jueves, 24 de febrero de 2011
3136.- VIRGILIO CARA VALERO
Virgilio Cara Valero (Granada, 1964) es licenciado en Filología Española por la Universidad de su ciudad natal. Ha sido profesor en institutos de bachillerato y secundaria en Morón de la Frontera y Almuñécar y ha desempeñado esta actividad, durante quince años, en el I.E.S “Aguilar y Cano” de Estepa. Actualmente es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el I.E.S “Alhendín” de Granada. Ha ampliado, también, su actividad docente impartiendo, durante cinco años, los cursos del Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla y participando en los ciclos de conferencias que organiza la Diputación de dicha ciudad.
Ha dirigido, entre 1999 y 2007 la revista literaria Los Papeles mojados de Río Seco en cuya colección de “Libros Perdidos” ha colaborado en la publicación de los tres títulos que, hasta ahora, han sido editados: Primeros Poemas de Juan Ramón Jiménez, con estudio introductorio de Jorge Urrutia, Siete Romances de Joaquín Romero Murube, con prólogo de A. Martínez y M. García y Ramoneo de Ramón Pérez de Ayala, con introducción y notas de Andrés Amorós. Actualmente coordina la sección de poesía de la revista en su segunda época.
Ha publicado textos de creación y de crítica literaria en revistas como Antaria, El Fingidor, Letra Clara o El coloquio de los Perros.
Poesía:
Los años que pasé fingiendo. Granada, Colección Genil, Diputación provincial, 1998.
No he visto lo que he visto. Epistolario apócrifo. Madrid, Hiperión, 2004.
Región del desengaño. Sevilla, Edit. Point de Lunettes, 2009.
Selección de poemas recogida en el volumen Granada. En lo oscuro y en el agua, recopilada por Juan Varo Zafra. Huelva, Diputación provincial, 2006.
Premios y reconocimientos:
1998: Premio Genil de poesía.
2004: Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza.
ALI AL NAFZI SE RETIRA A DESCANSAR
A Rafael Juárez
Dicen de mí que he sido,
durante el ejercicio prolongado
del cargo que ocupara en esta corte,
de carácter pacífico y actitud ponderada,
que supe preservarme
tanto del mentecato adulador
cuya boca envenena,
como del intrigante que acaba con el sueño.
Y, si hay algo de cierto en la opinión
de quienes esto afirman,
no a otros se lo debo sino a aquellos
con los que conocí la virtud del estudio;
a Abu-Bar al-Kafif quien me instruyera
en las correspondencias de los nombres
y en los falsos sentidos con que, a veces,
las palabras ocultan la verdad;
interpreté los textos con Abu
Zayd al Suhayli, fiel conservador
de las leyes sagradas
pero dúctil y pródigo aplicando justicia;
y fui, también, discípulo (Dios guarde
su memoria) de Abu Marwan Quzman,
del que un día lejano recibiera
conocimiento y júbilo.
Lo que ellos me enseñaron traje aquí,
hasta estas tierras fértiles que han visto
pasar mis años (como pasa el río
que baña sus murallas).
Y aquí habrá de quedarse cuanto he escrito
acerca de la ley, mis comentarios
sobre el hombre y la paz, y los poemas
con los que me atreví, algunas madrugadas.
Me dicen que he cumplido mi trabajo
con honradez y fe, sin obligarme
en pasiones efímeras
ni en fugaces ideas;
y que es tiempo, por fin, de abandonarme,
alejado de pleitos y traiciones,
al placer que tan sólo proporcionan
las cosas naturales.
Entre ellas, en el huerto junto al Dauro
que hace poco adquirí, pensando en mi retiro,
haré balance ahora, más dueño de mí mismo,
del valor verdadero de la vida.
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