ALEXIS DÍAZ-PIMIENTA (La Habana, 1966). Escritor y repentista. Director de la Cátedra Experimental de Poesía Improvisada y Subdirector de Desarrollo del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado (CIDVI), ambos con sede en La Habana, Cuba. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al italiano, francés, inglés, japonés, árabe, farsi (lengua autóctona iraní) y alemán. Ha publicado hasta la fecha 20 libros, en diferentes géneros:
Bibliografía
Huitzel y Quetzal (Cuento, Ediciones Extramuros, La Habana, 1992);
Robinson Crusoe vuelve a salvarse (Poesía, Editorial Sanlope, 1994);
Los visitantes del sábado (Cuento, Colección Pinos Nuevos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994);
Cuarto de mala música (Poesía, Editorial Regional de Murcia, 1995);
En Almería casi nunca llueve (Poesía, Qüasyeditorial, Sevilla, 1996; Editorial Abril La Habana, 2004);
Pasajero de tránsito (Poesía, Ayuntamiento de las Palmas de Gran Canaria, 1996);
La sexta cara del dado (Poesía, Colección San Borondón del Museo Canario, 1997; Arráez Editores, Almería, 2004);
Prisionero del agua (Novela, Editorial Alba, Barcelona, 1998; Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003);
Los actuales habitantes de Cipango (Poesía, Editorial Unión, La Habana, 1998);
Teoría de la Improvisación. Primeras páginas para el estudio del repentismo (Ensayo, Editorial Sendoa, Gipúzcoa, 1998; Editorial Unión, La Habana, 2000);
Cuentos clásicos en verso (Poesía para niños, Editorial Selector, México, 1998; Editorial Gente Nueva, La Habana, 2001);
Yo también pude ser Jacques Daguerre (Poesía, Editorial Pretextos, Valencia, 2001; Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005);
Maldita danza (Novela, Editorial Alba, Barcelona, 2002; Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2004);
Confesiones de una mano zurda (Poesía, Editorial Sanlope, Las Tunas, 2004);
Salvador Golomón (Novela, Editorial Algaida, Sevilla, 2005);
El extraño caso del niño al que acusaron de morder la luna (Poesía para niños, Editorial Abril, La Habana, 2004);
¡Chamaquili, Chamaquili! (Poesía para niños, Editorial Abril, La Habana, 2006);
En un lugar de la Mancha (Poesía para niños, Editorial Gente Nueva, La Habana, 2006)
¡Buenos días, Chamaquili! (Poesía para niños, Editorial Abril, La Habana, 2007);
Chamaquili y la lámpara-luna (Poesía para niños, Editorial Abril, La Habana, 2007);
Fiesta de disfraces (Poesía, Editorial Calambur, Madrid, 2008).
Por sus libros ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales (en Cuba y España), entre los que destacan:
Premio Internacional de Poesía “Los Odres”, 2008, en Murcia, España, por Fiesta de disfraces.
Mención (o Accésit) de Poesía del Premio Internacional “Casa de las Américas”, 2008, por Traficantes de oxígeno.
Premio Nacional de Literatura Infantil “La Rosa Blanca”, 2007, en La Habana, Cuba, por Buenos días, Chamaquili.
Finalista del Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallego”, 2007, en Caracas, Venezuela, por Salvador Golomón;
Premio Nacional de Literatura Infantil “La rosa blanca”, 2006, en La Habana, Cuba, por ¡Chamaquili, Chamaquili!
