Linda Maria Baros
(Bucarest, 1981), poeta, ensayista y traductora, es una de las voces que con mayor peso se afirman en el panorama contemporáneo de la poesía francófona. Ganó hacia el 2007 el prestigioso premio de poesía Guillame Apollinaire, tras lo cual, en 2013, fue nombrada miembro titular de la Académie Mallarmé. Quizás es la sinceridad cotidiana –la pulcritud y precisión en el nivel expresivo– mezclada con figuras que desautomatizan al lector, aquello que consigue que la poesía de Linda Maria Baros haya sido publicada, hasta el momento, en más de una veintena de países.
Poeta francófona de origen rumano, nació en Bucarest (Rumania) en 1981, vive desde hace muchos años en París.
Ha publicado cinco poemarios, tres de ellos en ediciones Cheyne (Francia) - El Libro de señas y sombras (Premio de la Vocación 2004), La Casa en cuchillas de afeitar (Premio Apollinaire 2007), La Autopista A4 y otros poemas (2009) -, teatro y obras de crítica literaria.
Linda Maria Baros también ha traducido una veintena de libros al francés o al rumano. En 2008, creó la biblioteca virtual ZOOM
(125 autores), que reúne una parte de sus traducciones: www.primavarapoetilor.ro/zoom.html
En Rumanía, Linda Maria Baros es la fundadora y organizadora
del festival Primavara Poetilor / Le Printemps des Poètes
(55 ciudades) y la directora de la revista literaria VERSUs/m.
En París, es la secretaria general adjunta de La Nouvelle Pléiade, la secretaria adjunta de la Asociación de Traductores de Literatura Rumana y redactor de la revista Seine et Danube.
En la actualidad, es investigadora a la Universidad de París-Sorbona, París IV, y prepara una tesis de doctorado.
La loca escapada del barrio
Las chicas del barrio no saben volar,
pues las alas les crecen sobre el pecho,
pequeñas y redondas, alas de ángel.
Tú las ves caminar por calles estrechas — unas uretras;
es la senda que toman los niños para salir de las VPO
Allí, el macadán transpira como las locomotoras a vapor
a las que saltaba mi abuela,
cuando se fugaba,
aturdida por el high-tech de los maquinistas.
Ellas se pasean por calles estrechas
apretando los párpados.
Bajo el tanga deslizan, a escondidas,
los atolondrados dedos.
En los alrededores de los parques acechan los moteros
vestidos con la serie de números largos.
Ellos arrancan a las chicas del acuario etéreo de las alamedas
y les muestran el motor a cadena plateada,
el acceso secuencial, los grandes asfaltados.
Las chicas miran por sus telescopios,
suspiran mecánicamente
y sus finas caderas cubren poco a poco
los ardientes jadeos.
La autopista las coge entonces de la nuca
con sus dientes vaginales
y les lleva hasta el nido de la gran velocidad,
como a crías que aún no han abierto los ojos.
Hasta que la luna gira en el cielo
como una llanta de Harley Davidson.
Sólo la noche vuelven las chicas del barrio,
fatigadas.
Sus ombligos centellean como un intermitente anudado.
Grandes alas han crecido en sus pechos,
redondas, hasta el vientre.
Los moteros embragan al partir, las saludan.
La autopista les llama.
Los motores dejan tras de sí
largas volutas de esperma.
Traducción: Fulgencio López y Manuel Ángel Gómez Angulo
La camisa de kevlar
Ensartas largo tiempo la camisa de las paredes,
así como otros lo hacen con la camisa de la muerte.
Sí. Ensartas cada día la camisa estrecha de las paredes,
los sabuesos volantes de las persianas.
Oh, los muros, los muros - los amigos, los enemigos,
el dulce retardo, sus bolsillos rotos,
sus delgados tobillos de yeguas, los frambuesos,
la bomba que los irriga vigorosamente
de lo recóndito de tu corazón,
como de un filón de zurullo,
las fugas que enviscaban hace poco sus cabellos,
las plantas de los pies donde dejaban sus pesadas huellas,
las manitos de los homúnculos
con las cuales ellos te aprietan contra su pecho
y untan de jabón, dulcemente, el nudo de tu cuerda,
siempre los mismos, siempre próximos,
como si ya durmieras
en alguna parte, bajo tierra;
hacen tintinear la campanillas de la ilusión;
su ruido - temblando -
como el del cañón de un revolver
chocado contra los dientes.
