Francisco Garfias López (Moguer, (Huelva), 1921 - 26 de octubre de 2010)1 , fue un poeta español, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1971. Cursó estudios de Filosofía y Letras, y de Periodismo en Madrid.
Nació en Moguer, (Andalucía) en el año 1921. En 1937 fue voluntario al servicio militar, pasando 18 meses en San Fernando (Cádiz). Tras acabar vuelve a Moguer, cursando estudios de magisterio en Huelva y obteniendo el correspondiente título en 1940.
Influenciado por la atmósfera juanramoniana en que vivió empezó a escribir sus primeros versos. A la par inició su admiración por el nobel moguereño. En 1942 comenzó los estudios de filosofía y letras en la Universidad Hispalense. Este mismo año publicó su primer libro de poesía Caminos Interiores.
Entre 1942 y 1947 escribió Vendimia y El horizonte recogido, mientras sacó la licenciatura de periodismo. Con el libro Juan Ramón en su reino obtuvo el premio "Juan Ramón Jiménez" de ensayo otorgado por el I.N.C.H. y el Ministerio de Educación en 1967. Otros libros escritos por el poeta fueron Magnificat, Entretiempo, Jardín inacabado, etc.
Trabajó en Radio Nacional de España y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.1 Destacó por su labor de difusión de la vida y obra del Nobel moguereño Juan Ramón Jiménez y de Rabindranath Tagore. Trabajó como compilador y editor de una parte importante de los textos inéditos de Juan Ramón. Garfias rescató la intrahistoria del poeta buscando información entre sus familiares y personas de Moguer con las que tuvo relación.
Fue miembro de instituciones literarias españolas y extranjeros, como las "Academie Belge-espagnole de l"Histoire", "Gran Duque de Alba", "Academia de Buenas Letras, Bellas Artes y Ciencias San Leandro" y "Sociedad Mexicana de Geografía" entre otras.
Murió el 26 de octubre de 2010, después de una larga enfermedad.
Obra
En 1942 publica su primer libro de poesía Caminos interiores y desde entonces, a lo largo de los años, han aparecido dieciocho libros suyos de este género en diversas editoriales españolas:
Caminos interiores (Jerez de la Frontera, 1942)
El horizonte recogido : poemas (Madrid, 1949)
Magnificat : (poema a la Asunción de María) (Madrid, 1951)
Ciudad mía (Sevilla, 1961)
Poemas de Italia (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Acción Cultural, 1964)
Aunque es de noche (Madrid: Rialp, 1969)
Entretiempo (Málaga: Librería anticuaria, 1970)
La duda (Madrid: Oriens, 1971)
Escribo soledad (Sevilla: Aldebaran, 1974)
Desde entonces : (cartas inacabadas) (Sevilla: F. Garfias, 1982) * Jazmín inacabado (Sevilla, 1986)
Pájaros de la cañada (Madrid : Escuela Española, 1989)
Entretiempo; libro de los homenajes (Huelva : Diputación Provincial, 1993)
Flores para Zenobia y otros poemas (Huelva : Diputación Provincial, 1995)
Cincuenta años: antología poética (1942-1992) (Huelva : Diputación Provincial, 1997)
La nieve encendida: antología breve (Huelva : La Voz de Huelva, 1999)
Canción a tres voces (Moguer: Fundación Juan Ramón Jiménez, 1999)
Testigos de la pasión (Sevilla: Consejería de Relaciones Institucionales, 2004)
Vendimia en la sangre: (poemas de amor con los sonetos de la voz cansada) (Sevilla : Arcibel, 2006)
También cultivó el ensayo, la biografía y la narrativa. En prosa publicó nueve libros, habiendo obtenido, Juan Ramón en su reino, el premio "Juan Ramón Jiménez" de ensayo otorgado por el I.N.C.H. y el Ministerio de Educación (1967). Editó diez títulos, como antólogo de poesía española e hispanoamericana, sobre poesía de diferentes países en lengua española.
