duele como una grieta
viva, se cumplió el ritual más amargo. Allá todos can-
taban en la mesa. Allá debimos construir la sonrisa,
llevarla de las zarzas a la cima con esa luz primera
que anudó la semilla.
La Madre dijo: —Ha ido al bosque.
Volverá por la tarde.
Y con mano espinada
arrancó de los senos el retrato amarillo.
De la Casa Arraigada
Cuando el ciego rompe las bombillas y separa los cables, la luz ajena
asciende de trizaduras claras y el agua recupera su movida columna
en la cárcel de la fuente central donde el niño ha visto naufragar su
pequeño navio de papel secante y su guitarra nueva,
su guitarra con cuerdas de limo.
El mínimo sosiego universal creado por canutos de bambú y acuarios
gigantescos bajo una lluvia de melodía. Los ojos suspendidos por la
reja de estambre como los de otra Máslova asombrada dentro de la
prisión crecitiva.
Y la tregua arraigada desde el último piso.
Sobre tu cama el techo aventura vuelos de ladrillos dispersos, formas
inesperadas de verdeceres súbitos en la tarde sombreada del musgo
que organiza cariátides.
Podría estarme quieto en la cal de tu casa, confiado de encontrarme
persuadido en lo solo con dichoso desgaste de reflejos.
De visiones cerradas en la pared interna, igual que rescatando el ne-
cesario abismo por el tallo, descubriste este infierno sembrado de gua-
nasnas, timoneaste esta barca de raíces. Y hasta el silencio último de-
fendiste la ternura en la piedra.
Oh la paz de tu cuarto que logra un seguro ramaje.
En la pizarra dócil de la costa despierta junto al lecho, me enseñaste
el llegar cotidiano: —Llegar es ser vertiente, agua ritmada, caracol mu-
sicante, abismo indispensable. Llegar a lo cercado e incitar la escultu-
ra. Llegar y sacudir la campana oxidada, crecida en otro cuerpo,
otra zona de canto.
La noche es un derrumbe de puertas sabias,
un naufragio de cruces sobre mar de hojas nuevas,
es el camino dócil para nuestra persuasión diaria.
Y en las ruinas
donde solo un insecto cohabita con su sombra y no hay barro espon-
táneo para una línea viva, oigo batir la puerta de mi casa arraigada.
Miro blandir el pájaro violeta sometido a cerrojo, cayendo eternamente
hacia el final del vuelo, fustigando su norma y al margen de la pluma
como si un ala sola arrastrara en el pliegue todo el deber del bosque.
Y la puerta se aleja de la sujeción fría con su visión de antiguos pico-
tazos en la madera docta.
Hacia el árbol exacto la puerta trotadora.
En la corteza muerdo todavía la quilla de aquel barco, crecido en olas
de liqúenes conscientes que anticipan la proa y el abismo del viaje.
La casa arraigada, Caracas, Tipografía italiana. s/f. [1952]
http://www.elcautivo.org/
1.
Al calor de la llana y deshecha vislumbre,
en la desnudez suma del resguardo,
nos aguarda, nos acerca
lo que nunca podremos compartir.
2.
Bienguardada hasta donde no somos,
corriente que estás poseyéndolo todo
y no eres todo en el quiebre,
en el contacto, en el halo indiferente
de las formas, hartándonos.
3.
¿Qué mueve a decir que nada espera,
ni se abre
sobre la tierra tan simplemente reticente,
con su cielo rupestre,
con sus horizontes sin arraigo?
La lengua torpe, negándose
y colmada en el olvido de su sed,
dice, no obstante, desde el resguardo,
la abierta, la esperada señal.
4.
Resguardo idéntico a la firmeza habitada.
No responde. Se hace el sonido
desnúdamente material. Y las voces gravitan
en el vacío de sus signos. Sentir, a destajo,
lo impenetrable propiciando la morada íntegra.
Y no responde la vigilia de estar siendo
sobre el apoyo inescrutable.
5.
Afirmar, como respiración,
la primera y la última vez.
Mientras alguien diga, mientras alguien escuche.
Y la conjetura, entonces,
tan sólo una demora de crepúsculo,
la insoslayable quimera excedida
sobre el rastro de los desprendimientos.
De Acercamientos. Antología poética. 1952-1991
8
Desde tu casa, morador
Prolongas horizontes y macizos
Brechas del día
Tubérculos del sueño
En tu desvelo y tu arrebato centras
Las escalas de arraigos y brillos sucesivos
Por ti la flora cotidiana insólita
—tan sobre y a lo largo—
Afirmada en los hilos secretos del amor
9
Con fragmentos de sueños,
Ásperos, como cactus,
Livianos, como esporas
Con excesos de realidad salvada
—La mujer en la puerta
Y hacia el fondo
Consagración del pan, templos de almiares
Con fragmentos y excesos
Unos y otros entre ríos y espejos
Trizando semejanzas
Lo fragmentario, morador, padeces
Consumes la aspereza y lo esporádico
Y prodigas la luz
Cuádrante de elementos cardinales
10
Nosotros que nombramos los lugares comunes
Nombrando apenas nacimientos y muertes
Desorientando abismos
Reiterando silencios
Hallamos los extremos rezumantes de voces
Y un sentido infinito en las manos abiertas
11
No me dejaron ningún legajo de sombras
Viven en mí, por ellos
Ellos, los del relámpago
Los libres desvelados
(Su resurgencia tierna, constelada de ausencias)
Y entonces, por ellos mismos
Duele el canto
Me duele celebrar los brotes que amanecen
Junto a un rio cualquiera cuando alguien agoniza
Pero el poema lleva su musgo
Y en su fluencia nos lleva
Hasta donde los bordes planetarios silvestres
En la memoria se hunden con sus flores que estallan
Del poema “Los moradores”, Acercamientos. Antología poética. 1952-1991
v
el poeta del norte canta del sur
el poeta del sur canta del norte
la canción de allá arriba
hace eco en la cruz del sur
el poema de la cruz del sur
resuena en la canción de allá arriba
los poetas mecen la tierra con su canto
despiertan a las mujeres bajo las luces de los puentes
las adormecen las acunan con la canción zodiacal
Del poema “Ofrendas”, Por los respiraderos del día. En un momento dado. 1998.