Te despiertas la mañana y ensartas la camisa de las paredes.
Te acuestas la noche y ensartas la dulce camisa de las paredes.
Traducción de
Myriam Montoya
La perra de la noche
No fijes con los ojos el cielo raso y no jures
con esa voz enronquecida,
de la que se sirve la noche para cortar tus axilas! Y
no me recites pizcas de Cocteau:
El hombre solo está siempre
en mala compañía!
No me digas que te quedas encerrado
entre las paredes y que escuchas rap,
maniatado hasta el vértigo, despierto hasta el desvanecimiento,
como sobre una vía férrea, entre los tapones,
como en una prisión,
donde los hombres se hunden clavos en la cabeza.
No llores en mi oído porque la cuerda esta podrida,
y porque el vodka se te subió,
como el deseo trascendental de vomitar,
y que su huella de chancro engulle los vasos.
Yo conozco tu soledad de marinero,
que voltea la manivela a todo momento.
Escucha en la puerta todo lo que desees. No volveré.
Espera entonces en la ventana para sentir,
con sus pasos etéreos,
la perra de la noche enroscarse
alrededor de tu cuello.
Y su lengua morada hundirse
profundamente en tu boca.
Traducción de
Myriam Montoya
De amor y cianuro!
No me llames a tu casa, en tu mansarda,
girando - como un atolondrado girando! -
los botones de la estufa,
para deshacerte de una vez por todas
de los aullidos de viejos lobos del horno,
de su pelaje mudado,
que te crece sin cesar sobre los brazos,
la noche, como los furúnculos, mientras apagas
los cigarrillos profundamente en tu carne.
No me llames a tu casa, en tu mansarda,
hendido - como un atolondrado hendido! -
entre las barras de la cama,
en la puerta, bajo la bota,
tu tibia y tu peroné
- las escucho crujir en mi móvil -
como si hendieras
el viejo fusil de caza de tu padre,
demasiado pegajoso para que puedas cargarlo de nuevo,
después que se volara la tapa de los sesos
y, teniendo espasmos, rompió tu puerta
a patadas.
No me llames a tu casa, en tu mansarda,
puesto que iré!
Y me arrancaré el corazón del pecho,
lo cortaré con los dientes
y lo rosearé de sal
extraída con una pica
de mis glándulas lacrimales
y lo arrojaré
como uno arroja una piedra de amolar,
para que parta tu tibia y tu peroné,
- en menudos trozos! -
para que amontone profundamente en el horno
tu soplo de amoniaco
y para que hienda por siempre
tu cabeza de bestia salvaje!
Traducción de
Myriam Montoya
*
Las traducciones corren a cargo de Gustavo Osorio de Ita.
http://circulodepoesia.com/2016/12/veinte-poetas-francofonos-recientes-linda-maria-baros/
Los niños pasados al tamiz
Es por ti,
para que seas más grande y más bella
y más recta,
que me he cortado el corazón en dos,
como una pezuña de cordero.
Robé y mentí, escupí sangre.
Lavé cadáveres
y dormí sobre bolsas de plástico
llenas de residuos encontrados en la basura,
en calles que te hacen guardar siempre
un cuchillo en la mano dormí,
entre las escaleras de los viejos mendigos de la ciudad,
quienes, en tu honor, se dejaron crecer
la barba hasta los tobillos,
como los antiguos sumerios
que partían para cazar leones para sus bien amados.
Por ti yo dejé de rondar
por los cagaderos de medianoche,
es ante ti que lloré cuando rascabas la tierra
con las uñas, como un caballo con los ojos arrancados,
lloré como una suicida
a la cual el tren calienta las piernas.