Finalista del Premio Internacional de Novela “Ateneo de Sevilla”, 2004, en Sevilla, España, por Salvador Golomón;
Premio Internacional de Novela “Luis Berenguer”, 2004, en Cádiz, España, por Salvador Golomón;
Finalista del Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”, 2004, en Melilla, España, por Traficantes de oxígeno;
Finalista del Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado-Los Trenes”, 2004, en Madrid, España, por Estación melancólica;
Premio Iberoamericano de Décima «Cucalambé», 2003, en Las Tunas, Cuba, por Confesiones de una mano zurda;
Premio Internacional de Poesía «Emilio Prados» 2000, en Málaga, España, por Yo también pude ser Jacques Daguerre;
Premio Internacional de Novela Alba/Prensa Canaria 1998, en Las Palmas de Gran Canaria, por Prisionero del agua;
Premio Internacional de Poesía Ciudad de las Palmas de Gran Canaria, 1996, por Pasajero de tránsito;
Premio Internacional de Poesía «Surcos», en Coria del Río, Sevilla, 1996, por En Almería casi nunca llueve;
Premio Internacional de Poesía «Antonio Oliver Belmás», en Murcia, 1994, por Cuarto de Mala Música;
Premio Nacional de Décima «Cucalambé» 1993, Las Tunas, por Robinson Crusoe vuelve a salvarse (co-escrito con David Mitrani);
Premio Nacional de Cuento «Luis Rogelio Nogueras» 1991, Ciudad de la Habana, por Huitzel y Quetzal;
Premio Nacional de Cuento «26 de julio» 1990;
Premio Nacional de Cuento «Ernest Hemingway», 1989;
WEB DE ALEXIS
DISCURSO A LOS POETAS DEL CENÁCULO
Tarde o temprano vamos a morir de lo mismo,
de mujeres ajenas y de versos robados,
de poemas redondos y lectores cuadrados,
de ignorar que el espejo padece astigmatismo.
Tarde o temprano el polvo sepultará el lirismo
y sangrará en las voces un verbo desvirgado.
Pero ahora poco importa, vivamos el pasado:
toda premonición tiene algo de espejismo.
Allí está la señora Posteridad, oyendo
cuál de todos nosotros se equivoca leyendo,
cuál es más reverente, cuál más iconoclasta.
Nos mira, nos escucha, sabe que no hay apuro,
que de todas maneras para el lector futuro
con una sola coma que esté bien puesta
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CUARTO DE MALA MÚSICA
Poesía, Editorial Regional de Murcia, 1995
Premio Internacional de Poesía "Antonio Oliver Belmás", 1994.
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Cuarto de mala música
Este cuarto está lleno de ruidos
indeseables y perfectos.
Todo el silencio en sus paredes,
toda la indiferencia.
Está lleno de pasos y silbidos,
de pedazos de aire que desplaza un adiós,
sacudidas de un polvo al que ya pertenezco.
Más allá de su espacio está su música,
gris y mojada como pan de nadie.
Medusa acústica,
sus voces trepan las paredes,
se cuelgan de las lámparas,
me acorralan, me invaden:
goznes, mamparas, grifos,
escalones, muebles, piedras,
raíces del cuarto mandándome callar,
engordando de mí,
volviéndome otra voz de su memoria.
Lo siento girar, lo oigo sangrar a gritos.
La madera enfermiza suelta todo su odio,
fotos anónimas, telarañas crujientes,
largo escándalo más allá de sí misma.
Cómo escapar a esta música atroz,
este cáñamo apretando mis palabras,
a quién rogar un toque de nudillos,
un módico saludo.
Por sus hendijas no entra luz, sino tiempo,
no entra aire, sino gorjeos cíclicos,
imitaciones de las voces del cuarto.
Y caen sobre mi cáscara,
sobre mis vidrios interiores,
contra mi voz residual, única y débil.
Sálvense ustedes, no crucen el umbral.
Hay todo un laberinto y más allá mi voz
y más allá la puerta, siempre la puerta
con forma de palabra feliz,
de gesto amable.
Aquí duermen los ruidos
de todos los tiempos:
yelmos y palomas, escafandras y lotos,
cemíes y poetas.
Sálvense del Rumor Universal.
Las paredes son todo el silencio,
la maldición perfecta, conjuro irreversible.
Sálvense ustedes y déjenme así,
momia envuelta en sonidos,
celador de un relicario acústico.
Somos el cuarto y Yo.
Nos amamos incestuosamente.
Nos odiamos incestuosamente.
Somos el cuarto y yo. Los únicos.
Saxo
Un saxo es un instrumento demasiado triste
para que bailen los gorriones
sobre el tendido eléctrico.
(No importa que haya pájaros muertos
al pie de los violines.)
Un saxo es para las hojas otoñales,
para los divorcios, para las cartas que no llegan.
Si ven llover, saquen el saxo donde todos lo oigan.
Si hay luto en la ciudad, adórenlo.
Y a nadie se le ocurra tocar el saxo un jueves.
Y nadie ensaye cerca de los jardines.
Acostumbrémonos al gris y al viento en la ventana
al silencio muriendo en espiral.
