Carlos Vicente Castro
Nació en Guadalajara (México) en 1975. Es autor de los libros de poemas Raíces temporales (Paraíso Perdido, 2000) y Carcoma (Paraíso Perdido-Écrit des Forges, 2006). Poemas suyos están incluidos en las antologías Anuario de poesía mexicana 2004 (FCE, 2005) y Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983) (UNAM, 2005). Actualmente es becario del Fonca en la categoría Jóvenes Creadores, en el área de poesía.
poemas
Mi reino fue comido por los buitres
un día de sol envenenado de números. Yo
huí en camisa por desiertos que parecían
infinitos, infestados
de beduinos rencorosos que me
aceptarían dándome un penoso dromedario para seguirlos
al final de su caravana.
Hemos asaltado juntos reinos mejores
de lo que fue el mío
y, por honor, no nos hemos quedado con ninguno.
Retrato (de Araki)
Véanla ahí, modosa, la muy puta,
con esa fiebre contenida de mal
signo. El color encendido en sus pezones
llama a la intoxicación, a la alegre
descomposición de la bisutería
que la aguarda en un cuarto sin número.
Breve instante el que alumbra
aquel posible gesto ante el control
en peligro de convertirse en relente, humo
después de la histeria. Qué ingenuidad
la exaltada tela de subidos tonos
sobre su piel blanca, digamos mórbida, si no
amorosa en un tacto deshabitado.
Noche de circo
Una estopa
con sangre es un oso, y joyas
de utilería,
movimientos espesos
o suaves pasos
de máscara. Lo grandioso
de sobrevivir, amigos
piojos, excelentes pistolas
que nos acompañan, atareados payasos
en escaleras
de viento,
nobles damas de fantasía,
pétreos nudos
los ojos
prolijos en postigos –oigan
las ínfulas del látigo indefenso–, puños
de arena todavía humeantes,
no lo olviden,
es esta noche intensa
de disfraces, gran público
sin actores, figurines
a su carrusel,
tomen
lugar.
De Metrópolis:
Simple equivocación
Debieron avisar de este sol inoportuno
despotricando sus golpes en la puerta. Soliloquio,
poco se ha de saber, pues la carta
de identificación que me sustrajeron
vale lo mismo que contratar a un abogado: vueltas
de aquí para allá, con la libertad bosquejada
por la asfixia de un cuarto
que huele a plomo. Todopoderoso Estado,
bienaventurado pueblo, más que mi pánico, esta rabia
les suplica negar a tiempo que no han
visto mi rostro de frente,
si es que mi esposa, nulificada sin razón,
todavía puede albergar en sus ojos
mártires la estafa.
Dogville
El cielo aherrojado, emputecido
hasta las heces. Las casas –subterfugios–
mugrientas resoban la lengua
del incipiente literato que nunca ha
escrito (el fuego podrá borrar más tarde).
No un pueblo pequeño, no un topo
escabulléndose, el dolor es juez bajo
la luna mordisqueada, casi
rabia de ratas. Un perro ladra. Es
lo que sabe decir.
The War of the Worlds
Perseguidas, denostadas, hechas jirones
en medio de afilados rayos catódicos,
las moscas aprenden,
sin convicción, a alumbrar paredes.
Adaptation
Comprender he, a diestra sin siniestra premonición,
los altos voltajes de la sangre pausadamente difuminada
bajo la presión de quien está al borde
de la idea, el lado oscurecido del
área de Broca –neurálgica
como una pistola–, si continúo
ponderando puntos suspensivos donde ni necesario es,
una novela en aire delineada (hace falta
desinfectar ratas en las venas).
Versión de un encapuchado en Salem
Picas y verdugos
comienzan a esclarecer
paladares de
brujas.
Sólo
una palabra
callaron.
Si acaso,
despellejó sus labios: con eso basta.
Diatriba
Habrá que vomitar los piélagos de azúcar
amontonados sobre una mesa
anquilosada de cucharas inconsistentes.
La falsedad es lo que busca, soslayando el
matamoscas mientras cierra en contubernio
un ojo difícilmente. Tanta bochornosa
estulticia, leche tibia en el mantel enrojecido a cuadros,
ahogado bajo melosos ladrillos que avivan
los insectos. Poltronas
para turistas.