He vivido entre los niños de la calle
que inhalan pegamento, lívidos
como algunas piedras grandes sacudidos
por los filones del éter,
que el tamiz hace girar en la trituradora,
en los desagües.
Es por ti que yo grité en el cruce de caminos, izada
– sobre cierta raedura izada –
en las horquillas de los barbados.
Me dejé hurtar por los ladrones, por los tramposos,
en el escándalo de cucharas grandes como palas,
que tintineaban en los comedores.
Vagué por los bares
que percibían el gas, el chipset quemado, la red,
me froté con las pirámides de vodka
y con las manos de tus grandes hombres
– como un gato que se frota con el manual de electricidad –
ellos también vaciaron mi otra mejilla,
sin cesar sus dedos golpearon mi costado
y me cortaron el corazón en cuatro,
riendo, “porque las auras de los santos son así”
y me pasaron al tamiz
junto con tus otros hijos,
me amordazaron con otras palabras.
En tu nombre, me escondí, como basura,
en mis bolsillo, entre los rebaños,
las vigorosa ratas de la traición.
Alimenté, es con mi propia carne
que alimenté el pitbull de la mazmorra.
Lloré cuando rascabas la tierra con las uñas,
siempre como un caballo con los ojos arrancados.
Sí, es por ti que entré a la fuerza en este mundo
como una ola de sangr
que no reencuentra su camino hacia el corazón.
El fondo principal de las palabras
Si no escribes todos los días mi nombre,
oh, que tu mano sea aplastada por el torno de las frases!
Endurecida, la boca
con la que garabateas las palabras!
Apaleado discurso
que abre las trampas para lobos
entre tu y nosotros!
Y que sean siempre incurables, tus lesiones,
que laves mis lágrimas
llevadas a la ciudad en un barril!
Y que tu rostro
esté eternamente manchando las ventanas,
si no tallas por siempre
mi nombre en la lata del amor!
Ah, pero si durmiendo, no escribes mi nombre,
con letras suaves,
delicadas, como en nuestros inicios,
entonces, te coseré los labios
profundamente, con tripa de gato!
De amor y de cianuro!
No me llames desde tu casa, en tu ático,
mientras giras – como un descerebrado girando! –
las perillas de la estufa,
para derrotar de una vez por todas
el aullido de los viejos lobos del hogar,
sus pelajes en muda,
que sin cesar te empujan hacia los brazos,
la noche, como forúnculos, mientras extingues
los cigarrillos profundamente en tu carne.
No me llames desde tu casa, en tu ático,
cortando – como un descerebrado cortando! –
entre los barrotes de la cama,
en la puerta, bajo la bota,
tu tibia y peroné
– los oigo castañear en mi computadora –
como si dividieras
la vieja escopeta de caza de tu padre,
demasiado infeliz como para que puedas cargarla de nuevo,
después de que él se voló los sesos
y, presa de los espasmos, rompió su puerta
a patadas.
No me llames desde tu casa, en tu ático,
ya que iré!
Y me voy arrancar el corazón del pecho,
Io mellaré con los dientes
y lo espolvorearé con sal
extraída con un piolet
de mis glándulas lacrimales
y lo lanzaré,
como se lanza una piedra de molino,
para que te rompa la tibia y el peroné,
– en trozos pequeños! –
para que se amontone profundamente en el horno
tu respiro de amoniaco
y para que corte para siempre
tu cabeza de su bestia salvaje!
Les enfants passés au tamis
C’est pour toi,
pour que tu sois plus grande et plus belle
et plus droite,
que je me suis coupé le cœur en deux,
comme un sabot d’agneau.
J’ai volé et j’ai menti, j’ai craché du sang.
J’ai lavé des cadavres
et j’ai dormi sur des sacs plastique
remplis de déchets trouvés dans les poubelles,
dans des rues qui gardent toujours
un couteau à la main j’ai dormi,
parmi les écailles des vieux mendiants de la ville,
qui, en ton honneur, se sont laissés pousser
la barbe jusqu’aux chevilles,
comme les anciens Sumériens
partis chasser des lions pour leurs bien-aimées.