Sus veintinueve ediciones sobre las obras de los Premios Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez y Rabindranath Tagore, hacen de Francisco Garfias una de las máximas autoridades críticas de la obra de Juan Ramón Jiménez. Trabajó como compilador y editor de una parte importante de los textos inéditos de Juan Ramón. Garfias rescató la intrahistoria del poeta buscando información entre sus familiares y personas de Moguer con las que tuvo relación. Dentro de esta faceta como crítico literario y ensayista podemos destacar:
Selección de estudios como crítico literario en la Red de Bibliotecas Públicas de Andalucía.
Juan Ramón en su reino (Francisco Garfias y prólogo de Arturo del Villar). Fundación Juan Ramón Jiménez, Huelva 1996.
Como pregonero y exaltador cantó las fiestas, Semana Santa y romerías no sólo de su pueblo, sino de numerosas localidades y capitales de la geografía provincial, regional o nacional, estando considerado uno de los mejores oradores de este género, en el que el poeta conjuga una excepcional calidad artística con su exquisita voz:
Palabras en la orilla: (Conferencias y pregones onubenses) / Francisco Garfias. Huelva 1985
Montemayor (Moguer: Hermandad Matriz de Montemayor, 1994)
ESTABA DIOS AQUÍ
Ocurre a veces que la mano toca
el cielo y no lo sabe.
Estaba Dios aquí. ¿Lo habéis sentido?
Estaba en la sonrisa de aquella flor del cáncer.
Ella no lo sabía del todo, pero a veces
le exaltaban tumultos de Dios por todas
partes.
Tanto que repartía Dios en cada mirada.
Tanto que entre las sábanas le crecía,
abrazándole,
y se llenaba toda de un Dios multiplicado
como se llena una hostia grande.
Ocurre a veces que la mano toca
más allá de la muerte y no lo sabe.
CASI ADVIENTO
Casi adviento. Que viene. ¿Y quién me viene?
Como un ramo de arcángeles me llega.
El río de aleluyas ya me ciega
este esperar que sin razón me tiene.
Que suene el agua ya. Por Dios, que suene
el vino del amar en su bodega.
Que cuaje el trigo sin llegar la siega.
Que truene el aire y que el silencio truene.
Es adviento, ¿de qué? Voy poco a poco
cerciorándome al fin del ganapierde
de este llegar que el corazón no alcanza.
Adviento, casi adviento es lo que toco.
Se puso el cielo azul y el aire verde.
Lo que llega, sin duda, es la esperanza.
ESTÁ LLORANDO DIOS...
Está llorando Dios, está llorando.
Sobre el pecho del astro gime y gime.
Es llanto de agua amarga que redime,
maná que nunca acaba, dando y dando.
Un mar, puesto de pie, va levantando.
¡Ay, líquido Tabor, cuajo sublime!
Sobre la sed del hombre que se exime
su Gólgota de lágrimas va alzando.
Está llorando Dios. En la pelea
de sal y de cristales que me triza,
voy flexible, en deshoje, gravitando...
Siento el golpe de amor de su marea;
me levanta, me hiende, me eterniza...
Y está llorando Dios, está llorando.
LA PRIMERA EN LA FRENTE
La primera en la frente, aquí en mi frente,
tormenta o sinrazón que se desboca.
La segunda en la boca, en esta boca
que se me torna llama de repente.
La tercera en el pecho. Fuertemente
contra el pecho, quemante, ardiente, choca,
y me hiende, asolándome la roca,
con un golpe de amén, violentamente.
Estoy signado de presentimientos;
exorcizado en luna y letanía;
con agua, fuego y lodo, aspergeado.
Nutren latín y aceite mis cimientos
y me exalta al dolor de la alegría
esta herida del sur en mi costado.
A MONIC, A DOS AÑOS DE SU MUERTE
Se te cayó la risa con la brisa,
sin saber cómo ni por qué, al vacío.
Un frío repentino, un duro frío,
heló el rosal humano de tu risa.
Se te paró de pronto, más que aprisa,
todo el hervor de vida de tu río.
Trocóse en sombra y en escalofrío
aquella luz que fuera tu divisa.
Ay, Monic, dulce amiga. Te creía
un viento ilusionado y sólo eras
una breve celinda amenazada.
Pero ahora ya eres fuerte, amiga mía:
rosa que no precisa primaveras,
crecida en Dios y en Dios eternizada.