Brindis por dos ciudades
Digamos que desleídas, opacas, en el todavía
acorde a lo planeado por el quiste
al que cerebro llaman, apenas un par o poco más de siglos
en ayunas. No es por dudar,
bien lo sabe cada átomo de
este valle tremendo que asume el rencor en sus belfos
como una pequeña gripe
de mosca. Y no, no es por
fantasear que se lo digo. A trasnoche se aglutinan
soberbios disfraces llameantes, altavoces,
diuréticos
para los enredados en pasos largos
y ajenos. Será bueno
ponerse a descansar la brizna de piojos que traspasa
la médula de los huesos
mal paridos. Brindemos: gangrena,
atajos, megalómanos que toman la pistola
a fin de parecer valientes sin nunca
jalar del gatillo
sino cuando se propicie
la ventaja. A eso hemos llegado.
Salò
No es nada. La calle sin sustancia, sin cuchillo
que afile sus párpados.
Ahí está, tras la ventana, en el patio, tras
los gemelos y algunos compases goliardos, la intensa calma
luciendo
las poleas de sus cuerpos torturados
como leves mariposas. El ojo se desprestigia, el
culo es un bebedero antes de la horca o una vela.
Un mudo e irresuelto Ganímedes atado a
la sorna
de las tres alegres comadres de vodevil:
a veces si a cuatro celebran la flor, el odio
dando de comer su casa a los perros.
Ah, entre camisas de fuerza más risueñas...
De un sabio samurai
Evita a regañadientes el sable
del honor que paulatinamente toma
lo suyo en el pecho ajeno, alevoso.
No es de risa forjar un trecho de alma
con turbio lodo, ni que corte pétalos
esta juventud de ensueño,
rodeada
de muerte
en floración. El amor y la misericordia
van de la mano de la sangre. Nosotros
únicamente sabemos
lo que nos conviene a esta edad.
Tribulaciones
Un chino en China corre por su suerte, ignora
la punta de la pistola en la esquina del día,
en el té de la tarde, en los ojos de un dragón
arreglándose las uñas. Va por Jinan, Xi’an, Suzhou
como si nada faltara al terror de ser comido
por sus propias palabras de desenfado,
entre huellas habidas de otro viajero más antiguo,
esquivando el sable certero
del aburrimiento.
Manieristas
Amorosos verdugos
alimentan ratas gordas y con rabia,
mientras meten flores en el culo
de los condenados.
(Enfilan con menguada prisa
sus estiletes
de delicada manicura,
pero aquéllos ya duermen con fervor
la siesta.)
de: UN EDIFICIO EN CONSTRUCCIÓN(Palacio de la Fatalidad, 2015)
Tae kwon do
En los ochenta aprendí artes marciales
igual a miles de niños que vieron Karate Kid.
Mi maestro Sol Kim era un coreano
al que le pasaban por encima
automóviles y partía en dos una pila
de ladrillos o una tabla.
Años más tarde supe lo poco que le sirvió
cuando un par de sicarios
lo tomaron desprevenido en su gimnasio.
En las calles de la ciudad
todo cambia sin remedio:
incluso han talado muchísimos árboles
y cada vez construyen más edificios
que obstruyen la luz del sol.
Esta noche,
las gotas de lluvia en la ventana semejan estrellas
las gotas de lluvia en la ventana semejan estrellas
No puedo dejar de mirarlas
en primer plano, evito el reflejo de la lámpara,
su fulgor de sentido
que no me importa descifrar.
Mi primera y única nevada
La vez que nevó en mi ciudad
estaba medio dormido,
enrollado entre cobijas, en un cuarto de azotea.
Esa mañana escuchaba
las expresiones de sorpresa
de mis hermanos
y tuve la sensación de presenciar
un hecho que no volvería a repetirse.
Imaginé la nieve caer suavemente,
abrazar los muros de mi cuarto,
deshacerse poco a poco en el techo,
rodar por el resumidero.
Dormitaba y la nieve se confundía
con mi sueño fragmentario,
fantaseaba con que saldría a tocarla,
colocaría un copo en mis labios. Cuando abrí la puerta,
ya se había derretido y una película de humedad
brillaba en el paisaje.
El amigo de mi padre
Lo habían secuestrado hacía más de cuatro meses.
Nada sabíamos de él, hasta que hallaron sus huesos
en lo profundo de una zanja –los reconocieron por el ADN.
Podría decir que entonces su esposa respiró aliviada:
los hijos regresaron a la ciudad, ya no hubo que vender la casa,
el sol volvió a esplender en el oriente
de la misma manera que inaugura cada día: modificando
el color de los objetos que pensamos nos pertenecen.
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