MIGUEL LABORDETA
Poeta español. Nació en Zaragoza en el año 1921 y murió en el año 1969. Recurre a una imaginería procedente del surrealismo para presentar una crónica puntual del sinsentido, el desamor y la soledad, teñida de ironía y desgarro existencialista. Su obra está compuesta por títulos como Sumido 25 (1948), Violento idílico (1949), Transeúnte central (1950), Epilírica (1961), y los publicados después de su muerte Autopía (1972) y La escasa merienda de los tigres (1975).
UN MUCHO VAGABUNDO DESPROVISTO DE CARICIAS
Largos versos escribo con mi pluma de ave.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
No estoy triste ni alegre. Más bien un poco turbio,
un poco espada, un mucho vagabundo magnífico
profano de caricias.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Todo se ha vuelto claro. Nada tiene importancia.
Mi apellido no existe, pues todo fue quimera,
y mi nombre marchitó los espejos dentro de cinco siglos.
Cada espectro de Luna
me voy muriendo un beso.
Cada gota de sol
surjo un instante de oro
de mi pus y mi sueño.
Rasgo todas mis máscaras con un signo de paz.
No quiero ya más templos donde roben mi vuelo,
sino intemperie pura que incendie mi caída.
No más engaños ya. Toda verdad es vana,
casi mentira sólo.
Tienen todos los labios un cárdeno regusto
a planeta perdido sin importarle cómo.
Miradme. Estoy sin amo. Como un perro sarnoso.
Mi astrónomo amigo ha huido.
No acudió a la cita de la cena.
Se enamoró del Polo de los Cielos.
Tuvo suerte en su lid.
Berlingtonia-Madre-Galaxia-Novia
le reclamo habitante del mar de las esferas
sin carta de llamada ni pasaporte fijo.
En la mágica caverna del cinema
cojo a mi amor la tierna mano fría:
Eres mi dulce odio, emboscada de instinto
hecho con látigo de hechizo tililante.
Mis lascivos propósitos riñe mi niña buena:
¿Por qué no acudes a misa de una y media,
sosito mío…?
¿Por qué no trabajas
como cualquier hombre decente
y ganas un sueldo honorable
con seguro de vida y una vejez tranquila?
¿Por qué escribes suciedades
que además nadie compra
si la vida es bonita
y hay meriendas tan ricas
donde se baila el vals?
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Fabrico espantapájaros. Al estío le sucede el otoño.
Doy clases de Historia a cretinos simpáticos.
Cada curso tengo un bolsillo menos y una calva más amplia.
A veces oigo música anónima y lloro como un tonto.
Ciertas tardes de fiesta me encierro con mi pena allá dentro.
Pero también acudo los domingos
a los campos de fútbol o a las plazas de toros,
y vislumbro en lo alto de las torres de anuncios
a la pálida doncella inexorable
sonriendo con su puñal de nube
a la ululante muchedumbre
de energúmenos en flor,
¡espléndida cosecha de calaveras para el año 2000!
Ha llegado un telegrama de cementerio-Aries:
«Sin hora liquidada. Astrónomo amigo
paso sin novedad toda orilla celeste. (Stop).
No volverá jamás. (Stop.) Hasta la vista. (Stop.)»
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Con mi pluma de ave escribo largos versos.
LOS ÁNGELES SUBTERRÁNEOS
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
LA VOZ DEL POETA
En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobres gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los muertos.
En lo alto del Faro,
amando,
sabiendo que el amor es un fracaso,
y cantando,
sabiendo que su canto no ha de ser comprendido.
Vestirse, alimentarse,
ganarse el pan de cada día,
discutir de las cosas banales,
endomingarse como cada cual
y hacer el amor a una dulce estudiante,
como cualquier empleado de Banca.
Y sin embargo,
velar largamente en duelo,
oír en los silencios el ritmo pavoroso de los tiempos,
acariciar la marea de las edades inmensas,
rompiéndose en quejidos y maravillosas melodías
contra el humilde corazón infortunado
en lo alto del Faro.
En lo alto del Faro,
mientras todos se emborrachan en los festines,
o corroen su envidia en las duras jornadas de trabajo,
o acaso buscan sus puñales secretos
para degollar al niño desconsolado que ellos fueron,
la mirada rauda de visiones
persigue el rumbo, en intemperie desconsolada y altiva
de los navíos futuros.
Y preguntar a la sangre el porqué del olvido
e indagar las primaveras que nacen del sollozo terrestre
y la melancolía que hila el atardecer solitario de los cielos.
Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo su cabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo de antemano que nada es la respuesta.
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.
LETANÍA DEL IMPERFECTO
Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes.
En música y llanto mi ubre roída de pastor.
Tumbas de aguas y sueño,
soledad, nube, mar.
Doncellas en flor, cementerio de estrellas,
cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga,
en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros,
mineros desertores de la luz insaciable.
Cráteres de lluvia. Volcanes de tristeza y de hueso,
despojos de pupilas y hechizos desgajados.
