Gerard Smyth. Poeta irlandés; nació en Dublín en 1951. Comenzó a publicar sus poemas a finales de la década de los años 60. Ha colaborado en revistas literarias de Irlanda, Gran Bretaña y Estados Unidos. Publicó cinco libros de poemas: Mundo sin fin (New Writer's Press, 1977), Pérdida y ganancia (Raven Arts Press, 1981); Painting the Pink Roses Black (Dedalus Press, 1986) Sueño de día (Dedalus, 2002) y Un nuevo alquiler (2004). Trabajó durante muchos años como periodista para el periódico The Irish Times, del que actualmente es Managing Editor (editor responsable).
LA VIDA SOLITARIA
Entraba allí
como si entrara al Templo de Salomón
o a un monasterio del Tíbet de adoración silenciosa.
Me escondí allí, no una vez sino muchas
pasando una mañana
en el panteón de la retórica
o una tarde de primavera
volviendo las páginas que traían una historia
de guerra y paz, de crimen y castigo.
Era el Amherst de Emily,
la Ítaca de Homero.
En la mesa de lectura,
como una fantástica herencia,
los libros que un fósforo podría quemar
y convertir en cenizas,
llenos de ficciones,
llenos de fábulas, llenos de los trabajos
de la vida solitaria.
(Versión de Gerardo Gambolini
Revista Ñ - 05-08-06)
The solitary Life
I entered there,
as if entering the Temple of Solomon
or a Tibetan monastery os silent prayer.
I hid there, not once but often
passing a morning
in the pantheon of rhetoric
or an evening in spring
turning the pages that carried a tale
of crime and punishment, war and peace.
It was Emily’s Amherst,
Homer’s Ithaca.
On the reading table,
like a great inheritance,
the books that a match could burn
and turn to embers
were crammed with fictions,
crammed with fables,
crammed with the labours of the solitary life.
CANCIÓN MARINERA
El padre de mi padre,
famoso por lo bien que conocía las estrellas,
añoraba con nostalgia
los nudos de cabo, las cadenas de ancla,
arribar al puerto desde las pasturas nocturnas
del océano. Lo que más amaba
eran las luces de la costa,
las ciudades ribereñas emanando humo
en el húmedo noviembre.
El padre de mi padre
conocía el mar por lo que era:
un auténtico bastardo sonriendo en la oscuridad,
llenando los bolsillos abultados
del capitán de puerto.
Al levantarse de su litera
un sexto sentido le decía que no confiara
en la calma absoluta de las albas que se veían
como el primer día del mundo.
(Versión de Gerardo Gambolini
Revista Ñ - 05-08-06)
Rendición
Tu viejo vestido de chiffón
cuelga como el fantasma de Emily Dickinson,
triste y desdichado en el cuarto del fondo.
Un cuarto al que rara vez entramos.
Evoca recuerdos de una noche en los conciertos,
un día en Ravenna.
Ahí consignamos
a la pila de trapos y el revoltijo de cosas
tu ropa elegante, mi traje de tweed
grueso como una armadura.
En el armario con perchas de madera
está el sombrero de paja
traído de un viaje, el ala estropeada;
y la chaqueta suelta, sin botones:
alguna vez de moda,
ahora anticuada como el echarpe de Aran
y la camisa con volados, deshilachada lo mismo
que una bandera de rendición.
Versión © Gerardo Gambolini
Surrender
Your old dress of full-length chiffon
hangs like the ghost of Emily Dickinson
looking forlorn in our backroom.
The room is one we seldom enter.
It prompts memories of an evening
at the proms, a day in Ravenna.
It is here that we consign
to the rag-heap and the jumble pile
your glamour frocks, my tweeds
as thick as body-armour.
The straw hat that has travelled far
is there in the closet of wooden
hangers, hems unravelling;
and the baggy jacket, some buttons gone:
once it was fashionable,
now it is dated like the Aran-shawl
and the shirt with flounces,
frayed like a flag of surrender.
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