VICENTE VELASCO MONTOYA
(Cartagena, España, 1976)
Licenciado en Historia y Antropología Social, fue director de la publicación literaria Amalgama y miembro del desaparecido Colectivo de Jóvenes Autores (1994-1997). Ha colaborado en revistas como La excusa, La Galera, La puerta falsa, Antaria, Hache y Poe+. Ha sido incluido en trabajos colectivos como Antología del Mediterráneo (Nausícaä-Escarabajal, 2004), Las Letras (Patronato Carmen Conde, 2006) y en el homenaje a Serrat Con diez cañones por banda (Huerga & Fierro, 2008). Mantiene un blog literario desde 2009: Ningún lugar.
ACCIDENTE
El jefe de máquinas siempre negó
la posibilidad de toda inundación.
Aquel tren había encallado en el océano.
Todo ocurrió como un milagro
sin razón aparente.
Sólo sentimos un golpe sordo
y un mudo quebrar de raíles.
Al otro lado de la ventanilla
todo era distinto y desconocido,
todo un desierto de azul
prepotente e inesperado.
Aquel cielo y aquel oleaje nunca invitados
y aquella sensación de que la existencia
no albergaba sentido alguno.
Pareciamos navegar
pero la situación se asemejaba a un naufragio.
No habíamos descarrilado
y aquel no era nuestro destino.
Parecíamos un poema dadaista
pero allí, líquidos,
nadie nos iba a recitar
Sólo restaba aguardar la leve inmersión
y el jefe de máquinas seguía obstinado.
No había posibilidad de inundación
porque nunca debiéramos haber estado allí.
Su rostro era un espejo de lo absurdo.
El nuestro se preparaba para la sal.
Quizás nos acordásemos de nadar.
Quizás un bote salvavidas.
Quizás los raíles estaban en el fondo
de este mar, quizás muy lejos,quizás
nunca y nos embarcamos en el desastre
engañados y sin tomar suficiente aliento.
Poema dedicatoria
Mantengamos el brindis
como un horror vacui a la tragedia.
Pronto quedaremos abandonados en la proa
cuando este Potemkin se adueñe de la inclinación necesaria
para iniciar, como pluma, la escritura de sus últimos versos.
Mantengamos el brindis y que nos dedique la última palabra.
Concierto para violonchelo
Un violonchelo herido, yacente en el mar
con una lanza de aire en su cuerpo.
Un opus magnífico a todos los naufragios.
Un violonchelo frío, cuerdas heladas,
frío de silencio,
sonata de la marejada
in crescendo la noche,
el aplauso tenue del oleaje
Principio de gravedad. Cartagena; Ed. Balduqe, 2015.
IV
No. No soy un iluminado.
Nunca me han hablado las estrellas
cuando he mirado al claro cielo nocturno.
Soy yo el que habla con ellas
ofreciéndoles mi simpatía y soledad.
Soy el que les descubre la inercia de los cuerpos,
su algoritmo, su cadencia, su claroscuro.
Las alecciono sobre aquellos primeros objetos
que caen en la bolsa negra de la muerte.
Los zapatos, el último jersey y la ropa interior.
Aquí tiene sus objetos personales. Si quiere
podemos hacernos cargo nosotros mismos.
Palabra de enfermero. Te están echando.
Tu dolor sobra allí. Es inapropiado. Fin.
Y llegados a este punto en concreto
sus años luz de sabiduría colisionan.
Siempre van a recuperación.
Suspenso en condición humana.
Me pregunto si serán capaces de discernir
que una misma muerte es un crisol de imágenes
donde todo aparece y se desvanece fácilmente
con la misma realidad.
La muerte siempre es diferente y por ello siempre
resulta igualmente ignominiosa. Es un virus mutante.
Una pandemia de recuerdos.
La muerte es la distancia exacta,
al milímetro,
que nos aleja constantemente de las estrellas.
VI
(SACRAMENTO TERAPÉUTICO)
A Guillermo Vivero Salmerón
¿Por qué no vamos directamente
al origen del asunto?
¿Por qué no limpia la herida
desde la propia herida?