NO PODÍAS MORIR
Dios te salve, María...
Las palabras del ángel subrayaron
lo que la eternidad te deparaba. No podías morir.
Eras como una tierra,
como un luminoso barro que absorbiera
las fuentes de la Divinidad.
El Padre se hizo Amor
por fecundarte,
por engendrar en ti nació el Amor.
Y eras tú como un ánfora plena ya de la Gracia...
Los arroyos divinos conmovieron
la alta pulpa lechosa
igual que el viento una celinda breve.
El Espíritu Santo
sopló por tu oquedad; y tú sentiste
como un bullir de pájaros en las entrañas.
No podías morir.
En vano los escribas,
los sanedritas, el Tetrarca y el Sumo Sacerdote
pretendían llegar a la medula mesiánica.
Palideció, enfrióse, la vara de Aarón
en el Sancta Sanctorum;
se estremecieron las Tablas de la Ley
cuando tu sangre comenzó a cuajarse,
cuando tus pechos crecieron como frutos.
El Señor te caminaba,
te hendía,
te clareaba de una primavera única.
No podías morir.
Y TE OLÍAN LAS MANOS A YERBA DE LOS CAMPOS...
Por todas las Sinagogas
hubo un fragor de angustia.
Temblaban los papiros de las Escrituras.
Gamamiel y Nicodemus y los otros escribas
se mesaban la barba
buscando en lo perecedero el reino de Dios,
mientras tú florecías de divino silencio.
y por tu sangre sobresaltada
–libro de Dios, acaso–
el Verbo iba tomando carne y sangre
de humana criatura.
Te sentías transida de ventura,
de lumbre, aprisionada en ti misma,
arrodillada en el pasmo,
como en tu propia esencia,
estrella en tu regazo,
al recordar las palabras del ángel.
Y aquel Ave María fue un borbotón de sangre
dentro de tus entrañas.
No podías morir.
Fue un trémulo jadeo
que te engarzaba a lo divino.
Un dulce hervir de vida prisionera...
Y cantabas, cantabas:
Cielos, enviad el rocío de lo alto
y las nubes lluevan al Justo,
ábrase la tierra
y germine el Salvador.
Te sonaba la voz a lluvia sobre rosas
y te olían las manos a yerba de los campos.
SE QUEDABA EN TU SANGRE LA ESTELA
LUMINOSA DE LA DIVINIDAD
Y cuando fue sonada la hora,
la hora de Dios y la del mundo,
te arrodillaste, humilde,
para que floreciera el divino fruto
de tu vientre.
Y lloraste de gozo cuando tus manos trémulas,
sostuvieron a tu Señor.
Al Padre y al Esposo
en la carne humanada del Hijo.
Y la promesa de Jahvé a Abraham,
y las profecías de Miqueas,
y todas las impaciencias de Israel
se detuvieron en tus manos.
Dios te salve, María...
Tu cuerpo quedó intacto
y la huella de Dios permaneció en tu vientre.
Se quedaba en tu sangre
la estela luminosa de la divinidad
y esa estela eras tú.
¡No podías morir!
No podían morir ni corromperse
las arterias que fueron
las fuentes de la vida;
ni el corazón que aprisionó en sus fibras
el latido de Dios;
ni el vientre poderoso que fue Sagrario vivo...
Y cuando fue sonada la hora,
la hora de Dios y la del mundo,
te arrodillaste, humilde,
para que floreciera el divino fruto
de tu vientre.
Y lloraste de gozo cuando tus manos trémulas,
sostuvieron a tu Señor.
Al Padre y al Esposo
en la carne humanada del Hijo.
Y la promesa de Jahvé a Abraham,
y las profecías de Miqueas,
y todas las impaciencias de Israel
se detuvieron en tus manos.
Dios te salve, María...
Tu cuerpo quedó intacto
y la huella de Dios permaneció en tu vientre.
Se quedaba en tu sangre
la estela luminosa de la divinidad
y esa estela eras tú.
¡No podías morir!
No podían morir ni corromperse
las arterias que fueron
las fuentes de la vida;
ni el corazón que aprisionó en sus fibras
el latido de Dios;
ni el vientre poderoso que fue Sagrario vivo...
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