Un saxo llena el pecho de murciélagos
y nos deja así, con el pecho invadido
con la mujer de siempre doliendo en las paredes.
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
¿no ves que cae ceniza?
¿no sientes como cantan las ojeras?
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
o lloraremos juntos la próxima llovizna.
Ángulo cero
Las esquinas siempre fueron lugares difíciles,
podios hacia la nada, vértices.
El más conocedor de las esquinas
alguna vez equivocó las flechas
y dobló hacia sí mismo.
Una esquina terrible y una esquina feliz
sólo se diferencian en los ojos
del hombre que la cruza
o en las manos de quien regresa del utópico
otro lado de la esquina.
Los peatones reflexionan en la esquina
sobre la eternidad del próximo paso.
Los cojos se detienen, los ciegos se detienen,
los ancianos miden el día
por las esquinas que descuentan,
las novias no aceptan que las citen
si no es en cierta esquina
(un mismo novio en cada esquina
de la ciudad es otro.)
Los perros orinan mejor en las esquinas.
Los gorriones, con migajas y esquinas son felices.
Los suicidas nacen en las esquinas.
Los divorciados lloran.
Los locos sueltan la risa como un conejo mágico.
El mundo es sólo eso: una esquina redonda.
Y el universo un dédalo de esquinas mal trazadas
con transeúntes extraviados e inermes.
Todo tiene su esquina engañosa:
los edificios, los árboles, las hembras,
las canciones de amor, las corbatas de uso,
la misa, el eco, el pan intacto:
todo tiene su esquina para caerse boca arriba.
Y hubo épocas de esquinas incendiarias,
esquinas de rituales, de suplicios, de adulterios.
Y hubo héroes de esquina, santos de esquina,
ídolos y líderes con una esquina al hombro.
Y, finalmente, todos somos
una esquina de tiempo:
un infinito cruce de fechas alternas
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EN ALMERÍA CASI NUNCA LLUEVE
Poesía, Qüasyeditorial, Sevilla, 1996
Editorial Abril, La Habana, 2004
Premio Internacional de Poesía "Surcos", 1996.
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Descubrimiento del otoño
El camino hacia Órgiva puede palidecer de pronto,
enternecerse en las hojas del almendro,
y uno quedarse desposeído de voluntad,
sentado junto a una muchacha que regula
los colores de la tarde,
y que se presta al juego del descubrimiento.
Sobre los ojos caen, como débiles voces,
las hojas de los árboles.
El aire silba y trae fotos, postales,
escenas de filmes que uno ha visto mil veces;
el aire silba y trae pedazos de asombro,
antiguas resonancias de pupilas también indefensas.
Yo no he visto el otoño sino ahora.
En mi país los árboles no envejecen de pronto,
no cae el amarillo como de un cuadro
de Van Gogh agujereado.
Ella sigue al volante, el pelo alegre,
acostumbrada a esta nueva dimensión de todo.
Los grises, los violetas,
los rojos atenuados de nostalgia, le pertenecen.
En mi país los almendros no hablan así de octubre,
las muchachas no conducen dentro una postal
o en un set de Igmar Bergman.
Camino a Órgiva desinformo a mi hijo
sobre la geografía y sus libros de texto.
Camino a Órgiva se descosen mis viejas enguatadas,
mis chiringas del trópico.
Camino a Órgiva tomo la mano de esta mujer,
cierro la ventanilla, me enamoro.
Todo
Si un hombre a los cincuenta años
se enamora de una adolescente,
su pasión confirma la teoría de Einstein,
la filosofía de Kant, la angustia de Shopenhauer,
el teatro de Shakespeare, los zapatos de Chaplin
y la inocuidad de las puestas de sol.
Si una muchacha en plena adolescencia
se enamora de un hombre de cincuenta años,
su pasión confirma la teoría de Einstein,
la filosofía de Kant, la angustia de Shopenhauer,
el teatro de Shakespeare, los zapatos de Chaplin
y la inocuidad de los amaneceres.
Si se besan y caminan del brazo por la Habana,
ya lo habían advertido Einstein, Kant,
Shopenhauer, Shakespeare, Chaplin;
si se desnudan en un cuarto de hotel y son felices,
tenían razón los que han llorado en los crepúsculos.
Si, en fin, se aman, todas las otras parejas existentes
(matrimonios legales y metálicos,
amantes hotélomanos,
novios castos o impúdicos, simples enamorados,
pretendientes de todos los tiempos y lugares)
han sido y son simple coincidencia,
literalmente, simple coincidencia.
