Raquel Zarazaga nace en Bilbao cuando aún la ciudad latía al ritmo de los astilleros y los altos hornos. En su primer colegio aprende pronto a ponerle nombre a los sueños y le gusta. Pero no es hasta muchos años más tarde cuando cruza el espacio rumbo al Sur y se instala en la Bahía de Cádiz y en contacto con la Tertulia El Ermitaño, donde codirige varias ediciones de la Bienal de Artes plásticas y literatura Plastilírica, cuando empiezan a conocerse sus primeras creaciones. Y empiezan lecturas múltiples en la Fundación Caballero Bonald, en los Talleres de Poetas en el aula, en ciclos de lecturas como 'Diverso-Divino' en Jerez, 'Haikus' en Montenmedio, 'Mujeres de luz' en la Fundación Alberti, 'Salón de tarde' en la Casa de las Mujeres de Jerez…; y publicaciones en revistas literarias y virtuales como: La rosa profunda, Las afinidades electivas, Almiar, Hankover, Poemanía, Femiteca de Ciudad de mujeres…, entre otras.
OBRA:
Publica en antologías varias: Café Central, Aula de Poesía de Sanlúcar de Barrameda…, y en otras de próxima aparición : Escritos con tiza, del grupo de Indocentes; Veintiuno, de CVA Ediciones. Tiene inéditos otros títulos como: Poemas vegetales, Seda salvaje, El grano de trigo, Imaginario de la infancia y Hierba oliendo a carne, que da nombre a su blog.
-Im-propias en la Colección de Poesía El Ermitaño, con prólogo de Josefa Parra
-A veces, cuando llueve, nos llega el olor de la sal, (La Compañía de versos Ediciones, Granada, 2010)
“ ALLÁ VA LA LENGUA
DONDE DUELE LA MUELA”
( Proverbio )
Poema surgido tras la lectura de
“Las vírgenes suicidas”
Nunca se atrevía a dar un paso sin ellas.
Aquellas flores blancas apañuscadas
-como los peluches de cuando era niña-
de tanto apretarlas.
En el mismo estuche de plástico
-con los vitrales empañados-
con que Joe Barker las encargara
en la floristería de Luxury
hace ya tantos años.
Juntos fueron a la fiesta de graduación.
Tras las gradas del campo de fútbol
recibió el primer beso sin olor a chicle.
Después, en los lavabos,
con muchachas de relamidos peinados
y zapatos con tacón de corcho
aprendió a fumar sacando el humo por la nariz.
-“Mira cómo me he ajado.”
Arrodillados ante las ventanas del comedor
atisbando a través de los visillos de gasa,
los vecinos de Goldenville la observan.
Pasea sus enormes ojeras bajo los tilos
y el olor de la pena inunda el resto de la noche.
Las damas en traje sastre que frecuentan la iglesia
eluden su presencia.
Cuando la ven acercarse con un agujero en el calcetín
y el fuelle para aventar las hojas muertas del camino
aceleran el paso.
“Las adolescentes buscan el amor donde lo encuentran”
-dijeron entonces-
cuando transtornada por el fallido amor
se ofrecía a los viandantes abriendo su bata de franela
para que los faroles de gas mostraran voraces
su sexo rasgado.
El reseco ramillete
se apiña tembloroso
en su ataúd artificial
sin poder aliviar la pena de su dueña.
-“Soy un árbol muerto.
Es inútil seguir en este viaje.”
Los techadores que trabajaban en el tejado de su casa
son los últimos en verla viva.
Con el cabello enmarañado,
sus labios de cupido rojos y pequeños
y una foto granulosa del joven Joe
se precipita sobre el sendero de la entrada.
El vuelo fue corto
pero suficiente.
Sobre la hierba recién abonada
parece contemplar las nubes.
Del libro « IM-PROPIAS »
FRONTERA SUR
I ( Travesía )
Una aspirina en el ombligo
el primer porro en cubierta
Enya en el walkman
o la última de Marías en las manos.
Gibraltar posa a tus espaldas.
Tragas-masticas el combustible de la máquina
que expele -hecho humo-
la alta garganta de esta ballena que te lleva.