Tan fácilmente...
Fácilmente se escapan...
Horizontes
Pero regresan
Nos regresan a este umbral olvidado
Dejarlos que se vayan con la llama
Palparlos otra vez en el cuerpo que amamos
Y verlos abismarse
En el polvo que alborotan los pájaros
O entre los aros de los juegos
Volvemos al balbuceo de una sílaba apenas
Hasta el silencio de la luz
Arrebujados en el secreto de las raíces
De pie
Sobre horizontes de comienzo
¡Cómo es bello sentir entre el aire
Que no es tan última la ceniza!
De Por los respiraderos del día. En un momento dado. 1998.
De la casa arraigada
(selección)
Victoria
Cuando la casa corrió hacia los escombros, alguien
Junto al tablero vigilaba su castillo de naipes.
Cuando el porfiado rito sacudió las cenizas, la adolescen-
te con el bastón padecía el danzar ebrio de una mujer
descalza sobre el césped.
Cayeron secretas piedras de lo alto, aves asaeteadas por
la sed del verano, ventanas con geranios, campanarios
sobre potros perdidos donde los niños cabalgaron con
foetes de ramajes felices.
Oh aldea nuestra,
sucesión digna,
viste la prostituta huir de la embriaguez tras una ronda
infantil en el parque.
Hoy se levanta la antigua derrota, endereza cascos y
metrallas con espantosas suavidades de aceite, acomo-
da ágil y firme la carroña. Y la esquirla final en su
ficción de vástago remata el parapeto victorioso.
Ay el designio oscuro de la raíz jinete
y la entrega insegura que nos anda en la piedra.
En la casa donde el ausente duele como una grieta
viva, se cumplió el ritual más amargo. Allá todos can-
taban en la mesa. Allá debimos construir la sonrisa,
llevarla de las zarzas a la cima con esa luz primera
que anudó la semilla.
La Madre dijo: —Ha ido al bosque.
Volverá por la tarde.
Y con mano espinada
arrancó de los senos el retrato amarillo.
De la Casa Arraigada
Cuando el ciego rompe las bombillas y separa los cables, la luz ajena
asciende de trizaduras claras y el agua recupera su movida columna
en la cárcel de la fuente central donde el niño ha visto naufragar su
pequeño navio de papel secante y su guitarra nueva,
su guitarra con cuerdas de limo.
El mínimo sosiego universal creado por canutos de bambú y acuarios
gigantescos bajo una lluvia de melodía. Los ojos suspendidos por la
reja de estambre como los de otra Máslova asombrada dentro de la
prisión crecitiva.
Y la tregua arraigada desde el último piso.
Sobre tu cama el techo aventura vuelos de ladrillos dispersos, formas
inesperadas de verdeceres súbitos en la tarde sombreada del musgo
que organiza cariátides.
Podría estarme quieto en la cal de tu casa, confiado de encontrarme
persuadido en lo solo con dichoso desgaste de reflejos.
De visiones cerradas en la pared interna, igual que rescatando el ne-
cesario abismo por el tallo, descubriste este infierno sembrado de gua-
nasnas, timoneaste esta barca de raíces. Y hasta el silencio último de-
fendiste la ternura en la piedra.
Oh la paz de tu cuarto que logra un seguro ramaje.
En la pizarra dócil de la costa despierta junto al lecho, me enseñaste
el llegar cotidiano: —Llegar es ser vertiente, agua ritmada, caracol mu-
sicante, abismo indispensable. Llegar a lo cercado e incitar la escultu-
ra. Llegar y sacudir la campana oxidada, crecida en otro cuerpo,
otra zona de canto.
La noche es un derrumbe de puertas sabias,
un naufragio de cruces sobre mar de hojas nuevas,
es el camino dócil para nuestra persuasión diaria.
Y en las ruinas
donde solo un insecto cohabita con su sombra y no hay barro espon-
táneo para una línea viva, oigo batir la puerta de mi casa arraigada.
Miro blandir el pájaro violeta sometido a cerrojo, cayendo eternamente
hacia el final del vuelo, fustigando su norma y al margen de la pluma
como si un ala sola arrastrara en el pliegue todo el deber del bosque.
Y la puerta se aleja de la sujeción fría con su visión de antiguos pico-
tazos en la madera docta.
Hacia el árbol exacto la puerta trotadora.
En la corteza muerdo todavía la quilla de aquel barco, crecido en olas
de liqúenes conscientes que anticipan la proa y el abismo del viaje.
La casa arraigada, Caracas, Tipografía italiana. s/f. [1952]
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