Natalia y el huso horario
Son las seis de la tarde aquí en La Habana,
en Luyanó, en mis ojos.
Las doce de la noche en Aguadulce.
Ahora apagas la luz, oyes las últimas noticias,
fumas el último cigarro,
preparas el reloj para que suene
exactamente cuando estaré acostándome,
apagando la luz, oyendo el telediario,
preparando el reloj para que suene
exactamente cuando tú estés en la oficina,
sufriendo la impersonalidad de los teléfonos,
compartiendo el café con los amigos.
Son las seis de la tarde en mi camisa,
en mis manos, en los árboles que no me reconocen.
Ahora preparo el baño de mi hijo,
charlo con la vecina, leo un poco,
confundo el borboteo de la sopa
con el fino sonido de tu sábana.
Ahora pasas la mano por el sitio en que falto
y yo compruebo que la sopa
está muy bien de sal para tu estómago.
Son las seis de la tarde en mis papeles,
en mi trago de ron irremediable.
Las doce de la noche en tu sofá,
en tu bata de casa,
en tu cuarto con olor a sándalo.
Y este crepúsculo no se repetirá
como tampoco volverás a tener
la misma medianoche.
Para encontrarnos tenemos cierta música,
cierta manera de reír,
ciertas partes del cuerpo
que antes de conocernos no teníamos.
Son las seis. Son las doce.
Aguadulce es mi mano desorientada y tibia.
Cualquier esquina de Luyanó es tu espalda.
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PASAJERO DE TRÁNSITO
Poesía, Ayuntamiento de las Palmas de Gran Canaria, 1996
Premio Internacional de Poesía
"Ciudad de las Palmas de Gran Canaria", 1996.
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De los ojos de un niño...
De los ojos de un niño despegan los aviones.
Si cerrase los ojos caerían.
Sólo su asombro los mantiene en vilo
su manita los alza
su corazón los mueve y los aleja.
Sin un niño pegado a los cristales
a las altas barandas de una terraza adulta
morirían de horror los aeropuertos.
Un niño nunca podrá decir la palabra "aeronáutica"
pero de él dependerá la imitación del pájaro.
Un niño no sabrá calcular las distancias
pero es la garantía del retorno.
Cada aeropuerto debe tener un niño pegado a los cristales
junto a los altavoces, donde quiera que el miedo se agazape.
Gracias a él tardará menos lágrimas el regreso de todos
dolerá menos besos el adiós de las madres
las azafatas podrán prescindir de advertencias insulsas.
Un avión en el aire
son muchos niños mirando al horizonte.
Poeta en el aeropuerto
Un hombre solo, desconocido de los árboles
y de los relojes,
un hombre con las manos en la espalda
y la cámara colgada sobre el pecho,
camina, silba,
mira los automóviles como si fuese un poste,
como si fuese la luz más triste de semáforo.
Un hombre que no espanta
a la mosca que se posa en su tabique;
un hombre sospechoso de todas las verdades,
un hombre con un frac y una sandalia rota
(la agenda abierta en la página cuatro);
un hombre solo –no solitario, no en soledad,
no solamente abandonado–,
tose, camina, se arrincona,
saca el bolígrafo en el mismo instante
y con la misma solemnidad con que otro saca el pene,
y lo usa igual, con precisión y urgencia,
y de ambos cuerpos sale la misma plenitud,
tan útil como impúdica, recíproca humedad,
recíproco delito condenado al silencio.
La diferencia está en que el hombre solo
procrea en cierta esquina de un aeropuerto triste,
delante de una mosca puritana,
detrás de las mujeres que lo ignoran.
La diferencia está en que el hombre solo,
no se lava después de la última palabra.
La muchacha de los ascensores
Siempre hay una muchacha
que llega al ascensor en el último instante
para que alguien, gentil, detenga con la mano
la puerta automática.
En Madrid, en Bogotá, en la Habana,
en un hostal de Órgiva o en un hotel de Medellín.
Siempre hay una muchacha, y es la misma.
Lo he descubierto casualmente.
Le he dicho: -Ya te esperaba, entra.
Y ella, con disciplina de muchacha atrasada,
se ha acomodado al fondo, donde siempre.
