domingo, 3 de julio de 2011
4065.- JENNIFER MARLINE
Jennifer Marline. (Santo Domingo, República Dominicana, 1985). Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Santo Domingo. Columnista y colaboradora del suplemento cultural Ventana, del periódico Listín Diario. Ha sido incluida en la antología de poesía joven Safo, de la editorial Angeles de Fierro. Ha colaborado en el suplemento cultural del periódico El Caribe, con la revista cultural Mythos y con la revista Lengua. Ha publicado Claroscuros de mi memoria, con el cual obtuvo mención de honor en el Premio de Poesía Pedro Mir de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE).
Sylvia
Devoras el fuego, famélica,
Llamas se destilan de entre tus dientes,
Perforan las encías enrojecidas de tu sórdida sonrisa,
Los labios arden.
La lengua late bajo la hiel que tiñe de verde tus palabras,
Tu boca dice la muerte… su muerte.
Y está cerca, muy cerca de ella,
El sonido etéreo de tu presencia la despierta de su reposo,
Sus figuras abrasan tu voz, cómplice absoluta de todos los incendios,
De la carne viva de entre tus dientes.
Palabra tras palabra
El golpe fulminante de tus versos.
IV
Predigo una tormenta que se avecina
Y amenaza con derrumbar estas paredes,
edificadas, pacientemente,
desde la prudente serenidad que me corona.
Presiento que quedaré sepultada bajo mi esfuerzo
cuando se deshagan las paredes.
Desespero.
Construyo una escalera de palabras
cuyos escalones se tienden hacia el otro.
Peldaños que pueden escalarse despacio, aprisa,
con furia o frialdad, con miedo o angustia.
He resbalado en esa escalera,
como si cada eslabón fuese tan frágil,
como si la cadena estuviese pendiente,
dispuesta para que yo me cuelgue en ella.
La saeta crepuscular hiende mi corazón.
Erzsébet Báthory
porque al fondo de la bestia
habita un ser humano
Reino, majestuosa,
En el universo de mi helada soledad
Generaciones de gritos indolentes
Lo pueblan
Danzas de cirios se arriman hacia mí
Adolorida,
Iluminan mi voz,
La mirada callada del ocaso.
Suaves sus gargantas
Se desangran por la herida sublime
En soberbia adoración
Hacia mí
Asustada, tiemblo
Accedo al orgasmo del temor
Me reservo a los espasmos del delirio
Lánguida devoción se postra
Exangüe
De sus cuellos reverentes
Hacia la fortaleza de mi inclemencia
Cae. Se quiebra.
Dilatados labios desfallecen
Se despeñan
Hacia el canto susurrado de la muerte
Suite de inesperados asombros
Moradora ilustre de húmedas cabelleras
¡Novia ancestral de la impecable lozanía de mártir!
Virgen encubierta
bajo el vestido de espuma del rocío
Puedo ser el otoño, el verano
La primavera...
Pero soy el invierno.
Jueves
Evoca el llanto,
Por una lágrima pendiente en su ojo.
No te asustes –le dijo-
Es sólo la lluvia.
Generación
A cuesta, los cristales fríos de los partos.
Abultadas de viejas verdades, las mochilas
Van desapareciendo en el camino,
Van ocultando la húmeda huella del fracaso.
A rastras, la intensa agonía de la derrota.
V
Mañana amanecerá sobre mí
-La aurora con sus miles de espadas-
El día, como un torrente,
¿Hacia dónde me arrastrará?
III
Yazco en la noche,
Mortalmente despierta,
Ninguna guarida para el frío que me estremece.
el bufón de la tragedia
III
en el otoño eterno de la imagen pertenecían al círculo del mismo dolor.
el mundo estaba de duelo. mas todos los diablos dentro de él reían. indolentes.
el luto era para ellos una sombra en la cual ocultarse de la luz.
una nube blanca entre la tormenta. la nación sepultada parece resucitar:
él recuerda la lluvia escucha su furia en todas partes. siente que lo va a arrastrar.
llama a su nombre como si quisiera vengarse de él
él voltea. recuerda de golpe: la lluvia en sus adentros arrastró miles de almas.
y las almas llovieron sangre dentro de él.
el bufón de la tragedia
II
el color intenso del café hirviendo entre las manos juntas sudorosas trémulas resbaladizas esferas milenarias consumiéndose en los contornos insuficientes del pozo el reflejo de la luz amarilla tímida rezagada danzando como un puntito sobre la superficie negra y profunda del café un puntito amarillo danzando sobre la superficie levemente negra y elevada de los cristales de las gafas (único velo sobre su rostro para reflejar el duelo): tras ellos el gris de una lluvia indeseada pare un puntito blanco fijo sobre la superficie cristalizada y líquida de las pupilas un puntito iluminado cayendo entre la gota que acarrea la lágrima sobre la mejilla un puntito evaporado por la inercia del dolor condenado a caer y desvanecerse
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