domingo, 9 de enero de 2011
2813.- JUAN ANTONIO TELLO
Juan Antonio Tello, nació en La Almunia (Zaragoza). Colabora con publicaciones periódicas como "Tropelías" y Turia" y está especializado en las obras de Félix de Azúa y de Boris Vian. Entre otros, ha publicado los poemarios "Páramo", "Hombre con perro" y "Cuando fui naufragio".
«XVI»
Soy un espejo,
me reflejo en vosotros,
cubridme con un lienzo
si mis ojos molestan
atentos al gesto que nos desvela.
En Páramo (Aqua, 2007)
Las palabras
Las palabras
sin fondo,
las palabras
que caen
en las aguas muertas
con un sonido hueco,
se abren en círculos
y mueren en los márgenes
de la nada
donde esperan las lenguas
para lamer el vacío
con su baba.
PUZ: ‘La gruta de las palabras’. Zaragoza, 2010.
“Cuando fui naufragio” es un “descensus ad inferos” tras las huellas de Odiseo. Juan Antonio Tello convierte la aventura primigenia de la literatura occidental en su guía, su mapa y su brújula para un viaje que no aspira a otra cosa que al naufragio. Si Homero narraba un regreso, aquí la poesía es un viaje de regreso a la palabra. Su perseguido naufragio es el de nombrar lo innombrable al que se enfrenta la gran poesía.
DE: Cuando fui naufragio.
Aquél
que zarpó de regreso a casa
y supo de la curvatura de la tierra
desde el puesto solitario del vigía,
que abandonó su hallazgo y proclamó sus pérdidas
descansando entre bestias en la frontera de lo erráneo,
que eclosionó miradas sobre plumón de monstruos
y constató que la ausencia es invención,
aquél, el de entonces, bastardo entre bastardos, un bebedor de horas,
ensayó con su vuelo el nombre inconcluso de los senderos.
No amaina el viento
sobre las velas
ni hay más amarra que la mirada
en la nave negra,
firme el timón hacia lo ancho
para embocar,
navegación, todo ritual,
cuando tu boca borra los puertos
de despedidas,
vino y entrañas en copa de oro
para el bandido o el forastero,
sed bienvenidos,
banquete y dioses para brindar
por las verdades,
festín de hígados y corazón,
sangre del padre,
mezclad las lenguas y que hable el sueño,
dice el elogio de la tormenta,
canta el prodigio de la palabra
con voz de océano,
cuánto vagamos entre la bruma,
en el sendero botín de aves
que perseguíamos,
a duras penas navega el tiempo
en nuestro interior,
ya no hay retorno hacia uno mismo
sino la muerte de yo en el otro,
regreso a aquél
a quien impulsan los huracanes
desde el principio
a un mar tan grande que ni los pájaros
lo recorrieron,
que anduvo errante lejos de casa
dejando tierra
donde los perros siempre ladraron.
Cierra los ojos
y que te cubra el sueño con su hojarasca,
el desgarro del tiempo y sus palabras,
no es destino ser yo sino aquél de nosotros
al que ya liberó Calipso con su abrazo,
calzado de indecible para roca y escollo
donde muchos murieron, y en otros sobreviven,
cuerpo atado a naufragio, mirada a tempestad.
Nazco en fiestas del instante como un insensato
forastero a verdad, un huésped de los mendigos,
errante cuando fui naufragio
y demón de belleza me arrojaba a tus brazos,
a tu danza desnuda, un despojo de velos,
de hombres y ciudades, de nombres y mentiras
por las que conocemos, por ellas que conozco
y regreso al enemigo de bosque, verbo y trazo,
mortal como el lenguaje que mata en nave negra.
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