Todos la miran de soslayo, pero luego la olvidan.
Ella nos mira a todos con familiaridad,
con la certeza de hallarnos en el próximo ascensor,
dentro de poco.
Le he dicho: -Ya te esperaba, entra.
Pero ella sabe que la he esperado en todas las ciudades
y que esta escena se repetirá hasta el último edificio.
En Cartagena del Caribe y en Cartagena del Mediterráneo,
en México, en Milán, en La Habana de nuevo.
Sonríe y no me mira.
Ha descubierto que también soy el mismo:
el oportuno dueño de la mano que detiene la puerta.
Sonríe y no me mira. Así está bien.
Si se distrae, puede ocurrir que llegue
antes de tiempo, al próximo ascensor,
en cualquier parte.
La palabra “nostalgia”
La palabra “nostalgia” ya se aburrió de los poetas
no aceptará otra prórroga de amor
no otro golpe de asombro.
Se quedará fantasma de los parques
sombra de los entonces, polvo viejo en las fotos.
Desaparecerá de los poemas clásicos
de los libros de texto
de las canciones conque se buscan los amantes.
Que se preparen filólogos y críticos.
Donde decía “nostalgia” podrá decir “arco iris” o “etcétera”.
Que se preparen esos adolescentes que heredarán
un nombre de mujer y un hueco sin palabras.
Los poetas haremos la acostumbrada procesión
hasta el panteón nostálgico,
los más viejos lectores suspirarán todos al mismo tiempo.
Pero la palabra “nostalgia” no volverá ya más
con su aire púber, con su analgesia equílibre.
Ella también será pura nostalgia.
Final de viaje
Si has descubierto
que todos los oráculos engañan
que todos los caminos llevan a ti mismo
qué harás con tus próximos miedos.
Si has descubierto
que los astros mienten
–o tal vez se equivocan–
qué vas a hacer con tus maledicencias.
Si has descubierto
que la vieja gitana –la del pañuelo rojo–
lleva siglos timando a los viajeros
qué harás con tantos manuscritos
con tantas novias esperando flores
Si has descubierto
que en la vida también
eres un simple pasajero de tránsito
qué harás, dónde lo harás, y cuándo.
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YO TAMBIÉN PUDE SER JACQUES DAGUERRE
Poesía, Editorial Pretextos, Valencia, 2001
Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005
Premio Internacional de Poesía "Emilio Prados", 2000.
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Una casa sin patio
Una casa sin un árbol de fondo,
sin una piedra donde limpiar las botas,
duele como los ojos de las viudas del pueblo.
Cada viuda del pueblo
lleva el pasado bajo las negras telas,
junto a las fotos,
entre peines y espejos.
Cada casa sin patio
alguna vez teme dormir cerrada,
alguna vez teme quedarse sola,
mira a las otras casas con fastidio.
Una casa sin patio sufre,
se arrincona,
evita hablar con otras casas
de sus intimidades.
(No importa que posea
un balcón hacia el mar
o hacia el parque;
poco importan los niños del vecino
descubriendo sus rincones vírgenes.)
Una casa sin patio se siente en climaterio,
ajada e indecente,
como la ropa del borracho del pueblo.
El borracho del pueblo
anda lleno de silbidos y moscas,
duerme mal y se moja en la lluvia.
Nunca sabrá la hora.
Nunca entrará en la iglesia
sin que lo orine un perro.
Una casa sin patio no se podrá vender
ni alquilar, ni prestar,
sin comentar primero:
«Pobre casa, nació así, no es culpable».
Y el futuro inquilino se ajustará las lentes,
misericorde y comprensivo,
sin replicarle nada.
Por eso las ciudades huelen a alcohol,
a tendederas húmedas,
a sexo, a eructos,
a periódicos viejos.
Por eso las ciudades
no tienen tantas flores
como los cementerios.
Y las casas sin patio
se miran unas a otras,
se niegan a comer y a ver la tele,
se masturban pensando en la palabra «polvo»,
se pudren, lentamente,
como los versos del poeta del pueblo.
Poema viudo
El viudo almuerza solo, oye la radio,
no quita los zapatos del medio de la sala.
El viudo entorna las ventanas del cuarto
y desempolva velas, cartas, timbres,
lágrimas de sexo indefinido.
Y una sola bombilla en el rincón.
Una sola bombilla y una foto.