«Me gustas como una muerte dulce…»
Arrebatado. Sido. Aurora y espanto de mí mismo.
Viejos valses con calavera de violín
en la cintura de capullo con sol ciego de ti.
«Pero me iré…
debo irme… pues el jardín no es leopardo aún
y tu caricia una onda vaga tan sola
en los suelos secretos del atardecer…»
Canes misteriosos devoran mi perdón.
Mi distancia se pierde en las columnas de tu abril jovencito.
Cero. Vorágine. Desistimiento.
Nueva generación de hormigas dulces cada agosto.
Viento y otoños por los puentes romanos derruidos.
Golpeo a puñetazos besos de miel y desesperanza
en pavesas radiantes de futuras abejas.
Veintisiete años agonizantes
sonríen largamente a lo lejos.
Buceo. Soles y órbitas indagando los cubos del olvido.
El misterio. Eso siempre.
El misterio a las doce en punto del día
y en su centro de asfalto
yo
impertérrito.
PLEGARIA DEL JOVEN DORMIDO
Hermanas Estrellas:
¿Me escucháis?
¿Oís el palpitar de mi ardiente manantial tronchado
indagando su fervor de precipicio
en este planetario estío
de hermosura sin faz?
Vosotras, mis hermanas mayores:
¿qué sabéis?
¡Decidme! ¡Habladme del sentido del abismo
todo futuro sido en el espacio curvo…!
Contadme, mis hermanas gigantes,
contadme que fueron las borrascas nebulosas
preñadas de gérmenes dulcísimos
y de terribles olvidos sepultados
hacia una furiosa potencia en carne viva
devorándose a sí misma
en silencio y hormiga
labio y galaxia o brisa
siempre muerte resucitada…
¿Lo sabéis? ¿Sabéis a dónde iré yo?
¿Sabéis a dónde iréis vosotras,
mis lejanas hermanas?
¿Sabéis a dónde irá todo
cuando el Ojo Secreto
se aniquile en burbujas de Luz?
¿O no tendremos fin…?
¿Será todo como este ensueño
en que os sueño,
mis hermanas estrellas,
mis lejanas, mis gigantes hermanas?
¡Decidme! ¡Habladme!
¿Sabéis el destino de nuestros muertos
implacables de enigmas?
¿Qué sois,
anhelo puro,
vientres de luz?
¿Acaso pensamiento
de una serena grandeza fugacísima?
¿O frías criaturas de fuego
que esperáis algo inauditamente,
una mañana de primavera perenne quizá?
¿Lo sabéis? ¿O no conocéis nada?
¿O no existís ya
y sólo contemplo el último parpadeo
que lanzasteis sobre la Vía Láctea
cuando las cunas eran tan sólo
pleamares de lodo y semilla de engaño?
¿Me escucháis?
¿O no tienen respuesta mis palabras
de suicida recién nacido?
¿Nos encontraremos al final?
¿O el punto y el anciano,
la senda y el minuto,
el signo y la Bondad
son tan sólo perdidos amuletos de la Mente,
cenizas de fotones
callando nuestras fuentes milagrosas
polvo de melodías eternas,
certero enigma sin pupila,
derramándose sobre quietos lagos desconocidos?
¿Y yo? ¿Sabéis quién soy?
¿Os sonreís? ¿O sois ciegas?
Sí.
¿O sois ciegas como yo?
Hermanas Estrellas,
mis lejanas, mis gigantes hermanas
moribundas sin acto,
frágil nota acurrucada
como polen de otoño
o labio encendido de muchacha
que ha de morir.
¿Qué matriz cercenada
se abre en vuestro misterioso nido?
¿Qué pecado pavoroso columbra
vuestra incógnita?
¿Hacia qué Totalidad embriagada
os dirigís sedientas de promesa y descanso?
Contadme,
contadme vuestros mitos maravillosos
de amor hacia los soles inacabables.
¿O no sabéis nada? ¿O sois ciegas como yo?
Mis hermanas, mis lejanas y gigantes hermanas Estrellas.
RETROSPECTIVA EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie, nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
SONÁMBULO SINIESTRO Y SOLITARIO
sonámbulo siniestro y solitario
a través de una larga noche sin consuelo
van y vienen y van
los sucesos las olas los peces de tu alma
quién te dará su alivio
atormentada senectud en vilo?
quién
adónde
eres tú mismo?
llorabas al nacer
sentiste el frío del espacio
invisible el tiempo de los lémures
los terrestres soportes
imaginarios dones de tristeza
de combate de ardor
de muerte en suma
pero te irás un día
en un momento y qué?
qué has hecho?
vivir y eso qué es?
qué pretendes ser
en el universo y pico
del instante profundo
y sin memoria?
todo pasa y esto calma
volveremos quizá
quién sabe si hasta luego
quién sabe si hasta dónde
son las cenizas horas de tu llanto al nacer
pero al partir sonríe quedamente
en la penumbra querida criatura
despreciable y pequeña
podía haber sido
tenías que haber sido quizá
abrazo para siempre
jamás
en el olvido
hasta otra aurora
ESCRIBO PARA NO MORIRME DE PENA
Escribo para no morirme de pena
para no ahogarme en esta sed de asesinar
que cubre las horribles tardes onanistas
de los afanosos alojos de los cines.
