sábado, 5 de marzo de 2011

JULIO CÉSAR JIMÉNEZ [3.249]


JULIO CÉSAR JIMÉNEZ

Julio César Jiménez Moreno (n. Málaga; 3 de enero de 1972) es un poeta de España de la generación de la década de 1990.

Ha publicado varios trabajos de poesía aunque su último libro premiado en 2013 ha sido el que le ha proporcionado más relevancia. También ha sido seleccionado en varias antologías poéticas, y algunas de sus ideas estéticas han sido traducidas al inglés y al búlgaro.

En 1995 y dentro del género biográfico, publicó en calidad de coautor Genial Picasso, volumen biográfico del pintor malagueño, y entre 1996 y 1999 se dedicó a la crítica literaria en diversos medios de prensa.

Ha ganado algunos premios literarios, como el Málaga CREA-Ayto de Málaga (1996), Ateneo de Málaga y Universidad de Málaga (1997), María Zambrano (2001), Homenaje a Manuel Alcántara (2002), Premio Internacional Las Palmas de Gran Canaria (2008), o Premio Internacional Ciudad de Pamplona (2012). Asimismo fue finalista del Premio de la Crítica Andaluza en 2013.

Aunque ha sido testigo directo de varias guerras literarias, afirma no considerarse acólito o representante de estética alguna, como mucho de sí mismo, y en muy raras ocasiones.

Obra

Poesía:

Del ámbito del desorden o quince revelaciones imprevisibles. (Premio Ateneo de Málaga, 1998) Ateneo de Málaga. 1998. OCLC 433934621.
Contra sanguinem. Ayuntamiento de Málaga. 2001. OCLC 253386050.
La sed adiestrada. (XVI Premio Internacional Las Palmas de Gran Canaria) Las Palmas de Gran Canaria. 2008. ISBN 978-84-92537-02-0. OCLC 733717094.
Las categorías de Kant no funcionan en la noche. (Premio Internacional Ciudad de Pamplona) Celya Ed.,. 2013. ISBN 978-84-15359-25-8.

Labor antológica:

Antología del beso: poesía última española. Mitad Doble Ediciones. 2009. ISBN 978-84-613-0665-7.
Y para qué + poetas: herederos y precursores (Raúl Díaz Rosales / Julio César Jiménez). Eppur. 2010. ISBN 978-84-937100-5-7.



MUERTE DE ADRIANO POR HIDROPESÍA DEL CORAZÓN

Pálida y blanda, la piel del anciano
refleja su roce con el mundo.
Transporta un paraíso recién estrenado,
un día más de prórroga
para seguir representándose.
Aún se percibe vida en sus ojos (que casi no existen)
porque le acierta a la luz con la boca.
Lleva los huesos al aire
para que al corazón le entre sin atascos
el último frío de la edad.
Lo tiene hinchado
de tanto cebarlo de joven
con luciérnagas adolescentes
que ya desmenuzó dentro
su caudal de sangre,
por eso se derrama a menudo
cuando tose y saca el pulso al descubierto
y se precipita al suelo
como una enorme rosa muerta.
La muerte le pide la vez al hombre.
Le licua la emoción de fabricar un cuerpo
a la altura del sueño, una desviación de la historia.

(De La sed adiestrada, 2008)




LOS HOMBRES DESAFORTUNADOS


Digan lo que digan
existen ternuras
que se cimientan
derribándose,
que necesitan tentar el desastre
para no olvidarlas nunca.
Acechan desde cornisas de luz
y ni cerrando los ojos
evita uno tenerlas dentro.
Es todo un espectáculo.
Hay que verlas
instalándose en los hombres
con corazones de plomo,
incomprensiblemente
para el que no sabe
que las locuras tiernas
no duran nada.
Sin creerlo, estos hombres no encuentran
con qué abrazar algo
que pudo entrar yéndose,
que ya no estaba al pronunciar
una palabra franca.
Por eso van por la calle con paso extraño,
empujando el tiempo con movimientos
invisibles, tirando
de agujeros tales
que vaciarían vidas enteras.
Van por ahí mismo, por allí,
en cualquier esquina,
unos tras otros.

(De La sed adiestrada, 2008)



SACANDO (DISCRETAMENTE) AL HOMBRO
DE SU SITIO UNA TARDE DE VERANO

Lanzar piedras

sea quizá
guardarlas en el aire,
atribuirles
mordeduras de viento,
proponerles una breve
vida de asalto.