Y arrugas la nariz
con el olor a guisote indefinido
del restorán de proa.
Miriam tiene los ojos negros
y sus cabellos saben a pachulí.
“Oh tierra,
qué puedo ofrecerte.”
De momento,
sólo conoces la lejanía.
“Cuando vuelva,
¿me acordaré del camino?”
II
Cerca de Settat
se abren los campos al infinito.
Sin límites al ojo.
“Oh, dame luz
para beber,
luz para lavarme despacio.”
Sentados en una piedra
-al borde del camino-
los pies colgando,
ellos (solamente) hablan.
Dos hombres cuentan
-no- cantan
las tribulaciones de sus rebaños.
Por la abertura de sus pupilas
un dios que te inunda
-recuerdo haberlo probado alguna vez
hace ya tiempo-.
III
FATUMEH
-la de los ojos de gacela-
sonríe.
Ahmed sonríe.
Su codorniz ha puesto siete huevos.
Hoy es viernes, día santo.
No viernes santo.
(Eso queda más lejos)
Vuelven del campo
en la trasera de la camioneta.
La rueda derecha
se cimbrea peligrosamente.
La izquierda es la mitad de ancha.
La de repuesto va debajo
y es más gruesa que las dos.
Las manos que acarician
te enseñan de nuevo su tesoro.
Y en el dintel de sus ojos
sigues nadando -sin mapa-
pero el tiempo no te ahoga.
Te haces vidente
en los ojos del ciego que toca el sitar.
Bailas con lo invisible y aprendes a amarlo.
IV
La costa de Larache se acerca.
Azul-azulete
la mar se estrella
en el dintel de sus casas.
El viejo de la túnica de arpillera
custodia la entrada del cementerio urbano.
¿Quién se atreve con la sombra de su mirada ?
“Sois gente desconocida, pero no temáis.
Gustad vuestra prueba.
Esto es lo que
estábais impacientes por conocer.”
Del libro “IM-PROPIAS”
HALCONES SIN PLUMAS
(Los niños de la Intifada)
“Hay cazadores y leones
bajo la apariencia de muchachas delicadas.
Se arrastran luchando
y son hijos de la carnaza de la guerra.”
Casidas del amor místico IBN ARABÍ
“No tenemos nada.
Sólo sangre.
Sólo carne.
Sólo piedras.
Esta vida y la otra.”
Los hijos de la familia del arado,
los nietos de la viña y las palmeras,
camaradas del sol,
no abandonan las ruinas.
“Sobre la corteza de un olivo”
quisieran grabar sus secretos
pero el retablo de su drama no encuentra
más que casas dinamitadas,
hombres en las prisiones,
tumbas…
Crecen deshojando las flores
en las que resucitan
los que murieron en su tierra.
Las palabras de los poetas
no protegen de la metralla,
escuecen en las heridas.
Palestinos sus ropajes,
los ojos tatuados de penas,
con el aliento contenido,
los niños sin canciones quisieran escapar
al asedio de su desgracia.
Pero saben que son guardianes
del alma de la miel,
de la higuera y del olivo
y cada noche juran
que no volverán a llorar.
Les devuelven las casas
piedra a piedra
a quienes se las derrumban.
Entre la desnutrición y la ira,
sueñan oscuro.
“Ya no sabemos
dibujar golondrinas
pero no se secará nuestra voz.”
Una aspirina en el ombligo
el primer porro en cubierta
Enya en el walkman
o la última de Marías en las manos.
Gibraltar posa a tus espaldas.
Tragas-masticas el combustible de la máquina
que expele -hecho humo-
la alta garganta de esta ballena que te lleva.
Y arrugas la nariz
con el olor a guisote indefinido
del restorán de proa.
Miriam tiene los ojos negros
y sus cabellos saben a pachulí.
“Oh tierra,
qué puedo ofrecerte.”
De momento,
sólo conoces la lejanía.
“Cuando vuelva,
¿me acordaré del camino?”
II
Cerca de Settat
se abren los campos al infinito.
Sin límites al ojo.
“Oh, dame luz
para beber,
luz para lavarme despacio.”