Una sola bombilla y el silencio.
Una sola bombilla y el reloj.
Una sola bombilla.
Como un triste ultimátum.
El viudo almuerza solo
sin gusto y sin premura
sin mujer sabatina que le destienda
la palabra espérame.
Los gorriones le han comido los ojos
como a una estatua antigua,
y se ha sentido listo para la sopa ciega,
maduramente solitario.
(Los gorriones siempre sobreviven
a la soledad, son Ella;
lo último que un hombre ve al morir
es un gorrión silbando.)
El viudo almuerza solo
carcomido de remordimientos.
Los vecinos lo esperan en el bar más próximo
para arroparlo como todas las tardes,
sin saber que no existe,
que no le gustan sus corbatas azules,
sus barajas, sus copas,
que no soporta
la paz de los que viven sin un sótano.
Tal vez por eso se mudó al balcón,
donde el otoño exhibe sus colores más tristes
y los carteros se refugian de la lluvia.
Cada calle por donde pasa el viudo
está enferma de celosías y verjas estridentes,
desprotegida ante su propia reserva
de inminentes cadáveres.
Calles manchadas de humo, de migajas de pan,
de ladridos políglotas.
Calles con demasiada luz,
con demasiada música,
llovidas de postales y zambra de motores.
Y los políticos que no hacen nada,
y los mendigos que le piden los ojos,
y los adolescentes que se peinan,
y los choferes de ambulancia que ríen,
y los lectores de pintadas en los baños públicos,
y los ninfómanos de la felicidad,
y el tiempo.
Nada.
Los vecinos lo esperan con las copas repletas,
con las corbatas más azules que nunca,
oliendo a viernes frito,
tan felices.
Mas él prefiere almorzar solo
a la sombra de una bombilla triste,
verticalmente roto como el agua de un grifo.
Doña Adela
Ha muerto la vecina,
la del teléfono,
la que vendía velas
y hacía misas para difuntos lúgubres.
Ha muerto de repente,
un día de fiesta.
Ha muerto sola,
entre el altar y una paloma blanca.
Ahora los muertos no tendrán
quien les llame
y rondarán los pies de los que duermen
y alterarán el silencio del barrio.
Ahora los vivos no tendrán
quien les descifre un sueño,
quien les advierta de las grandes traiciones,
y alterarán también el silencio del barrio.
Ha muerto Doña Adela.
Sólo han quedado sus espejuelos,
rotos, abandonados,
sin saber hacia dónde mirar.
Los vecinos dijeron: –¡Pero cómo!
El nieto amaneció tosiendo fuerte.
Los hijos se turnaron el llanto y las llamadas.
Yo he tocado a la puerta
y el eco ha repetido el toque
en todas las ventanas.
Ha muerto un sábado, a las once.
Mientras cantaba en la televisión
una desconocida.
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CONFESIONES DE UNA MANO ZURDA
Poesía, Editorial Sanlope, Las Tunas, 2004
Premio Iberoamericano de Décima Escrita "Cucalambé", 2003.
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Aleph
I
Borges visita el espejo
después de ir al oculista.
Borges, el funambulista.
Borges, el rapsoda viejo.
Borges no siente complejo,
más bien, pena del cristal.
Toca el vidrio: azogue y sal,
luna oscura y arrogante
(o ignora que está delante
de Borges, o le da igual.)
Borges se palpa la cara,
se acomoda el pelo cano.
¿Será Menard o Quijano?
El vidrio duda. Declara
que tiene una mezcla rara
de Enma Sumz y Jorge Luis.
¿Será el Traidor infeliz
o el Héroe? Todo es distinto.
Su rostro es un laberinto
y el espejo es un país
del que ha sido desterrado
por siempre. Borges lo sabe.
Parece un pájaro grave.
Parece un papel mojado.
Parece un árbol doblado.
Parece hijo de María.
Parece fotografía
de enciclopedia futura.
La cara larga y oscura,
la cara oscura y vacía.
Borges visita el espejo,
se toca el pecho, y bizquea.
Quiere que el espejo lea
lo que dice en su entrecejo.
Borges: fósil circunflejo.
Borges: niño solitario.
Borges: polvo literario
lleno de bifurcaciones.
El rostro que ahora te pones
alguien se lo quita a diario.
II
Borges regresa a La Alhambra
después de cien años ciego.