Daría mi sed y mi apellido
por un beso tan solo…
pero sólo hay saliva bajo el ardiente
pluscuamperfecto de lo humano.
Me daría por un dios dulce
que me hiciera agonizar en la luz
pero el jinete negro de mis sueños
me invita a la feroz destrucción
de la forma sangrienta de los sepulcros.
Por no entregarme a él, tan verdadero… escribo, hablo,
me devoro en mi propia locura de ser hombre.
(De la época de Viento idílico y Transeúnte central, 1949-50)
POETA
¡Cuánto soñar en vano
farsas de soledad inédita…!
¡Cuánta tarde llamada de tristeza
abrasa el fondo de los ojos erectos
donde se yerguen perpetuamente
las infancias asesinadas,
de tanta primavera lejana.
¡Qué sed
mi dios!
¡Qué sed de veraz compañía!
(De la época de Viento idílico y Transeúnte central, 1949-50)
ESCUCHA JOVEN POETA INADVERTIDO…
Escucha joven poeta inadvertido
escribe para todos
es decir para nadie
no lo olvides
del pueblo vienes
y el pueblo es tu raíz
en consecuencia
no hagas caso del pueblo
vuelve sagrado cuanto toques
natural
cuanto toques sagrado
vuélvelo natural
es decir
haz lo que te dé la gana
quema estas advertencias por favor
es mi consejo póstumo.
Autopía, 1972.
¿Quién no se ha preguntado, al contemplar alguna foto antigua, qué queda en nosotros de aquel niño que éramos, que fuimos? Suele surgirnos de inmediato una reflexión, que ya plantearon los antiguos, o quizá el hombre de todos los tiempos, sobre la transformación que en nosotros ha ejercido, y ejerce, el paso del tiempo. A veces nos produce un poco de tristeza y añoranza; y hasta puede ocurrir que, desde nuestro tiempo presente, no nos reconozcamos y sintamos como extraño nuestro aspecto antiguo, nuestras antiguas ambiciones, pensamientos o sueños.
En este poema, Miguel Labordeta expresa sentimientos y pensamientos de este tipo. El título parece proponernos una mirada sobre la propia existencia, sobre el tiempo ya vivido. Todo el poema mantiene un tono de búsqueda y pregunta, desde ese no reconocerse a sí mismo (autoextrañamiento lo llaman los críticos), sobre la identidad personal.
“¿Qué es el hombre? ¿quién soy yo?”, se preguntaban los filósofos antiguos. Y todos alguna vez. Miguel Labordeta, como quien piensa que esas preguntas no van a encontrar una respuesta de verdad, se pregunta a sí mismo, y mirando al tiempo personal vivido –niñez, adolescencia-, quién he sido, “quién fui yo”. Entendiendo el pasado, tal vez podrá responderse a la pregunta sobre la identidad presente; reconociéndonos en nuestra historia, en nuestro existir, tal vez pueda reverlársenos, si somos algo más, nuestra esencia, nuestro ser: “¿qué es el hombre? ¿qué soy yo?”
No es la de Labordeta una reflexión con especial tristeza sobre el tiempo y las vivencias del pasado. Vuelve a ellos, retorna al niño y adolescente que fue, para tratar de descubrir un sentido a su existencia, el conocimiento de sí mismo.
Pero, por más que rebusca en sus bolsillos, casa, muebles, objetos personales y vivencias (palabras, canciones, propio aspecto, estudios, diversiones, pensamientos, sentimientos), la pregunta existencial (dónde fueron aquellos sueños, palabras, minutos, voz, sombra, todo lo que éramos...) no parece encontrar respuesta, como vemos en la correlación entre los versos que marcan, en estructura encuadrada, la apertura,
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron...(...),
pero nadie me dice quién fui yo.
y la conclusión, un poco desolada, y desoladora, del poema: la vida nos va dejando nada en los bolsillos y sin que sepamos comprendernos:
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
A estos pensamientos vuelve con frecuencia el autor en otros poemas:
Y al partir preguntar por nosotros,
indagar por nosotros,
auscultar por nosotros,
por nosotros mismos recordar
si tal vez se existió
y que una dulce soledad
nos responda en grave despedida.
Y en otra ocasión insiste: Sí. Decidme: ¿para qué nacimos?
Por eso, otro poeta, Gabriel Celaya, le dice a nuestro autor en un poema que le dedica:
Mas me asustan un poco tus tremendas preguntas
“¿De dónde diablos vengo” y “¿Qué hago aquí pensando?”
Comprende. Éstas son cosas que no deben decirse.
Tus cuestiones, por simples, resultan excesivas.
Esta voz poética de Miguel Labordeta se convierte así en voz de cada uno, en voz de todo hombre que se pregunta por sí mismo.
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