Sentados en una piedra
-al borde del camino-
los pies colgando,
ellos (solamente) hablan.
Dos hombres cuentan
-no- cantan
las tribulaciones de sus rebaños.
Por la abertura de sus pupilas
un dios que te inunda
-recuerdo haberlo probado alguna vez
hace ya tiempo-.
III
FATUMEH
-la de los ojos de gacela-
sonríe.
Ahmed sonríe.
Su codorniz ha puesto siete huevos.
Hoy es viernes, día santo.
No viernes santo.
(Eso queda más lejos)
Vuelven del campo
en la trasera de la camioneta.
La rueda derecha
se cimbrea peligrosamente.
La izquierda es la mitad de ancha.
La de repuesto va debajo
y es más gruesa que las dos.
Las manos que acarician
te enseñan de nuevo su tesoro.
Y en el dintel de sus ojos
sigues nadando -sin mapa-
pero el tiempo no te ahoga.
Te haces vidente
en los ojos del ciego que toca el sitar.
Bailas con lo invisible y aprendes a amarlo.
IV
La costa de Larache se acerca.
Azul-azulete
la mar se estrella
en el dintel de sus casas.
El viejo de la túnica de arpillera
custodia la entrada del cementerio urbano.
¿Quién se atreve con la sombra de su mirada ?
“Sois gente desconocida, pero no temáis.
Gustad vuestra prueba.
Esto es lo que
estábais impacientes por conocer.”
Del libro “IM-PROPIAS”
HALCONES SIN PLUMAS
(Los niños de la Intifada)
“Hay cazadores y leones
bajo la apariencia de muchachas delicadas.
Se arrastran luchando
y son hijos de la carnaza de la guerra.”
Casidas del amor místico IBN ARABÍ
“No tenemos nada.
Sólo sangre.
Sólo carne.
Sólo piedras.
Esta vida y la otra.”
Los hijos de la familia del arado,
los nietos de la viña y las palmeras,
camaradas del sol,
no abandonan las ruinas.
“Sobre la corteza de un olivo”
quisieran grabar sus secretos
pero el retablo de su drama no encuentra
más que casas dinamitadas,
hombres en las prisiones,
tumbas…
Crecen deshojando las flores
en las que resucitan
los que murieron en su tierra.
Las palabras de los poetas
no protegen de la metralla,
escuecen en las heridas.
Palestinos sus ropajes,
los ojos tatuados de penas,
con el aliento contenido,
los niños sin canciones quisieran escapar
al asedio de su desgracia.
Pero saben que son guardianes
del alma de la miel,
de la higuera y del olivo
y cada noche juran
que no volverán a llorar.
Les devuelven las casas
piedra a piedra
a quienes se las derrumban.
Entre la desnutrición y la ira,
sueñan oscuro.
“Ya no sabemos
dibujar golondrinas
pero no se secará nuestra voz.”
Amelia nunca pudo apoderarse de su infancia.
En las tardes soleadas del verano
cuando el olor de las flores se mezcla
con el de la cercana higuera
baja al sótano donde las sillas desvencijadas
sueñan con lobos.
Los bosques de hojas secas
que atraviesa cada otoño
le hacen llegar noches de chimenea
con papás de batín a cuadros,
relojes de péndulo
y velas con llamita viva
que abonaban la oscuridad.
Cuando pone el puchero en la lumbre
recuerda los días en los que aprendió a amasar el pan
y que fue la guerra quien le cortó las trenzas.
Nunca fue habitada
por hombre ni hijo alguno.
Arranca mimbres,
observa las bandadas de perdices
que anidan tras el montículo de la turba.
A veces quisiera devolver la vida que le dieron.
Sólo el árbol de las cerezas maduras
contempla su extravío.
Con el corazón virado al rojo lame la palidez de sus fuentes
hasta que la luna aprisiona los sembrados
y hace de todos ellos hogar común.
la boca mi baciò tutto tremante...”
( “la boca me besó, todo tembloroso...”
Francesca de Rímini al hablar de sus amores
con Paolo Malatesta en el “Infierno” de DANTE )
Sus manos olían a sexo de oveja,
fermentada nostalgia de los prados sustantivos
que recorriera en la niñez.