Huele incienso. Escucha el riego
de las fuentes. Una zambra
los tímpanos le acalambra,
le taconea en el pecho.
Extiende el brazo derecho
en distintas direcciones:
Al Patio de los Leones,
al Generalife, al techo...
Borges le explica a María
Kodama cómo Boabdil
le traducía al Genil
los dísticos que decía
Wallada, o le componía
él mismo zéjeles tristes.
El agua recita chistes
verdes que Borges no entiende
(Llora como un viejo duende
que han desheredado). ¿Insistes
en que el tiempo es circular?
Borges no contesta. Canta
una milonga y levanta
el mentón. Siente piar
en árabe (debe andar
desorientado un gorrión).
Borges levanta el bastón,
frunce el ceño y abre un ojo
más que el otro. ¿Ciego? ¿Cojo?
¿torpe por imitación?
María le da la mano
como una madre soltera.
Borges insiste en la esfera
de Pascal, en el arcano
Aleph, en el ser humano
como representación
y angustia. Baja el bastón
y evoca nuevos difuntos.
Borges es todos los puntos
de su propia creación.
El hijo del divorciado
El hijo del divorciado
se orina en la cama, llora,
con telarañas decora
las paredes del pasado.
Prometeo encadenado
a la nostalgia y al miedo.
Todo se torna remedo,
esquirla de espejo roto,
sombra de un dolor remoto,
uña que no encuentra el dedo.
El hijo del divorciado
juega a crecer y no crece,
ríe cuando le parece,
habla en sueños. Lo han dejado
doblemente mutilado.
Hacia dónde sonreír,
cuándo y cómo y qué decir
para empatar sus mitades.
Soledad, por qué lo invades.
Noche, déjalo dormir.
El hijo del divorciado
soy yo, el epicentro, el eje.
Pequeño Ulises que teje
su propio abandono. He dado
un plazo, pero es pecado
ordenar a los mayores.
Penélope busca flores
y Robin Hood otra aljaba.
Si la infancia se me acaba
no importa, vendrán peores
momentos en el futuro
(mi divorcio, por ejemplo).
Voy al espejo. Contemplo
mi rostro de niño duro.
«Hoy no he de orinarme. Juro
que voy a sobrevivir».
El vidrio se echa a reír,
el colchón se desternilla.
agrio charco en la mejilla.
Apago el foco. A dormir
El hijo del divorciado
soy yo. Mi madre me besa,
mi padre siempre regresa
–no es que no esté: ha regresado–.
La vecinita de al lado
come bien, sueña en colores.
Miento: sueña con errores.
Miento: ella come muy poco.
Miento: su padre está loco.
Miento: son tres: dos mayores
y ella (como en los dibujos
que hacemos en el colegio
va en el centro: sortilegio
para fantasmas y embrujos,
para llantos y tapujos,
para camas orinadas...)
Miento: en todas las barriadas
hay niños con caras huecas,
y con mejillas entecas
y con sábanas mojadas.
El hijo del divorciado
no soy yo solo: son todos.
Si no, mírenles los codos:
cuando un niño está acodado
sobre su propio pasado
le queda esa marca oscura
y arrugada. ¿Quién procura
hacer que me sienta mal?
¡Viva el divorcio! Total:
la infancia no tiene cura.
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FIESTA DE DISFRACES
Poesía, Editorial Calambur, Madrid, 2008
Premio Internacional de Poesía "Los Odres", 2008.
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PARECE QUE FUE AYER
Parece que fue ayer.
A todos, todo, nos parece que fue ayer.
Pero si a todos, todo,
nos parece que fue ayer,
entonces habrá sido ayer, y punto.
Ayer es la categoría más exacta del tiempo.
Hoy es un sitio abstracto,
ubicuo y múltiple.
Mañana es conjetura,
ubicua y múltiple.
Ayer es único.
El sitio exacto en el que todo
parece haber sido.
HAY UNA CURVA DEL DESTINO
Hay una curva del destino
en la que se bifurcan los recuerdos
nadie sabe hacia dónde.
Hay una curva del destino
en la que es necesario atarse al mástil
aunque uno viva en el desierto.
LAS GANAS DE LLORAR
Y las ganas de llorar cómo se quitan.
No el llanto, sino las ganas de llorar incontrolables,
cuando la soledad se llena de rostros ausentes,
de seres queridos que en algún sitio de otra ciudad
preguntan también cómo se quitan las ganas de llorar,
mientras escriben.
