lunes, 14 de febrero de 2011
3025.- PABLO MENACHO
Pablo Menacho.Nació en Chitré, Provincia de Herrera, República de Panamá, el 2 de octubre de 1960. Es Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad de Panamá.
Ha sido miembro del consejo de redacción de «Letrabierta» [Carta de Poesía] (1982), del colectivo de escritores «La otra columna» (1982-1985) y del consejo editorial de la revista «Littera» (1995). Fue jefe del Departamento de Diseño Gráfico del Instituto Nacional de Cultura (1990-1992) y Editor Cultural del diario «El Panamá América» (1993-1998).
Ha obtenido diversos premios de poesía, entre ellos: Primer Premio del VIII Concurso Literario Intercolegial (Ministerio de Educación, 1978), Premio Único del II Concurso Literario convocado por la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Panamá, en 1979, Premio Único del Torneo de Poesía de Verano (INAC, 1980), Primera Mención Honorífica en el Premio Signos de Joven Literatura Panameña (1985), Segundo Premio en el Concurso de Poesía «Amelia Denis de Icaza» (INAC, 1986), Segundo Premio y Finalista en el Torneo de Poesía de Verano INAC-TEXACO en 1995 y 1996, respectivamente. Obtuvo Primera Mención Honorífica en el Premio Centroamericano de Literatura «Rogelio Sinán» 2001-2002 (poesía) y Mención de Honor en el LXI Concurso Nacional de Literatura «Ricardo Miró» 2003 (Sección Poesía).
Ha participado en diversos talleres, festivales y encuentros sobre literatura y cultura, entre los que destacan: Primer Encuentro de Escritores Centroamericanos (Panamá, 1992), Festival Internacional de Cultura del Caribe (Quintana Roo, México, 1995), VI Congreso Internacional de Literatura Centroamericana (1996), XI Festival Internacional de Poesía de Medellín (2001), Primer Festival Internacional de Poesía de El Salvador (2002), V Festival Nacional de Poesía y I Muestra Iberoamericana de Manizales (2003), Primer Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua, 2005), XVI Congreso Internacional de Literatura de Centroamérica (Costa Rica, 2008), Congreso de Escritores de Egipto “La literatura latinoamericana en el espejo de la crítica árabe” (El Cairo, 2009) y VII Festival Mundial de Poesía de Venezuela (2010).
Ha publicado poemas en periódicos y revistas nacionales e internacionales, tales como: «Lotería», «Temas de nuestra América», «Re/Vista», «Maga», «La otra columna», «El Búho», «Hojas de Guanacaste» (San José, Costa Rica), «Correo de los Carrapas» (Manizales), «400 elefantes» (Managua), «Alhucema» (Granada, España), entre muchas otras. Algunos de sus poemas se pueden encontrar en diversas páginas de internet.
Aparece en varias antologías y volúmenes colectivos, entre ellos: «Serie poesía panameña actual», No. 2 (1981), «Poetas jóvenes de Panamá» (1982), «Poesía panameña contemporánea» (México, 1982), «Casa de las Américas» No. 150 (La Habana, 1985), «Mairena: Poesía de España y las Américas» (San Juan, Puerto Rico, 1992), «Afán que es una fiesta» (1996), «Umbral del canto» (1997), «Prometeo» Nos. 59-60 (Medellín, 2001) y «Construyamos un puente» (31 poetas panameños nacidos entre 1957 y 1983) (2003), entre otros.
Aparece, además, en: «Diccionario de escritores centroamericanos» (Managua, 1997), «Ser escritor en Panamá» (1999), «Diccionario de la literatura panameña» (2002) y «Diccionario de la literatura centroamericana» (San José, 2008).
Ha realizado dos videos documentales: «El águila de Azuero» (1995) y «Los diablos espejos» (2000).
Obra poética publicada: «Futuros ejércitos del mundo» (1980), «Voces en la lluvia» (1983), «La sola mar» (1989), «Serenas estaciones y otros poemas» (Zapopan, México, 2001), «Canción sin nombre y otros poemas» (2001), «Re/incidencias (2001)», «Carta a Edmond Bertrand» (2004) y «Rito de mares y sombras» (2008).
De Reinvención del territorio
1.
Los días eran espejos transparentes
sobre tus ojos siderales,
escrituras en una piel concebida
para todos los sentidos
donde el poema cobraba formas nuevas
y espesuras.
