domingo, 24 de julio de 2011
4237.- PEDRO JOSÉ VIZOSO
PEDRO JOSÉ VIZOSO nació en Xinzo de Limia (Orense), el 30 de octubre de 1959. En 1977 escribió sus primeros poemas y tras un impreciso bachillerato salesiano, partió para Suiza (1977) y Venezuela (1978), país en donde permaneció durante casi diez años. Ésta fue, aparte de la poesía, la experiencia central de su vida. Desde su regreso en 1988, reside en Málaga, ciudad que ha sido testigo de la publicación de la mayoría de sus trabajos literarios. Es autor de los libros Lo real y su sombra, aparecido en 1993 y de Cuaderno de bosque, publicado al año siguiente. En La ventana, también de 1994, "plaquette" editada por el Ateneo de Málaga, adelantó algunos de los poemas que integran su libro La doble vida, de próxima aparición. Finalmente, Ases: Antología súbita (1995), contiene una selección tan improvisada como breve de poemas tomados de sus libros inéditos. En 1993, con Antonio Romero Márquez, fundó Papel Literario, suplemento cultural del diario Málaga, que dirigió durante la primera etapa de su andadura. Sus páginas acogieron la mayoría de los artículos que ha publicado hasta la fecha, especialmente las semblanzas literarias agrupadas bajo el título de "Galería modernista". Para el Centro Cultural Generación del 27, dirigió los cinco números de la revista Calas (1997-1999). Resultado de sus pasiones poéticas foráneas son sus traducciones de poesía, principalmente de poetas franceses (Nerval, Verlaine, Rimbaud, Germain Nouveau, Charles Cros, Toulet, Supervielle, Daumal, Cocteau, Schehadé, etc.), algunas de las cuales han aparecido en periódicos y revistas. En octubre de 1999 apareció su edición de la Obra poética de Gérard de Nerval.
[1]
CENA DE CENIZAS
Vienen los muertos para hablar conmigo:
llegan juntos, difuntos, cejijuntos
luciendo en las solapas cenicientas
las orquídeas de yeso del recuerdo.
Solitario banquete de ceniza,
asamblea de huesos descarnados
bajo los cortinajes de la sombra
y la rota escayola del ocaso.
La risa absorta de las calaveras
rompe el silencio de mi biblioteca
donde Quevedo y Baudelaire disputan
de lujuria y de muerte, almas en vela.
Pero los muertos de mi pensamiento
con sus cráneos de cuarzo miran fijo,
miran al otro muerto, al muerto vivo,
y en el ojo del culo guiñan cómplices.
(1988)
[2]
LABERINTO
La noche me devuelve una mirada
que viene desde el fondo de los años.
Estaba en otra noche, en otro tiempo
mirándome a mí mismo en este cuarto.
Me levanto y recorro las desiertas
calles que me separan de mí mismo.
Voy a parar a una ciudad sin nadie
que es como un pozo de ciudades juntas.
Ciudad de sueño y árboles abstractos,
de coches muertos y de soles grises.
Ciudad de sombra y de glacial silencio,
llena de cicatrices, sin auroras.
Y entro en el cuarto donde estoy mirándome,
y cierro ya los ojos y oigo pasos
por los ciegos caminos de mi sangre:
oigo los pasos que me están buscando.
(1988)
[3]
LOS SUBURBIOS DEL SUEÑO
Yo desperté en la madrugada rota.
Busqué tu blanco cuerpo: sólo pude
tocar el humo oscuro de tu ausencia.
Dejé la cama de herrumbroso hierro.
Busqué la luz del alba. Era de noche.
Salí a la calle. El tiempo, consumado,
en relojes de mármol se espesaba.
Yo era una sombra que buscaba sombras.
Sólo encontré inmundicias. La ciudad
ya no estaba en la historia. En todas partes
una fría blancura se adueñaba
del silencio y sus fósiles poliédricos.