ANIVERSARIO DE TRISTEZA
Crespones negros en todas las ventanas
en las mochilas de los niños
en los búcaros.
Crespones negros y hormigas
que ya no pueden con las hojas secas.
SOBRE TRENES Y NIÑOS
De niños preguntábamos
dónde empezaban las líneas del tren,
siempre inabarcables con la vista.
Nos aburríamos de nuestros trenes de juguete
que daban vueltas y más vueltas
en el suelo del cuarto;
soñábamos con escaparnos algún día
en un tren verdadero, hacia la nada.
Ahora sabemos que todo tren
parte de una pañuelito húmedo
que alguien agita en su memoria.
SOBRE ESTATUAS Y PÁJAROS
Las estatuas no existen
sino en la imaginación de ciertos pájaros,
que a su vez solo existen en la mente de ciertas estatuas
(como esos niños que andan descalzos
por el arco iris, con los pies manchados de colores
y los ojos redondos como lunas de vidrio).
Pero no nos engañemos: los niños sólo existen
en la imaginación de algunos viejos.
DESPUÉS DE TANTOS AÑOS…
Después de tantos años
diciendo que mis días favoritos son los jueves
que me gustan la lluvia, las palomas
los rones vespertinos, los boleros
después de tanto tiempo confiando en el azul
y en las ventanas transparentes
resulta que amanezco con fotos rotas
en un charco de lágrimas
con las córneas llenas de colillas y cactus
con palomas muertas sobre los aleros
como si fuera viernes o domingo.
FIESTA DE DISFRACES (fragmentos)
Nadie sabe el tamaño de su cara.
Jorge Luis Borges
I
La vida es una fiesta de disfraces
en un cuarto de espejos invertidos
y nos probamos máscaras y frases
y risas y disgustos y vestidos
y besos y zapatos y antifaces
y libros y condones y latidos
y corbatas y miedos y qué haces
y cómo estás y miércoles y olvidos.
La vida es una fiesta de disfraces
con máscaras y rostros confundidos,
con espejos farsantes y veraces,
con ojos sordos y ciegos oídos.
La vida es una fiesta de disfraces:
eterna danza entre desconocidos.
III (Llegada de un intruso)
Se ha colado en el baile un atrevido
con la cara al desnudo, y por supuesto
le hemos negado hasta el saludo: un gesto
bastó para entender lo sucedido.
¿Y sus máscaras qué?, ¿se le han perdido?
¿es temerario?, ¿es un suicida presto
a que lo reconozcan? Indispuesto
cambié de máscara y seguí escondido.
Se detuvo la música. En los vasos
se evaporaron vinos y cervezas.
No se sintieron sístoles ni pasos.
No se movieron manos ni cabezas.
El atrevido, al fin, cayó en pedazos
y el baile continuó sobre sus piezas.
V (Carpe diem)
Todas los días a la misma hora
unos se visten, otros se desnudan,
unos dicen adiós, otros saludan,
alguien ríe a mansalva, y alguien llora.
Todos los días a la misma hora
unos afirman ser lo que otros dudan,
unos fijan su sitio, otros se mudan,
alguien dice “después” y alguien “ahora”.
Cada día, en el mismo instante escaso,
alguien lee un poema, alguien lo escribe,
alguien deja de andar, alguien da un paso,
alguien da besos, alguien los recibe,
alguien muere, alguien nace... pero acaso
todos los días el Ayer prescribe.
IX
Por la mañana no nos parecemos
al ser que fuimos antes de acostarnos.
Llegamos al espejo y al mirarnos
a duras penas nos reconocemos.
Nos asustamos o nos sorprendemos
(según nuestra afición a enmascararnos)
y en baja voz solemos preguntarnos:
“¿De dónde usted y yo nos conocemos?”
Por la mañana (legañoso todo:
dentífrico, agua, vidrio, enjabonarse),
todos somos el otro, el del apodo,
el que temía, incluso, enmascararse.
Por la mañana nadie encuentra el modo
de saber si es o no quien fue a acostarse.
Gracias, Fernando. Qué sorpresa!! Un abrazo desde Almería
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, Alexis
ResponderEliminarcon mi admiración y respeto
nos vemos el día 5 en Madrid
Fernando