Lanzarlas sea quizá
ensayar nuevas técnicas
de la ira, empeñar en las nubes
un furibundo
gesto puntual,
tensar las brisas
como bocas disponibles,
heridas deseantes.

Hacerlo sería como sorprender ventiscas,
como hacer del cielo una estrecha sima curva,
como si se le diera a lo inerte
una inútil carrera prodigiosa:
devastar el cielo con el hombro.




LO QUE SUCEDE POR ENCIMA DE UNO

Una vez dijiste: “esperar resultó en extremo grato.”
Y pareciste sorprendida. Fue también sorprendente
para mí, pues todos los quehaceres habían sido misioneros,
una inoída lengua suplicante. Yo no había pensado que tú,

incapaz de ver nada, pudieras captar eso.
Stephen Spender



La palabra irretractable,
el hambre en las manos,
la suerte entera apostada.

Las causas inexactas
de la vigilia, del latido
que sobra, la previsión del dolor.
El valor de lo imprevisible,
caer en la cuenta
de que no sabemos suficiente.

Alejarse de uno, acercarse de nuevo,
conseguir buenos frutos
para la casa y la familia.

El gesto amable
en lugar de decir
algo insensato,
cambiarlo por un tiempo
que no condujo a nada.

Lo que deforma rostros,
noticias diluyéndose
en la sangre, el paisaje de fondo
en los ojos.

Todo lo que vuelve
con el mismo signo de temblor.




JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SE SIENTA JUNTO
A SU PADRE MUERTO


No hay nada más sólido en un cadáver
que su voz última.
No son sus manos remolinos óseos
ni sus brazos candados de sangre
ni su cuencas adarves solares.
Es,
sencillamente, su última voz oída..

La familia lo sabe
y por eso se amontona sobre su boca,
le tocan los labios y refrescan la cara.
Comprueban que el hombre aún está vivo.

A mi me pasan las manos por la nuca
y me llaman Pepito
como cuando era soltero y rebelde
y le arreglaba al viejo
su flamante Diane 6.

Le gustaba conversar sobre mecánica y política
(una forma más de amar, de rozarse),
y llevaba al niño a veladas de boxeo.
Entonces no se veía tan serio como ahora,
que parece el hombre más triste del mundo.

No me pierde de vista, ancla los ojos
en mis dedos amarillentos, donde el cigarrillo,
por donde yo también me iré.

¿Qué pensará un hombre
que no sabe adónde irá a parar
de un momento a otro?
¿Qué puede decir?

Pero no habla. En lugar de eso
se desmonta por dentro,
abre la boca,
lanza una mueca a la ventana,
atrae por última vez
la atención de la luz.

Mi padre está muerto
y es como un trueno manso,
un eco entre mis dedos.
Una lengua saliéndole de los ojos.





Anfisbena es una mantis completamente 
desarrollada y conduce un Chevrolet Stingray 
de 1968

Porque eres sublime y grosero y trepas por la lluvia
y se te rompen los miembros contra el sol, porque
entras a fiestas de la espuma montado en luciérnaga
mientras retienen tu sombra en la puerta o tu vasto
mundo de argonauta cabe en el temblor de una araña,
porque eres joven y minotauro y aúllas despacio
y jodes deprisa y tu frío descomunal no le cabe
a seres de sangre caliente, Anfisbena te puso nombre
de viento.
Alimentada con erizos y cerveza, polvo de huesos
que exprime del remordimiento y la ira, incentivada
por atardeceres arrepentidos y tímidas lunas,
anoche fue la verdad celeste sobre la que hoy escribes
cuando por una vez el sueño te adelanta en la vida,
pero al despertarte sobre su almíbar seco y los murciélagos
calcinados, tu sangre terminada en música
ensambló amanecer con salpicadero.
Y en el parabrisas alguien escribió: “¿TOCASTE
SU CORAZÓN SUBLUNAR?”
 (No te hubieras hecho hombre
en sus sueños bajos, ni tampoco entregado tus nervios azules
a un amor que no valen gestos de soberbia, y eso
que confesó ser hijastra de un dios siniestro
y que un soñador de discotecas no previene tropiezos
que sostienen una vida).
Tú la creíste y a partir de ahí tomó protagonismo
su cabello de maíz y su aroma a vainilla
y un progresivo vandalismo en la luz. Alzó las manos
hasta levantar la capota y simular un instante de mármol,
pero de pronto una brisa la mordió por las yemas
y la envió al sueño común de todos los hombres
donde el lobo ayuda a amar.
Nunca habló del misterio que coordina sus dos cabezas
ni del cráneo radiante que descubriste bajo el asiento.







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