No amanecía nunca. Yo cruzaba
los suburbios del sueño y ya mis pasos
tejían una red que me ceñía,
y me aplastaba el peso de mis pasos.
Cada puerta era un signo, negra runa,
una letra vacía, indescifrable.
En un muro sin fin tracé en la noche
la cifra de mi muerte. Era tu nombre.
(1990)
[4]
EL NOMBRE
Tu nombre arde esta noche como un cirio.
Roe la memoria el sueño, el alma pesa:
esta noche tu nombre me atraviesa
con su flechazo de afilado lirio.
Hoy me alumbra la Rosa del Delirio,
fuego amarillo en la penumbra espesa.
Tu recuerdo es la espina y la pavesa
de esta rosa de sombra y de martirio.
Mi rostro, destrozado por los años,
por el espejo flota a la deriva
sobre la balsa de los desengaños.
Arde en sombras mi frente pensativa
y en ella arde el ayer, días y soles,
como un ramo espectral de girasoles.
(1990)
[5]
ENDIMIÓN
Medianoche. El pasado entra en mi cuarto
como una sigilosa avanzadilla.
A la luz de una lámpara amarilla,
a solas con mi nombre, yo me aparto.
A la luz de esta lámpara, en mi cuarto:
el cuarto del dolor, la pesadilla,
el semen calcinado y la colilla...
Todo el pasado vuelve y quema el cuarto.
Hundido del espejo en el abismo
busco en vano los restos de mí mismo:
mi rostro es una máscara de arena.
Y en los blancos suburbios de mis sueños
yace entre desperdicios marfileños
la estatua rota de la luna llena.
(1990)
[6]
OLVIDO
Yo quisiera beber ávidamente
en la copa de sombra del olvido:
beber hasta borrarme lo vivido...
Y romper la corteza de mi frente
y escapar de mi nombre: ir a la fuente
donde está el manantial de su sentido
y palpar allí pulpa y contenido
de su seco y gastado continente,
y el guijarro buscar de mi semilla
sumergido en la espuma de mis sesos,
en la tibia sustancia de mi arcilla...
Y después, con mis júbilos ilesos,
limpio y desnudo, desde la otra orilla
a mi nombre volver y a mis huesos.
(1990)
[7]
UN CEMENTERIO EN EL SUR
Una sacra humareda levísima se eleva
de los blancos sepulcros, cuyas losas pulquérrimas
el poniente ha encendido como brasas sin fuego.
El aire resplandece como un vivo recuerdo
y un fulgor destrozado de naciones y siglos
vibra sobre los mármoles y los fragantes mirtos.
Pequeño camposanto varado como un barco
junto al mar azulísimo tan próximo que antaño
blancas naves surcaron abrumadas con ánforas,
con estatuas, monedas, con guerreros y lanzas...
Un mar duro, metálico, tal escudo de acero
que bruñe un resplandor de países de viento.
Tras los cipreses bíblicos y las pálidas tapias,
el cielo es ya ceniza, perfume, sueño, nada...
Pensativo paseo por estas avenidas
de pequeñas casitas encaladas y limpias
que semejan un pueblo muy ordenado y bueno
donde no pasa nada, como en todos los pueblos.
Y no oprime esta atmósfera donde, azaroso, flota
el humo de los huesos ya disueltos en sombra,
que se eleva en el aire funeral habitado
por palomas de yeso y por espurios ramos,
crucifijos, estatuas, coronas, esculturas
que atiborran el plácido puñadito de tumbas,
colmena silenciosa donde cada celdilla
es vasija de huesos, quebradiza vasija
donde, impávido, el tiempo para nadie atesora
tanto dolor y angustia, tanta ambición y pompa.
Algunas losas tienen una argolla metálica
y es aldabón tristísimo, porque allí nadie llama,
y en vano nombre, fechas, charramente labrados
con un oro retórico sobre el pálido mármol
silenciosos pregonan esta suma de ayeres,
repertorio de sombras...