Tenía el flequillo en cursiva barriéndole la frente,
y entre las greñas parecían asomar aún
briznas de heno
de cuando se tumbaba entre las bestias en el establo.
Los ribetes de la camiseta, bajo el jersey,
apuntaban una tirilla de rizos magros y espesos
que de seguro poblarían el pecho entero.
- “Me veo en tus ojos y no me entiendo.
Dime tu nombre...”
Bajo el cielo raso,
el contorno de su voz se derramaba,
gruñona y lluviosa.
Y de repente,
como cuando giramos el dial de la radio
y el volumen más fuerte de una emisora nos sobresalta,
ella se estremeció.
Adolfo, los niños,
el cesto de la ropa sucia,
los garbanzos en remojo...
batieron las alas a su alrededor
como murciélagos acechantes.
Pero el borrascoso roce de aquellos muslos
que cada vez tenía más cerca,
la atrapaban sin dudar.
Y no fue sólo un embiste de la pasión.
El que atiesó sus senos
en el umbroso portalón de un almacén en desuso,
con un beso de rapaz en celo,
fue el cómplice carnal de una empresa presentida.
Un divino amor necesitaba
y en yerbas reclinado le fue ofrecido.
Peregrinos,
tras tanta lucha nunca sabemos
cuando a gustar convida
el amor y su deseo.
Sus manos olían a sexo de oveja,
fermentada nostalgia de los prados sustantivos
que recorriera en la niñez.
Tenía el flequillo en cursiva barriéndole la frente,
y entre las greñas parecían asomar aún
briznas de heno
de cuando se tumbaba entre las bestias en el establo.
Los ribetes de la camiseta, bajo el jersey,
apuntaban una tirilla de rizos magros y espesos
que de seguro poblarían el pecho entero.
- “Me veo en tus ojos y no me entiendo.
Dime tu nombre...”
Bajo el cielo raso,
el contorno de su voz se derramaba,
gruñona y lluviosa.
Y de repente,
como cuando giramos el dial de la radio
y el volumen más fuerte de una emisora nos sobresalta,
ella se estremeció.
Adolfo, los niños,
el cesto de la ropa sucia,
los garbanzos en remojo...
batieron las alas a su alrededor
como murciélagos acechantes.
Pero el borrascoso roce de aquellos muslos
que cada vez tenía más cerca,
la atrapaban sin dudar.
Y no fue sólo un embiste de la pasión.
El que atiesó sus senos
en el umbroso portalón de un almacén en desuso,
con un beso de rapaz en celo,
fue el cómplice carnal de una empresa presentida.
Un divino amor necesitaba
y en yerbas reclinado le fue ofrecido.
Peregrinos,
tras tanta lucha nunca sabemos
cuando a gustar convida
el amor y su deseo.
Homeless
Cuando la humedad del río transita las penumbras
la gorgona desdentada que sonríe como un buda
coloca sobre un cajón astillado
- como quien prepara un altar - sus cachivaches
para dejarse ir hacia la noche.
Un despertador,
dos gorros de lana,
un salero desconchado,
peinecillos de carey...
mientras un reguerillo de vino recorre
la cornisa de su abrigo sin talle.
-“Mi casa no tiene ventanas,
pero me gusta la luz del jardín.”
De una maleta funámbula asoma
un revoltijo de pañuelos erizados por la mugre.
Entre ellos, un retrato
al que la gusanera del tiempo
desdibujó sus perfiles.
En íntima tertulia con el ausente
le apunta con voz seca en fritura aturullada
el recuento inventariado de su deriva por las calles.
Cuando el siseo de las hojas
y el sonámbulo mar de papeles que recorre las aceras
afluye en tolvanera a sus oídos,
sin más compañía que el trajín alimenticio
de los noctámbulos roedores,
acopla su figurín remendado
al nudoso regazo de un sillón con polillas,
remanso quedo tras tanto errar cansino.
En náufragas bolsas de plástico,
una orquesta de bultos informes amuebla la estancia.
Cuánto paso fugitivo, cuánto errante trasiego...
“Omnia mea mecum porto.”
Todo lo mío lo llevo conmigo.
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