¿Por qué hablar de nuestra infancia?
¿Por qué cuestionarme el haber ido a la guerra
si ella misma es el juego en el que siempre
nos hemos imaginado vencedores desde niños?
¿Por qué no conjurarnos en el dolor, en mi dolor?
Porque si vamos a seguir hablando usted,
señor terapeuta, va a sufrir igual que yo.
Post Scriptum:
Y si alguno de los dos debe desaparecer
en esta fría estación de sentimientos,
y si usted sigue con su sonrisa burlona,
y si seguimos mordiendo el aire
como si nada ocurriese,
le voy a recitar mis vidas completas,
se las voy a dejar encima de su escritorio
y cuando vaya a leerlas con descuido
explotarán entre sus manos, y sólo usted,
repito, sólo usted, habrá tenido la culpa
de pasar a engrosar el número de bajas
en esta batalla por la que desgraciadamente
nos hemos equivocado de órbita para colisionar
en un cúmulo estelar de divanes para imbéciles.
VII
(DIMENSIÓN PROUST)
A Juan de Dios García
Un buen amigo poeta contó los pájaros
de mi cabeza mientras yo releía a
Hans Magnus Enzensberger y él torturaba
a sus alumnos con el Conde Lucanor.
Era un día en el que se alejaban las cosas
como repelidas por un equivocado magnetismo
y yo me sentía un astronauta en pleno vuelo
espacial. Traje blanco, gravedad cero,
respiración pausada, rodeado del vacío
como una tortuga que atraviesa la autopista
ajena a la distancia, al tiempo, a las ruedas
que el azar nos arroja como único destino.
¿Y qué destino es este, amigo mío?
Nos desplazamos por el arcén del espacio
inmutable a lo largo de las dimensiones
conocidas. Primera, segunda, tercera y el tiempo muerto.
Las restantes son nuestra memoria, el recuerdo
que vuelve a nosotros tan vívido, tan limpio,
sus sabores, toda una orgía de Marcel Proust.
Aquel francés sí fue un verdadero astronauta.
Posiblemente a la hora de morir en su habitación
se manifestaran los nenúfares más cilíndricos
que una aurora boreal pueda ser capaz de fabricar.
Posiblemente hubiese merecido morir en el Titanic
para yacer así hoy día como arqueología submarina,
objeto precioso de ladrones y funcionarios.
El mismo destino, al fin y al cabo.
Él mismo.
Pero, querido amigo, ¿cuál es el destino?
Tú allí haciendo maldecir a veinte jóvenes
el nombre sagrado de toda la literatura.
Y yo aquí con mis pájaros. Extraños seres.
Los pájaros. Vuelan pero no son ingrávidos.
Los pájaros, como yo, observan hasta el horizonte
pero nunca llegan a alcanzar el horizonte deseado.
Esos pájaros, rara avis de la creación humana,
se conforman la mayor de las tardes con una magdalena
mientras observan en el firmamento naufragar un navío
sin botes salvavidas suficientes para tanto miedo.
X
(UN HOMBRE QUE HABLABA CON LOS ZAPATOS)
A José María Velasco Aparicio,
mi padre.
Si alguna vez he de buscar el verdadero centro
de la metafísica, la fuerza universal que,
dicen, lo rige todo, observaré con detenimiento
a ese hombre que sigiloso se acerca a una
estantería repleta de zapatos, los acaricia,
intercala sus posiciones, sus orientaciones
con respecto al Sol, los arcanos y las profecías.
Y esperaré, ansioso como un niño, que les hable,
les murmure unas frases antiquísimas, desveladas,
mágicas. Y que todo para él vuelva a tener sentido.
Nunca se compartirán aquellos secretos
porque es un ser pretérito. El pasado es su tierra,
la frontera última entre mi infancia y el recuerdo.
Un testamento repleto de algoritmos y pisadas.
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Muchísimas gracias por incluirme en su blog. Un fuerte y espero que podamos estrechar lazos.
ResponderEliminarVicente, a tu disposición para lo que quieras
ResponderEliminarun fuerte abrazo
Fernando