¿Y ocuparé, solemne,
esta alcoba con vistas hacia ningún paisaje?
¿Y aspiraré el perfume de esos ramos fugaces,
de esas rosas de fuego, de esos jazmines cándidos,
que abandonan los vivos en cálices de plástico
cuando van a sus muertos de visita el domingo?
¿Y oiré yo (en qué comarca del insondable abismo)
las voces de esos niños al ritual ajenos
que aún ignoran, dichosos, la amenaza del tiempo,
y por los panteones como pájaros saltan?
¿O es que acaso tendré, como ahora, nostalgias
de remotos países a los que nunca he ido,
vastos mundos de sombra que son sólo espejismo,
mas de cuyos ponientes, ciudades, calles, cielos
guardo yo mil recuerdos tan vívidos y eternos?
(1994)
[8]
INVERNESS
A Suzanne Ciani
Como entrevistos barcos de sombra, de humo o alba,
que en la tarde dejaran sus estelas de fuego,
de la bahía en llamas de mi memoria zarpan
los barcos encendidos de mis propios recuerdos.
Yo no sé adonde apuntan con sus proras inciertas
estos barcos sin rumbo por la luz en que bogan
a través de las costas que en mi mente se elevan
y apenas perfiladas se deshacen en sombra.
Sólo sé que está ardiendo la rosa de la vida
y mis recuerdos parten cual plateados aviones
de esta ciudad sin nombre que en el ocaso brilla
al final de este siglo de las demoliciones.
Con todo cuanto he sido, con cuanto yo he soñado,
como gritos inútiles que escaparan del pecho,
de la inmensa bahía de mi pena han zarpado
los barcos fantasmales de mis propios recuerdos.
Lentos buques obscuros que a su Pasado vuelven
y sus hondas sirenas van lanzando un gemido
desgarrador, metálico, larguísimo, doliente
que se adentra en la tarde y en todo lo vivido.
Brillan como pavesas de ciudades de vidrio
que el crepúsculo abrasa y en mi menoria fulgen,
ciudades jamás vistas en donde yo he perdido
mi corazón, mi rostro y cuanto nunca tuve.
(1996)
[9]
LÍMITES
¿En mar o en cielo bogan
esos barcos que pasan?
No hay confines: los borra
la luz deshabitada.
Relumbra una gaviota
como si se abrasara.
Por el cielo se arroja
y su pecho es un ascua.
La luz, esta luz rota,
en los muros se atarda.
Se adueña de las cosas
un vértigo: ¿son nada?
En jardines sin forma,
solo, un pájaro canta.
Vuelve el mundo a la sombra
y el cielo se amorata.
A sus obscuras costas
vuelven barcos en llamas.
Con levedad insólita
casas y árboles zarpan.
Lo real se desploma;
ya las últimas casas
tan sólo en mi memoria
sus cimientos afianzan.
Esos pinos y rocas
son una masa abstracta;
acumulada tromba
de silencio y de ramas.
Se derrumba la historia
-artificiosa máquina-.
Sus columnas remotas
esta luz las socava.
Ya las cosas son otras.
En su sombra se bañan.
Están lejos y próximas,
son ambiguas y exactas.
Se disipan las cosas;
quedan sólo palabras.
Queda sólo a esta hora
la luz tenue del alma.
(1998)
[10]
LA LUZ DE LAS ALMAS
De dolor y de muerte hablan las cosas
las cosas hablan de su luz recóndita.
Como un bosque de cirios y de lámparas
son mis recuerdos y mis remembranzas.
Candelas en la noche de la historia
que el viento de los años ya sofoca.
Las almas pasan, brillan frías, muertas
como trémulas luces en la niebla.
Por las ciudades quebradizas, solas,
que resplandecen en la sucia aurora.
Mis sueños brillan y se desmoronan
como un puñado de monedas rotas.
(1999)
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