Sembradíos del nombre
que la pasión acogía sobre el tálamo
dispuesto al banquete de los nuevos desposados.
Los días eran resguardo de malos presagios
y buenas providencias,
el cuchillo de la tarde sobre el mantel del agua
tiñendo de un silencio amargo y gris
las voces de los desvelados,
dibujando los paisajes y sequías
en el reciente vecindario,
el duro signo de la soledad sobre la mirada
del ausente.
(Las noches, tu cuerpo cobraba brillos
nunca vistos y colores.
Era la hora que llegaba
para el festín que anunciaban
los otros espejismos.)
2.
Dadme los alimentos y el aliento,
el pan y sus levaduras más elementales,
el signo más nuevo,
que viajo a través de viejos trenes
con sus antiguas linternas y estaciones.
Es el regreso de sueños cabales y escrituras.
Bajo la sombra del almendro atolondrado
del domingo
suena Bach con sus presencias,
la memoria y lo inmemorable
de los signos del eclipse.
(Eduardo conversa, aún, con Jacques
a través de unos años
ya borrados por la muerte:
sus canciones dibujaban arabescos
en medio de este invierno condensado
en las ventanas).
Empinada sobre el horizonte del planeta
la música tejía la red del firmamento
más fulgente.
Signos estelares evocaban los desgastados faroles
de los parques
y la mesa dispuesta de manjares
para la última ambrosía.
El mar era una alfombra tejida de luciérnagas:
tiempos en que la sed era la medida del agua,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inalcanzables.
Dulce, escucho aún, la canción de sus sirenas.
3.
Estableceremos un orden que sea nuevo,
como elegidos a bordear el mar
y navegar sus singladuras.
(Somos viejos marineros barrenados por la sal de la brisa
y la arena inabarcable de este sol).
Aquí, en la vida, la muerte cose agujeros
a la piel de los hombres:
es la podredumbre y sus misericordias.
¿Qué temblor podría sacudirnos
de tanta somnolencia?
¿Qué banderas silbarían un himno de Beethoven?
Somos la reinvención del territorio
y de sus fieras
batidos sobre el campo del poema,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inabarcables
donde cada elemento cobrará definiciones
nunca dichas.
Habrá que escribir cartas nuevas
-nos dijimos-
cuando la pesadilla acabe, finalmente.
Habrá que escribir cartas nuevas
deshaciendo el laberinto y sus delirios.
Los grandes espejismos
Canto Primero
Inicio el viaje a tus pupilas,
al verbo y a la luz que lo habitaba
en aquellos largos inviernos
sembrados de siluetas por la lluvia.
Hacia esas calles confusas y grises
de las grandes ciudades
cubiertas de máscaras indescifrables y tristes
donde borraría los rostros que la brisa dibujara
y los nombres todos,
dispersos aún por las paredes
de los viejos edificios.
Inicio el viaje aquí,
en este rincón del mundo que teje
y desteje el viejo chal de quien espera.
(Todavía hoy,
con nuevos y solemnes vestidos,
los viejos navegantes atraviesan este mar
y aguardan el amanecer sobre sus olas,
siempre despeinadas
por el viento del nordeste.)
Canto Segundo
Si el universo cantara en tus rincones,
como este mar
que canta en tu costado,
rebosante de peces de mil colores serpenteantes.
Tibia ilusión de horas deshojadas de recuerdos
y, sin embargo,
alegres y festivas como los atardeceres del verano.
(Era el estío y el hastío que llenaba de voces
los rincones del espejo,
los aposentos todos
cargados de un sopor insoportable,
donde la ciudad desdoblaba su rostro
de cenicienta inmaculada y gris,
como las estatuas de sus próceres.)
¿Qué caminos cabrían en un corazón hambriento
de luciérnagas?
Canto Tercero
¿En qué costado del mundo dormía tu nombre,
siempre innombrable,
que convoca los grandes espejismos?
¿Qué sueños sembraban de caricias
la tibieza de tu cuerpo
desnudo y destellante de nuevas marejadas?
Éramos, entonces, exiliados de otras vidas
y, sin embargo, danzas aún sobre la miradas
del insomnio.
¿Qué hora marcarán ahora los relojes de Bruselas,
tan lejos de este trópico y su mar?