C’est pour toi que je me suis laissé hanter
par les cagous de minuit,
c’est auprès de toi que j’ai pleuré quand tu grattais la terre
avec les ongles, comme un cheval aux yeux arrachés,
j’ai pleuré, comme une suicidaire
dont le train réchauffe les jambes.
J’ai vécu parmi les enfants de la rue
qui inhalent de la colle, livides
comme quelques grosses pierres bercées
par les filets de l’éther,
que le tamis fait tourner dans le concasseur,
dans les égouts.
C’est pour toi que j’ai hurlé à la croisée des chemins, hissée
– sur quelque raclage hissée –
dans les fourches des barbeaux.
Je me suis laissé voler par les casseurs, par les magouilleurs,
dans le vacarme des cuillères grandes comme des pelles,
qui tintaient dans les gamelles.
J’ai erré à travers les troquets
qui sentaient le gaz, le chipset brûlé, le réseau,
je me suis frottée aux pyramides de vodka
et aux mains de tes grands hommes
– comme un chat qui se frotte au manuel d’électricité -,
ils ont aussi empourpré mon autre joue,
sans cesse leurs doigts ont heurté ma côte
et ils ont coupé mon cœur en quatre,
en riant, « parce que les auras des saintes sont ainsi »,
et ils m’ont passée au tamis
en même temps que tes autres enfants,
ils m’ont mis le bâillon d’autres paroles.
En ton nom, j’ai caché, comme une ordure,
dans mes poches, parmi les hardes,
les rats vigoureux de la trahison.
J’ai nourri, c’est avec ma chair
que j’ai nourri le pitbull du cachot.
J’ai pleuré, quand tu grattais la terre avec les ongles,
tout comme les chevaux aux yeux arrachés.
Oui, c’est pour toi que je suis entrée en force dans ce monde
comme une vague de sang
qui ne retrouve plus son chemin vers le cœur.
Le fonds principal de mots
Si tu n’écris pas tous les jours mon nom,
oh, que ta main soit écrasée par l’étau des phrases !
Raidie, la bouche
avec laquelle tu gribouilles les mots !
Fouettée la parole
qui ouvre des pièges pour les loups
entre toi et nous !
Et qu’elles soient inguérissables à jamais, tes blessures,
que tu laves de mes larmes
amenées en ville dans une barrique !
Et que ton visage
soit éternellement souillé dans les fenêtres,
si tu ne taillades pas tous les jours
mon nom sur le bidon de l’amour !
Oh, mais si, en dormant, tu n’écris pas mon nom,
avec des lettres douces,
délicates, comme à nos débuts,
alors, je te le coudrai sur les lèvres
profondément, avec du catgut !
D’amour et de cyanure !
Ne m’appelle pas chez toi, dans ta mansarde,
tournant – comme un écervelé tournant ! –
les boutons de la cuisinière,
pour te défaire une fois pour toutes
des hurlements des vieux loups du four,
de leurs poils mués,
qui te poussent sans cesse sur les bras,
la nuit, comme des furoncles, alors que tu éteins
les cigarettes profondément dans ta chair.
Ne m’appelle pas chez toi, dans ta mansarde,
fendant – comme un écervelé fendant ! –
entre les barreaux du lit,
dans la porte, sous la botte,
ton tibia et ton péroné
– je les entends craqueter dans mon portable -,
comme si tu fendais
le vieux fusil de chasse de ton père,
trop poisseux pour que tu puisses le charger à nouveau,
après qu’il se fut brûlé la cervelle
et, pris de spasmes, qu’il eut cassé ta porte
à coups de pied.
Ne m’appelle pas chez toi, dans ta mansarde,
puisque j’y viendrai !
Et je m’arracherai le cœur de la poitrine,
je l’entaillerai avec les dents
et je le saupoudrerai de sel
extrait avec une rivelaine
de mes glandes lacrymales
et je le jetterai,
comme l’on jette une meule,
pour qu’il brise ton tibia et ton péroné,
– en de menus morceaux ! -,
pour qu’il entasse profondément dans le four
ton souffle d’ammoniaque
et pour qu’il fende à jamais
ta tête de bête sauvage !
-
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