¿Qué hora tocará el deseo
en el marasmo de una noche convertida
en la nueva fundación del universo,
ya no caos ni remolino,
sino delirios que tantean el gesto apasionado
de esta playa y sus orillas?
¿Qué música podría evocar
las sombras de esta luz
en este planeta verde y agreste
donde el amor establece sus recintos?
Y, al final, cuántos kilómetros faltarían
para culminar el viaje
que iniciara a tus pupilas,
si siempre regreso a los desvencijados atardeceres de la lluvia
y a tus calles despobladas de sus alegres vestiduras,
donde el hambre, aún, sigue asentando
sus dominios.
Serenas estaciones
Vivo de posponer la angustia
que corre como escarabajos adentro de la sangre,
con la muerte, siempre incierta,
que circunda el laberinto.
Vivo, oscuro camaleón de los sentidos,
en los placeres que desgranan
cada sueño interminable.
Reconociendo los rastros
que dejan la lumbre y el estío,
las viejas noticias de nuevos viajeros,
el cuadro intacto y luminoso
de una tarde tropical.
***
La misma tarde que borró la lluvia eterna
de todos los inviernos
derramados por los ojos de este mar,
más allá de la silueta de tu cuerpo
y sus vislumbres.
Guardo, sin embargo, la memoria
clavada al viento
de unos gestos improbables
y el amor que roza los delirios
en una mansedumbre de sábanas y piel.
Es la repetición
de la voz que trajo el sueño
para anunciar la costa de los hombres.
***
Nuestros cuerpos,
tragados por la luz del alba,
se han tejido de arrecifes,
marejadas
y pájaros cortando el cielo
como espadas.
Trazos que al final son los silencios,
la estación de la ternura
y un aluvión de signos precipitándose
a la vida
como una noche aún despierta
y deslumbrada.
***
Sin embargo, no es amable la palabra.
Y toco el acento gris
de los mares hibernales,
donde la claridad se hizo tropical
para cortar los cabellos del espacio
y acariciar la desnudez
de las ciudades que aguardan
(siempre)
serenas estaciones.
***
Porque echada está la suerte
y pocos invitados habrá para el convite.
Recuerda siempre el pensamiento aquel,
las nuevas señales y las mareas del Pacífico,
donde el amor hecho carne
ha venido a dibujarse
como una invitación abierta y transparente
que nos trajo el universo.
Allí construiremos ‹algún día‹
la mansión más hermosa
que pueda edificarse para el hombre.
***
¿Qué devoción habría, acaso,
en los ojos que te miran
atravesar imágenes y nuevos arabescos?
¿Cuál sería el primer signo,
el mensaje impronunciado
que acercaría tu cuerpo a este puerto
bañado por las olas del deseo más intacto?
Soy, tal vez, el signo de una espera prolongada,
no la comparación descomunal
de dioses y mortales.
***
Ya no habrán caminos nuevos ni estaciones.
En Saintes se desplaza tu cuerpo,
gaviota alada
de este trópico silvestre.
Vendrás nuevamente, como todos los sentidos,
barrenando las nuevas singladuras.
Abierto el cuerpo al amor,
a la siembra de lo fértil y los marasmos.
Los nuevos sembradíos
Dame todos los latidos
y este rostro único y ajeno,
maquillado de palabras y silabeantes acantilados
que conquistan los cabellos de la luz.
La piel que es un paisaje prolongado
que reposa sobre el aire
y las fuentes,
dispersas por la tierra lejana y azul,
donde beberé despacio el néctar de tu cáliz
regocijado en los placeres.
***
Eres todavía un estallido inconjurable
en los adentros
y te nombro con el nombre
de una afilada orquídea,
un aciago temblor de los marasmos.
Y así, cercado de estaciones,
labro el silencio de un mundo agreste
con nuevos conjurados.
***
Porque vendrán otras jornadas,
que reunirán la descendencia:
los seres que poblarán la tierra que dejamos,
los arrebatados soles que tiznan nuestra piel
y los inviernos.
Pero también, un cántaro de agua
y una hoguera, dulce y febril,
como el ardor de la poesía.
***
Y así,
sílabas cimbreantes,
recogidas en medio de la bruma,
desgranarán tu nombre
y luminoso para siempre
tu cuerpo se encenderá en la nocturnidad.
Mañana,
cuando el sol toque la medianía de la tarde,
abonaremos, dulcemente,
los nuevos sembradíos.
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